Canarias

Una fantasía emocionante

Aparece Greenpeace agitando un informe, como un feriante agita una piruleta en las fiestas del pueblo, y chopotocientos mil interesados se abalanzan sobre la golosina, es decir, sobre el milagroso papel. Greenpeace ha asegurado hace pocos días que dispone de un informe – supuestamente encargado tiempo ha a la Agencia Espacial Alemana — según el cual Canarias podría alcanzar a sustentarse a través de las energías renovables en el plazo de apenas 35  años sin pasar por el muy odioso gas como etapa intermedia.  No crean que es muy difícil acceder a este estudio prodigioso auspiciado por la organización ecologista: lo pueden encontrar ustedes, bajo el enternecedor título Revolución energética para las Islas Canarias en el enlace https://heroesporelclima.org/informacion/revolucion-energetica-para-las-islas-canarias.  Lástima que como dice un admirable amigo mío en el estudio (no llega a los 40 folios) se procede a bailar la yenka entre dos grandes paradigmas creativos: el que dice que el papel aguanta lo que le echen y el que compara a la abuela con una bicicleta. Se hacen sumas supuestamente probatorias, se suponen unas cosas, se olvidan convenientemente otras  y ya tenemos todos los problemas financieros y tecnológicos resueltos para siempre jamás para horror y desesperación de la casta.

Primero están esos cálculos adolescentes sobre los costes del experimento que propone Greenpeace: esos 20.000 millones de inversión (ahora) que supondría un ahorro de 42.000 millones (a partir de 2050) y que no van acompañados de ninguna explicación precisa sobre la estructura de costes y beneficios. Los problemas de un almacenamiento y de una distribución eficiente y eficaz que presentan en la actualidad las centrales fotovoltaicas, eólicas, termosolar y geotérmica no les merecen absolutamente atención, porque serán superados “por tecnologías ya confirmadas y que se implantarán en los próximos años”, tal y como se ha repetido con insistencia en los últimos años. Se supone – no sabe uno muy bien por qué – que los costes de la energía de origen eólico y fotovoltaico bajarán en las décadas que nos quedan hasta el mediar el siglo. Por supuesto, para una feliz electrificación del Archipiélago, independiente del petróleo y del gas, deberán desarrollarse medidas sociales complementarias, tal y como se subraya en la página 33 del documento: obligatoriedad de los automóviles eléctricos, modificación de infraestructuras para privilegiar el transporte público, camiones de hidrógeno para repostar circulando preventivamente por las carreteras, medidas persuasivas para no utilizar vehículos privados (sic) y nuevos criterios de localización de la industria y de la producción de bienes y servicios (sic, también) para que todo el mundo sepa donde debe poner una fábrica de chocolate, una granja avícola o un molino de gofio, no como ahora, que vamos como locos. Y el que quiera gofio que se lo pida a Greenpeace.

A las 48 horas ya estaban organizaciones ecologistas locales y fuerzas políticas como Podemos llorando de emoción, estremecidos de goce, proclamando adhesiones inquebrantables al cucurucho de desatinos, inexactitudes y buenos sentimientos de Greenpeace. No creo que sea una impertinencia demandarle a los podemistas en particular y a la izquierda canaria en general un poco más de comprensión lectora y espíritu crítico.

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El fantasma del pleitismo (1)

