Retiro lo escrito

Ni un canario

Nubles y claros sobre la llamada costa Adeje, varios kilómetros de playas y bulevares repletos de restaurantes, cafeterías, tiendas y chiringuitos por los que pululan, con los primeros y tímidos calores del año, miles de turistas cuyo máximo anhelo es sancocharse al sol. En cada terraza individuos sonrientes, un poco imperiosamente sonrientes, intentan seducir a los potenciales clientes ofreciendo almuerzos y cenas, copas, cafés, toallas, bisutería, fotografías, diminutos peces que por apenas veinte euros eliminarán las callosidades de sus pies, artículos de broma, flotadores, helados, sombreros, bañadores, cremas solares, ofertas de apartamentos, descuentos en discotecas y tugurios. Después de frecuentar algunos establecimientos descubro, un tanto asombrado, que entre los camareros y dependientes no se encuentra un solo canario. Decido emprender una somera investigación de campo y entro y salgo de casi todos los comercios que abren sus puertas entre Puerto Colón y la majestuosa silueta del hotel Bahía del Duque. Nada. Ni un solo canario entre los empleados. Absolutamente ninguno. En los restaurantes, en los chiringuitos playeros, en las barras de los bares encuentro a argentinos, andaluces, marroquíes, polacos, italianos, portugueses, holandeses, catalanes, irlandeses y algún que otro ruso, pero ningún canario.

El desempleo en el archipiélago supera al 33% de la población activa y el 62% de los jóvenes de menos de 26 años están parados (cerca de 45.000 pibes en toda la comunidad autonómica). Pero en una de las zonas turísticas más pujantes de Tenerife – y que vive una recuperación evidente desde hace más de dos años – es imposible encontrar a un canario trabajando. ¿Acaso los criterios se selección laboral de los empleadores son muy exigentes? En la mayoría de los casos, en efecto, se trabaja doce horas diarias por el salario mínimo interprofesional, pero a nadie se le mira el DNI. ¿Es el inglés una barrera infranqueable? No. Para servir una mesa resulta suficiente un inglés muy básico, incluso rudimentario, sin ninguna exquisitez oxfordiana. Cuando se les pregunta a los propietarios de los negocios la respuesta es sencilla, inmediata e indiferente. Entre los que se acercan a buscar trabajo son muy escasos los isleños y solo muy excepcionalmente aceptan las condiciones de los contratantes. “Los pocos que aparecen por aquí preguntan, escuchan y se marchan casi enseguida”.

¿Ningún estudiante? ¿Ningún ex-empleado de la construcción? ¿Ningún joven padre de familia?

No. Ninguno.

Esta crisis demanda reformas políticas y administrativas urgentes y requeriría unas élites empresariales menos obtusamente extractivas. Pero también evidencia lo urgente de un profundo cambio de hábitos en la cultura del trabajo, el esfuerzo y el sacrificio de jóvenes y talluditos que tienen la misma relación con el curro que los desarrapados  hijosdalgos de la novela picaresca española.

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Pisotear religiosamente la Constitución

El presidente del Cabildo de Tenerife, Carlos Alonso, ha asistido a la Semana Santa Sevillana para estar presente en la procesión de una Hermandad que venera a la Virgen de Candelaria. En uno de sus habitualmente emocionantes tweets Alonso proclamó desde la capital andaluza que se sentía orgulloso de representar a Tenerife. No me resistí a preguntarle por qué un cargo público asumía la representación de todos sus conciudadanos en un ceremonia litúrgica de una organización eclesiástica y el señor Alonso, cortésmente, respondió que por tradición, por haber sido invitado, por hermandad (sic). La respuesta no resulta muy satisfactoria, pero es sintomática, y sobre todo revela la nula comprensión – cuando no una indiferencia ligeramente artera – sobre lo que significa la expresión Estado aconfesional y su calado constitucional y político.
Por supuesto que existe –en este como en otros casos – una tradición, pero se trata de una tradición religiosa de un culto determinado. Excluir la participación o el posicionamiento en asuntos religioso por parte del Estado y de sus representantes públicos no es una opción que se le presente a un dirigente político, sino una obligación constitucional que en estas ínsulas baratarias pisotean cotidianamente presidentes, consejeros, diputados, alcaldes y concejales. Es francamente difícil imaginar a Carlos Alonso o a José Miguel Bravo de Laguna asistiendo a ceremonias protestantes, budistas, mahometanas o de los hare krishnas aunque se cursaran primorosas invitaciones a sus respectivas secretarias. La mayor raigambre de una u otra confesión religiosa en un territorio determinado ninguna relación tiene con asumir y aplicar el principio normativo de la aconfesionalidad del Estado, que obviamente no está sometido a estadísticas. Si lo hacen es, simplemente, y al margen de sus respetables convicciones personales, por los réditos de imagen que obtienen entre los creyentes – desde los más activos hasta los más tibios –  a través una suerte de reverdecida alianza entre el Trono y el Altar, adaptada a nuestra débil y flatulenta democracia representativa.
Cabe temer que con motivo de la proclamación vaticana de José de Anchieta como flamante incorporación al santoral católico decenas de cargos públicos de Canarias acudan en tropel a Roma sin atormentar a sus propios bolsillos, por supuesto. Escucharemos entonces falsos pero muy parecidos argumentos entre orgullos terruñeros y gruñidos de emoción. Claro que no lo harán para tocar al santo. Lo harán para que les toque la televisión.

