Bloc de notas

El redactor jefe de Tenerife. Todos los periodistas sabemos de la importancia del redactor jefe. El director, bah, el director es el tipo de corbata que ocupa el mayor despacho y que entra y sale de la redacción al trote, con expresión demudada, esforzado petudo bajo la púrpura invisible, sinuosa conexión entre la redacción y la empresa, cancerbero de sí mismo, perpetuamente bajo sospecha de los editores y los periodistas, dando palmaditas melífluas en los pasillos o convocándote para presentarte la carta de despido. El redactor jefe, en realidad, es el que manda, el que se mete en harinas, el que decide la pertinencia de una noticia o la impertinencia de una sintaxis, el que te clava un error estúpido en las costillas, el que corrige y al cabo decide los titulares y, tras un proceso de selección atropellado y exacto, propone básicamente los contenidos de la primera página.  El mejor redactor jefe que he conocido (aunque admitió gruñendo ser nombrado subdirector en su último periódico) fue Paco Cansino, del que cada día me acuerdo más leyendo hoy la prensa, señal inequívoca, entre otras circunstancias más calamitosas, de mi irrefrenable empuretamiento, y Cansino afirmaba, entre aspavientos y manotazos, que esperaba no tener jamás la mala suerte de ser director, porque lo suyo era la redacción, la redacción, cojones, y el director, que cumpla con sus obligaciones contractuales, que lo deje trabajar en paz a él y a su gente y que le den. Sin embargo, debo anunciar, compañeros y compañeras, la consagración de un nuevo redactor jefe: el abogado Felipe Campos. El abogado Felipe Campos, que comenzó defendiendo a los vecinos del centro de Santa Cruz que no podían dormir en Carnavales, ha creado un permanente carnaval mediático con el objetivo de que nadie pueda dormir, al menos, sin oírle antes. No solo se pronuncia ya sobre el caso Las Teresitas, sobre las vicisitudes jurídicas y reglamentarias del Plan General de Ordenación, sobre la politeya de Canarias, el insondable meollo de la crisis económica, la incestuosa sociología del empresariado isleño, las conspiraciones en curso, el puerto de Granadilla o la inconstitucionalidad de la Monarquía (sic), sino también sobre si un periódico debe llevar una información en primera página o no debe llevar una información en primera página. Para resumir el criterio metodológico de nuestro flamante redactor jefe: una noticia debe ir en primera página cuando le gusta y no debe ir en primera página cuando no le gusta. Quizás sea discutible (aunque si se lo discutes, ya lo sabes, eres un paniaguado del Régimen contra el que lucha día y noche, como una versión asténica de Fanfan La Tulipe) pero estarán conmigo en que resulta muy sencillo. Más sencillo, imposible. De acuerdo: si un alcalde, un consejero del Gobierno autónomo o un ministro expresara este criterio lo consideraríamos un pedazo de fascista, cuando no un fascista entero.  Pero no es el caso, sin duda porque el abogado Felipe Campos transpira democracia y es un héroe en liza contra la maldad regimentada. Quedan advertidos, compañeros y compañeras: Felipe Campos es el nuevo redactor jefe de Tenerife.

