economía canaria

Cosas de las que no se habla

Un conjunto de asuntos (casi siempre interrelacionados) reciben poca, nula o muy tópica atención en el debate político del espacio público canario. Estos son algunos de los más acuciantes:

  1. Productividad mengüante. La productividad de la economía canaria (vale decir: de sus empresas) lleva cayendo hace un cuarto de siglo. En realidad más. Casi las dos terceras partes de las empresas isleñas, con independencia de su sector, no implementa ninguna estrategia para aumentar su productividad. Esta situación es particularmente sangrante en el sector servicios. Los canarios con empleo están entre los españoles que más horas trabajan al año pero que menos productividad consiguen por hora trabajada. Las canarias son empresas muy poco competitivas. Esa es una razón fundamental que explica el modesto crecimiento acumulado (con periodos excepcionales) del PIB per cápita canario en el contexto español.
  2. La maldición de las pymes. En la literatura patronal y periodística, las pymes son presentadas como heroínas rodeadas de incomprensión, ínfulas, desprecios, putadas y dificultades, y que, sin embargo, siguen adelante valerosamente, inasequibles al desaliento. Bueno, no es cierto del todo: en Canarias abren y cierran cientos de pymes y micropymes incluso en los años más prósperos. Lo cierto es que por lo general la ambición de una empresa se cifra en su crecimiento y expansión: solo con medianas y grandes empresas se incrementa precisamente la productividad: mayor demanda de empleo cualificado, mayor inversión en I+D+i, mayor desarrollo organizacional y tecnológico, mayor flexibilidad adaptativa, mayor territorialización activa de la economía. Un sistema económico basado en las pymes es, en general, un sistema económico basado en el estancamiento. Por supuesto, los grandes hoteles y cadenas hoteleras desplegadas en Canarias son otra cosa. Pero en un porcentaje abrumadoramente alto su capital es foráneo. Por otro lado, ¿cómo pensar siquiera, en estas condiciones, en una internacionalización de las empresas canarias? Para eso también sería necesario un conjunto de políticas activas en la estrategia económica del Gobierno regional, que en cambio está obsesionado, desde hace dos generaciones, en buscar y anclar «compensaciones» por la lejanía y la ultraperificidad de Canarias. 
  3. Divertirse con la diversificación económica. El gran mantra del debate económico en Canarias en los últimos cuarenta años, pero especialmente intenso desde la llegada del nuevo siglo. El impulso diversificador como un dios salvador al que le rezaran fervientemente una caterva de ateos. Urge saber lo que ocurre cuando un territorio que dispone además de herramientas y mecanismos económicos y fiscales para atraer la inversión fracasa tan miserablemente –el caso de la ZEC es particularmente sangrante o hilarante –. Por supuesto, lo que falla es la ausencia de potencia y coordinación entre políticas industriales, educativas y fiscales en las que se sienta concernido el empresariado local. ¿Cómo una ciudad como Málaga haya conseguido atraer en su parque tecnológico a más de 600 empresas, incluyendo, entre los últimos proyectos, inversiones de gigantes como Google y Vodafone, y en Canarias nada de nada, menos que nada? Los malagueños lo han conseguido en la última década convirtiéndose, al mismo tiempo, en un floreciente destino turístico, con cerca de 20 millones de visitantes en 2019. ¿Dónde falla la competitividad territorial de Canarias y cuáles son los gusanos que devoran su atractivo para proyectos empresariales ambiciosos? ¿Para cuándo una autocrítica rigurosa de los poderes públicos y de la élite empresarial? ¿Para cuándo un diagnóstico realista de los incentivos económicos y fiscales de Canarias como instrumento para la inversión local, nacional y extranjera? Y una pregunta añadida: ¿se puede diversificar sólidamente un sistema económico como el canario sin que las economías insulares se vertebren en un mercado regional más o menos eficiente? ¿Qué lo impide? 
  4. Desempleo estructural cronificado como realidad asumible. O no. Desde principios de los años setenta Canarias desconoce el pleno empleo. La mejor cifra corresponde a 2007: 10% de la población activa en paro, un porcentaje escandaloso en cualquier país desarrollado. Las prospectivas más esperanzadoras después de la pandemia señalan un 15% de desempleo para el segundo semestre de 2023. ¿Hay que asumir que los desempleados mayores de 55 años no encontrará empleo jamás y actuar en consecuencia? ¿Canarias no necesita urgentemente – con sus disparatadas, sangrantes cifras de paro – una reforma del mercado laboral más que cualquier otra comunidad del Estado español? ¿Cuándo podrá decirse que si en el plazo de menos de veinte años se instalan en las islas más de 400.000 personas atraídas por sucesivas coyunturas de prosperidad el empleo que se cree en el país siempre será insuficiente?

