Anchieta

Ese fémur es nuestro

Los brasileños quieren quedarse con el Padre Anchieta.  El domingo pasado tuvieron el descaro de celebrar en Sao Paulo una homilía por la canonización del jesuita a la que – asombrosamente –no invitaron al Gobierno autónomo, ni a los cabildos, ni al ayuntamiento de La Laguna, ni siquiera al cónsul español. Canallescamente ni siquiera se mencionó en la homilía que Anchieta fue tinerfeño. Es indignante. A ningún canario, en fin, se le permitió ser porteador del venerado fémur del flamante santo, que fue trasladado en procesión  hasta la catedral de Sao Paolo protegido por una delicada urna de cristal. El anhelado hueso yendo y viniendo y los canarios que residen en la ciudad brasileña contemplándolo con una expresión amarga, desolada. Si Anchieta era tinerfeño, el fémur también es de Tenerife, un fémur que en su día se apoyó en un pié que a su vez sintió entrañablemente el suelo nivariense. Ese hueso amarillento es nuestro porque la necrofilia bien entendida empieza por uno mismo. Pero no hubo manera. Hasta un cárdenal presente omitió cualquier referencia a la Isla.
El Gobierno autonómico guarda un ominoso silencio mientras Brasil celebra a José de Anchieta como su tercer santo. Para los brasileños celebrar santos es como meter goles. Supongo que están ahora mismo ocupados en otros menesteres entre la vida y la muerte, pero confío en que el Ejecutivo regional y su presidente reaccionen. Que menos que una entrada en el blog personal de Paulino Rivero convenientemente proyectada por los informativos de la televisión autonómica. “Brasil es un país amigo pero hace mucho más calor que en Canarias y no pueden competir con nuestros carnavales. ¿Tienen carnaval de día? ¿Celebran concursos de drag queen? ¿Han visto a Soria disfrazado? Confiamos en mantener los tradicionales lazos de amistad con Brasil, pero que no nos empujen porque sabremos reaccionar defendiendo nuestros santos, nuestros fémures y nuestra competitividad en materia religiosa”.
Espero que esto no quede ahí. Las palabras son hermosas, pero se las lleva el viento, incluso cuando se convierten en trending topic. De la misma manera que Rivero se ha comprometido a crear 50 puestos de trabajo diario en las islas contra los tenebrosos entusiastas del pesimismo, el presidente podría marcarse como objetivo un santo semestral para los próximos cinco años. Un decidido estímulo al turismo religioso y a la rehabilitación de cuevas, chozas y ermitas. Ahí tiene a mano (como siempre) a Fernando Ríos Rull y su prodigiosa multiplicación de licencias radiofónicas, Fernando Ríos Rull, al que los panes siempre se les vuelven hostias…

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

José de Anchieta

El Papa Francisco ha firmado un pergamino entre los mármoles del Vaticano y José de Anchieta – el canario que se convirtió en brasileño – ya ha alcanzado la categoría jerárquica de santo de la Iglesia Católica Romana. Supongo que los católicos isleños están de enhorabuena, pero a uno lo que le gustaría, sin duda ilusamente, es que este ascenso burocrático-celestial sirviera para que la obra literaria y filológica de Anchieta fuera más y mejor conocida y apreciada por los canarios, un asunto complicado, porque después de ejercer durante treinta años las competencias en materia de educación, no está entre los logros más brillantes de la Comunidad autónoma que los alumnos de primaria y secundaria conozcan medianamente su historia, su medio natural o su acervo literario y artístico. Después de tantos años el canario sigue siendo un pueblo que se ignora y que ignora que se ignora.
La crítica literaria y filológica ha sabido enfrentarse al legado de Anchieta, desde los fervorosos trabajos pioneros de José Maria Fornell hasta la magnífica monografía de González Luis y Hernández González. Pero incluso para el reducido público lector del Archipiélago José de Anchieta continúa siendo un ilustre desconocido ese escritor itinerante (además de sacerdote) que se expresó en latín, español, portugués y guaraní. Una vida arriesgada, valiente y aventurera, plagada de trabajos, enfermedades y sinsabores no impidió a Anchieta, tal vez le sirvió de arduo acicate, para desplegar una curiosidad vivaz y un talento literario tan pródigo en la creación poética y teatral como en la investigación lingüística. Anchieta fue de los primeros españoles (y europeos) en escribir sobre el Nuevo Mundo y si inevitablemente lo hizo desde la mirada de un religioso de su época también dejó patente su capacidad para describir un nuevo universo sin anteojeras, con una prosa cuya sencillez se transforma en un dechado de suprema elegancia. Su extraordinaria sensibilidad hacia los pueblos indígenas y hacia un idioma cuya gramática se empecinó amorosamente en conservar no es una lección de bienintencionada tolerancia, sino un testimonio aun palpitante de quien comprendió que lo propiamente humano no estriba en las diferencias, sino en las semejanzas entre los hijos de la tierra, de todas las tierras, y en el prodigio de las lenguas que cuentan y  cantan todas las historias,  que son una misma, hermosa y torturada historia.

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