Clavijo

Fernando Clavijo o la virtud recipendiaria

Quizás los que susurran — con un fisco de espíritu pelotero — que Fernando Clavijo disfruta de baraka exageran ligeramente. Quizás el encantamiento presidencial se acerca más a lo que un crítico literario inglés llamó una virtud recipendiaria: aquella que se recibe, para rentabilizala con astucia, de la estupidez, la incapacidad o la torpeza de los demás. Coalición Canaria obtuvo la mayoría de escaños en las elecciones de 2015, pero también su cifra más modesta de votos en los últimos veinte años. Y aun así gobierna en solitario después de un frustrado pacto con los socialistas y resulta muy probable que puedan seguir en esa relativamente privilegiada situación durante los próximos dos años. Una de las razones que explican esta bicoca es el solitario pero muy valioso voto de Ana Oramas en el Congreso de los Diputados. Pero la otra, que interactúa con la primera, es casi igual de importante: los otros dos grandes partidos de Canarias han atravesado una prolongada crisis de dirección y orientación estratégica (caso del PSOE) o no han encontrado un líder potente ni han ganado un ápice de autonomía respecto a Madrid (el Partido Popular). Los socialistas no han querido (o sabido) mantenerse en el Gobierno autonómico; los conservadores han fracasado a la hora de entrar, y como consecuencia, la figura  presidencial de Clavijo,  al que sostiene menos de un tercio de los diputados, se ha fortalecido, y Coalición ha recuperado en parte la centralidad en el espacio político canario. Si Asier Antona no ha querido pisar los salones de la Confederación Canaria de Empresarios, porque solo ve a amigos y ompadres de Soria,  Clavijo ha conseguido que las grandes fortunas e inversores grancanarios simpaticen con los coalicioneros cuando siempre apoyaron al PP. Si Patricia Hernández se podemiza el presidente del Gobierno extrema su centrismo y su amor por la Constitución y el (reformado) Estatuto de Autonomía. Clavijo no tiene en CC un partido precisamente fuerte, cohesionado  y con profundas raíces en la sociedad civil. Pero tiene el poder. El poder, sorprendente fenómeno que puede conseguir tanto transformar la realidad –a veces– como aparentarla –casi siempre.

Un pacifista para la guerra

Madrid se gastó un dineral en llamadas telefónicas. Desde hace quince días el mismo Pedro Sánchez hizo muchas para repetir siempre lo mismo: Víctor Torres era su candidato, el candidato del cambio, el candidato que sintonizaba con el nuevo PSOE. Y recuerden, compañeras y compañeros, por quién apostaron los otros dos candidatos: por Susana Díaz, por el bucle aparatista del susanismo, por la continuidad mortecina y mediocre de los que solo buscan sobrevivir. La campaña ha ofrecido un espectáculo curioso: el candidato defendido por Pedro Sánchez, el  autor del giro izquierdista del PSOE, el candidato Víctor Torres, secretario general de los socialistas grancanarios, esbozaba un programa firme pero en tono moderado y conciliador. Los candidatos que en su día avalaron a Susana Díaz, en cambio, se lanzaron a un izquierdismo exasperado.  Juan Fernando López Aguilar superó su tradicional cantinflismo apocalíptico  y en un mitin explicó con un alarido lo que estaba dispuesto a decirle a un dirigente de CC si le pedía que moderase a un cargo público socialista: “Le voy a decir ¡jódete, jódete, jódeeteeeeeeeee…!” No está mal para tener un doctorado por la Universidad de Bolonia.
Patricia Hernández y sus voceros explicaban didácticamente que durante su periodo en el Gobierno de Canarias  descendió el número de parados, se acortaron las listas de espera, se agilizaron los expedientes de dependencia, los niños estaban más sonrosados, el aire era más puro y transparente, los isleños comenzaban a encontrar, en fin, un sentido a sus hasta entonces apesadumbradas vidas. Fernando Clavijo no podía soportar tanta esperanza y por eso se la cargó. Hernández repitió varias veces que jamás volvería a pactar con Clavijo, un peligro que no parece correr a corto ni a largo plazo. El patricismo deviene una ilusión adolescente que te cuenta que no es necesaria preparación intelectual, esfuerzo vital, visión de conjunto y una cultura general que te permita saber que, en una conversación sobre patrimonio histórico, un BIC no es un bolígrafo, sino un Bien de Interés Cultural. Luego te haces mayor –siempre ocurre de repente, por ejemplo, cuando se pierde unas primarias – y lloras amargamente sobre tus descoloridas piruletas.
Hernández y López Aguilar no eran verosímiles. La primera no abandonó el Ejecutivo por cuestiones principistas como intenta enmascarar su relato: fue destituida junto a sus tres consejeros. El segundo llegó a Canarias en 2007 como obligado candidato presidencial, no consiguió gobernar y sin embargo exigió el bastón de mando de la Secretario General. No impulsó una sola reforma programática ni organizativa en su breve reinado y abandonó estas ínsulas baratarias en cuanto pudo, para dolorida sorpresa de los que confiaron en su ambición, en su facundia, en su brillantez intelectual. Se presentó a las primarias para intentar sobrevivir encaramándose sobre una baronía territorial. No le creyeron. No le creerán nunca más.
Víctor Torres representa una gestión meditada para ejercer una oposición sin tregua ni personalismos, mantener los acuerdos de izquierda en Gran Canaria e intentar trasladarlos a otras islas y, sobre todo, al Gobierno autonómico en 2019. Lo que es la praxis sanchista en otras comunidades y territorios. Se le ha advertido y ha aceptado que bien pudiera no ser el candidato presidencial: Héctor Gómez sigue siendo el hijo bienamado en Ferraz. Eso es el futuro: lo importante es la reconstrucción del partido y la organización de equipos de trabajo. Resucitar la organización, en especial en Gran Canaria. En un libro donde recogió varios cuentos, allá por los años noventa, el doctor Torres, filólogo y escritor de madrugadas, colocó una cita de Mahoma: “Está escrito que combatiréis y, sin embargo, tenéis horror a la guerra”. Es exactamente lo que le espera al frente del PSC-PSOE

