Antonio Morales

Fruslerías Morales

Después de dos años de mandato ya puede aventurarse cual es la estrategia política de Antonio Morales: el insularismo progresista. El presidente del Cabildo de Gran Canaria ha armado un discurso que juega a una suerte de territorialización ideológica: es quien resiste a Tenerife que, además, está gobernada por la derecha o, si se prefiere es el que lidera la  resistencia a la derecha, que mora en Tenerife y a través del control del Gobierno autónomo quiere imponer los crasos intereses que defiende en todas las islas. Con esto se puede ir tirando otros dos años sin mayores problemas. Se adoba este progreinsularismo con un montón de comisiones palabreras y programas rimbombantes – y estériles – sobre las energías sostenibles o el empleo solidario y ya está. Morales, sin embargo, ha tenido un tropiezo, por otra parte, perfectamente pronosticable: Podemos le ha salido rana. Podemos se equivocó, ciertamente, y la razón correspondía al presidente. Pero la ruptura ya es insuperable. De hecho, en el plazo de quince días, el presidente pasó de ser el compañero Morales a un diabólico representante de las fuerzas más retrógradas que jamás se arrastraron por Gran Canaria.
El problema es que el tripartito deviene prácticamente irrepetible con los únicos votos de NC y el PSOE. Si las urnas confirman en 2019, con ligeras variaciones, la actual correlación de fuerzas, Antonio Molares tendría muy difícil repetir como presidente. Por eso ha mimado a  Juan Manuel Brito, que una vez expulsado de Podemos –donde pusieron precio a su cabeza desde antes de tomar posesión: cosas de Meri Pita y sus odios sarracenos — quiere convertirse en la franquicia de Sí se Puede en Gran Canaria. Brito trata a Morales como al Papá Pitufo de la izquierda grancanaria y le consulta con piedad filial sus movimientos.
— Con Podemos no se puede ir a ningún lado.
— Está en riesgo la continuidad de un gobierno de izquierda.
— Si puedo voy a  montar  aquí Sí se puede.
–Soy de la misma pitufopinión.
Ahora el Partido Popular – la única oposición real en el Cabildo, porque Bravo de Laguna se limita a elegir chalecos y ofertas políticas  — ha revelado que  una modificación de crédito que figura en el orden del día del próximo pleno está destinada a concederle una subvención directa de 45.000 euros al Grupo de Estudios sobre Movimientos Sociales, una entidad más o menos cabalística entre cuyos fundadores está Juan Manuel Brito, que a su vez figura desde junio como coordinador de actividades (sic). Como bien han recordado los conservadores,  otra asociación liderada por Brito hasta pocos meses antes de ser elegido consejero, Acción en Red Canarias, ha recibido, ya con el flamante heraldo de Sí se Puede como vicepresidente de la corporación, subvenciones de decenas de miles de euros. Pueden dedicar ustedes la tarde para intentar justificar estos comportamientos. No lo conseguirán. Verán, la matriz moral de semejantes indecencias admite reconocer que se trata de comportamientos reprobables, pero que, al fin y al cabo, están justificados por una buena causa. Si lo hacen las derechas (o los corruptos) para sus innobles fines, ¿por qué no hacerlo para procurar el bien, un objetivo que coincide con que sigamos gobernando?
En el libro El Flaco, en el que el escritor argentino José Pablo Feinmann recoge conversaciones con Néstor Kirchner en su etapa presidencial, el líder peronista le cuenta que, para ganar unas elecciones, debe corromper a un intendente del interior del país. “Por suerte podemos convencerlo y no saldrá muy caro pero…¿imaginás lo que pensarían las almas bellas del partido si se enterasen que hacemos esto?” Feinmann asiente, asiente profusamente. Porque no es la izquierda quien habla, sino el poder, y el poder es inapelable y tiene como primer objetivo u autoreproducción. Fruslerías Morales: qué eslogan para las próximas elecciones, qué nombre para una mercería de bisutería ideológica.

