elecciones generales 2015

El bipartidismo se hunde por la izquierda

Sí, se ha acabado con el bipartidismo. Sobre todo para la izquierda. Para la derecha el declive del bipartidismo – que siempre fue imperfecto–  ha sido bastante más soportable que para la izquierda, que es por donde se hunde el sistema de dos grandes partidos copando el 80% de los votos. Por supuesto, no era turnismo canovista, como insisten en repetir Iglesias y sus feligreses. El sistema político-electoral de la Restauración no era democrático. El turnismo, en definitiva, consistía en un apaño, en una ficción, en un teatrillo  –como lo llamó Galdós – en el que el sufragio universal masculino no se aprueba hasta 1890 y es comprado y vendido como una sortija, un porrón o una huerta.  Pero a los coletistas les da igual. Sus metáforas y símiles no tienen que competir con la realidad. Con los resultados electorales del pasado domingo – si alguien me los puede argumentar como un éxito de las izquierdas se lo agradecería mucho —  lo más probable es que se disuelvan las Cámaras el próximo febrero  o que gobierne el Partido Popular en minoría.
Pedro Sánchez debe estar sufriendo unas presiones indescriptibles –dentro y fuera del país — para que deje gobernar al PP o cometa el suicidio de una gran coalición entre conservadores y socialdemócratas. Pero lo realmente determinante, en una posible alternativa de izquierdas, es la posición de Podemos, e Iglesias ha dejado muy claro, desde la misma noche electoral, por donde pasa su estrategia. Para el secretario general de Podemos el PSOE tiene que comprometerse inmediatamente en la convocatoria de un referéndum en Cataluña y en un proceso de reformas constitucionales. Y si complicado es lo primero lo segundo resulta imposible. Según el título X de la Constitución los proyectos de reforma deben ser aprobados por una mayoría de tres quintos del Congreso de los Diputados y del Senado. Para debatir y aprobar una nueva constitución es imprescindible una mayoría de dos tercios en ambas cámaras. El PP dispone de más de un tercio de los diputados y de mayoría absoluta en el Senado. Sin los conservadores liderados (todavía) por Rajoy es imposible iniciar siquiera una reforma constitucional, no se diga abrir un proceso constituyente. No parecen muy dispuestos a hacerlo. Sobre todo si son desplazados del poder.
Se me antoja realmente improbable que el doctor Pablo Iglesias, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense, ignore tan obvias circunstancias. Pero seguirá insistiendo al respecto, ya lo verán. Iglesias y los suyos podrían exigir derogaciones legislativas, establecimiento de programas de inversión, modificaciones presupuestarias. Pero no. Pedirán, precisamente, lo imposible, para obstaculizar cualquier pacto de izquierdas, y acusar de inmediato al PSOE de no querer un pacto de izquierdas. Si los socialistas apoyan activa o pasivamente a Rajoy, estupendo; si se va de nuevo elecciones, aun mejor, porque los dirigentes de Podemos están convencidos de que los socialistas se hundirán todavía más y el coletismo se convertirá por fin en la primera fuerza de la izquierda española.

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Una jornada festiva

Sí que parecía una fiesta. Un botellón sonriente y abstemio en la que no se esperaba un mensaje y una propuesta, sino una encarnación mesiánica, una comunión de los santos, como en los mítines profecía y sepia del pasado. Entre la pibada – mayoritaria – podrías descubrir grupitos de cuarentones y cincuentones sonrientes. Es un apoyo importante de Podemos, el de estos puretas que deambulaban cerca de la Universidad de La Laguna metiendo la tripa ideológica cuando se acerca el futuro,  exactamente igual que meten las mantecas abdominales en la playa cuando se acerca una piba. Son los cuarentones y cincuentones que en su día  (y muchos días) votaron al PSOE, pero el  PSOE les decepcionó. Y no están dispuestos a decepcionarse, porque quieren votar de nuevo con la ilusión recental de 1982.  En realidad eso es más o menos todo. Maduritos que no quieren admitir que les espera una decepción tras otra, a los que les horripila lo que han debido aprender de la política y de la vida, y que no están dispuestos a llevarse desilusiones. Un hombre que huye de las desilusiones a los cincuenta años es un zoquete, y muchos miles de zoquetes ventrudos que leyeron las novelas y ensayos recomendados  por El País durante treinta años, que en su mayoría han vivido cómodamente la crisis como profesores agregados de Enseñanzas Medias, o técnicos en ayuntamientos yconsejerías o subjefes de servicios hospitalarios votarán a Podemos en las próximas navidades.
Todo era tan inocente como las ganas de ser inocente. Y luego estaba el indiscutible talento logístico y escenográfico de la tropa de Podemos, comandados por Iñigo Errejón, que con cuatro duros saben rellenar un mitin de algunas sensaciones congruentes, qué magnífica la elección del tema principal de la banda sonora de Los cazafantasmas. Y llegó el momento eucarístico con la entrada de Iglesias, Errejón y los candidatos canarios al Congreso de los Diputados y al Senado, y los aplausos enfervorizados, y los miramiramira, y los gritos que exclaman que se podrá y vaya sí se podrá, y como soy ya un cincuentón pero no temo desilusionarme recordé esto mismo, exactamente igual de florido, entusiástico y humildemente flamante hace treinta años, sí. Pero nada dura lo suficiente. Después de los aplausos tuve que escuchar de una jueza que perseguir la corrupción se paga caro y que ya no vivimos en una democracia. La señora magistrada parecería en perfecto estado de salud, la que corresponde a una inamovible funcionaria pública que percibe más de 3.000 euros mensuales, y que muy probablemente llegará a ser diputada sin haber militado en el partido por el que se presenta ni cinco minutos, y gracias a esta inexistente democracia. El pibe que se presenta por la provincia tinerfeña cree, según se desprende de sus propias palabras, que nunca jamás un ciudadano con un título de FP ha llegado a diputado. Nadie le ha dicho, por poner un solo ejemplo, que un electricista, llamado José Luis Corcuera, fue diputado y hasta ministro. Después habló de su abuela, de lo pobre que era, de lo mucho que trabajaba, no como las abuelas de la mayoría de ustedes, lectores, que eran jodidas archiduquesas. Ser medio pobre y muy ignorante es un gran mérito, no lo dudo, y así lo entendió el público, es decir, el pueblo, que nunca se engaña, poniéndose morado a aplausos.