Un liderazgo de rapadura

Algunos relevantes cargos públicos del PP comienzan a despertar de la breve y triunfal siesta antónica para reparar en que se ha concedido carta de naturaleza a un liderazgo que no existe. Porque Asier Antona, simplemente, pasaba por ahí. El sintagma pasaba por ahí suele constituir la explicación más evidente en el campo de la política canaria y española. Desde 1999 todos los secretarios generales del PP de Canarias fueron floreros más o menos decorativos en las estancias palaciegas de José Manuel Soria, cuya despiadada férula era indiscutible. Si el ex ministro de Industria y Energía  no hubiera caído en desgracia – tropezando él solito en sus mentiras, arrogancias y pringues – y dimitido en abril de 2016 Antona, muy probablemente, hubiera sido una fugaz anécdota en la crónica de los conservadores canarios o habría regresado a La Palma para reventar devorando marquesotes. Soria utilizaba a los secretarios generales para labores de intendencia y mensajería y luego los apiolaba sin conmiseración, para que a nadie se le ocurriera que pudiera plantearse un hipotético delfinato.
Antona maniobró velozmente para embutirse, como una ansiosa salchicha parrillera, en la Presidencia del PP. En principio su dirección era provisional, por supuesto, aunque se enredó, según su costumbre, emitiendo algún  comunicado confuso que supuraba una indisimulable ansiedad por la corona. En su vocación de despiojar concienzudamente de cualquier liderazgo al PP de Canarias Soria había sido muy eficaz y esa avitaminosis carismática le vino estupendamente a Asier Antona. Si no existían líderes de altura regional sustentados en amplias mayorías electorales, la mejor opción para la estabilidad de la organización se apotaba en la sucesión jerárquica. Antona vendió muy bien frente a Génova que por su juventud y su virtuosa lejanía de élites empresariales y financieras podía venderse estupendamente – aunque sin grandes alharacas– como parte de un proceso de renovación del PP canario: una renovación que, por supuesto, no cambiaría absolutamente nada. Antona dispuso de cerca de un año para pactar con el PP de Gran Canaria – y sellar una alianza con María Australia Navarro – y consolidar sus relaciones con la dirección nacional. No tuvo dificultades, el pasado marzo, para derrotar en las primeras elecciones primarias del PP a Cristina Tavío. El siguiente paso consistía en entrar en el Gobierno de Canarias. La ruptura del pacto entre CC y PSC-PSOE pocos meses antes parecía ponérselo en bandeja. Sorprendentemente lo primero que dijo Antona a finales de abril es que el PP no tenía ninguna prisa. Cada vez que un periodista le preguntaba al respeto le recordaba que él, como presidente del PP de La Palma, había bendecido acuerdos entre socialistas y conservadores en el cabildo insular y en varios ayuntamientos. Y sonreía con la maliciosa sonrisa de un gato capaz de deglutir cualquier ratón.
La mayoría de CC – sin excluir al presidente del Gobierno autonómico, Fernando Clavijo – estaba más o menos resignada a un acuerdo con el PP. Las líneas rojas: el PP tendría la Vicepresidencia y tres consejerías; el PP no utilizaría la negociación para sembrar discordias y tensiones en el seno de CC; el PP aceptaría que los acuerdos fueran ratificados por su dirección nacional, con rúbrica de Mariano Rajoy o María Dolores de Cospedal incluida. Antona terminó por atravesar todos los límites y lo hizo por puro tacticismo cuellicorto. Después de aceptar tres consejerías, pidió cuatro; después de definir las áreas que asumiría el PP, cambio de criterio y demandó, entre otras cosas, la Consejería de Agricultura y Pesca, para ver si los herreños de AHI se largaban furibundos y el grupo parlamentario de CC perdía dos diputados. A lo largo de la negociación amenazó nada veladamente con mociones de censura  –imposibles – y con abandonar la mesa y con cortar abruptamente las conversaciones. Todo fue muy asombroso, porque Antona actuó como el líder que no es al frente de un partido que no existe. Ambas cosas, fuerte liderazgo y partido renovado que decidía en Canarias y solo en Canarias su política de pactos, eran fantasías autopropagandísticas que se terminó creyendo, y al final se lanzó a una carrera alocada para tapar sus propias torpezas e ingenuidades. Clavijo le decía telefónicamente –el pasado fin de semana — que veía la situación muy difícil: Antona llamaba a los medios y proclamaba un ultimátum. Clavijo se reunía con Cospedal en una visita oficial de la ministra de Defensa en Canarias: María Australia Navarro declaraba rota las negociaciones. Por supuesto, todo acabó cuando los presidentes Rajoy y Clavijo se reunieron y el primero le aseguró al segundo que el PP canario no obstaculizaría la acción política de CC, aunque no esxistiera amor ni mucho menos frenesí. Asier Antona, por supuesto, seguirá siendo el presidente del PP de Canarias. Pero si se acerca lo suficiente al espejo descubrirá que ya no es Asier Antona, sino un zombi capaz de comerse su propio cerebro si no lo hubiera hecho ya.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

