Papa pitufo

Dicen que el papa ha dicho algunas cosas admirables que han asombrado y gustado a muchas gentes. Lamentablemente yo no dispongo de semejantes recursos emocionales. A mí lo que me parece realmente admirable es que el Vaticano SA siga funcionado con tanto éxito publicístico, con un marketing siempre activo, lúcido, incansable. Los papas, como la cocacola, son siempre idénticos, la chispa de la teocracia, pero como la cocacola, el Vaticano SA ha sabido encontrar envases, colores y envoltorios a fin de cumplir con un principio de variación imprescindible para la renovada popularidad del producto. A un papa atormentado, abrumado por los alifafes y siempre en pose dubitativa como Pablo VI le sucede un papa atlético, carismático e inmensamente seguro de sí como Juan Pablo II, luego llega un papa erudito y agorafóbico como Benedicto XII y ahora en sus pantallas pueden disfrutar de un papa al que le gusta el fútbol, es estruendosamente humilde y afirma que no es nadie para juzgar a los homosexuales. No caben quejas por la variedad caractereológica ofrecida. Durante siglos los papas pudieron ser más o menos indiscernibles. Se expresaban por decretos, encíclicas, declaraciones de guerra o excomuniones. Pero en el largo siglo de los periódicos, la telefonía, el cine, la televisión e internet ningún laconismo impersonal es posible ni empresarialmente deseable. El Papado contemporáneo es como la aldea de los pitufos, con su pitufo sabio, su pitufo gruñón, su pitufo humilde, su pitufo glotón. Pitufinas no, por supuesto. Hasta ahí podríamos llegar. Ya explicó el otro día Francisco – como si no pudiera hacer nada al respecto y quizás sea cierto – que la puerta del sacerdocio está lamentablemente cerrada a las mujeres.
Por lo demás todo sigue igual, como es debido.  Tal vez este señor, el papa Francisco, no se sienta en condiciones de juzgar a los homosexuales, pero es que no lo necesita: dispone de una amplísima burocracia, de toneladas de literatura dogmática, de predicadores y catecismos que desde hace muchos siglos tachan la homosexualidad como una horrenda abominación y a los que, desde obispados y parroquias, el matrimonio homosexual solo les merece una condena inapelable, al igual que el uso de los preservativos, el divorcio, el análisis libre de los textos escriturales o cualquier conato de pluralidad ideológica. Gente entregada en cuerpo y alma en imponer su visión política y moral de la sociedad en Estados laicos y aconfesionales, tal y como ocurre en España, y gracias a los cuales es posible, incluso, un papa simpático, aficionado al fútbol y al dulce de leche, que no quiere meterse con nadie mientras sus subalternos en el Vaticano SA hacen el trabajo sucio, que es el suyo per secula seculorum.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

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