Educación

La destrucción de la enseñanza pública

Uno de los mayores misterios del periodismo es el columnista que reconoce que no se le ocurre nada sobre lo que escribir. ¿Cómo se las arreglará? Porque el problema es siempre el contrario: intentar que ninguno de los miles de asuntos que pululan a tu alrededor   te elija y te escriba a tí. Pero me rindo hoy y comentaré las catástrofes que el Ministerio de Educación pretende promover sobre la enseñanza de la filosofía y la historiografía. Hablando en puridad lo que anhela es expulsarlas de los centros de secundaria. Y ese cateto y necia cruzada contra la memoria y la memorización, “porque toda la información necesaria la puedes encontrar en un móvil en menos de un minuto”. Jodidos memos que están acabando con el sistema de enseñanza pública. La información no es conocimiento.  “Guste o no guste reconocerlo”, escribe Gregorio Luri, “es evidente que se necesita conocimiento tanto para buscar conocimiento como para juzgar el valor del conocimiento encontrado. Y, sobre todo, se necesita conocimiento de calidad para producir conocimiento de calidad (…) La actual accesibilidad a la información”, insiste el profesor Luri, “en lugar de permitirnos prescindir del conocimiento, lo hace más necesario que nunca, pues la información se hace inteligible cuando es filtrada por nuestro conocimiento y se integra en el contexto de lo que ya sabemos”. La memoria como instrumento intelectual que metaboliza la información y la articula sistémicamente resulta imprescindible para la construcción de un conocimiento sólido. Los autores de las más recientes trapisondas (el desprecio de la memoria en el estudio, como si fuera posible separarlas, la introducción de una perspectiva de género caricaturesca en todos los espacios disciplinares, sin excluir ni las matemáticas, la ocurrencia oligofrénica de rebajar las exigencias académicas para pasar de curso y otras lindezas) ni siquiera son ya pedagogos, aunque alguna que otro agite todavía su licenciatura o su doctorado como un salvoconducto. Son ideólogos en nóminas ministeriales y entusiastas activistas de su propia idiotez. Los que urdieron la Logse, por ejemplo, hace más de treinta años, todavía mostraban cierto respeto por la escuela, cierta consideración hacia los maestros aunque con su pizco de hipocresía indisimulable. 

Estos rebenques de ahora ni siquiera saben que no saben. Pregonando una suerte de democratización de la escuela y el conocimiento están, en realidad, desguazando el ya destartalado ascensor social. Los hijos de los ricos estudiarán en colegios privados; los que sobrevivan en la clase media complementarán la dieta ideológica con profesores y clases particulares. La degradación de la enseñanza pública perjudica a todo el país, por supuesto, porque compromete el futuro económico y la cohesión social del mismo, pero afecta especialmente a las clases más desfavorecidas, más pobres, más escasas de herramientas e instituciones para educarse.

Estos cambios jamás se han discutido en un debate político digno de ese nombre. Un debate sobre el modelo de educación que en Canarias se ha mostrado tan necesario (o incluso más) que en el ámbito nacional.  Uno suponía, y es obvio que era mucho suponer, que la apertura a la comunidad educativa y a toda la sociedad civil para formalizar un debate  sobre la enseñanza pública canaria para mejorar las leyes que la regulan y los contenidos que imparte estaría en un lugar destacado en la agenda de un gobierno de izquierdas. Bien está mejorar la ratio de profesores y alumnos. Pero eso no basta. Pues bien: una decepción más. La culpa la tendrá Coalición Canaria, José María Aznar, la covid, Thomas Cook, la actividad volcánica, Dick van Dyke, la invasión de Ucrania, Carlos Mejía Godoy o quizás  los de Palacagüina. El actual Gobierno de Canarias tal vez no sea el mejor de la historia autonómica, pero sin duda supera a cualquier otro poniendo cara de héroe flatulento tras una barricada de excusas.  