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Hermano Rodríguez

Los grancanarios deben sentirse singularmente tranquilos porque el nuevo consejero del Cabildo de Gran Canaria, Miguel Ángel Rodríguez, que entra en sustitución de un Juan Manuel Brito forzado a dimitir por la sañuda persecución de la dirección de Podemos, se ocupará del área de Seguridad y Emergencias. Eso es, al menos, lo que afirman los dirigentes de Podemos, en especial su secretaria de Organización, Concepción Moreno, que se ha apresurado en explicar la redistribución de áreas y cometidos entre sus consejeros. Queda el pequeño detalle de informar al respecto al presidente del Cabildo Insular, Antonio Morales, el señor que firma los decretos de nombramiento, como firma los de destitución. Debe ser la poca costumbre de transitar por instituciones democráticas o el pleno convencimiento de que Morales tragará con absolutamente todo. Ya verán que no pone pegas. La supervivencia del tripartito está por encima de todo. Como si Miguel Montero –el portavoz justiciero — asume todas las áreas y los demás se dedican a recitar las cartas del subcomandante Marcos, debidamente expurgadas por Meri Pita de cualquier alusión crítica a su estilo de liderazgo, en los plenos y comisiones.
Pero conviene no abandonar a Miguel Ángel Rodríguez, que llega al gobierno insular con mucho amor entre pecho y espalda, no ese amor que se derritió como lava ardiendo sobre los sesos de Brito, sino un amor más puro, más reconfortante, más esperanzado. Rodríguez, inmediatamente antes de tomar posesión, asistió durante unos minutos al pleno del Cabildo, y según nos cuenta quedó un poco horrorizado por lo que descubrió. La tensión, a veces perfumada por cierta hostilidad, la tumultuosa disparidad de pareceres, la discusión sin los atributos de la cordialidad y la sonrisa. ¿Por qué las cosas tienen que ser así? ¿Por qué al hermano Antonio se le enciende el rostro, y el hermano Carmelo se enfurruña, se encoge y pierde otros diez centímetros de estatura, y el hermano El Jaber sigue empecinado en difundir la maldad y causar daño destruyendo la entropía de algo tan hermoso como el Universo?  Rodríguez cree en la paz, en el pueblo y, muy probablemente, en los productos ecológicos, las chancletas que venden en los chinos y la sal del Tibet como mejor aditamento en las comidas. Por eso expresó (literalmente) que preferiría dirigir una Consejería de la Felicidad, un ejemplo que debería multiplicarse bajo la tolerante mirada de don Antonio: una Consejería del Buen Rollo, una Consejería de la Sonrisa, una Consejería de los Abrazos, una Consejería del Eructo Contenido, una Consejería de Donde Comen Dos Comen Tres, una Consejería Chachi y Guachi, una Consejería de Todo Va Bien….
Sí, exactamente, esta alma volcada en el servicio público – es funcionario como cualquier persona decente — asumirá al área de Seguridad y Emergencias del Cabildo de Gran Canaria. Sinceramente, ¿qué podría salir mal, hermanos en el Tripartito?

