Gobierno de Canarias

Crónica parlamentaria. Esto es una catástrofe pero nos va muy bien.

Cuando el cronista se despertó, Ángel Víctor Torres seguía ahí, escuchando una pregunta de  Manuel  Domínguez, que de casadista de estricta observancia pasó a feijooísta entusiasta y casi arrebatado, bueno, como le ocurrió a todo el PP. Domínguez frunce el ceño muy bien pero su código gestual recuerda demasiado al doncel de don Enrique el Doliente. “Mis arreos son las armas,/mi descanso es pelear,/mi cama las duras peñas,/ mi dormir siempre velar”. El alcalde de Los Realejos le preguntó al exalcalde de Arucas sobre las escuelas infantiles privadas, cuyos propietarios ni siquiera han sido recibidos, pese  a su respetuosa insistencia, por la consejera de Educación del Gobierno autonómico. Domínguez no sabía explicarse las razones del Gobierno para rechazar acuerdos o convenios con las escuelas infantiles privadas cuando, ciertamente, Canarias registra un déficit de las mismas. Comprenderán ustedes que el presidente Torres lo tuvo fácil. Su Gobierno quiere escuelas infantiles públicas y gratuitas y se van a inyectar 40 millones de euros para disponer de 5.000 plazas antes de que finalice 2025. Por supuesto se le aplaudió mucho desde la bancada de la mayoría y los infelices y desatendidos propietarios de las escuelas privadas desaparecieron como una pompa de jabón en el salón de plenos.

Cumplidos dos años y medio de legislatura Ángel Víctor Torres ya tiene perfectamente pulido su modus operandi parlamentario. El presente político es siempre una crisis de la que no es responsable pero que se encasqueta en la cabeza como una corona de espinas. En el Parlamento sus mejores momentos han sido sus peores momentos, cuando perorateaba como un cristo socialdemócrata – el Señor de las Pandemias — y Nira Fierro le cantaba saetas lacónicas pero íntimamente muy sentidas. El pasado es una pesadilla protagonizada por Freddy Krueger, es decir, por Coalición Canaria, y el futuro, que está a dos pasos así chillen los derrotistas, es donde nos aguardan unas islas prósperas, justas, resilentes, verdes, feministas y abiertas al mundo.  Con estas cuatro referencias el hombre va escapando. Ayer, por supuesto, fue más de lo mismo. Con decir que lo más novedoso consistió en que los micrófonos de la mayoría de los escaños no funcionaban y muchos diputados tuvieron que hablar con un micrófono portátil, como si estuvieran en un karaoke. Se nota que Vidina Espino no le gustan. Luis Campos cantaría sin problemas un corrido mexicano. Manuel Marrero, en cambio, entonaría Te recuerdo Amanda.  Marrero siempre está recordando lo triste que es el pasado, cuando no existía Podemos ni Yolanda Díaz. El rasgo más asombroso –aunque ya normalizado – de la mayoría en la sesión plenaria es que ya sea una pregunta oral o una interpelación o cualquier otro formato los portavoces del PSOE, Podemos o Nueva Canarias dedican las tres cuartas de su tiempo en lancear a la oposición, no a preguntar al Ejecutivo o a proponer iniciativas o soluciones. Uno de los diputados más eficaces y eficientes en la consecución de este objetivo es el señor Iñaki Lavandera, que se ocupa de fiscalizar meticulosamente a la oposición, y no solo actualmente, sino también a lo que la oposición hizo en el pasado, cuando gobernaba, e incluso lo que hará en el futuro, si no cae un rayo sobre ella y pulveriza definitivamente su canallesca maldad. Ya lo dijo ayer por enésima vez: CC y el Partido Popular representan el egoísmo, la insolidaridad, la mezquindad, la torpeza, la primacía de los intereses particulares sobre los generales, la inutilidad, la incapacidad para desarrollar políticas a medio y largo plazo y muchas cosas más que el lector curioso puede encontrar en el Necronomicón.

