Crisis económica

La deuda infinita

Es curioso, pero se sigue uno encontrando a analistas y opinadores que te cuentan que si las cosas no acaban de enderezarse – e incluso si se avizora otra armagedón financiero en lontananza – es porque la economía ya no se ocupa de asuntos reales, sino que viene a ser – si los he entendido bien – una suerte de ficción mentirosa y maligna que lo ha pervertido todo. La economía financiera habría sustituido a lo que llaman “economía real”,  una curiosa expresión que, realmente, nadie puede precisar qué significa. Ah, esos viejos y buenos tiempos del feliz trueque, en la que cambiabas una cabra por media docena de sacos de semillas, una economía sin trampa ni cartón. Distinguir entre una economía “financiera” de una economía “real” es como distinguir entre el mal y el bien: una actitud más cercana a la teología que a las ciencias sociales. Entre otras cosas porque sin la financiarización de la economía – la abundancia de créditos, el crepitante mercado de bonos, las titularizaciones – el sistema capitalista habría descarrilado hace tiempo. Como ha retratado espléndidamente Yanis Varoufakis (El minotauro global)  Estados Unidos ha vivido durante cerca de cuarenta años gracias a los capitales procedentes del exterior: desde principios de los setenta su sector público consumió una media de un 50% más de lo recaudado tributariamente. El dólar como divisa de reserva y la compra masiva de la deuda estadounidense por su propia banca facilitaron además que la Reserva Federal se aviniera a facilitar préstamos prácticamente sin interés alguno. Y así llevan desde Nixon. Viviendo a crédito. Comprando ingentes cantidades de cachivaches y tecnología a Europa, Japón y China, que a su vez invertían en Wall Street en un círculo que giraba a una velocidad cada vez más disparatada.

En el otoño de 2008 este esquema se comenzó a resquebrajar con unos costes financieros terribles y a un precio social sangrante para las clases medias y trabajadoras de Estados Unidos y Europa. Todos los artilugios contables y productos financieros, multiplicados  y recalentados por la voracidad ilimitada de una oligarquía criminógena y una necesidad estructural de mantener los déficits abiertos y operativos, simplemente reventaron. Estados Unidos sigue viviendo del crédito, pero ya no compra como antes en Europa, en Japón ni en China. Gracias a este particular sistema financiero todos estamos endeudados con todos hasta los calcetines, una deuda chiflada que no deja de crecer, y por eso basta con cualquier chisme – caída del PIB chino, estancamiento de compras de vivienda en Estados Unidos, insolvencias europeas – para que estalle y se propague bursátilmente un pánico irresistible. Nosotros, en la diminuta Canarias, apenas somos víctimas propiciatorias, pero eso sí, nada de verdaderas políticas económicas anticíclicas en los últimos veinte años y nada de reformas políticas, administrativas, económicas, educativas y organizativas, que eso da mucho miedito a nuestros felices rentistas de la mengüante sopa boba que se sirve en el mundo político y en el mundo empresarial para siempre jamás amén.

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José Miguel Pérez y el hambre

José Miguel Pérez, vicepresidente y consejero de Educación del Gobierno de Canarias, debe estar muy satisfecho de sí mismo y cabe sospechar que se trata de una actitud de la que ha disfrutado durante toda su vida. Siempre que he escuchado al señor Pérez he percibido esa afabilidad superior y condescendiente, suavemente aplomada, de los que creen que sus razones y merecimientos se ajustan como un tanga al culo del Universo. Pérez afirmó anteayer que en Canarias nadie pasaba hambre y dejó más o menos claro que semejante prodigio evangélico era fruto de la presencia del PSC-PSOE en el Gobierno autónomo en los últimos cuatro años. Quizás si hubieran gobernado el PP, Izquierda Unida o los carlistas ya hubiéramos caído en el canibalismo.
La aseveración de José Miguel Pérez no es escandalosa porque sea totalmente inexacta, sino por su indignante frivolidad. Sacar en procesión de nuevo los datos resulta cansino; basta con señalar que en Canarias cerca de 50.000 familias viven entre la pobreza y la exclusión social y que varias organizaciones –entre ellas Cáritas – ha cifrado en más de 100.000 niños canarios los que reciben una ingesta insuficiente y mal equilibrada. Porque el pobre, además de comer poco, suele comer mal, y no por prejuicios alimentarios precisamente, sino porque no tiene un céntimo con el que pagar carne, frutas o lácteos. Probablemente la expresión del vicepresidente Pérez se ajustaría más a la verdad si hubiera dicho que en las islas nadie se muere de hambre, pero aun así las matizaciones, por un mínimo sentido de la decencia, resultarían obligatorias. No, ningún canario se muere de hambre, pero sí comienzan a ser médicamente evidentes los resultados de la malnutrición, sobre todo, entre niños y adolescentes: cefaleas, debilidad orgánica, crecimiento óptimo amenazado, mayor vulnerabilidad hacia infecciones y afecciones patológicas. Las consecuencias de todo orden de una malnutrición cronificada son realmente destructivos en el orden psicológico, familiar, convivencial, educativo. Presumir frente a esta situación de que la gente no cae fulminada por la inanición en las calles es bastante repugnante y apoltronarse en la medida de abrir los comedores escolares en verano (sin duda oportuna) pasa por olvidar la semiprivatización de estos servicios que el propio departamento que dirige José Miguel Pérez ha impulsado en los tres últimos años.
La candidata presidencial socialista, Patricia Hernández, se ha apresurado, por supuesto, a rechazar la satisfacción del secretario general del PSC-PSOE por las plácidas digestiones de todos los canarios. Claro que hacerlo así significa que Hernández está de acuerdo de que en el Archipiélago se pasa hambre después de cuatro años de estancia socialista en el Gobierno autonómico. Es el terrible dilema de Patricia Hernández: simular que los socialistas canarios no han participado ni son corresponsables, en la última legislatura, en los recortes presupuestarios y en la desertización de las políticas sociales del Ejecutivo presidido por Paulino Rivero.