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Qué querrán

Es una anécdota que he escuchado en muchos sitios, yo la oí por primera vez en boca de Gilberto Alemán, que me definió una vez el insularismo como “un delito de lesa patria canaria” o algo así. A principios de los años cincuenta dos chicharreros bajaban en el viejo tranvía a Santa Cruz y en el horizonte se dibujó, nítida, la silueta de la isla de Gran Canaria, y uno de los amigos le dijo al otro: “Carmelo, que clarita se ve hoy Gran Canaria”, y el otro, frunciendo el ceño, declaró: “Sí. Qué querrán”. Si confío en que el insularismo ya no forma parte de la dinámica real de la vida pública de Canarias, y ha quedado reducido a un (peligroso) recurso propagandístico de partidos y líderes, es porque hoy no escucho en el tranvía conversaciones tan ocurrentes como esa, y porque para miles de adolescentes y jóvenes Gran Canaria (o Tenerife) es una prolongación de su propia isla, de sus experiencias y sus expectativas vitales.
El insularismo tienen su explicación histórica, como el cáncer tiene su explicación médica, pero es una patología política sumamente dañina y sus restos incandescentes contribuyen aun a dificultar la construcción de una comunidad unitaria con capacidad para dedicarse enteramente a sus problemas estructurales: su modelo de desarrollo y conexión en un mundo globalizado, ferozmente competitivo y en mutación continua; su declinante productividad y escasa cualificación profesional; su altísimo desempleo, la rampante desigualdad social, su insuficiente (y deficiente) sistema de servicios públicos y la baja calidad de su democracia. “La ideología dominante”, escribió Marx, “es la ideología de la clase dominante”, y este aserto se cumple escrupulosamente con el insularismo, ideología de combate entre las oligarquías tinerfeñas y grancanarias durante más de siglo y medio que terminó contaminando con sus ridículas miasmas hasta a las clases más humildes, especialmente en la isla occidental. El insularismo no deja de ser una manifestación doctrinal (y una estrategia política en su momento) de la tesis del enemigo exterior. Si algo marcha mal – advertía el bloque de poder isleño en uno u otro territorio — la culpa es de los de fuera. Que los de fuera sean zarrapastrosos como yo que viven a cien kilómetros de la costa no tenía apenas importancia. Tenerife impedía el crecimiento de Gran Canaria. Gran Canaria amenazaba el futuro de Tenerife. En un espacio físico y mental tan diminuto – el parterre de nuestra estupidez idiosincrásica – incluso tuvimos ocasión de construir estereotipos. El grancanario era un negociante capaz de vender a su madre al mejor postor y el tinerfeño un gandul presuntuoso con ínfulas de grandeza insoportables que hablaba del Teide como si fuera producto de su esfuerzo personal.
Las élites de las islas centrales no actuaban irracionalmente desde la óptica de sus intereses a corto y medio plazo. Tal y como señala el historiador Antonio Macías “la vía de acceso al capitalismo decimonónico fue la isla, no el Archipiélago; de ahí que las élites insulares rivalizaran por el control de los recursos externos que podían maximizar sus estrategias productivas, y de ahí que no fraguara un movimiento nacionalista potente en este periodo histórico”.  Para la captación de recursos externos devenía imprescindible la capitalidad, y más tarde, la provincia propia, es decir, el control de la administración local, la vía para un diálogo autónomo con Madrid,  una palanca política y burocrática para la presión, la influencia y la innovación, y en eso se volcó el bloque de poder de Gran Canaria, mucho más lúcido, proactivo y ambicioso que el tinerfeño durante la Restauración canovista, y que tuvo además un inteligente paladín en la figura de  Fernando León y Castillo. Después de un breve periodo de distensión  signado por la Ley de Cabildos de 1912 se recrudeció la batalla política y periodística hasta que un decreto de Primo de Rivera vino a crear la provincia de Las Palmas en 1927. Después de la guerra civil, el insularismo quedó congelado durante los casi cuarenta años de dictadura franquista, pero las fiebres pleitistas arreciaron de nuevo en la creación de la Comunidad autonómica. El insularismo redivivo fue el caldo de cultivo de las Agrupaciones Independientes de Canarias y sin duda influyó notablemente en que se eligiera como circunscripción electoral la isla y no la provincia.  El último episodio embadurnado de insularismo fue la reclamación de un nuevo colegio universitario residenciado en Las Palmas de Gran Canaria en 1989.
El insularismo como praxis política no puede prosperar en la Comunidad autonómica: el partido que lo practique tenderá a suicidarse en el plazo de pocas legislaturas.  Pero el insularismo sigue funcionando como mecanismo propagandístico y como método de descalificación política. Cuando Carlos Alonso o Antonio Morales adoptan posturas insularistas están dedicándole carantoñas a su parroquia, sin prejuicio de que lleven encriptadas mensajes a sus socios de coalición, sus superiores jerárquicos o sus propias ambiciones. Alonso lo emplea sobre todo para coagular su liderazgo todavía demasiado líquido y Morales busca a la vez ser el supremo defensor de Gran Canaria y el guardián de las esencias de la izquierda frente a un Gobierno autonómico que, pese a la presencia socialdemócrata, considera básicamente conservador.  Por ese camino, por supuesto, se corren riesgos innecesarios. Alonso puede juguetear con la estabilidad del Ejecutivo regional. Morales y sus compañeros de partida hablar del Cabildo de Gran Canaria como un “contrapoder” frente a las instituciones controladas por “la vieja política reaccionaria y enemiga del cambio”. Pero los cabildos no son instrumentos de contrapoder, sino instituciones de la Comunidad autonómica, y pervertir su naturaleza política y administrativa a favor de un proyecto político concreto supone todo un aldabonazo antidemocrático.
El pleitismo es, en definitiva, un viejo y reconocible fantasma que todavía nos visita cuando arrecia una crisis, fracasa la voluntad de diálogo o se busca fidelizar electoralmente a los tuyos o conseguir titulares martirológicos. El mismo Fernando Clavijo es acusado de insularista porque “enfrenta a las islas menores con las mayores”. Es difícil entender en qué puede beneficiar a Clavijo y a Coalición tan maquiavélico designo dentro o fuera de las urnas.  Todo el que llega al glorioso matadero de la Presidencia del Gobierno sabe que su supervivencia política pasa por la multiplicación infinita y agotadora de equilibrios y los dirigentes de CC son agudamente conscientes de que su debilidad político-electoral en Gran Canaria es el principal problema para la continuidad en el poder del proyecto nacionalista y que esa debilidad no puede ser sustituida por nada. En todo   caso, cada vez que veo a responsables políticos mostrarse como desaforadas víctima del recalcitrante insularismo ajeno siempre pienso lo mismo: “¿Qué querrán?”.