Honestamente – si un cronista parlamentario puede ser honesto y no solo víctima propiciatoria de su cansancio o su aburrimiento – no cabe esperar mucho más en los próximos meses de a mayoría gubernamental y del propio Gobierno, que se ha encerrado a esperar que escampe. Así lo evidenció ayer Román Rodríguez, vicepresidente y consejero de Hacienda, que ni siquiera parece dispuesto a sacar la mano de la ventana para comprobar si sigue lloviendo. Se supone que Rodríguez fue interpelado para que comentara qué pensaban hacer para apaciguar el efecto de la inflación en Canarias, pero no dijo una palabra al respecto, y comenzó a emitir, según su costumbre, un jacarandoso resumen de titulares de prensa sobre las decisiones de la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra y el Banco Europeo, o la decisión de Joe Biden de meter en el mercado internacional un millón de barriles de petróleo estadounidense al día, o lo del gobierno alemán tomando el control de la filial de la gasística rusa Grazprom y otras flores de actualidad. La coalicionera Rosa Dávila le replicó sarcásticamente que es una pena de Rodríguez no fuera presidente de la Reserva Federal o secretario general de las Naciones Unidas, porque al parecer tenía ideas espléndidas para la gobernanza económica mundial, pero no para Canarias.  El vicepresidente se irritó y citó una y otra vez que Hacienda devolverá hasta julio el 99% del impuesto autonómico sobre el combustible a agricultores, pescadores, ganaderos o taxistas hasta julio. Una medida necesaria y acertada, pero claramente insuficiente.

Es alarmante tanta tranquilidad gubernamental como la que se desprendió de los debates de ayer. Porque no parece serenidad política, sino temor paralizante. Sí, han venido muchos turistas, pero la gran mayoría había contratado su paquete vacacional en Canarias antes de la guerra en Crimea y de que la inflación enloqueciera. No, no es posible crecer al ritmo en el que lo ha hecho la economía canaria en el primer trimestre del año con un petróleo que supera los 100 dólares por barril y que puede dejar atrás los 120 dólares en pocas semanas. Es delirante el discurso gubernamental escuchado ayer que presenta Canarias como un archipiélago burbuja al que no afectará ni la guerra, ni el encarecimiento de la energía y de materias primas, ni una inflación que se mantendrá muy alta, al menos, hasta fin de año. “Somos muy dependientes”, reconocía como una evidencia elemental el presidente Torres ayer, y repetía su vicepresidente mirando el techo o los titulares del New York Times.  Todo es una catástrofe pero no se puede discutir que nos va muy bien. Pero esta dependencia estructural no impide al Ejecutivo y a las fuerzas parlamentarias que lo respaldan dibujar Canarias como una Shangri La rodeaba de nieves amenazantes pero instalada en una eterna e indestructible  primavera. Al final –tenía que ocurrir tarde o temprano – hemos terminado creyéndonos nuestros propios eslóganes turísticos.

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Sudapollismo

Los datos de empleo son muy mediocres en España, pero francamente buenos en Canarias. El paro bajó en las islas en 3.381 personas el pasado mes de marzo. Se sigue así con una tendencia de recuperación de la actividad laboral que ya cumple un año. Más de 78.000 canarios han conseguido un puesto de trabajo en los últimos doce meses, aunque todavía 200.000 no han logrado salir de la lista del desempleo. Por supuesto, la reciente reforma laboral ha tenido un impacto menor en la mejoría del indicador. La feliz causa ha estado, como suele ocurrir, en el turismo, y más concretamente, en el turismo extranjero. El pasado febrero visitaron el archipiélago 968.000 turistas más que el mismo mes del año 2021, lo que supone  un aumento de nada menos que un 1.203%.  La industria turística ya ha recuperado el 83% del turismo extranjero  que tenían en febrero de 2020, inmediatamente antes de la pandemia, cuando se alcanzaron 1.170.238 visitantes. No se trata de despreciar como irrelevante la acción del Gobierno de Canarias, pero este fuerte incremento turístico, y su efecto directo en el comercio local, es el responsable principal del descenso del desempleo.

