capitalismo

Nos están echando

Claro que Emmanuel Macron no es Marine Le Pen ni viceversa. Y por supuesto que hay que pedir (y explicar) el voto al primero para frenar a una extrema derecha que pretende haberse normalizado como partido pero que plantea la destrucción de la República y su sustitución por una suerte de Vichy revisitado. También es cierto que en las democracias liberales la elección suele dirigirse a excluir el mal mayor. Y aún así una democracia agusanada por los escándalos de corrupción que presenta como horizonte más plausible impedir el desembarco en la Jefatura del Estado a una fuerza autoritaria, populista y xenófoba no parece ya no excitante, sino simplemente viable a largo plazo. Más del 70% de los votantes franceses han evitado depositar su confianza en socialistas y gaullistas, los dos grandes partidos de la República desde los años setenta, y el más votado es un ex ministro que casi improvisó una plataforma política en pocos meses. El sistema político francés está mutando a toda velocidad y uno de los motores del cambio es la atracción fatal de toda la derecha  — y una parte no desdeñable de la izquierda – por lepenizarse moderadamente. Lo suficiente para no perder totalmente su atractivo electoral.
Entre las docenas de libros y panfletos que intentan una interpretación verosímil y útil de lo que ocurre está el último libro de un periodista inglés, David Goodhart, El camino a algún lugar,  donde encuentra la matriz del populismo triunfante en la dicotomía – y enfrentamiento — entre los cosmopolitas –las élites políticas y culturales que se encuentran cómodas o se adaptan tanto a nuevos espacios físicos y mentales como al proceso de globalización económica – y los somewhere, aquellos que son de algún lugar, aquellos que se identifican con las culturas, usos y costumbres de comunidades (la región, la ciudad, el barrio) que se sienten amenazadas en su integridad ( en la conservación de sus trabajaos y sus valores morales) por la inmigración y la degradación económica de su entorno. El populismo consiste básicamente – según Goodhart, que no es precisamente muy original – en un discurso político que le trasmiten a los somewhere que, contra los defensores de lo políticamente correcto,  ellos tienen razón, tienen toda la razón en indignarse, en asquearse, en rechazar con toda su alma a los que contaminan y pretenden destruir su comunidad de creencias, costumbres y valores, y que se les devolverá el poder sobre sus propias vidas, por ejemplo, rebajándoles sus impuestos para dejar en sus bolsillos cincuenta dólares más cada año.
Sí, esa es la estratagema de los movimientos populistas conservadores, los que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca, los que propagaron y consiguieron la victoria del Brexit, los que han convertido al Frente Nacional es una fuerza política potente y votada por millones de obreros, pequeños comerciantes y desempleados. Una mezcolanza ideológica entre las preces del neoconservadurismo moral y las milagrosas virtudes de la desregularización económica y la privatización de cualquier servicio público. Pero la tesis de Goodhart solo explica un modelo de gestión y propaganda electoral que intenta aprovechar una situación y crear enemigos exteriores para ganar elecciones y legitimar praxis políticas racistas, discriminadoras, excluyentes. Porque la crisis de las democracias representativas hunde sus raíces en su incapacidad para impulsar reformas políticas, jurídicas y sociales que respeten e impulsen los derechos y libertades de los sujetos y el bienestar de las poblaciones. Unas democracias sin ciudadanos y sin potencia transformadora que se resigna a una relación ancilar con los poderes financieros y económicos transnacionales. Robert Dahl explicó como sin desarrollo capitalista no prospera una democracia liberal y parlamentaria pero que a la vez las exigencias de crecimiento, transformación y dominio del capital condicionan fuertemente los límites emancipadores de las democracias liberales. Unas democracias parlamentarias cada vez más débiles, más prostituidas, más inverosímiles. El ideal democrático – asentado en los valores ilustrados y en la aspiración a la libertad y la justicia — era, precisamente,  nuestro somewhere político. Y nos están echando.