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El perseguidito

Es muy difícil encontrar entre los políticos (sean de izquierdas o de derechas, céntricos, centristas o centrados, de partidos tradicionales o de organizaciones emergentes) una comprensión cabal del papel de los medios de comunicación en una sociedad democrática. Sin periodismo no existe democracia, por supuesto, y sin democracia el periodismo solo puede ser la pálida promesa que se dibuja en la crítica a desperfectos municipales (el único contenido crítico en el ABC de finales de los sesenta, por ejemplo, era la columna de Cándido sobre las obras del ayuntamiento de Madrid). El periodismo no es necesariamente subversivo, pero su misión es contar lo que pasa y eso, a muchísimos responsables políticos, suele molestarles si lo que pasa les pasa por encima o, menos cruentamente, les pisa los callos. Cuando su vanidad o sus juanetes son atropellados por lo que cuenta el periódico, en fin, el dirigente político sabe lo que hacer por instinto: denunciar una crasa conspiración, una manipulación artera, una conjura atroz.  Es una víctima del atropello de comunistas sin entrañas o fascistas que buscan sangre. Es lo que le ha ocurrido a Antonio Morales con una información publicada por LA PROVINCIA, que recogía las críticas empresariales a su gestión como presidente del Cabildo de Gran Canaria. “Los empresarios ven un cabildo parado y en riesgo de perpetuarse en la inacción”, rezaba el titular de la información que provocó una airada réplica de Morales en su página de facebook. “El periódico me trata mal una vez más”, apunta el presidente en una frase muy reveladora.  La función de un periódico no es tratar bien o mal a nadie.  Pero, por supuesto, Morales lo que quiere es que lo traten bien, es decir, cómo se merece. Y como el periódico tiene el atrevimiento de reproducir la opinión de un grupo de empresarios Antonio Morales solo encuentra una explicación: LA PROVINCIA desarrolla una campaña contra él “al servicio de la derecha más intransigente” – él es la izquierda más estupenda, aunque no esté dispuesto a transigir con críticas empresariales ni periodísticas — y para darle “un balón de oxígeno a CC” – como si Fernando Bañolas pudiera hacer otra cosa con un balón que sufrir un infarto.
En realidad no es necesario ser un empresario para detectar la parálisis política que vive el Cabildo de Gran Canaria. Es evidente, como es perfectamente reparable en los tres años que quedan de mandato. El Cabildo grancanario necesita, en primer lugar, reformarse a sí mismo para modernizarse organizativa y técnicamente como órgano de gestión insular. Por supuesto, y como todos sus antecesores, Morales se ha cuidado muy mucho de intentarlo. En vez de ensuciarse las manos con el puerco dinero, puaj, el presidente prefiere crear comisiones y subcomisiones para diseñar un modelo de desarrollo sostenible donde se intercambian tópicos y buenas intenciones con un beatífico ritmo de conversa cafetera, apostólica e interminable. Esa doble tensión – la aversión por el sórdido billetaje y los crasos intereses empresariales y la inclinación irresistible por la cháchara progresista como medalla de buen comportamiento – es la que alimenta el hueco discurso de Morales, que siempre es una defensa del Bien frente al Mal, porque él está, por si no se han enterado, a favor del Bien y en contra del Mal. Y si es necesario se ayuda al bien con alguna medida valiente, como cuando durante su larga etapa de alcalde de Agüimes llegó a establecer una suerte de toque de queda para adolescentes tentados por los demonios del alcohol y la carne (en) fiesta. Este espíritu, cristianón y pobrista, jalonado por una jerga izquierdosa y autosatisfecha, no da para un programa de gobierno. Pero Morales lo intenta, y si es necesario posar de perseguidito, se hace. También en facebook.