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República y republicanismo

14 de abril. Leo los mensajes de centenares de tuiteros ebrios de republicanismo. Muchos se repiten, claro. Esta nube de entusiasmo reivindicativo descarga como una tormenta imaginaria, irreal, una tormenta de efectos especiales y ni un solo rayo que ilumine nada. Por ejemplo, seguro que ustedes conocen la sentida exhortación a ser ciudadanos, no súbditos. «Quiero ser ciudadano, no súbdito».  Deja usted el móvil sobre la mesa (o mejor, se lo mete en el bolsillo, de donde nunca debería salir) y echa un vistazo alrededor para detectar súbditos. Por supuesto, no verá usted ninguno. Hay gente puteada (la mayoría) y gente que se dedica a putear (ahora, malditos sean Acenoglu y Robinson, los llaman con reiteración mareante élites extractivas) pero súbditos no ve ninguno. Precisamente la Constitución de 1978 –que consagra una monarquía parlamentaria – define el régimen que durante el mayor plazo de tiempo ha acercado más, política y jurídicamente a la condición de ciudadanos a los españoles.  Es ciertamente incómodo, pero qué le vamos a hacer. Ocurre lo mismo con la referencia a la II República. Los primeros interesados en desmitologizar la II República – es decir, en diagnosticar sus errores, torpezas y estupideces, resumidas en esa terrible realidad de que la república en sí, como régimen, no le interesaba a la inmensa mayoría de las fuerzas políticas en liza–deberíamos ser los más interesados en la llegada de la III República. Pero no es así.
La defensa de la república como forma de Estado y del republicanismo como filosofía política no puede basarse en la alergia a las cacerías de elefantes o al asqueado rechazo a los costes del mantenimiento de palacios, pabellones y yates veraniegos. Las instituciones republicanas o sirven para intensificar y garantizar los valores que le deben ser propios – virtud cívica, participación pública, deliberación, libertad, autogobierno, laicismo, respeto a la autonomía del individuo y a la igualdad de oportunidades – o carecen de cualquier sentido y no ganan interés simplemente por desplazar coronas, cetros y toisones. En todo caso no basta para una venidera república fantasear con un Jefe de Estado elegido democráticamente o introducir en una hipotética constitución recetas mágicas como una renta básica universal. Sustituir simplemente una testa coronada por un político profesional no variará un ápice el déficit democrático, la creciente desigualdad o los graves problemas institucionales que padecen las españas y que la crisis financiera y económica ha desnudado brutalmente.

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Democracia y Estado de Derecho