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La deuda infinita

Es curioso, pero se sigue uno encontrando a analistas y opinadores que te cuentan que si las cosas no acaban de enderezarse – e incluso si se avizora otra armagedón financiero en lontananza – es porque la economía ya no se ocupa de asuntos reales, sino que viene a ser – si los he entendido bien – una suerte de ficción mentirosa y maligna que lo ha pervertido todo. La economía financiera habría sustituido a lo que llaman “economía real”,  una curiosa expresión que, realmente, nadie puede precisar qué significa. Ah, esos viejos y buenos tiempos del feliz trueque, en la que cambiabas una cabra por media docena de sacos de semillas, una economía sin trampa ni cartón. Distinguir entre una economía “financiera” de una economía “real” es como distinguir entre el mal y el bien: una actitud más cercana a la teología que a las ciencias sociales. Entre otras cosas porque sin la financiarización de la economía – la abundancia de créditos, el crepitante mercado de bonos, las titularizaciones – el sistema capitalista habría descarrilado hace tiempo. Como ha retratado espléndidamente Yanis Varoufakis (El minotauro global)  Estados Unidos ha vivido durante cerca de cuarenta años gracias a los capitales procedentes del exterior: desde principios de los setenta su sector público consumió una media de un 50% más de lo recaudado tributariamente. El dólar como divisa de reserva y la compra masiva de la deuda estadounidense por su propia banca facilitaron además que la Reserva Federal se aviniera a facilitar préstamos prácticamente sin interés alguno. Y así llevan desde Nixon. Viviendo a crédito. Comprando ingentes cantidades de cachivaches y tecnología a Europa, Japón y China, que a su vez invertían en Wall Street en un círculo que giraba a una velocidad cada vez más disparatada.

En el otoño de 2008 este esquema se comenzó a resquebrajar con unos costes financieros terribles y a un precio social sangrante para las clases medias y trabajadoras de Estados Unidos y Europa. Todos los artilugios contables y productos financieros, multiplicados  y recalentados por la voracidad ilimitada de una oligarquía criminógena y una necesidad estructural de mantener los déficits abiertos y operativos, simplemente reventaron. Estados Unidos sigue viviendo del crédito, pero ya no compra como antes en Europa, en Japón ni en China. Gracias a este particular sistema financiero todos estamos endeudados con todos hasta los calcetines, una deuda chiflada que no deja de crecer, y por eso basta con cualquier chisme – caída del PIB chino, estancamiento de compras de vivienda en Estados Unidos, insolvencias europeas – para que estalle y se propague bursátilmente un pánico irresistible. Nosotros, en la diminuta Canarias, apenas somos víctimas propiciatorias, pero eso sí, nada de verdaderas políticas económicas anticíclicas en los últimos veinte años y nada de reformas políticas, administrativas, económicas, educativas y organizativas, que eso da mucho miedito a nuestros felices rentistas de la mengüante sopa boba que se sirve en el mundo político y en el mundo empresarial para siempre jamás amén.

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Irracionalidad

Escuchar a un señor como Luis de Guindos quejarse amargamente por la irracionalidad de los mercados es divertido. Si la prima de riesgo sigue escalando no sería imposible que Guindos y Montoro, disfrazados de Marx y Engels, subieran a la tribuna de oradores para denunciar el rostro consustancialmente inmoral del capitalismo. Son cosas que ocurre cuando uno busca a la desesperada exonerarse de cualquier responsabilidad: antes de admitir que el Gobierno lo ha hecho patéticamente mal, culpemos al sistema capitalista y a sus fiebres tifoideas. Ah, esos malditos especuladores. En realidad la partida está prácticamente perdida. Hay distintas formas de perder y lo que ha conseguido el Ejecutivo de Mariano Rajoy es perder miserablemente: tal y como analiza Felipe González – resulta angustioso comparar la lucidez, capacidad interpretativa y conocimiento de la UE que median entre el expresidente y este tartajoso registrador de la propiedad — la política económica y fiscal española ya se encuentra intervenida de facto a cambio, apenas, de 30.000 millones de euros.