    5. Reforma de la administración autonómica: el olvido que seremos. La ley que ordena, organiza y regula la administración de la Comunidad autonómica es de 1987. Primer gobierno de la Autonomía, presidido por Jerónimo Saavedra. Por supuesto que se han producido agregados y algunas modificaciones, pero lo cierto es que la administración pública autonómica se rige por una norma de 1987.  En cerca de 35 años se han producido un conjunto de cambios legislativos y reglamentarios, políticos e institucionales, técnico-administrativos y tecnológicos realmente impresionantes, y a medida que pasaba el tiempo, y sin desmerecer personalidades y equipos de funcionarios solventes y muy profesionalizados, la calidad de la administración autonómica, obviamente, empeoraba. Cualquier reforma económica, social, urbanística o medioambiental demanda previamente la articulación e impulso para una administración pública más ágil, más eficaz y eficiente, más rápida y proactiva y que, por supuesto, no sea tratada como botín electoral por los partidos que gobiernen. La auténtica voluntad reformista de los dirigentes políticos isleños comienza a ser inverosímil cuando la reforma del sistema administrativo no figura entre sus prioridades básicas. En el fondo (y sin escarbar demasiado) está el temor de los partidos y sus líderes al misoneísmo de los funcionarios –son más sesenta mil votos, sin contar con los de familiares y allegados – y de los sindicatos, cuyas preces y liturgias solo conservan cierto poder e influencia, precisamente, en las administraciones públicas. Algún lenguaraz diría que la mayor parte de los funcionarios públicos y todas las organizaciones sindicales militan contra cualquier reforma de la administración, algo que un servidor no escribiría jamás.

    6. El olímpico y batatero desprecio a la defensa militar y a la posición geoestratégica de Canarias. Pregúntenle a cualquier diputado del Parlamento de Canarias –por poner un ejemplo – cuántos soldados de las Fuerzas Armadas españolas defienden el territorio de Canarias. Apostaría lo que llevara encima (poco) que ninguno daría una respuesta siquiera aproximadamente correcta. En la esfera pública a nadie, a absolutamente nadie parecen interesar la defensa militar de Canarias, algo tan asombrosamente estúpido que linda con lo increíble. Esta oligofrenia universal está alimentada por la falta de conflictos militares graves en la zona desde hace más de medio siglo. Recuerdo perfectamente (porque también estuve ahí, desgañitándome) las manifestaciones contra la adhesión de España (y Canarias) a la OTAN en 1984, 985, 1986. Nos manifestábamos –lo escuchábamos a genios tutelares mientras la lluvia nos erizaba el cogote en Los Rodeos – porque la entrada en la OTAN significaría, lisa y llanamente, la militarización de las islas. Actualmente entre mandos, oficiales y tropa se contabilizar poco más de 6.500 profesionales, a los que hay que sumar alrededor de otras 2.000 personas de personal civil. Aquí viven más de 2.200.000 ciudadanos, con lo que la militarización de las islas se antoja una ligera exageración. Es un poco cómico leer en la prensa local que la implantación del Mando de Presencia y Vigilancia Terrestre en Canarias – también opera en Valencia y en Ceuta y Melilla – “no son más que una muestra más de ese influyente papel de las islas en la estructura militar española y de la sus aliados”. Canarias apenas tiene estructura militar para defenderse a sí misma, ni desde un punto de vista aéreo ni desde un punto de vista naval. Marruecos y Argelia, en cambio, son países que han modernizado sus fuerzas armadas en la última década mirándose de soslayo (carros de combate, cazabombarderos, helicópteros, fragatas). El expansionismo marroquí no se saciará con el control del Sáhara y seguirá presionando y rearmándose en años venideros. No es irreal ni melodramático el escenario de un conflicto futuro en el Magreb y la multiplicación de conflictos militares y conflictos civiles al sur.  Pero es un asunto del que no se habla jamás en el debate político isleño. Como si las islas fueran uno de los cantones de la Confederación Helvética.  Avestrucismo puro y duro.