Las izquierdas unidas jamás serán unidas.  Después de escuchar al redactor jefe, y quizás porque me he sometido a demasiadas radiaciones sin tomar las precauciones debidas, reservo un rato de melancolía (una más qué importa) por los runrunes sobre pactos, repactos y contrarepactos agónicos entre nuestras liliputienses izquierdas. En algunas bitácoras se leen clamorosos llamamientos a la unión electoral de las izquierdas. Vamos, si las izquierdas se unen (Izquierda Unida, Los Verdes y Los Tomates Verdes Fritos de Octavio Hernández,  Sí se puede, el chiringuito odalístico de Ignacio Viciana, el Partido Comunista del Pueblo Canario, que sé yo) arrasan. ¿Cómo no lo entenderá esta gente? Algunos van más lejos aun y opinan, siendo realistas, que en la gran coalición de izquierdas, si se pretende realmente desembarcar en las instituciones públicas y ser influyentes, puede que decisivos, debe estar Nueva Canarias, y hasta el CCN,  y mira, si nos podemos farrucos, pues el PIL y hasta Domingo González Arroyo. Esta gigantesca empanada mental bebe de un mito, el mito de la unidad de las izquierdas, la convicción fantasiosa de que si no gobiernan las izquierdas es porque las muy brutas están divididas, ah, los protagonismos absurdos, los fulanismos destructivos, la obsesión por los logotipos, y si se reconciliasen, como representan a la mayoría social, pues ya está, o al menos ya se está en el camino correcto. Tal vez sea una pena que no sea así, pero no es así. Y ni siquiera cabe echarle toda la culpa al sistema electoral canario. Cualquier ciudadano sensato debe repudiar el vigente sistema electoral, pero si desaparecieran los intolerables topes electorales insulares y regionales, la unión de las izquierdas no tendría un solo diputado (en la adacadabrante coalición que incluyera el Centro Canario de Nacho y NC sí podrían obtener escaños dos izquierdistas como los señores González y Rodríguez, ex consejero de Presidencia y expresidentes del Gobierno de Canarias respectivamente).  Pero ni uno solo. Y es que el problema de las izquierdas no es que estén desunidas, sino que son insignificantes. Cuantitativa, social y comunicacionalmente insignificantes. Y los que vocean con entusiasmo fingido o verdadero que su unión mesiánica en listas electorales conjuntas deparará un avance incontestable, en realidad, han terminado por asumir el lenguaje, el alma de marketing y el estilo político de los detestados partidos del establishment. Lo primero que debe hacer un proyecto de izquierdas – y probablemente los únicos que lo han entendido, con mayor o menor fortuna, son la gente de Sí se puede – es existir más allá de sí mismos y trabajar desde los espacios micropolíticos (empresas y talleres, universidades, asociaciones de vecinos)  sin abandonar los espacios institucionales. Por lo demás, la unión de las izquierdas no puede depender de las citas electorales. Que colaboren cotidianamente en objetivos comunes debería ser una asignatura obligatoria. Digo. Si no quieren resignarse a un papel testimonial, y peor aun, limitarse a ser testimonio de su propias naderías. “Te llaman porvenir,/porque no vienes nunca./ Te llaman: porvenir,/ y esperan que tú llegues/como un animal manso/a comer en su mano”. Ángel González, como era un poeta, sabía de lo que hablaba.

Ha muerto Daniel Bell.  Bueno, no esperaba páginas enteras. Pero tampoco esto. Daniel Bell es uno de los filósofos sociales más importantes desde la II Guerra Mundial. Empezó en la izquierda, en su juventud neoyorkina, y terminó siendo un conservador. Un conservador liberal. Bell se ganó la vida como periodista – eso sí: nunca llegó a ser redactor jefe – mientras se pagaba, con ayuda de becas, su carrera en la Facultad de Sociología de Columbia. Terminó como catedrático en Harvard. Demostró su lucidez al avanzar el desarrollo y los conflictos de las sociedades posindustriales y la decadencia de las ideologías redentoristas. Lo que ocurre es que los diagnósticos de Bell se ajustaban a un capitalismo que, durante unos años, podría parecer como civilizado en Norteamérica y Europa, pero que ha demostrado que su capacidad destructiva sigue siendo una amenaza. El profesor Bell, que escribió y estudió hasta los noventa años, escribió un libro, Las contradicciones culturales del capitalismo, que era muy inteligente pero, definitivamente, menos inteligente que el capitalismo mismo. La contradicción que detectaba el profesor estribaba en dos factores discordantes. Por un lado, el sistema capitalista necesita la expansión contunu del principio de racionalidad para resolver los problemas de organización y eficacia que el funcionamiento de la economía exige. Por otro, la cultura de las sociedades capitalistas avanzadas acentúan cada vez más valores de signo opuesto: el sentimiento, la gratificación personal inmediata, el hedonismo, el relativismo moral que para Bell anida en las expresiones artísticas y literarias del modernismo. Al cabo de cuarenta años ya tenemos la respuesta: el sentimiento, la gratificación personal, el relativismo, se han convertido plenamente en productos que alimentan incesantemente al mercado, al mismo sistema económico. Sentirse libre conduciendo por la carretera y matarse contra un árbol es, también, una cuestión de precio. No hay ninguna contradicción cutural, admirable profesor. El cadáver se levanta, recoge las piezas, y al día siguiente, a las ocho, se presenta en su centro de trabajo. O en la cola del paro.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General 6 comentarios

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