La clave de las claves – según subraya González – reside en la pérdida de la autonomía de los centros de decisión políticos frente a las exigencias de un capitalismo financiero globalizado. Y la gente lo nota. Vaya que si lo nota. En el creciente desencuentro entre los poderes públicos y la llamada clase política con los ciudadanos, ciudadanos que ya apenas pueden llamarse así, está una emergente deslegitimación democrática de las instituciones y sus responsables. En el tránsito de esta recesión, y admitiendo los diversos escenarios nacionales de la misma, las élites políticas españolas y europeas, por cobardía, por ignorancia, por un cortoplacista instinto de supervivencia o por su corrupción moral,  se han lanzado a mantener los requisitos de funcionamiento del capital y sus intereses a costa del euro, del proyecto de unidad europea, acaso de los mismos principios democráticos. Finalmente tal proyecto les importa un higo pico y si sucumbe una España en bancarrota yo seguiré a las órdenes del capitalismo financiero. Nada de refundar (para conservar) el pacto entre poder político y desarrollo capitalista que se instituyó después de la Segunda Guerra Mundial. Al contrario: los recortes y rescates y préstamos, concedidos a un terrible precio (cierre de negocios, desempleo, desprotección social) confirman y fortalecen el estatuto privilegiado – política, legislativa, fiscal y normativamente – del capitalismo financiero. En último término, ese 0,5% del PIB como déficit fiscal con el que se soñaba en Maastricht bloquea sistemáticamente cualquier redistribución de los recursos a través del Estado de Bienestar.

Luís de Guindos ha reparado en la irracionalidad de los mercados de capital. Ya es un premarxista. Cuando comprenda la racionalidad interna de los mismos podrá leerse El Capital; seguro que antes de terminarlo encontrará curro en Goldman Sachs.

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El New Deal de la utopía neoliberal