    7.  El drama explosivo de la dependencia energética. En el futuro que ya está aquí — analicen su factura eléctrica el próximo mes — la producción y consumo de energía será una batalla cotidiana por la supervivencia de una sociedad desarrollada, compleja y de alto consumo. Una de las mayores fragilidades estructurales del modelo económico canario, precisamente, es su dependencia energética. Nuestra factura eléctrica es cara. Los avances de la última década en el desarrollo de energías alternativas han sido positivos, pero insuficientes. El gas — y también el petróleo –entran en una espiral de precios muy difícilmente controlable. Si los fondos Next Generation tendrían sentido en Canarias es en la inversión en energías alternativas, como el hub de hidrógeno verde que comandan Enagás y Disa y que serviría de mecanismo de tracción para reimpulsar la energía solar y la eólica. Si en este terreno no se toman decisiones inmediatas — en muy pocos años — Canarias  — y sus expectativas de crecimiento y modernización económica más concretamente — va a sufrir mucho en un contexto de una energía de combustible fósil cada vez más cara y volátil. 

 

 

 

 

 

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Canarias: oportunidades y riesgos de una transformación (y 2)

Uno de los rasgos más curiosos de La Transformación, el último libro de José Carlos Francisco, es la carencia de cualquier referencia a la gobernanza de Canarias, en especial cuando el autor propone un conjunto de reformas estructurales y sistemáticas. Desde luego, puede alegarse que se trata de un libro de reflexiones económicas, de los análisis y las propuestas de un economista, pero Francisco – que ha desempeñado relevantes responsabilidades políticas en el Cabildo de Tenerife y en el Gobierno autonómico – no puede ignorar que no se trata, únicamente, de tomar nota de lo necesario y de emprender lo urgente, sino de consensuar política y jurídicamente fórmulas de gestión que combinen la eficacia y la eficiencia económica con la participación democrática. Si el objetivo es transformar realmente la economía canaria ello implica, en caso de no resignarse a modelos de democracia de baja intensidad, reformar igualmente la participación democrática y el control racional – y no necesariamente asfixiante ni ordenancista — de cualquier actividad de interés público. Es razonable una reforma de la Ley de Directrices – una de las bestias negras del fundador de Corporación 5 – con la correspondiente poda de normativas y reglamentos, pero la destrucción creadora de la construcción hotelera en Canarias ya ha evidenciado sus efectos en demasiados espacios de las costas isleñas, y tan peligroso es – en términos económicos y sociales – apretar la camisa de fuerza a la construcción como ignorar cualquier límite al crecimiento. Las dificultades de muchos hoteles de cuatro o cinco estrellas en Tenerife, Fuerteventura o Lanzarote, asfixiados todavía por los créditos bancarios que posibilitaron su construcción, representan una advertencia tan elocuente al menos como el envejecimiento de la planta alojativa en Gran Canaria bajo las condiciones restrictivas de la Ley de Directrices.  La actividad turística también debe someterse a factores de sostenibilidad, desde el ahorro energético hasta el reciclaje, pasando por el tratamiento de aguas residuales y el eslabonamiento con otros subsectores económicos locales. Una sostenibilidad que entrelace el crecimiento cuantitativo de la oferta con el aumento cualitativo de la misma. Y se echa en falta en La Trasformación una reflexión al respecto.

Para Francisco el turismo debe ser el subsector que sirva de locomotora para la economía isleña en las próximas décadas: no hay alternativa posible que atesore semejante experiencia y potencialidad y cualquier planteamiento de diversificación económica – una expresión que al autor encocora – no es, en el mejor de las posibilidades, sino charlatanería bienintencionada. En todo caso pueden y quizás deba facilitarse – o facilitarse más aun – actividades complementarias: desde la industria cinematográfica hasta el desarrollo de software, pasando por las energías renovables y el marketing on-line. Una constelación de actividades que aportaría valor añadido al PIB canario y que no consumirían recursos como el suelo. Ocurre, sin embargo, que este planteamiento no describe precisamente un óptimo social. Las buenas cifras del turismo en Canarias en los tres últimos años no han tirado de la contratación ni siquiera para paliar la catástrofe laboral que ha supuesto la paralización de la construcción. Y los factores son varios y a menudo interrelacionados. Los turistas de la crisis pernoctan menos días y gastan menos que a principios de siglo. Los empresarios turísticos ajustan las plantillas y maximizan las rotaciones de personal – un animador en la piscina por la mañana se convierte en camarero por las tardes -. Por último, la entrada en la madurez del sector, su misma modernización, la exigencia de la mejora de la oferta, dificulta crecientemente la incorporación de canarios al mercado laboral turístico. Entre el 35% y el 40% de los empleados de los hoteles de tres, cuatro y cinco estrellas son foráneos; en Lanzarote el porcentaje supone más del 50%.  El desconocimiento de los idiomas (sobre todo el inglés y el alemán) es todavía una barrera insuperable para muchas decenas de miles de isleños. En un mediano hotel de principios los años noventa, que apenas prestaba servicios al turista más que el habitáculo y la piscina, esa carencia era parcialmente subsanable. Actualmente no puede serlo. Que en uno de los destinos turísticos del mundo la inmensa mayoría de la población no sepa entender ni hacerse entender en inglés es uno de los más estúpidos fracasos de su sistema educativo –incluida la Formación Profesional —  y de su mercado laboral. En estas circunstancias, y aunque se alcancen los doce millones de turistas anuales con carácter estable, la actividad turística no puede absorber directamente ni la décima parte de los más de 280.000 canarios instalados en el desempleo. En la prospectiva más favorable, y admitiendo un crecimiento acumulado del 5% en el próximo lustro, el turismo en Canarias, según varias fuentes patronales, podría crear unos 60.000 puestos de trabajo entre directos e indirectos, lo que no se tendría que traducir necesariamente en 60.000 canarios menos desempleados.