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Desempleo y educación

Cuando la recesión económica comenzó a morder (unos meses antes apenas solo había empezado a enseñar los dientes), es decir, en el año 2008, el porcentaje de canarios menor de 25 años que solo disponía de estudios básicos – certificado de estudios primarios, graduado escolar o ESO – era aproximadamente de un 54,5%. La media española se situaba en un 49%, con Madrid (35,1%), el País Vasco (36,4%) y Navarra (con un 41,1%) como las tasas más bajas. Los isleños con una educación secundaria superior llegaban a un 22,5% y los que disponían de un título universitario apenas rozaban el 22,9%. Mientras tanto los porcentajes en son de un 25% en el Reino Unido, un 23% en Alemania y un 21% en Francia. En general las estadísticas demuestran que a mayor número de individuos con estudios básicos en una comunidad más intensamente se ha incrementado la tasa de desempleo: Canarias, Extremadura, Andalucía, Murcia, Ceuta y Melilla.
Cuando más de la mitad de tu fuerza de trabajo solo cuenta con estudios básicos – es decir, carece de recursos intelectuales y capacidades profesionales – tienes un verdadero problema. No se trata de que todos los jóvenes se transformen en universitarios. El número de titulados universitarios en el Archipiélago no resulta escandalosamente bajo. Lo  ocurre es que más de la mitad de tus jóvenes no sabe hacer absolutamente nada y carece de los hábitos (la disciplina, el esfuerzo, la autoorganización, el sacrificio) para desarrollar una actividad laboral que no se base en la tracción animal. El fracaso de la educación en Canarias es, sobre todo, el fracaso de los estudios medios y de la formación profesional, con los idiomas, la gestión de procesos informáticos, las matemáticas y la capacidad de pensamiento abstracto como un horizonte desterrado para la mayoría de las clases medias y trabajadoras del país. Si a esto se suma que más del 70% de los desempleados mayores de 45 años registran las mismas carencias educativas y formativas el futuro se oscurece hasta la desesperación. Los entresijos de una disciplina como la economía de la educación constituyen un exotismo grotesco por estos andurriales. Los que hablan en la presente campaña electoral de mágicos yacimientos de empleo, como las energías renovables, suelen olvidar dos cosas. Primero, que el empleo generado por las energías renovables y las tecnologías de la información es, en efecto, un empleo de calidad, pero exige una titulación académica y profesional imposible de obtener ya para muchas decenas de miles de canarios. Y segundo, que se trata de empleos relativamente estables y bien pagados, pero cuantitativamente casi insignificantes. Una planta eólica que proporcione electricidad a diez mil personas y un pool de empresas relevantes puede gestionarse perfectamente con una decena de profesionales solventes.
Las relaciones entre educación y desempleo, como las que existen entre nuestros dramáticos índices de paro, las dimensiones de las empresas canarias y nuestra miserable productividad, son asuntos ausentes en la agenda político-electoral de los últimos meses: la realidad es políticamente tóxica.  Aunque en estos conjunto de interrelaciones, cuya corección exigiría una amplia estrategia política basada en reformas administrativas, fiscales y educativas,  se juegue simplemente la viabilidad político, económica y social de esta comunidad autonómica.

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Adoctrinamiento y BOE

Los denuestos y las gracias sobre la publicación en el Boletín Oficial del Estado de los contenidos de la asignatura de religión  religión empiezan produciendo asentimiento y terminan generando cefaleas. Una de los rasgos que ha desvelado la actual crisis política y económica es el vuelo gallináceo del progresismo convencional español. Así que repentinamente se encuentra uno en las redes sociales a miles y miles de furibundas cluecas picoteando en el BOE contra el grano de su indignación. ¡Qué se publique en el Boletín Oficial del Estado que Dios creo el Universo en menos que tarda Jorge Javier Vázquez en insultar a Belén Esteban (o viceversa)! ¡O que el tal Jesucristo resucitó a los tres días, sin duda sin pestañear! Al parecer en el BOE solo se publica aquello que es puntillosamente la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Cabe deducir que imprimir en esos sagrados folios que el cosmos tiene un origen divino supone una suerte de monstruosa profanación y un síntoma de la degradación aterradora del país, cuando no en un motivo añadido para votar, por ejemplo, a Podemos.
Lo cierto es que no hay más remedio – desde un punto de vista técnico-administrativo – que publicar en el Boletín Oficial del Estado los contenidos establecidos para la asignatura de religión (católica, apostólica y romana, por supuesto).  Solo faltaría que tales contenidos fueran secretos y se los guardase solícitamente el Nuncio Apostólico en el braguero. Lo realmente inadmisible en un Estado aconfesional (y en este punto las diferencias afiligranadas entre laicismo y aconfesionalismo resultan insignificantes) es que se imparta la religión como asignatura en las escuelas sostenidas con fondos públicos. Es decir, que el Estado financie total o parcialmente el adoctrinamiento religioso de los ciudadanos. El hecho de que en este programa de adoctrinamiento se entrecrucen milagros, creacionismos, vírgenes, santos y papadioses es secundario, porque no sería menos intolerable (y constitucionalmente discutible) la inculcación en los centros escolares de contenidos propios del judaísmo, del islamismo o del culto del Espagueti Volador. En una sociedad democrática las religiones son un asunto meramente privado. Adherirse a creencias y prácticas religiosas representa  un derecho del ciudadano pero en ningún caso puede establecerse desde los poderes públicos como un deber reglado escolarmente. La crítica debe dirigirse a un Gobierno derechista y catolicorro, cuyo liberalismo político es tan verosímil como los Reyes Magos, que abre puertas y ventanas de las escuelas públicas a la religión, mientras considera absolutamente irrelevante (cuando no sospechosa) la enseñanza de los principios y valores constitucionales que fundamenta un Estado democrático.

