Retiro lo escrito

Un país inviable

La Fundación de Cajas de Ahorro (Funcas) asegura en un informe que Canarias ha perdido el 6% de su PIB – unos 2.500 millones de euros aproximadamente – a causa de la parálisis económica, el cierre de empresas y la destrucción de empleo durante la depresión que enseñó el hocico a finales del 2007 y estalló con todo su feroz esplendor al año siguiente. Algunos economistas isleños elevan el porcentaje cerca de un punto más. Según Funcas se ha destruido un 16% de los puestos de trabajo existente a principios de 2008, lo que sumado a los nuevos demandantes de empleo explica ese escalofriante 33% de paro que se registra en el Archipiélago. En ninguna otra comunidad autonómica la recesión ha incidido tan brutalmente en el descenso de las rentas de trabajo, en el gasto familiar y en el crecimiento de la desigualdad social. Y esta macabra circunstancia solo se explica – aunque los expertos de Funcas lo obvian parcialmente– es el modelo de crecimiento económico, en las carencias en capital humano y en la muy limitada apertura comercial al exterior. Dentro de diez o quince años la generación del baby boom (aquellos nacidos en la década de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado) estarán jubilados o a punto de jubilarse. Seremos entonces un país decididamente envejecido y los problemas para financiar las pensiones y la atención médica y hospitalaria de los ancianos se acrecentarán todavía más.
Lo que dibujan los datos del informa de Funcas es, exactamente, la misma situación objetiva que revelan todos los análisis y prospectivas mínimamente solventes que pueden consultarse: Canarias está a punto de transformarse en un país (región, comunidad autónoma, nación o nacionalidad: táchese lo que no proceda)  económica y socialmente inviable. A Canarias le urge reinventarse en lo político, lo institucional y lo económico si no quiere verse reducida a un rincón atlántico deficientemente subsidiado, con su cohesión territorial arruinada, una democracia esclerótica sepultada bajo sus propios escombros y unos índices de exclusión social incompatibles no solo con un lugar desarrollado, sino con un espacio humano con capacidad de desarrollo. Esa es la atroz perspectiva de lo que nos aguarda mientras las cochambrosas élites extractivas de las islas perpetran referéndums de chirigota o lo siguen confiando todo en la construcción de hoteles para cebar el cuerno de la abundancia.

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Europa, Soria y los lemmings

El pasado domingo, y en un marco incomparable, es decir, en el seno de la Confederación Canaria de Empresarios, el ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, confirmó que el Gobierno central llevaría en breve al Tribunal Constitucional la ley de reforma y renovación turística de Canarias. Según Soria se habría intentado superar las diferencias de criterio existentes entre unos y otras en la Comisión Bilateral Canarias-Estado, pero fue imposible llegar a un acuerdo satisfactorio. Sinceramente el Gobierno de Mariano Rajoy tiene un buen montón de argumentos técnico-jurídicos para conseguir la derogación de la normativa legal aprobada por el Parlamento de Canarias, y no únicamente por el diligente talento remendón de muchos de los magistrados del Tribunal Constitucional, que lucen en sus glúteos gaviotas tatuadas, sino por la legislación europea aprobada en los últimos años. Es un buen ejemplo para apreciar la importancia de votar en las elecciones al Parlamento de la UE que, en este país, siguen siendo, para los grandes partidos tradicionales y los nuevos experimentos organizativos, una ocasión para rascar legitimidad, erosionar al Gobierno o impulsar un flamante proyecto político. En los últimos quince años tratados y directivas coinciden, demasiado a menudo, en un único objetivo: limitar, desarmar, eliminar la intervención pública en la dinámica económica local y regional. El  Tratado de Lisboa consagra la pía desregularización de servicios y las bienaventuranzas de la libre competencia. Vaya usted a saber sin en otros espacios nacionales ese capitalismo idílico, higiénicamente competitivo y equitativamente desregulado existe; en España, y obviamente en Canarias, no.