José Carlos Francisco no explica – en realidad no le he escuchado una explicación convincente a nadie –  la razón por la que Canarias, en su mejor coyuntura económica, en los prolegómenos de la crisis, soportaba nada menos que un 10% de desempleo, y que ahora la tasa supere enloquecidamente el 35%. En cualquier país desarrollado una tasa de desempleo del 10% es objeto de escándalo. Aquí no. Aquí se ha normalizado, en los últimos treinta años, un paro estructural que ilumina un modelo económico claramente ineficiente e ineficaz. Y no valen argumentos demográficos para explicarlo o, en todo caso, son claramente insuficientes: a mediados de los noventa, con una carga demográfica muy inferior, el desempleo superó el 28% de la población activa. Un problema en el que no se detiene Francisco en su libro es, precisamente, el asombroso nivel de desigualdad de la sociedad canaria, al que acompaña uno de los salarios medios más bajo del Estado español. La desigualdad queda patente tanto en la estructura de ingresos laborales como en el prodigioso incremento de las rentas e ingresos del capital en la época de vacas gordas. Y aludiendo el título del último libro de Joseph Stiglitz, la desigualdad tiene un precio. Un precio oneroso. La desigualdad conduce a la ineficiencia porque la economía funciona gracias al consumo y a la inversión productiva. En Canarias algunos instrumentos del REF, señaladamente la Reserva de Inversiones, han contribuido perversamente a esta situación.

Muchas de las propuestas de Francisco para la reactivación económica de Canarias son razonables (fusiones municipales, aumento de la productividad de los empleados públicos, racionalización de tasas portuarias y aeroportuarias, bonificaciones para sustituciones y bajas en la Seguridad Social, conseguir una línea de crédito del ICO específica para Canarias, diseñar una estrategia de búsqueda de inversiones extranjeras en el Archipiélago). Otras, como alentar los minijobs, con todo su tufillo macabro, está desbordadas por la realidad: aquí y ahora ya hay gente que trabaja seis horas diarias por 400 euros. Pero la transformación que necesita Canarias no es fruto de deficiencias, históricas o coyunturales: su modelo económico, incluido su acervo fiscal, sirvió para sacar a las islas de la pobreza extrema, pero no es útil para sostener y proyectar una sociedad democrática con un nivel satisfactorio de cohesión social y territorial y un ensamblaje eficaz a la economía globalizada. Las elites del poder político y empresarial esperan erróneamente a que escampe. Por eso la situación actual es tan desesperadamente grave.  El filósofo Slavoj Zízek suele repetir una anécdota de la I Guerra Mundial. Un ejército alemán telegrafía a un ejército austriaco: “La situación aquí es seria, pero no grave”. Los austriacos contestan: “Pues aquí la situación es grave, pero no seria”. En esta crisis interminable los canarios podríamos decir lo mismo.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Me pagan por esto ¿Qué opinas?