Uno de los hábitos recientes de la izquierda hispánica (y canaria) es escandalizarse porque a los catalanes no les dejan celebrar su anhelado referéndum sobre la independencia. Es sorprendente que miles de personas adultas que se consideran progresistas sucumban a la épica de las banderas y a la fantasía de la aurora promisoria de una república que tendría como referentes políticos a Artur Mas y Oriol Junqueras. El origen de la indignación hunde su raíz en la convicción de que nada puede ser más democrático que el pueblo catalán decida su propio destino. Por tanto cuestionar el derecho a un referéndum es, directa y explícitamente, un atentado antidemocrático, un escupitajo a la voluntad popular, un ejercicio cínicamente autoritario. Un escándalo inconcebible –según he leído en alguna parte –en un país civilizado.
Sin embargo, en los países civilizados en los que rigen constituciones democráticas, precisamente, las consultas secesionistas, las urnas exigidas para votar una independencia política destinada a la creación de un nuevo Estado no son procesos sencillos, coyunturales o dotados con garantías legales y normativas definidas solamente por una u otra parte. La deleitosa obsesión de ciertos sectores de la izquierda que traducen la negativa de las Cortes españolas en conceder a la Generalitat la competencia de convocar una consulta en un síntoma más de una pseudodemocracia ruin y miserable resulta un ejercicio fascinante pero pueril. Adornarlos con mentiras e inexactitudes extraídas con forceps de experiencias como las de Québec o Escocia no les concede mayor respetabilidad política o intelectual.
La cerril e irresponsable actitud del PP y las actitudes sin freno y marcha atrás del Gobierno catalán y su base parlamentaria parecen encantadas en mantener, atascar y exasperar un conflicto de legitimidades. Ciertamente es difícil exagerar la estúpida responsabilidad de la derecha política española en la desafección catalana hacia el Estado y el crecimiento de la demanda independentista. Pero ningún gobierno español concebible estaría dispuesto a conceder a un gobierno autonómico el derecho de independizar su territorio unilateralmente y en las condiciones y plazos que le plazca. Tampoco en Canadá, tampoco en Escocia. Aquí lo que falta, precisamente, es política. La negociación de una reforma constitucional y, posteriormente en su caso, la convocatoria de un referéndum cuyo contenido sea pactado ineludiblemente entre ambos gobiernos y que, desde luego, exija una supermayoría – algún politólogo ha propuesto con tino un voto a favor de la independencia superior al 60% en las tres provincias catalanas – para tomar una decisión de semejante envergadura y de una trascendencia no plenamente mensurable. Exigir democracia no debería ser incompatible con conocer y reconocer el funcionamiento de un Estado de derecho.

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Ese fémur es nuestro

Los brasileños quieren quedarse con el Padre Anchieta.  El domingo pasado tuvieron el descaro de celebrar en Sao Paulo una homilía por la canonización del jesuita a la que – asombrosamente –no invitaron al Gobierno autónomo, ni a los cabildos, ni al ayuntamiento de La Laguna, ni siquiera al cónsul español. Canallescamente ni siquiera se mencionó en la homilía que Anchieta fue tinerfeño. Es indignante. A ningún canario, en fin, se le permitió ser porteador del venerado fémur del flamante santo, que fue trasladado en procesión  hasta la catedral de Sao Paolo protegido por una delicada urna de cristal. El anhelado hueso yendo y viniendo y los canarios que residen en la ciudad brasileña contemplándolo con una expresión amarga, desolada. Si Anchieta era tinerfeño, el fémur también es de Tenerife, un fémur que en su día se apoyó en un pié que a su vez sintió entrañablemente el suelo nivariense. Ese hueso amarillento es nuestro porque la necrofilia bien entendida empieza por uno mismo. Pero no hubo manera. Hasta un cárdenal presente omitió cualquier referencia a la Isla.
El Gobierno autonómico guarda un ominoso silencio mientras Brasil celebra a José de Anchieta como su tercer santo. Para los brasileños celebrar santos es como meter goles. Supongo que están ahora mismo ocupados en otros menesteres entre la vida y la muerte, pero confío en que el Ejecutivo regional y su presidente reaccionen. Que menos que una entrada en el blog personal de Paulino Rivero convenientemente proyectada por los informativos de la televisión autonómica. “Brasil es un país amigo pero hace mucho más calor que en Canarias y no pueden competir con nuestros carnavales. ¿Tienen carnaval de día? ¿Celebran concursos de drag queen? ¿Han visto a Soria disfrazado? Confiamos en mantener los tradicionales lazos de amistad con Brasil, pero que no nos empujen porque sabremos reaccionar defendiendo nuestros santos, nuestros fémures y nuestra competitividad en materia religiosa”.
Espero que esto no quede ahí. Las palabras son hermosas, pero se las lleva el viento, incluso cuando se convierten en trending topic. De la misma manera que Rivero se ha comprometido a crear 50 puestos de trabajo diario en las islas contra los tenebrosos entusiastas del pesimismo, el presidente podría marcarse como objetivo un santo semestral para los próximos cinco años. Un decidido estímulo al turismo religioso y a la rehabilitación de cuevas, chozas y ermitas. Ahí tiene a mano (como siempre) a Fernando Ríos Rull y su prodigiosa multiplicación de licencias radiofónicas, Fernando Ríos Rull, al que los panes siempre se les vuelven hostias…

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