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Elecciones universitarias

Cuando se habla de un sillón chesterfield se debe aludir inevitablemente a su rígida comodidad, a sus paneles con capas de relleno de alta calidad envueltos en crin de caballo, al espléndido cuero gratamente frío y a los pies redondos hechos de madera de caoba. De la misma manera, para referirse a Antonio Martinón, exdirigente socialista y catedrático de Matemáticas de la Universidad de La Laguna, se debe subrayar invariablemente su insaciable honestidad política y personal. La honestidad puede también ser un apetito y Martinón lo demostró a lo largo de treinta años de servicio público ocupando numerosos e importantes cargos. Una anécdota (quizás apócrifa) lo ilustra perfectamente. El profesor Martinón ocupaba una alta responsabilidad política y a su despacho acudió un viejo amigo – y compañero del partido – que le solicitó un favor para uno de sus hijos. Para concedérselo Martinón no necesitaba en absoluto conculcar, directa o indirectamente, ninguna ley ni reglamento, pero puso a su amigo en la puerta de la calle en menos de un minuto. Esta acendrada actitud, entre la virtud insondable y la manía circunspecta quizás explique que, en efecto,  Antonio Martinón haya desempeñado múltiples responsabilidades públicas, pero nunca tuviera propiamente una carrera política.
Después de ganar la primera vuelta de las elecciones a rector de la Universidad lagunera, el profesor Antonio Martinón probablemente obtendrá la mayoría necesaria en los próximos días. Con toda seguridad encabezará una gestión activa, pulcra y honesta de la administración universitaria. Desgraciadamente eso no basta. Ni el rector más honorable, puntilloso y batallador será capaz de reflotar financiera, académica y científicamente la Universidad de La Laguna, y lo mismo ocurre con el resto de los centros universitarios españoles. El viejo modelo universitario español está quebrado: conservadores y socialistas han jugueteado con su cadáver durante el último cuarto de siglo y la puntilla necrofágica ha sido la implantación del plan Bolonia (a la española, por supuesto)  que en combinación con la asfixia presupuestaria bajo el pretexto de la crisis económica ha acentuado todos los males del gatuperio universitario sin mejorar un ápice sus expectativas de crecimiento y calidad en la docencia y la investigación. Probablemente seguir eligiendo rectores sea una mala e inercial idea. La reforma de las universidades, para empezar a ser una vía verosímil, debería empezar por el compromiso de la propia comunidad universitaria, y casi dos tercios de los alumnos ni se han preocupado en votar en estas últimas elecciones. El chesterfield es realmente elegante y cómodo. El profesor Martinón es apabullantemente honesto. Eso es todo.

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No pervivirá este hermoso paraíso

El rito tradicional marca que uno debe sentirse decepcionado por las campañas electorales, monótonas cacofonías intercambiables y espectacularización de una política que ya es puro espectáculo en todos sus formatos, desde el mimo – María Australia Navarro, sonrisa de Joker y estilismo de adolescente sin causa, prometiendo 100.00 puestos de trabajo – hasta la ópera de cuatro perras – Noemí Santana explicando que gracias a Podemos en Canarias no ha estallado una revuelta popular, es decir, reivindicando lo que no ha ocurrido –. Pero estas elecciones autonómicas y locales no se merecen esto. Este pequeño país está en un brete de cuya salida dependerá su viabilidad como proyecto de convivencia con garantías de futuro. O no. Porque ningún país resulta viable con unas tasas de desempleo superiores al 20% durante lustros y con casi una generación completa resignada a los baretos y a la televisión. Podemos engañarnos – las élites políticas y empresariales pueden hacerlo, los deudos de la revolución pendiente pueden hacerlo– pero no lo es. Mientras aquí nos estancamos contando turistas y esperando una recuperación parcial de la construcción (con o sin Cotmac) allá afuera la economía mundial sigue su camino a través de procesos y ajustes de cambio y transformación cada vez más complejos y acelerados. Pasan los años, se cronifican los problemas, la crisis muta de coyuntura a vencer a estructura de comportamiento y Canarias parece haberse arrancado los ojos, como Edipo, y camina a trompicones por el escenario, carente de cualquier inteligencia prospectiva. Ninguna atención geoestratégica. Una calidad institucional (pública y privada) entre mediocre y pésima que se contenta con mantener en lo posible el status quo hasta el punto que a veces dibuja una voluntad suicida. No pervivirá este hermoso paraíso de turistas munificentes, constructores y operadores rapaces, salarios miserables, productividad en picado, rentas de la UE y un famélico ejército laboral de reserva.
Canarias necesita un agenda reformista que admita como obviedades la necesidad de una reforma de las administraciones públicas y el desarrollo de nuevos modelos e iniciativas de crecimiento económico porque, sencillamente, ni un turismo floreciente ni una construcción necesariamente limitada pueden absorber cerca de 350.000 desempleados. La única alternativa en un sistema económico globalizado es lo que Rodríguez Martín ha llamado territorialización activa: nuevos diseños funcionales, superación de economías de escala, proyectos de glocalización en el tejido empresarial isleño vinculados a energías alternativas, por ejemplo, y en todo caso, apuntalados por inversiones importantes en educación y en I+D+I.  Pero en esta algarabía previa a las urnas no se escuchan proyectos, sino discursos, no se perciben programas integrales, sino sugerencias, no se aportan herramientas, sino nuevas y ya ancianas promesas inverosímiles.

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Prosapias extractivas

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