Secreto

Imagínense ustedes que el Gobierno de Canarias estuviera negociando en un sótano oscuro y sin testigos con el Gobierno español modificaciones relevantes (o no) del Estatuto de Autonomía. Es algo muy similar a lo que está ocurriendo con las negociaciones sobre la renovación del Régimen Económico y Fiscal: nadie tiene puñetera idea de lo que está ocurriendo, y no pocos sospechan que lo peor es que no está ocurriendo nada. El REF representa una suerte de constitución económica del Archipiélago y ciertos aspectos del Estatuto de Autonomía resultarían incomprensibles – al margen de de la cita explícita al mismo en el artículo 46 – si no se le considerase implícitamente. El REF, por supuesto, cuenta con orígenes históricos que se encuadran en un conglomerado de intereses sociales concretos y su incardinación en España y en Europa como excepcionalidad convalidada por Madrid y Bruselas, su impacto articulador en el sistema económico isleño en definitiva, puede y debe ser objeto de críticas, entre las cuales no son las menores su ineficacia para potenciar la convergencia de Canarias con la media de inversión del Estado español, su nula utilidad para una redistribución de la riqueza o su aviesa capacidad para consolidar rentas de situación en beneficio de élites extractivas mientras contribuye a encorsetar el despliegue de nuevas fuerzas y actividades productivas.
En la reforma del REF Canarias se juega un futuro cada vez más estrecho, agónico y oscuro. Durante los últimos dos años el asombroso u oligofrénico debate político sobre la situación socioeconómica de Canarias ha estado capitalizado por prodigiosos planes de empleo, por advocaciones a la reforma de la Constitución, por sandeces sobre la limitación a la entrada de trabajadores extracomunitarios, por una reforma administrativa que no llega jamás, por cabildos presupuestariamente desfallecidos y ayuntamientos al borde del infarto financiero, por las rituales descalificaciones y deslegitimaciones entre gobierno y oposición. Sobre el REF, en cambio, ha vibrado un silencio casi inmaculado, como si se tratara de un juguete caro y roto al que nadie se acerca para no ser acusado posteriormente de los desperfectos. Un REF que debe estudiar y aprobar una Europa sumergida en una crisis cenagosa en la que no quiere oír hablar de excepciones fiscales, ayudas sistematizadas ni fondos de inversión. A ver si, en vez de ocultar información y hurtar un debate, los caballeros del Ministerio de Economía están escondiendo un cadáver.

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Tres letritas

La consulta popular anunciada por Papandreu – qué recuerdos, cuando uno leía a su señor padre, don Andreas, y se hacía cruces con su lucidez económica neomarxista; el líder de la oposición, por cierto, es asimismo hijo de un exprimer ministro —  muy probablemente no se celebrará, pero la opción todavía culebreará durante unos días por despachos y cancillerías. Las consecuencias serán malas, es decir, no habrá consecuencias. Los gobiernos de Alemania y Francia seguirán adelante con ese engendro de fondo de estabilización financiera  — ese billón de euros que, si fueran necesarios, nadie sabe a buen seguro de dónde saldrían – y con la receta de que solo la más estricta austeridad presupuestaria y el rigor mortis fiscal seremos felices y comeremos de nuevo perdices hacia mediados de siglo. Merkel sigue difundiendo entre sus conciudadanos la especie de que todos los griegos son como Anthony Quinn bailando el sirtaki en las playas hasta que se vacía el ánfora de vino, para luego volver a casa en un ferrari. La crítica de izquierdas charloteará del macabro triunfo de los mercados sobre la democracia porque los griegos no podrán elegir entre dos opciones claras, definitivas, concluyentes:

a)¿Quiere hambre, pingajos y miseria, con el euro?

b) ¿Quiere miseria, pingajos y hambre, con el dracma?

Cuando a uno no lo dejan elegir, la verdad, es para disgustarse. La democracia queda así tocada definitivamente, ya ven. Y para variar nadie sabe lo que ocurrirá ya no en la próxima semana, sino en los próximos días, con una Italia que parece al borde de la ruina. En Canarias nuestra ignorancia es más profunda, pero también es más particular, como el patio de nuestra casa, que es donde volveremos a cultivar papas y tomates para asegurarnos un mínimo proteínico en la renovada Unión Europea. Nadie sabe nada respecto al futuro inminente del Régimen Económico y Fiscal, que deberá ser renegociado con esta Europa agónica antes de 2014  — el tiempo de negociación real es apenas de dos años —  si todo no vuela por los aires. Lo último que se conoce con cierta enjundia institucional es esa dadaísta declaración de intenciones sobre el REF que los tres grupos parlamentarios de la Cámararegional difundieron urbe et orbi el pasado marzo. Desde las pasadas elecciones autonómicas y locales la reforma del REF ha desaparecido virtualmente de la agenda política canaria, lo que resulta particularmente pasmoso en un contexto económico de crisis galopante y en medio de una situación política que se agrava por el momento en el continente. Es imposible detectar siquiera un rudimento de estrategia política sobre el REF – sustentada en propuesta concretas y argumentadas – en la acción del Gobierno autonómico. Como si aquí también se esperara a que escampe. Un error y, sobre todo, una insólita irresponsabilidad.

 

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