Seis años de dura y martirizante crisis no han servido, francamente, para gran cosa. Lo fundamental es que se puedan construir hoteles de cuatro estrellas. Y de tres. Y pensiones dotadas con jofaina y bacinilla si fuera menester. Construyamos y el desempleo se volatizará ante nuestros ojos como un fantasma indeseable. En Tenerife y Fuerteventura, entre principios de los noventa y comienzos del nuevo siglo, se construyeron una veintena de hoteles de cinco estrellas o gran lujo. Ambas islas registran, desde hace años, los mayores índices de desempleo en el Archipiélago, y en ninguna de ellas, como en el resto de Canarias, el paro ha descendido del 9,5% en los últimos treinta años. Pero resulta irrelevante. Reemprenderemos la carrera como lemmings furiosos arrastrando carretillas de cemento y bloques hasta caer por el próximo acantiladoy ver todas las estrellas juntas.

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Ahogados como perros

Un momento, un momento. Allá enfrente, a unos cuarenta o cincuentra metros, varias docenas de personas se agitan en el mar, algunos manoteando desesperadamente, otros agarrados a un pedazo deshilachado de salvavidas, gente exhausta, que intenta aproximarse a la costa porque se están ahogando, pero lo que hace un destacamento de la Guardia Civil es disparar pelotas de goma y cartuchos de fogueo para trazar sobre las olas una línea que dibujara, a base de salpicaduras, la frontera española. La Benemérira practicando poesía visual. Así que estas personas están ahí, agonizando de miedo, ahogándose, implorando socorro, y la Guardia Civil lo que hace es disparar pelotitas de goma, con mucho cuidado, por supuesto, para no causarles daño a los inmigrantes antes de que murieran ahogados como perros.
Ahogados como perros.
El director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, se ha indignado mucho y ha anunciado que denunciará cara al sol y con la camisa nueva a quien quiera que intente mancillar el honor del instituto armado. Apúnteme usted si quiere en su larga lista, Fernández de Mesa, porque el simple informe de los hechos ofrecido por el ministro del Interior – contradiciendo sus propias mentiras — es el retrato estremecedor de una miserable villanía. Hace horas debió dimitir el señor Fernández de Mesa, acompañando a ese santo varón, el ministro del Interior, cuyas advocaciones a Santa Teresa son cada vez más obvias: por la coherencia de su discurso  cada vez está más claro que  se refiere al ron y no a la escritora. El primer paso sería que ambos abandonaran sus cargos, pero después deberían ser procesados judicialmente. El ministro y su director general sí han traspasado una frontera: la que separa el cumplimiento de la legislación vigente de una canallada que exige ahora no únicamente la impunidad, sino el aplauso, con una retórica chulesca y parapeteada en los heroicos sobacos del Duque de Ahumada. Catorce cadáveres se han recogido (hasta ahora) junto al espigón de Ceuta.
Ahogados como perros.
Ahí plantados en acto de servicio por Dios y por España, disparando sus fusiles sin ánimo de ofender, herir o molestar, porque eran descargas meramente informativas, una pequeña y ruidosa lección de geografía al amanecer, mientras los alumnos se hundían en el mar para no ver nunca más la luz del sol. Todos sabemos (y ellos también) el nombre que merecen los hombres que, impávidos, dejan morir a otros hombres mientras gritan auxilio, imploran piedad,  suplican compasión. Al final todo se queda en silencio y solo se escucha el implacable rumor del mar grisáceo. Misión cumplida.