Caramba, qué cosas. Eduardo Serra pidiendo elecciones. Para ser más precisos planteando una disyuntiva al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero: o más reformas, oiga, o convoque elecciones. Por supuesto, uno entiende que cualquier ciudadano de este país tiene derecho a pedir que se convoquen elecciones. Pero, Serra. Viene aquí, a Canarias, para presentar un informe, Transforma España, elaborado por la fundación que preside, Everis. He leído el informe: una colección de recetas neoliberales, precisamente las que en parte se están aplicando, expuestas en un lenguaje entre semiempresarial y semipublicitario (oh, la marca España). Serra y sus santos patrones (bancos, grandes cajas de ahorro, conglomerados empresariales españoles) llaman reformas. Y lo son: reformas contrarreformistas: introducir el copago en el sistema sanitario público, es decir, pagar dos veces, aumentar la edad de jubilación si es posible hasta que la biología ayude significativamente a las cuentas de la Seguridad Social, bajar los impuestos, mercantilizar más desaforadamente la investigación universitaria, anular plazas funcionariales, abrogar los convenios colectivos, ligar los salarios a la productividad, pero no demasiado, no sea que por despedir trabajadores y aumentar la producción, a los que se salven del holocausto haya que pagarles mucho más. Por supuesto, se trata de un apresurado y, sin duda, injusto resumen, que ustedes no verán reflejado en el informe en términos tan groseros, pero bajo los afeites cosméticos de un lenguaje edulcoradamente tecnocrático, lo que se aboceta como objetivo en el informe Transforma España es una hermosa utopía neoliberal al que España deberá acceder tras superar viejos prejuicios y convenciones insostenibles, que se identifican astutamente con el pasado: algo así como establecer una línea de continuidad entre los legañosos covachuelistas de Felipe II y los voraces y superfluos funcionarios del Estado de las Autonomías. La modernización de España se confunde, en la utopía neoliberal ya en construcción, con la modernización de Europa siguiendo un modelo de productividad, relaciones laborales y servicios sociales que reclama inspirarse, nunca demasiado explícitamente, en los Estados Unidos, pero que realmente cabría denominar, en expresión del sociólogo Ulrich Beck, como una brasileñización de las estructuras económico-laborales europeas. En el centro conceptual del nuevo terreno de juego, una economía política de la inseguridad, en la que cuanto más se desrrergularizan y flexibilizan las relaciones laborales, más se acentúa la precarización de los puestos de trabajo, el hundimiento del Estado de Bienestar y los servicios públicos, el empobrecimiento de la vejez, la propia crisis financiera y fiscal de las administraciones públicas, entendidas como enemigas per se de las fuerzas del desarrollo económico, y la indefensión de los ciudadanos, entre los cuales, no más de un 50% dispondrán de un puesto de trabajo estable.
Este es el único paraíso viable según el señor Serra y sus socios, que afirman testarudamente hablar en nombre de la sociedad civil. O, al menos, desde la sociedad civil. Está a punto de triunfar – y el informe de Everis es un síntoma — el New Deal del neoliberalismo en el escenario de un capitalismo triunfalmente globalizado al que molestan las convenciones democráticas y democratistas de los Estados, a los que hace tambalear y somete si es necesario a través de la tortura de la deuda pública y privada que él propio sistema financiero internacional estimuló como exigencia ineludible de su extensión y fortalecimiento. Pero este nuevo trato se realiza entre las élites del capitalismo español y el sistema del capitalismo globalizado y excluye, precisamente, cualquier consenso social de carácter democrático. No creo que sea exagerado decir que están ganando y que, probablemente, suyo sea todo el futuro del poder y la gloria. Las estructuras de poder político y las estructuras jurídicas de los agentes estatales están siendo desactivadas y resintonizadas por los intereses del capitalismo financiero globalizado y sus fuerzas y rostros en cada ámbito nacional. Sinceramente, ¿es exagerado hablar de una democracia secuestrada en una situación como la que se vislumbra en un futuro muy próximo? ¿De un sistema democrático reducido a una estrategia de legitimación, a una complaciente caricatura de sí mismo, a una gárrula agencia de publicidad, sin ninguna oportunidad para que sirva de placenta a alternativas reales y cuya principal labor es construir consensos políticos y simbólicos que paralicen y amuermen cualquier iniciativa de cambio? En realidad este asalto a la razón democrática se ha visto facilitado por un sistema de partidos oligarquizados, por patologías de corrupción política cada vez más amplias, por la patrimonialización de lo público, por el desprecio sistemático de los representantes hacia sus representados, por la rendición de la autonomía de la acción política frente a otros poderes en el exterior de las instituciones representativas.
Pero no es suficiente con eso. También se opta por usurpar el nombre de la sociedad civil. Es que lo quieren todo, absolutamente todo, y si los dejan, y a ver quien no los va a dejar, un poquito más. Así que además de ejercer ferozmente su magnífica, impagable hipoteca sobre los sistemas y subsistemas de la democracia representativa, sobre los agónicos poderes públicos estatales, también se arrogan el derecho de representación de la sociedad civil, esa sociedad civil que, precisamente, se pretende desarticular y reorganizar para ponerla a silenciosa disposición del New Deal neoliberal. Es grotesco contemplar a las élites financieras y empresariales españolas constituirse, a través de una fundación de elevado presupuesto, como representantes de una sociedad civil cuya narcolepsia es imprescindible para la plena e incondicional inserción del país en las nuevas condiciones draconianas del capitalismo global y su inamovible lógica interna. La sociedad civil no cabe en el IBEX 35. La sociedad civil son las universidades, las asociaciones de vecinos, los colegios profesionales, las entidades culturales, deportivas o recreativas, las organizaciones no gubernamentales, los sindicatos grandes y pequeños, no los individuos que han tenido cargos ministeriales con la UCD, el PSOE y el Partido Popular, ni los think tanks que nunca, pero nunca, se los aseguro ustedes, trabajan gratis. Ni económica ni ideológicamente.