Es muy razonable que el presidente Ángel Víctor Torres se congratule por las buenas noticias en materia laboral. A lo largo de su duro y complejo mandato no ha podido dar muchas. Pero confieso que me preocupa que no se contextualice no solo lo muy malo, sino también lo relativamente bueno que está ocurriendo. Uno de los trucos retóricos más desafortunados pero más practicados desde el poder en los últimos tiempos es esa pregunta sobre si estamos mejor ahora o no que hace dos años. Es bastante tramposo. La pandemia es, al parecer, una excusa para argumentar frustraciones, torpezas y límites, pero se la puede utilizar para comparativas exaltantes. Por favor, no me compare la recuperación del empleo respecto al año pasado,  todavía en la coyuntura más crítica de una pandemia universal. Canarias ha mejorado muy ligeramente sus niveles de desempleo respecto a 2019 y no ha aumentado perceptiblemente su cohesión social. Las ayudas públicas – tanto las dependientes del Gobierno central como la del Gobierno autonómico – no han conseguido potenciar la cohesión, pero es que su objetivo no es ese. La cohesión social es fruto de una enseñanza pública de calidad en un marco de igualdad de oportunidades, de una sanidad que funcione razonablemente, de un conjunto de servicios sociales competente, de unas administraciones públicas ágiles, flexibles y muy profesionalizadas,  de una inversión sistemática en investigación y desarrollo y hasta de un sistema de transporte público eficiente y eficaz. En resumen, el prerrequisito de la cohesión social es una sociedad civil fuerte, articulada, con instrumentos de protección social pero también con una sólida autonomía respecto al poder político. La cohesión social no se juega, en ningún caso, sobre una figura como el ingreso mínimo vital o una renta ciudadana que amenaza con convertirse en otra trampa burocrática.

Canarias no ha ganado un fisco de cohesión social en los últimos tres años, aunque sería injusto (y hasta disparatado) acusar al Gobierno de ser el único responsable, cuando ha debido lidiar (con desigual fortuna) con sucesivas crisis. Pero siempre ha sido un equipo gubernamental ajeno a cualquier estrategia de política económica, retraído en política fiscal y retóricamente obsesionado con políticas sociales y medioambientales. Torres y su entourage han renunciado a veces a gobernar – por ejemplo, frente a Madrid—pero nunca a mandar sobre esa sociedad civil débil y empobrecida. Ahora exaltan los nuevos empleos pero no advierten a los ciudadanos sobre los efectos de la espiral inflacionista y los precios de los combustibles, que pueden frenar en seco la recuperación turística (y económica) de Canarias. Como si no ocurriera nada cuando la economía mundial está al borde del abismo de una recesión. Algún columnista carpetovetónico ha resumido brutalmente en una palabra la actitud del Gobierno español pero se ajusta perfectamente al Gobierno canario: sudapollismo.

 

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Su santa impunidad

El columnismo es un esfuerzo digno de mejor causa. Hay días en los que las miasmas son tan penetrantes que escribir se convierte en un riesgo respiratorio. Hace unos días, en conversación con varios compañeros encargados de información política, coincidimos todos en que los responsables públicos – sobre todo los de los partidos gobernantes – en la mayor parte de las ocasiones ya ni responden a las llamadas telefónicas de los periodistas. Que nos den y bien duro. Los excelentísimos y sus señorías se reservan para cosas más importantes. Está cuajando, como una placa de mierda cristalizada sobre las ventanas de la democracia, un desprecio absoluto por los medios de comunicación y una sensación de impunidad entre los que mandan que riéte tú de Ricardo Melchior a principios de siglo. Un ejemplo al azar. El ayuntamiento de La Laguna. El gobierno municipal que preside Luis Yeray Gutiérrez con la apostura de un maniquí de Mango lleva hasta dos años sin responder a numerosas preguntas de la oposición ni entregar documentación oficial. Por supuesto, tienen un tiempo tasado para contestar. No lo cumplen. Les trae absolutamente igual. Ah, aquel lejano pasado en el que Rubens Ascanio  –todavía sin endocrino ni pajarita – y Santiago Pérez – aun ignorante de que el PSOE solo deseaba parecerse a él hasta en los andares –bramaban en los plenos porque el gobierno de coalicioneros y  socialistas  — en el que por cierto participaba Gutiérrez — llevaba tres meses sin entregarles un decreto. Tres meses, obviamente, empapados en fascismo. Cuando, por fin, anteayer entregan parte de la documentación, se comprueba que esta peña se ha gastado cientos de miles de euros, todavía en plena pandemia, para gestionar sus redes sociales. El alcalde, él solito, más de 100.000, aparte de 15.000 púas para una estrategia de marketing sobre su augusta presencia así en la tierra como en el cielo. ¿Para transmitir qué noticias? Bueno, para repetir por enésima vez, verbigracia, que María José Roca, concejal de Comercio y Movilidad, mandó pintarrajear el suelo de la calle Heraclio Sánchez de vivos colores. Qué hermoso paso hacia una movilidad sostenible, inclusiva, pluricultural y respetuosa con la identidad sexual de todos los transeúntes.