Uno de los problemas – o las diversiones – que deberían ocupar en estos tiempo es la obsolescencia de nuestros queridos aparatos conceptuales para entender y narrar la realidad. Creo que sigue siendo epistemológicamente válido definir un concepto como un término dotado de un aval científico. De la ocurrencia a la idea media el mismo espacio insalvable que entre el concepto y el término.  En las islas tenemos déficit de teoría y exceso de terminología. Viejos y degradados aparatos conceptuales procedentes de varias tradiciones y corrientes políticas, sociológicas e ideológicas siguen prestando un servicio cada vez menos útil, menos higiénico, más perezoso. En Canarias, por supuesto, tenemos nuestras propias tradiciones conceptuales, cada vez más apergaminadas, ciertamente, pero en algunos casos todavía persistentes. Quizás la más frecuentada (aun) sea el pleito insular.
Uno de nuestros escasísismos periodistas imprescindibles, Pepe Alemán, ha escrito recientemente un largo artículo en el que reivindica el uso – y hasta cabe sospechar que el abuso – del pleitismo como concepto capaz de definir todavía la realidad de las relaciones de poder en Canarias. Creo que el maestro se equivoca, pero su error ilumina las obsesiones e inercias mentales de otros muchos. Hay querencias difíciles de superar y cuando una explicación ha resultado más o menos válida o provechosa durante décadas cuesta abandonarla. Recientemente se ha publicado el mejor manual de economía canaria que jamás haya visto la luz, Economía de Canarias. Dinámica, estructuras y retos, una obra colectiva coordinada por David Padrón Marrero y José  Ángel Rodríguez Martín, y en sus 700 páginas no se encontrará un argumento técnico, un conjunto estadístico ni un análisis sectorial que justifique hablar de pleitismo como instrumento de combate político-empresarial en el siglo XXI. Y es que no puede haberlo.
El pleitismo solo puede entenderse en los marcos políticos, jurídicos y económicos que se fueron sucediendo en el Archipiélago desde finales del siglo XVIII y que se caracterizaron precisamente por la ausencia o la hipotecada debilidad del poder representativo, por caudillismos políticos o empresariales sustituyendo a una sociedad civil organizada, por unas fuerzas económicas cuyos intereses se limitaban a los nichos de sus territorios insulares. Con la llegada de la democracia parlamentaria, la incorporación a la UE, la puesta en marcha de la comunidad autonómica y el propio desarrollo económico regional el pleitismo ha visto agotados sus espacios de viabilidad. Es ridículo suponer, incluso como ejercicio imaginativo, que cualquier fuerza política, incluida CC, actúe como representante pleitista de una isla sobre otra. Simplemente no sobrevivirían: ni se lo tolerarían sus electores, ni las élites empresariales, ni la aristocracia funcionarial.  Eso no significa que no pueda practicarse el ventajismo puntual, el abuso esquinado, el patrioterismo de campanario. Pero el pleitismo no. El pleitismo es un modelo de acción política que ya agotó su ciclo histórico porque perdió sus raíces sociales y deviene incompatible con la construcción de cualquier país viable, incluso con el simulacro de cualquier país viable.

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El fantasma del pleitismo (y 2)