El catastrofismo interminable

Es rara la semana en la que en alguna o varias de las islas  simultáneamente no se celebren reuniones entre partidos políticos (no únicamente Podemos), organizaciones ecologistas, fuerzas sindicales y plataformas vecinales para debatir (falsamente) y expresar (con total sinceridad) su rechazo contra el proyecto de ley del Suelo que el Gobierno autonómico quiere empezar a tramitar el próximo otoño. Para una parte sustancial de esta vieja oposición – ahora enmascarada como nueva política – el proyecto legislativo en el que se ha empeñado personalmente el presidente Fernando Clavijo es una perita en dulce o, mejor, una sabrosa morcilla que permite incluir acusaciones y demonizaciones casi a la carta entre los tropezones del odio a la casta. Ahí están y se concentran todos los asuntos y argumentarios que llevan treinta años pudriéndose en el cerebro del intelectual orgánico colectivo de la izquierda ecomaniática canaria: el espantoso desarrollismo, el ataque depredador sobre el territorio,  la corrupción urbanística cocida en despachos municipales, el desprecio por la planificación urbanística. Como comprenderán ustedes, algo muy sabroso, aunque por mucho que se lea y se relea el texto del anteproyecto es imposible encontrar una sola justificación a tan apocalípticas denuncias.
A lo largo del último cuarto de siglo he escuchado, precisamente, la denuncia de los últimos días de los ecosistemas canarios una y otra vez. Estábamos al borde de la extinción y la Cotmac – se lo he escuchado personalmente a sabios funcionarios e integérrimos profesionales que ahora se escandalizan por la limitación de sus funciones en el anteproyecto – no servía absolutamente para nada, y sobre todo, no servía un carajo para evitar la corrupción, en particular, en los municipios turísticos. Este discurso monocorde y catastrofista tampoco se vio alterado por la aprobación de las directrices de ordenación y del turismo. La queja, la denuncia y los ajijides por la destrucción de nuestro patrimonio natural y paisajístico han ido por un lado y el desarrollo legislativo y normativo por otro hasta convertirse en una maraña selvática gracias a la cual levantar un cuarto de aperos en una pequeña finca familiar puede ser una labor imposible, no se diga ya invertir para la reforma de una explotación agraria o ganadera. Es realmente asombroso que después de insistir en el caos y la destrucción urbanística que ha padecido Canarias se considere que la Cotmac – por insistir en el ejemplo – una suerte de última línea de defensa de la racionalidad territorial y la honestidad procedimental. Eso es absoluta y constatablemente falso pero, ¿qué más da?  Hay que seguir construyendo día a día el imaginario de un infierno prácticamente irreparable. Antes de las directrices, durante la vigencia de las directrices, en la coyuntura de su reforma, después, ahora mismo, siempre.
Según la Consejería de Política Territorial Canarias dispone de más de 54 millones de metros cuadrados  — otros cálculos aumentan en un 40% esta cifra – ya urbanizables para nueva construcción: una reserva más que suficiente. En el fondo lo que está haciendo Clavijo es una de las pocas cosas efectivas y eficaces que puede hacer un pequeño gobierno regional para salir del marasmo económico y crecer con cierta energía: retirar los obstáculos para la inversión y la modernización. No la inversión de gigantes empresariales autóctonos o foráneos, sino de pequeños y mediados inversores en el mundo rural, en la construcción turística o en la promoción de vivienda. El proyecto de ley, por supuesto, es mejorable. Bastante. La interminable misa de difuntos de sus críticos más obtusos – que son mayoría –no.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