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Tenga la vergüenza de escribir esas cosas en su casa

Habría que exigirle al Gobierno autonómico…Me detuve en la frase. No porque no supiera qué exigirle al Gobierno autonómico, sino porque había demasiado entre lo que elegir inútilmente… Entonces levanté los ojos de la pantalla y encontré frente a mi mesa a una mujer morena que me observaba con burlona curiosidad. Me sostuvo la mirada sin mayores dificultades durante varios segundos y después afirmo mientras simulaba preguntarme:
–Usted es González Jerez.
Generalmente respondo a esto que no, que es un primo segundo mío afectado desde chico por un problema neurológico, pero estaba cansado y dije que sí. La mujer se sentó y antes de encender un cigarrillo preguntó de nuevo:
–¿Me permite que me siente? Bien. Veo que está escribiendo un artículo. Aquí. En esta terraza. En esa ridícula tableta supermoderna y tal. ¿Pretende ser una versión tecnológicamente vanguardista de César González Ruano? ¿No sabe que para compararse con González Ruano no está usted lo suficientemente gordo y calvorota? ¿No puede escribir en su casa?
— Si no le importa…
— A ver que pone… “Hay que exigirle al Gobierno autonómico”… Pero qué bajo ha caído usted… Como si exigirle al Gobierno nada en una columna tuviera alguna utilidad…
— Las columnas son tan inútiles como las églogas o los sonetos…
–Usted transpira culturalismo ortopédico…Un letraherido como decía mi madre…
–¿Le decía eso su madre? A veces, sobre todo como lector, es difícil sobrevivir a una madre… Mire, señorita…
— ¿Señorita? Eso es una forma condescendiente de machismo…
— Bueno. ¿Cómo prefiere que la llame?
— Me llamo Encarna.
— Como su madre.
–Pues sí. ¿Algún inconveniente?
–Me imagino que plantearle inconvenientes sería tan inútil como exigirle nada al Gobierno.
— El Gobierno no es más que una abstracción. Toda este gaita de la crisis económica, de los mercados internacionales y los rescates bancarios lo que viene a demostrar es lo de siempre: los gobiernos, en lo sistemas capitalistas, operan como los consejos de administración de la burguesía…
–Admirable. Sobre todo admirable memoria lectora…
–Usted ha perdido la memoria de lo que son o no son las cosas y, sobre todo, de lo que pueden ser. Ha perdido cualquier rabia. En realidad nunca la tuvo…
— Eso se lo concedo.
–Por eso ha elegido la ironía. La ironía es paralizante. La ironía es la opción retráctil del que no toma ninguna opción.
— ¿Y cuál es su opción?
–Cualquiera que no me conduzca a escribir columnas como si fueran églogas…
–¿Pero usted escribe? ¿Es periodista?
–Son preguntas contradictorias. Aquí los periodistas no escriben. Juntan letras y se vengan diariamente de algo terrible que les debió hacer la sintaxis cuando pequeños.
–Usted, por supuesto, no sabrá definirme aquí y ahora la burguesía como categoría social…
–Voy a pedirme un café, no a hacerle un tratado de sociología… Un café con hielo, por favor… La verdad es que no sé porque pierde usted el tiempo con sus columnistas…
— No pierdo el tiempo, paso el rato…
— ¿No iría usted a escribir sobre las elecciones, no?
— Pues más o menos.
— ¿Ve usted? Al escribir sobre cosas que, en el fondo, carecen de importancia, de verdadera importancia política y económica, usted pone un granito de arena en la legitimación de este sistema podrido. En realidad usted forma parte, con todas sus irritaciones y sus murrias, de este podrido sistema…
