Fernando Ríos Rull

Confrontaciones y deslealtades

Durante toda su carrera política Fernando Clavijo se ha cuidado mucho de presentar la imagen de un follonero. Los hechos demuestran más o menos lo contrario: Clavijo detesta la confrontación e intenta siempre trenzar acuerdos y, si es posible, articular consensos. No es el trasunto de un alma bondadosa, sino una técnica de gobierno de estirpe municipal. Por eso se me antoja poco verosímil que el todavía alcalde de La Laguna haya elegido la pelea contra el Ejecutivo regional, y menos aun contra su presidente, como instrumento de campaña electoral. Lo que ocurre se explica, más bien, por las particularidades de esta campaña en el universo coalicionero. Por primera vez en Coalición Canaria el presidente saliente lo es porque perdió la nominación  frente a otro candidato. Y la perdió pese a las feroces presiones en las que se empeñó personalmente con un denuedo oscuro e incansable. Manuel Hermoso aceptó la llegada de Román Rodríguez, que formaba parte de su Gobierno como director del Servicio Canario de Salud; Rodríguez perdió la oportunidad de una segunda candidatura, pero Adán Martín era su consejero de Economía, Hacienda y Comercio; Martín se retiró para no someter a presiones intolerables a CC y jamás se le ofreció nada en un gesto de suprema mezquindad.  La situación actual ha devenido diferente. Paulino Rivero es el presidente del Gobierno y ya ha dejado claro que no piensa participar, ni durante cinco minutos, en la campaña electoral de candidato de su propio partido. Su equipo gubernamental no moverá un dedo – ni en materia informativa – a favor del candidato presidencial de CC. A Rivero apenas le quedan apenas tres meses al frente del Ejecutivo y, por tanto, no tiene ya adversarios políticos, salvo uno, precisamente:  Fernando Clavijo.
Las políticas sociales y asistenciales del Gobierno de Rivero han fulgido entre insignificantes y catastróficas. Suscribir el optimismo lunático de Inés Rojas sobre su gestión es tan razonable como coincidir con la satisfacción de un presidente que llegó al poder con un 10% de desempleo y se marcha con más de un 30% de parados. A Rivero ya todo le da lo mismo, excepto demostrar al aspirante que, hasta el último segundo, está dispuesto a evidenciar que la administración autonómica sigue en sus manos. Por eso incluso  se ha preocupado en mantener a su lado a  Fernando Ríos Rull, al que ha gestionado una comisión de servicios desde su puesto funcionarial de letrado del Consejo Consultivo. El mismo Ríos Rull al que se vió obligado a destituir como comisario para el Desarrollo del Autogobierno a petición de CC. El mismo Ríos Rull que se agota a diario en las redes sociales apostrofando de CC y que está organizando un partido para competir electoralmente con la fuerza política que preside Paulino Rivero. Pues ahí sigue, trabajando humildemente para la Presidencia del Gobierno. Pero eso, claro, no es una deslealtad nauseabunda. Eso es poderío.

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La operación

Fernando Ríos Rull ha descubierto, con un malestar espiritual perfectamente comprensible, que CC se convirtió en una fuerza derechista e insularista el pasado 12 de septiembre, cuando fue elegido candidato presidencial Fernando Clavijo. Porque en realidad toda la tartufesca escenografía que Ríos Rull se está marcando – los pucheros y las críticas previas a la votación del candidato, la chismografía tuitera posterior, su abandono de la organización – se derivan simplemente de este modesto hecho: Paulino Rivero – ese adalid del nacionalismo progresista y ecologista en Canarias — no consiguió optar a un tercer mandato presidencial. Desde ese día aciago los partidarios de Rivero han tocado todos los palos de la intoxicación más deleznable y ridícula, sin desdeñar ni las teorías conspirativas – un complot en el que el pobre presidente del Gobierno, a solas con los presupuestos generales de la Comunidad autonómica y el Boletín Oficial de Canarias, se convirtió en víctima de gente tan ambiciosa que estaban dispuestos a que no gobernara durante doce años ininterrumpidos – ni las denuncias sobre un partido sojuzgado y silenciado, sin comparación apenas con ese pujante y transparente vergel de debate y crítica que era la CC tinerfeña bajo la muy democrática guía de Javier González Ortiz. Y, por supuesto, en la gallarda despedida de Fernando Ríos no se encontrará una palabra de reproche por la perversión político-ideológica que padece la organización al secretario general de Coalición Canaria, José Miguel Barragán, ni al presidente de CC, que no es otro que el mismo Paulino Rivero.

La salida de Ríos Rull de CC no es una decisión estrictamente personal, sino que se inserta en una estrategia política del señor Rivero para sobrevivirse políticamente después del próximo mayo. Con un gesto de suprema delicadeza Ríos Rull no ha dimitido como comisionado del Gobierno autonómico –a lo que cualquier ciudadano con un mínimo sentido de la decencia estaría obligado –sino que ha puesto su cargo a disposición del jefe del Ejecutivo. Ya se verá si Rivero lo destituye o no mientras se fragua el siguiente acto de la astracanada, la retirada del PNC, es decir, de Juan Manuel García Ramos y su muy reducida comparsa, entre ajijides y jaculatorias para la refundación de un auténtico nacionalismo canario, mimetizando en lo posible aquella patochada que se llamó la Federación Nacionalista Canaria y que contó en su día con las bendiciones de otro patriota de izquierdas, Dimas Martín. Lo apasionante será comprobar el papel que se reserva Paulino Rivero, pero después de los últimos años no resulta del todo inverosímil  que intente simultáneamente agotar su mandato y liderar (¿a medias?) una nueva (o no tanto) opción política. Cualquier ciudadano convendría en entender esta operación como una estafa sórdida e intolerable. Y se quedaría corto.

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