En ese universo simbólico periclitado que presupone el pleitismo – según leo en Alemán y en otros compañeros grancanarios – Tenerife ha conseguido un control punto menos que perfecto de la administración autonómica y mantiene sojuzgadas al resto de las islas, especialmente, por supuesto, a Gran Canaria. Cuando se señala a Tenerife se habla, en realidad, de la Agrupación Tinerfeña de Independientes, la malvada ATI, que con la máscara de CC sigue al frente de una incesante conspiración política, empresarial, mediática y electoral para mantener su mero y mixto imperio en Canarias, una ATI que continúa imaginándose como un montón de alcaldes y empresarios rentistas que se reúnen todavía en guachinches con paredes de oro y techos de lapislázuli y practican ritos macabros e intercambian licencias e inversiones bajo la dirección del Gran Maestre Manuel Hermoso. Esta tan divertida como manoseada leyenda,  perfectamente adaptable a cualquier pereza mental, llega al extremo de ignorar cómo funciona CC, cuyos liderazgos son básicamente insulares, siendo el del presidente del Gobierno el más mediatizado, participado y delicado y dependiente de todos, siempre a punto de acabar como víctima propiciatoria de una agobiante demanda de equilibrios entre lealtades e intereses partidistas y territoriales. Un presidente del Gobierno – y así ha sido el caso de los cinco jefes de Gobierno coalicioneros – que ni siquiera decide en puridad  el nombre de la gran mayoría de sus consejeros y directores generales. Los designan y envían al Ejecutivo los menceyes insulares y sus respectivas mesnadas.  Mucho más grave que un pleitismo que no existe es que Coalición Canaria haya trasladado a la dinámica de las instituciones públicas sus características o, mejor, sus delirios organizativos, porque siguen sin entender que Canarias quizás deba construirse desde cada isla, pero que la mera suma y conciliación de los intereses entre las islas jamás terminarán de construir una comunidad autónoma viable.
El pleitismo no fue un motor de progreso para Canarias, no estimuló sanas o insanas competencias entre las élites de poder grancanarias y tinerfeñas. El pleitismo constituyó una estrategia política y  una ideología para defender y/o legitimar sus propios intereses. “La ideología dominante es la ideología de la clase dominante”, apuntó el viejo Marx, y tinerfeños y grancanarios de clase media y trabajadora terminaron suscribiendo durante muchos años que el enemigo estaba en la isla de enfrente. Quizás los tinerfeños un poquito más, porque lo hicieron peor. Pero  nuestros problemas más acuciantes no son los vestigios arqueológicos del pleito insular. Los problemas son nuestro mal diseño institucional, las debilidades de nuestro modelo de crecimiento económico, un desempleo estructural destructivo, la pauperización creciente, el tamaño y la productividad de nuestras empresas, el encaje en una gobalización económica imparable e inestable, nuestra mediocridad formativa. Y, por supuesto, unas élites políticas y económicas que se resisten al cambio y siguen apostando por tisanas, parches y tiritas.

 

 

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El fantasma del pleitismo (1)

Uno de los problemas – o las diversiones – que nos ocupan en nuestro tiempo es la obsolescencia de nuestros queridos aparatos conceptuales para entender y narrar la realidad. Creo que sigue siendo epistemológicamente válido definir un concepto como un término dotado de un aval científico.  Pues bien: en los discursos pretendidamente críticos los conceptos se han devaluado en términos más o menos intercambiables. Viejos y degradados aparatos conceptuales procedentes de varias tradiciones y corrientes políticas, sociológicas e ideológicas siguen prestando un servicio cada vez menos útil, menos higiénico, más perezoso. En Canarias, por supuesto, tenemos nuestras propias tradiciones conceptuales, cada vez más apergaminadas, ciertamente, pero en algunos casos todavía persistentes. Quizás la más frecuentada (aun) sea el pleito insular. Uno de nuestros escasísismos periodistas imprescindibles, Pepe Alemán, ha escrito recientemente un largo artículo en el que reivindica el uso – y hasta cabe sospechar que el abuso – del pleitismo como concepto capaz de definir todavía la realidad de las relaciones de poder en Canarias. Creo que el admirable maestro se equivoca, pero su error ilumina las obsesiones e inercias mentales de otros muchos. Hay querencias difíciles de superar y cuando una explicación ha resultado más o menos válida o provechosa durante décadas cuesta abandonarla. Recientemente se ha publicado el mejor manual de economía canaria que jamás haya visto la luz, Economía de Canarias. Dinámica, estructuras y retos, una obra colectiva coordinada por David Padrón Marrero y José  Ángel Rodríguez Martín, y en sus 700 páginas no se encontrará un argumento técnico, un conjunto estadístico ni un análisis sectorial que justifique hablar de pleitismo como instrumento de combate político-empresarial en el siglo XXI. Y es que no puede haberlo.
El pleitismo solo puede entenderse en los marcos políticos, jurídicos y económicos que se fueron sucediendo en el Archipiélago desde finales del siglo XVIII y que se caracterizaron precisamente por la ausencia o la hipotecada debilidad del poder representativo, por caudillismos políticos o empresariales sustituyendo a una sociedad civil organizada, por unas fuerzas económicas cuyos intereses se limitaban a los nichos de sus territorios insulares. Con la llegada de la democracia parlamentaria, la incorporación a la UE, la puesta en marcha de la comunidad autonómica y el propio desarrollo económico regional el pleitismo ha visto agotados sus espacios de viabilidad. Es ridículo suponer, incluso como ejercicio imaginativo, que cualquier fuerza política, incluida CC, actúe como representante pleitista de una isla sobre otra. Simplemente no sobrevivirían: ni se lo tolerarían sus electores, ni las élites empresariales, ni la aristocracia funcionarial.  Eso no significa que no pueda practicarse el ventajismo puntual, el abuso esquinado, el patrioterismo de campanario. Incluso podremos encontrar a algún joven político simulando   un pleitismo  que no puede practicar de veras para ganar titulares. Pero el pleitismo no. El pleitismo es un modelo de acción política que ya agotó su ciclo histórico porque perdió sus raíces sociales y deviene incompatible con la construcción de cualquier país viable, incluso con el simulacro de cualquier país viable.