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Vía crucis

Estoy esperando emocionadamente cuál será el próximo paso del vía crucis paulino. Porque de eso se trata. De acompañarlo (obligatoriamente) por el áspero camino a su no-reelección mientras sangra brillantes ocurrencias y patrióticas babiecadas. Durante algunos días ya no se habla de desempleados, de enfermos crónicos que no tienen donde caerse muertos, de servicios hospitalarios colapsados y de establecimientos comerciales clausurados, de las becas universitarias que no se abonan y del REF que guarda en una gaveta el Doctor No. Esperemos el nuevo bandazo que nos mecerá en un deleitoso vaivén. Veamos. Primero fue la estratagema del enfrentamiento con Madrid, oh Madrid, babilonia cruel, frívola y metropolitana. Después se visita a Rajoy y, sobre todo, a Su Majestad el Rey de las Muletas, para alertarle, sin ninguna maldad, sobre los brotes independentistas que pueden aparecer allá abajo, uno de los informes más desopilantes que cabe imaginar de un nacionalista a un monarca constitucional. Y ahora la pretensión de convocar un referéndum que debe autorizar el Estado y que por supuesto no hará, a fin de indignarse mucho luego, agriar el gesto, volver a cantar la dolorida serenata de la desafección. Y todo esto, por supuesto, sin mediar consulta formal con los órganos de dirección de su propio partido, que el presidente Rivero sabe muy bien lo que se hace y ese confuso rebaño de conspiradores aficionados no está en condiciones de comprenderlo. Es difícil imaginar, en cualquier otra organización política, que un presidente del Gobierno tome una decisión de semejante calibre – y cuyos efectos en la relación entre la Comunidad autonómica y el Gobierno central resultan difícilmente pronosticables – sin que medie un debate, sereno y riguroso, en los órganos competentes del mismo. Pero aquí ocurre en vivo y en directo y los dirigentes de Coalición Canaria no tienen absolutamente nada que decir, nada que decidir. Rivero los trata, precisamente, como tratará las autoridades del Estado español a su solicitud. El presidente del Gobierno regional quiere consultar a los canarios sobre las prospecciones de Repsol, pero elude despectivamente consultar y debatir sobre su iniciativa con su propio partido.
Yo aguardo cualquier cosa. Ni siquiera descarto que Paulino Rivero se plante en El Escorial a pedirle audiencia a Felipe II. “Señor, ¿sabe usted que en Canarias hay un loco que promueve un referéndum?”. Y el Rey, pasmado.

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Una mujer incómoda

Una ironía de pésimo gusto casi hace coincidir la admisión a trámite de proyecto de ley sobre el aborto presentado por Alberto Ruiz- Galladón en las Cortes con el aniversario del nacimiento de Calra Campoamor, una figura relativamente olvidada de la política en la II República y referente inexcusable en la lucha por la igualdad de derechos entre los sexos en España. Si Campoamor no ha recibido sino muy tardíamente reconocimiento y homenaje es porque se trata de una figura incómoda. Su lúcida energía, su feroz independencia, su incapacidad para gestionar la estupidez ajena no le han sido del todo perdonadas. Por arriesgados que sean estos ejercicios de la imaginación, no me cabe duda sobre cuál hubiera sido su postura en el debate político de anteayer en el Congreso de los Diputados, donde durante unos pocos años brilló desde un escaño: en contra de una mamarrachesca normativa legal que entiende a la mujer como sometida a una minusvalía volitiva desde un ideología patriarcal y prohibicionista.
Ruiz-Gallardón tuvo el descaro de recordar, precisamente, el debate sobre el derecho al voto de la mujer en las Cortes de 1931, y mintió alevosamente al afirmar que la izquierda socialista votó en contra, cuando lo cierto es que la mayoría de los votos positivos (83 de 121) procedían del PSOE, aunque un sector de los socialistas – los prietistas – votaron en contra. Derivar de esto una acusación al supuesto conservadurismo de la izquierda española, mientras se pretende aprobar un proyecto legislativo que significa un retroceso de treinta años en la autonomía ciudadana de las mujeres es de un cinismo repugnante por parte del señor ministro y del PP, un partido que, por cierto, hace pocos años se abstuvo a la hora de honrar a Campoamor con un busto en los pasillos de la Cámara Baja.
Campoamor seguirá siendo incómoda mucho tiempo. A una parte de la izquierda (comunistas y anarquistas) les dejó en evidencia en las Cortes Constituyentes de 1931 y en el exilio publicó un libro indispensable, La revolución española vista por una republicana, donde denunció serena y límpidamente, desde sus convicciones democráticas, laicas y reformistas, la alegre carnicería en ambos bandos. No solo entre los sublevados, sino también entre los que despreciaban la democracia representativa, tan lenta, tan poco satisfactoria, tan no nos representan, y se lanzaron a un sangriento festín revolucionario con los espléndidos resultados conocidos.

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