Yo maté a Paulino Rivero

Dormitaba en mi despacho del barrio Duggi – mes y medio sin que ningún cliente asomara la nariz – cuando comenzaron las campanadas. Los tollos de El Puntero y las campanas no se llevan bien a las cinco de la tarde y no tuve más remedio que despertar. El ritmo de las campanas era solemne y al mismo tiempo apático. Tardé poco tiempo en recordarlo: estaban tocando a duelo desde la Iglesia de la Concepción. Eso solo podía significar que la había diñado un pez gordo. Las campanas jamás recuerdan la muerte de un pobre, ni siquiera de un privilegiado mileurista. Recordé, como si fuera Carvalho, los versos de John Donne: “Por eso no preguntes nunca/por quién doblan las campanas./están doblando por ti”. Pero el gilipollas de Donne murió antes de la caída de Lehman Brothers.
Me arrastré hasta el transistor y la voz aguardentosa de una locutora local, flor verbal de medianías, entró como un huracán de mocos en el despacho:
–Desgraciadamente tenemos que confirmar la noticia (gemido) una noticia que ha conmovido a toda Canarias (puchero) e incluso a las siete islas del Archipiélago y más allá (gemido prolongado). Este mediodía ha sido encontrado en su despacho el cuerpo sin vida (profunda inspiración) del presidente de la Comunidad autónoma, don Paulino Rivero Baute…(llanto inconsolable)…
No pude escuchar más, porque en ese instante cayó con estrépito la puerta del despacho y entraron media docena de agentes de la Policía Autonómica, a los que no identifiqué por sus uniformes, sino porque en vez de pistolas portaban amenazantes chácaras en sus manos. El peor encarado me advirtió terminantemente:
–Arriba las manos y quietecito, pibe, o te cantamos un sorondongo de Valentina la de Sabinosa…
–Dudo que eso sea constitucional…
–Ni respires. Yo la Constitución española la acato, pero no la comparto, así que…
Detrás de la muralla de uniformados surgió un viejo conocido, cuyo nombre recordaba perfectamente.
–El señor Barragán… ¿Sigue usted en el Parlamento? ¿Qué tal le va?
–Viendo el estado de su despacho, mejor que a usted. Estoy aquí como secretario general de Coalición Canaria. No sé haga el tonto. Sabe lo que ha ocurrido.
–Estaba escuchándolo por la radio…
–Primero, debemos descartarlo como sospechoso. A ver…¿dónde estaba usted al mediodía?
–Comiendo tollos en El Puntero…
–Que venga el CSI inmediatamente.
Del grupo de policías se adelantó un tipo alto, flaco y semicalvo que llevaba gafas de pasta.
–¿Usted es del CSI de la Policía Autonómica?
–Yo soy el CSI de la Policía Autonómica. A ver. Eche el aliento en este pañuelo.
Lo miré perplejo, pero le lancé un pequeño eructo. El policía acercó la nariz al pañuelo varios segundos, se lo metió en el bolsillo y se ajustó las gafas.
–No ha sido él. Su coartada es válida. Ha tomado tollos y además con mojo cilantro. Un poco ácido tal vez.