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Los límites de la transparencia

La transparencia es un elemento indispensable para la operatividad democrática en la sociedad civil, en la gobernabilidad y en la gobernanza (ejercicio melancólico: encontrar un consejero del Gobierno autonómico capaz de distinguir entre gobernabilidad y gobernanza en quince minutos o en quince días). Pero si algo excita el occipucio del común de los mortales hipotecados, cuando no desempleados, es esa zona oscura en la que se desenvuelven los dirigentes políticos a la hora de pactar gobiernos y coaliciones gubernamentales. Los nuevos partidos (y singularmente Podemos) se han afanado en urdir metáforas truculentas para denunciar el reparto del poder en oscuros despachos y reservados de restaurantes postinudos. Algunas plataformas (Unidos se Puede, por ejemplo) se han apresurado en celebrar asambleas para explicarle a la gente lo que están haciendo, lo que quieren hacer y lo que no van a hacer en ningún caso, pero no es ocioso recordar que un vocero bien entrenado puede gestionar una asamblea no organizada interiormente a su antojo. Otros exigen que en toda reunión se planten cámaras de televisión y magnetófonos para registrar hasta los suspiros de los negociadores (se entiende: de los que están negociando con los suyos). No me extrañaría demasiado que terminara sugiriéndose la implantación de sensores en el corazón y el bulbo raquídeo de los participantes para medir algún conato de falsedad, mentira o culposa exageración.

Me temo que la transparencia tiene sus límites. Si una puerta de cristal es demasiado transparente no te servirá para salir al exterior, sino para romperte las narices al tropezar con ella. La transparencia es un medio, no un fin en sí misma, y puede ser prostituida por el habitual procedimiento de la descontextualización, entre otras mendacidades. Se ha acusado a Pablo Iglesias (y a Pedro Sánchez) de no comentar el sospechoso (huuum) contenido de su reciente cena en Madrid. Es una estupidez. Con toda seguridad hablaron de todo, pero resulta sumamente improbable que concretasen nada práctico. Y aunque lo hubieran hecho, ¿preferirían los militantes de Podemos o el PSOE que se descubriera una estrategia política frente al PP en el ayuntamiento de Madrid o en la Generalitat valenciana? ¿De veras que admitiríamos una grabación en vivo y en directo con nuestros jefes en las empresas, con nuestros compañeros en el bar del whisky vespertino, con la dirección de nuestros sindicatos, con nuestros propios hijos? Hay zonas de la verdad de un ser humano, una organización política o un orfeón que solo puede sobrevivir en la sombra. Una cosa es exigir con la mayor claridad los compromisos de un acuerdo programático para dirigir una corporación y otra muy distinta transmitir on line una negociación política que, por su propia naturaleza, está trufada de dudas, trampas, anfibologías, mezquindades, oportunismos, acusaciones, argumentos torticeros, tiras y aflojas donde nadie puede resplandecer como heraldo de la bondad universal. Personalmente imaginarme las peroratas de José Miguel Ruano o los juramentos ensanguinados de Julio Cruz televisados en directo me produce un pavor incontrolable. No, presenten ustedes su puñetero programa de gobierno y luego ya veremos, es decir, ya los padeceremos.

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