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Un regalo caro y superfluo

Si el penúltimo acto electoral de Mariano Rajoy consistirá en visitar a María Teresa Campos (por cuyo programa ya han pasado, por supuesto, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: el Coletas hasta le cantó algo a la guitarra) uno se pregunta por qué no puede ahora mismo, en sus mítines por toda la España una, grande y libre, sacarse de la barba promesas electorales. Promesas electorales que no forman parte del programa electoral del Partido Popular, pero que Rajoy se ha reservado (así lo dicen, como formidable pachorra, sus adláteres en campaña) para estos días de fiesta de la democracia. Aquí dos, dos que se las quitan de las manos: ni los que quieran prolongar su vida laboral después de los 65 años pagarán el IRPF ni lo harán durante un año los que consigan felizmente un puesto de trabajo. Un guiño amoroso al sector electoral que sabe fiel (los ancianos de clases medias y media bajas) y un saludo al que se le resiste (los jóvenes y en particular los titulados universitarios). Las promesas verbales que se perpetran en los mítines y no figuran en los programas, los deliciosos caramelos que se esparcen cabalgando sobre un mitin a teta brisa, tienen además una ventaja: no es necesario adjuntarles un cuadro económico para precisar los costes de la medida. Los costes: algo relativamente sencillo de calcular. Pero el truco consiste, por supuesto, en obviar tan enojoso asunto. Rajoy lo propone y si el presidente lo propone es que nos lo podemos permitir. Claro que el presidente acaba de meter la mano de nuevo en el Fondo de Reserva de la Seguridad Social. Lo lleva haciendo periódicamente desde que comenzó su mandato. Ha sustraído un total de 37.701 millones desde finales de 2012 para abonar las pagas extraordinarias de los jubilados. A este ritmo el fondo se agotará a mediados de 2018.
Sin duda es una ocurrencia genial dejar exentos del IRPF a los que consigan empleo. Lo malo que ocurre con las rebajas tributarias que promete (de nuevo) el PP es que son incompatibles con el mantenimiento del modesto pero no barato Estado de Bienestar español. Como recuerda Ignacio Conde Ruiz existen países con bajos impuestos y reducido Estado de Bienestar y países con alta tributación y Estados de Bienestar amplios. Pero las dos cosas simultáneamente no. La creatividad contable de los escribas de Cristóbal Montoro estableció para los presupuestos generales del Estado de 2015 una subida del 8% en los ingresos por cotizaciones a la Seguridad Social y hasta octubre solo se había incrementado un 0,5%.  Unos 10.000 millones de euros previstos y que no han aparecido por ningún lado. Lo más gracioso, sin embargo, es que más de un 85% de los contratos firmados en los últimos seis meses en España no obligan a los nuevos empleados a presentar la declaración de la renta. Son contratos temporales (por meses, semanas, días) que a menudo no cubren el salario mínimo interprofesional. Rajoy promete regalar algo que muchos cientos de miles de españoles ya tienen: la pobreza suficiente para no abonar el IRPF.