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Una cacería personal

Probablemente el nuevo presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales, ha sido muy comedido al señalar que la denuncia por abusos sexuales contra  cabeza de lista de Podemos, Juan Manuel Brito, vicepresidente segundo del flamante gobierno insular, “huele bastante raro”. Aunque el rumor de la denuncia contra Brito circulaba – por lo que parece – entre algunos cargos públicos y dirigentes de Podemos absolutamente nadie movió un dedo hasta que se hizo pública. Según la denuncia Brito cometió abusos sexuales con la hija de una de sus exparejas hace nada menos que quince años. Ahora comentan algunos (dentro y fuera de Podemos) que el conocimiento de esta acción judicial fue lo que llevó a los dirigentes podemistas a apartar a Juan Manuel Brito de la negociación con Nueva Canarias y el PSC-PSOE para formalizar un pacto de gobierno en el Cabildo grancanario. Nada de contaminar los compromisos adquiridos con un asunto potencialmente escandaloso. Sin embargo, causa verdadera extrañeza que Podemos, sin que exista siquiera una imputación judicial, suspenda inmediatamente de militancia a su cabeza de lista, anunciándola en un extraño comunicado en el que subrayan que se trata de un tema “estrictamente privado y que consideramos que debe quedar fuera del debate político”. Si debe quedar fuera del debate político, ¿por qué se le suspende  temporalmente de militancia y el propio partido toma de decisión de pronunciarse sobre el asunto? Simultáneamente a la publicación de la denuncia – hay que repetirlo: se refiere a abusos contra un menor hace quince años – varios compañeros de Brito, así como el propio Antonio Morales, aluden a dos denuncias por malos tratos de la expareja del consejero presentadas en 2005, que fueron automáticamente archivadas sin practicar diligencia alguna, ya que el juez consideró que carecían de cualquier indicio de veracidad.
Quince años son muchos años pero existen personas (de uno y otro sexo) capaces de mantener una supurante cacería personal durante un tiempo virtualmente infinito. Juan Manuel Brito ha sido un ciudadano profunda y honestamente implicado en el activismo político, social y cultural del Archipiélago durante los últimos lustros, desde el movimiento ecologista hasta la Coordinadora Canaria por la Paz, sin olvidar su labor como profesor de Historia en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Que una persona como él – entusiasta, generoso y tan desinteresadamente interesado por su país y sus conciudadanos — pueda verse envuelto en esta asquerosa situación intranquiliza a cualquiera. Una última observación a sus compañeros de Podemos. Si mantienen la suspensión de militancia no será “hasta que demuestre su inocencia” sino hasta que quede probada su culpabilidad. En un Estado de Derecho cualquiera es inocente, precisamente, hasta que los tribunales demuestran lo contrario.

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