— No será usted de Socialistas por Tenerife…
Encarna se puso realmente encarnada.
–¿Usted por quien me toma? Los de SXT son un grupito de gente que pierde una batalla interna en un partido y se van corriendo a fundar otro para que se note que son los buenos. Ahora descubren que el PSOE es socioliberalismo en el mejor de los casos. Que Dios les conserve la vista…
— ¿Izquierda Unida?
–No fastidies. No han firmado un acuerdo electoral con ese embaucador, Román Rodríguez, porque no les han dejado en el resto de Canarias. Con Román y con el PIL. ¿Sabe por qué Ramón Trujillo firma el acuerdo con SXT y estaba dispuesto a firmar con Román? Pues ni siquiera para ganar. Lo hizo para saber que existe. Para palparse la ropa y poder murmurar: “Estoy aquí, estoy aquí, estoy aquí…”
–Se van a dar una hostia de consideración.
–Bah, están acostumbrados. Y el responsable del hostión será cualquiera, menos ellos: la normativa electoral, el resto de IUC, los medios de comunicación, los que no se sumaron a la alianza por pura miopía política, desde luego. Cualquiera, menos ellos. Un día solo quedará un militante de Izquierda Unida en Tenerife y donará su cuerpo al Museo Arqueológico y así, por fin, podrán socializar algo…
— Es usted brutal…
— Es que insiste en presentarme como de izquierdas partidos que no son de izquierda. Incluso haciendo abstracción de los pintorescos y habituales fulanismos, son partidos reformistas, muy tenuamente reformistas, no lo que necesita Canarias.
— ¿Y qué necesita Canarias?
— Es obvio, aunque le asuste: una revolución.
— Caramba.
— Sí, una revolución, aunque se le antoje una barbaridad. ¿Ha visto lo que ha hecho la gente en Islandia? Pues eso.
— ¿Qué ha hecho la gente en Islandia?
— Borrón y cuenta nueva. Nueva Constitución. Nuevos partidos. Anulación de los abusos bancarios. Los bancos, nacionalizados, y un banco malo para meter todos los activos bichados. Procesos judiciales abiertos a los verdaderos responsables de la crisis y el empobrecimiento. Ya está.
— Es un resumen un poco apresurado. Habría que verlo…
— Parece usted Paulino Rivero…
— Mujer…
— Usted siempre lo llama “el presidente Rivero”…
— Es que resulta que es el presidente…
–“Vamos a ver si lo vemos”. Muy canario. Casi diría muy nacionalista burgués. En realidad es un lenguaje donde los trillizos se encuentran muy bien instalados…
— Ah, los trillizos. La Trilateral de CC, PP y PSOE.
— Ríase, ríase usted, pero no se olvide de los seis o siete nombres de los que siempre están en todo e intercambian sillas en la Cámara de Comercio y la CEOE…
— No vendrá usted de la Plataforma contra el PGO…
— Pues no. Otro nido de reformistas vocingleros… Aunque le reconozco que Felipe Campos…
–¿Felipe Campos? ¿Qué?
–Es un tipo atractivo…
— ¿Cómo?
— Sí, me cuesta reconocerlo, pero sí… A usted, por supuesto, se le antojará risible…
— A mi no se me antoja nada…
— Es que así…Tan fiero siempre… Tan indignado y dolorido… Hum…¿No le recuerda a Paul Newman?
— Sea por Dios…
–Como a todos los ateos no se le cae Dios de la boca…Pues a mí me parece que sí…Un Paul Newman con tuberculosis al que no le funciona bien la ducha, pero sí…Me tengo que ir… No puedo estar de cháchara con usted todo el día…
Se levantó, en efecto, y dejó un reluciente euro sobre la mesa. Se detuvo un momento y me dirigió otra mirada burlona:
— Se lo digo, sobre todo, como vecina: tenga por lo menos la vergüenza de escribir esas cosas en su casa…

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