Barragán suspiró largamente.
–Bien. Por puro patriotismo, y en nombre del Gobierno de Canarias, le conmino a usted a colaborar en la identificación y detención del responsable del asesinato del presidente Rivero…
–¿Fue un asesinato?
–Usted dirá. Lo encontramos derrumbado en su despacho con un canario incrustado en la garganta en cuyas alas estaban dibujadas dos letras: la P y la L.
–Humm. Empecemos por lo de siempre. Necesitaría una lista de sospechosos. Ya sabe. Gente que pudiera tener algo en contra del presidente del Gobierno.
–Claro. A ver, chicos – Barragán se dirigió a las policías – búsquenle un ejemplar de la guía telefónica a este señor…
Tres días después había reducido a cinco los sospechosos. Los cité en el mismo despacho del presidente finado: Ana Oramas, Ricardo Melchior, Fernando Clavijo, Antonio Castro y Willy Garcia. Le pedí a un jurista, Fernando Ríos Rull, que me acompañara en el interrogatorio.
–Pero yo, precisamente yo – dijo García-. ¿Cómo se le ocurre?
–Si no está el presidente, no puede firmar su cese.
–Ostia, es verdad. Es una idea cojonuda.
–Yo estaba en Madrid  y lo puedo certificar – aseguró Oramas, agitando un billete de Iberia -. Y jamás le haría tal cosa a un pajarito.
— Yo ya soy inmortal, joven – explicó Melchior — aunque me apena de verdad que entre los simples seres humanos todavía menudeen estas prácticas abominables…
–Yo me estaba probando un chaleco antibalas para la votación del Plan General de Ordenación, tengo testigos y mucha prisa – apuntó Clavijo, mirando el reloj.
–La muerte… ¿La muerte es subir o bajar? ¿Usted qué cree? – la voz de Castro era casi inaudible.
–No perdamos más tiempo – le corté -. Fue usted, Ríos.
El mismo aire pareció congelarse. Todos los ojos se centraron en la figura de Fernando Ríos Rull, rigurosamente ataviada de negro.
–Eso es…una monstruosa locura…yo…admiraba al presidente…era el hombre…que Canarias necesitaba…para siempre…
–Por eso mismo acabó con él. Porque le había contado la verdad en un momento de franqueza o distracción. Que Canarias no existe fuera de las novelas de Vázquez Figueroa. Y usted, presa de una ira incontrolable, tomó un canario de su casa y se lo hizo tragar, no sin antes dibujar esas iniciales en las alas del pájaro: P y L.
–¿P y L? – coincidieron todos, estupefactos.
–Patricio Lumumba, líder de la independencia del Congo. Fernando Ríos, queda usted detenido.
— Sí. Es cierto. Lo hice en un rapto de locura por la patria mancillada. Yo maté a Paulino Rivero. Pero al menos no lo he tuiteado….
El comisionado salió entre dos policías con la cabeza gacha. Todavía pude oír a mis espaldas un comentario de Willy García:
–¿Lo mató por un Lumumba? Qué cosas… Y yo que creía que Fernando no bebía…

Publicado el por Alfonso González Jerez en Me pagan por esto 1 comentario