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Debates en telecracia

Durante un cuarto de siglo he dedicado un montón de horas a escribir sobre política, elecciones, líderes y partidos, pero jamás he visto un solo programa de los que hace dos o tres años infectan las pantallas de televisión: esas horrendas y estruendosas tertulias donde se coció la popularidad de Pablo Iglesias, en la Sexta y en Antena 3, pero en las que también han sido estrellas fulgurantes bestias bípedas como Miguel Ángel Revilla, Antonio Miguel Carmona y (de vez en cuando) Alberto Garzón, entre otros. Me repugnan. No he gastado ni tres minutos en esas zafiedades palcolor. Por supuesto que no forme parte del público del debate ese en el que la vicepresidenta del Gobierno sustituyó a Mariano Rajoy ni veré el próximo ni el siguiente. Tengo una idea absolutamente injusta, imprecisa y paleolítica sobre tales debates. Son espectáculos televisivos y en absoluto discusiones racionales donde se enfrentan argumentalmente análisis y propuestas. Son, sobre todo, un producto audiovisual, y los integrantes de su dramatis personae  no lo ignora, no pueden ignorarlo si desean participar con alguna garantía de rédito electoral. Pedro Sánchez, el secretario general del PSOE, no acude a esas convocatorias para ejercer como tal en una coyuntural electoral, sino para representar un producto comercial en el mercado del voto que, por supuesto, debe venderse cargado de humanidad. Los demás hacen exactamente lo mismo: encarnan un producto, un relato, una gramática sentimental de eslóganes primacistas  y fraseología excluyente. Entiendo que millones de personas se traguen un programa de televisión como si fuera la realidad abierta en canal. En cambio, que lo hagan periodistas, opinadores y hasta politólogos que complementan sus sueldos de profesores asociados con cuatro perras por asistir a estos aquelarres escapa totalmente a mi capacidad de comprensión.
Me trae por tanto absolutamente sin cuidado cuantos debaten, a qué hora y a través de qué canales, porque lo importante, es decir, el qué, deviene siempre un asunto secundario (o una cómoda abstracción) que los candidatos y partidos saben arrinconar perfectamente, y en especial, cuando se les deja gritarse unos a otros, sin que una instancia intermedia e independiente pregunte, insista, denuncia contradicciones y exija claridades. Solo en estos simulacros – y porque la naturaleza del simulacro es precisamente la de una fantasía audiovisual adaptable a los esquemas narrativos de una película de buenos y malos o de un espectáculo deportivo, impregnados de valores incuestionados – se puede discutir, evaluar, decidir quién ha ganado el debate, y es obviamente lo que se hace. Ah, y por supuesto, no hay nada más cretino que esa soberbia y enaltecedora aseveración que reza que el verdadero ganador del debate no fue este o aquel candidato, sino la democracia. La democracia está en esos supuestos debates como la sabiduría universal en los sobres de azúcar de las cafeterías.

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Ministros, miren qué ministros, que me los quitan de las manos

¿Recuerdan cuando nos íbamos a empoderar como auténticos ciudadanos gracias a Podemos? La maldita casta de los partidos sería herida de muerte por una organización dinámica, espontánea,  de puro gozo instrumental en la que la que tanto la primera como la última palabra la tendrían los ciudadanos que decidirían soberanamente estrategias, programas, candidatos. Bueno, toda esa tontería no podía durar mucho y al cabo de apenas año y medio de su aparición los fundadores  — y máximos dirigentes – de Podemos han dejado perfectamente claro su furibundo aunque taimado oportunismo. Ahora cabe disfrutar del espectáculo de un Pablo Iglesias presentándonos a quienes nombrará ministros nada más tomar posesión como presidente del Gobierno. Un exjefe del Estado Mayor de la Defensa,  Julio Rodríguez, será, por supuesto, ministro de Defensa. Una jueza, Victoria Rosell, es fichada  — la expresión ya no tortura los delicados labios podemistas – como cabeza de lista al Congreso de los Diputados por la provincia de Las Palmas, sin enojosas primarias por medio, y Pablo Iglesias anuncia asimismo que la designará ministra de Defensa. Yo no recuerdo jamás que Felipe González, José María Aznar o sus sucesores anunciaran antes de las elecciones a quienes harían ministros. Pero Iglesias y sus conmilitones necesitan vender género. “Ministros, ministros, fíjense en estos ministros, que me los quitan de las manos…” Por tanto no se trata de que los candidatos sean elegidos por los militantes ni que el programa sea el fruto de un sesudo y participativo debate (solo el 4,4% de los militantes participaron en el debate programático de Podemos) sino de puro marketing personalista. Por supuesto Iglesias no ha consultado a nadie sobre ministrables, ni lo hará jamás. Para conseguir un futuro grupo parlamentario dócil y ovejuno a Iglesias y sus cuñaos – ejemplar el trabajo de estirpe leninista del secretario de Organización, Sergio Pascual —  no les ha importado tensionar hasta cerca de la ruptura al partido en Andalucía: en Córdoba la dirección nacional ha impuesto a Marta Domínguez como número uno al Congreso aunque militantes y simpatizantes hubieran votado mayoritariamente por Antonio Manuel Rodríguez.
Entre los que critican a los dirigentes de Podemos por estas tarascadas, por este descaro entusiástico, por este travestismo comercial, gárrulo e incansable, en fin, veo siempre mucha y florida indignación hacia Iglesias, Errejón y compañía. No entiendo, en cambio, que no se muestre una migaja de crítica hacia personas como Julio Rodríguez o Victoria Rosell por entrar así, como héroes del silencio, apenas un mes antes de las elecciones, en un experimento político tan velozmente degradado por sus propios inventores y sin necesitar de otro nihil obstat para sentarse en un escaño que la sagrada y promisora palabra de Pablo Iglesias.

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