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El Mae

La hija de unos amigos, alumna del colegio Montesori, le llegó a preguntar a su madre quien era el Mae de los otros colegios. El Mae, Antonio Castro Álvarez,  era el maestro que fundó el Montesori y lo dirigió durante décadas en el barrio santacrucero de El Toscal, y para la hija de mis amigos resultaba inconcebible que en cada centro escolar no lo hubiera, tenía que haberlo, era sencillamente obvio y natural que lo hubiera. Un Mae, es decir, una referencia inmediata, como cuando la luz entra en la habitación y sabes que ha amanecido, o en la caminata se oye un rumor próximo y aparece el mar al final del camino; o cuando terminas la frase y quedas estremecido y feliz porque el cuento ha acabado y el caballero ha ganado la batalla al dragón. Quizás en lo otros colegios el Mae no fuera anciano, ni llevara una guayabera blanca a menudo arrugada, ni caminara con esa lenta meticulosidad, ni lo supiera todo, ni reconociera que no lo sabía todo pero, ¿cómo no iba a haber un Mae en todos los colegios? Pues no lo había, Candela; no los hay. Y por eso quizás somos un poco menos felices, algo menos dignos, un fisco – y quizás no solo un fisco – más torpes, confundidos, asustados.
Era el Mae, por supuesto, porque lo llamaron así los niños, sus primeros alumnos, y siguieron llamándolo así promoción tras promoción, desde los años sesenta, cuando hastiados de la opresión mentecata y el nacionalcatolicismo obligatorio de la dictadura, fundó con varios colegas su humilde colegio en el centro más populoso de esta pequeña, mezquina y tan grotescamente autosatisfecha ciudad. Una diminuta pero poderosa isla de laicismo, cultura y espíritu crítico a la sombra hiriente de todos los campanarios. Jamás conocí a un personaje tan respetable y respetado y tan absolutamente ajeno a la voluntad de construirse un personaje. En sus muchos años de dirección y docencia se han sucedido políticos, empresarios o periodistas – por señalar tres especies intranquilizadoras – y quizás ninguno ha tenido una influencia similar a la suya, porque le bastó ser un hombre libre y un maestro volcado con pudoroso amor en su oficio para ayudar a crear, con mayor o menor fortuna,  hombres y mujeres libres, críticos, escépticos, insatisfechos y felices al leer, al estudiar, al jugar. Al descubrir y explorar el mundo bajo su palabra precisa e irónica, recta y generosa. El Mae se ha muerto ahora, y créanme, desde hoy esta ciudad está más sola, es aun más descuidada y estúpida, y ha perdido a una de esas personas excepcionales que durante toda su vida solo hace el bien, un bien que alimentaba la inteligencia, la libertad y la honradez sorteando la conspiración cotidiana de los estúpidos, los ignorantes y los  codiciosos, sin traicionar su vocación ni ahorrarse un sarcasmo justiciero, una huelga de hambre  o un minuto de atención a un alumno.

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Comparativas

Ya se ha convertido en una puntual costumbre el que los coalicioneros aprovechen la festividad de la Constitución para exigir “un mayor autogobierno” y, en los últimos años, demandar una perentoria reforma de la Carta Magna. La costumbre se ha instalado incluso en los actos institucionales. Anteayer el presidente del Parlamento de Canarias, Antonio Castro, insistía en la terruñera cantinela, y nos hemos acostumbrado tan pronto a este insólito ventajismo que ya nadie se escandaliza porque en un discurso en el que solo cabe la exaltación de los valores constitucionales se incrusten burdamente reivindicaciones partidistas. Los nacionalistas (aquí como en todas partes) tienden a creer que el Parlamento es suyo, la Constitución es suya, la reivindicación es suya y gobierno no hay más que uno y yo no lo encontré en la calle, precisamente. La presidenta de CC, Claudina Morales, también ha arrimado el hombro, exigiendo, faltaría más, la reforma de la Constitución, que se ha quedado obsoleta. Para esta ilustre clerecía la Constitución de Estados Unidos debe ser una verdadera antigüalla, aunque ciertamente el devenir político de este país ha derivado en un federalismo imperfecto que debería regularse definitivamente para establecer los límites competenciales – y un modelo de financiación estable – de las comunidades autonómicas. Antes convendría, no obstante, una reforma de la función pública y de las propias administraciones, cuyo gigantismo, ineficacia y duplicación constituyen uno de los principales problemas financieros y económicos de España. Una reforma que nadie quiere emprender, y menos que nadie, las fuerzas nacionalistas de la periferia del Estado español.
Hace un cuarto de siglo que las competencias educativas fueron transferidas a Canarias. Y durante ese cuarto de siglo la Consejería de Educación, Cultura y Deportes siempre ha permanecido en manos de las Agrupaciones Independientes de Canarias y, posteriormente, de CC. El último informe PISA nos sitúa de nuevo en la cola de la calificación nacional en comprensión lectora, matemáticas y ciencias. Por supuesto, el pavoroso fracaso escolar que padece el Archipiélago (la ruina inminente, en términos de formación de capital humano, de nuestra putrefacta educación pública) no tiene en el Gobierno el único responsable. Pero sí el mayor. Sobre todo por la brutal desinversión de los últimos años, por su negativa sistemática al diálogo con la comunidad escolar, por su avestrucismo mentiroso y suicida. ¿Más autogobierno? ¿Para idiotizarnos mejor?

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