¿Y lo de los cursos de Servicio Canario de Empleo en colaboración fraternal con el Cabildo de Gran Canaria? Esa tampoco decepciona. De repente aparece por la pantalla la pequeña colibrí del Gobierno autónomo,  Elena Máñez que pía sobre un micrófono que el SCE va a impartir cursos para aumentar las habilidades digitales de los trabajadores de la construcción. ¿Para trabajar dónde? Pues donde va a hacer, en el Salto Chira Soria, el brutal y mesiánico capricho de Antonio Morales, presidente del Cabildo grancanario. Además de disfrutar excomulgando a los críticos y a los descreídos y premiando a los fieles seguidores, Morales sacó un concurso millonario para la contratación y funcionamiento de una empresa que practica oficios marketineros repartiendo pasta en publicidad directa e indirecta del proyecto, y ahora consigue el apoyo decidido del Gobierno para legitimar el Salto Chira Soria como fuente de creación de millares de empleos. A los albañiles se les enseñará a utilizar el ordenador para destruir su propio país, y cuando terminen las obras pues ya pueden divertirse junado al Fornite el resto de su vida.

Tercera. El ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, ante la evolución de la covid, traslada las fiestas de carnaval a junio, y se plantea utilizar para celebrar concursos y actos la explanada donde se desarrollan concursos y conciertos como el que ofrece tradicionalmente la Orquesta Sinfónica en Navidad. La Autoridad Portuaria se niega sin detallar mayores razones. Y entonces aparece el presidente del Cabildo, Pedro Martín, para salvar la situación. Todo de una espontaneidad fabulosa. Nada, hombre, que lo hagan bambón honorario, diablo loco en excedencia, triquitraque sustituto. El muy carnavalero.

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Las perritas son suyas

No está bien visto preguntar. Preguntar se ha convertido en una actividad sospechosa. Quien pregunta es que tiene dudas y el que tiene dudas es un facha o un rojo, un desquiciado o un lerdo. Preguntar era anteriormente un síntoma de inteligencia o, como mínimo, de punzante curiosidad. Ahora es una ordinariez y se suele entender como un ataque indebido. Así que preguntar al Gobierno de Canarias –por ejemplo – qué tal va lo de la modernización de las islas seguro que es mal recibido. Luego está la referencia automática al covid. Qué bien estaríamos ahora sin covid, suele insinuarse desde el Gobierno canario. Pedro Sánchez, no obstante, no piensa lo mismo. El presidente afirmó hace unos días que la pandemia incluso había contribuido a acelerar la transformación progresista del país. Es una lástima que más de 100.000 muertos no puedan consolarse con haber servido de munición agónica para el despertar de la patria en el siglo XXI.

Las peores preguntas son las que se dirigen, como es obvio, a los silencios sobre la transformación de la economía española y el aumento de la cohesión social que habrían de potenciar los fondos europeos extraordinarios. En agosto pasado llegaron a España los primeros 19.000 millones de euros, el 27% del total de transferencias que recibirá el país, de los que hasta principios de año se habían ejecutado menos de la décima parte. A las comunidades autónomas se les ha entregado más de 7.250 millones para conseguir los objetivos del Plan de Recuperación, Transformación y Resilencia, entre otros, desarrollar la normativa de residuos, corregir tendidos eléctricos, renovar edificios, mejorar los servicios de saneamiento y depuración de aguas, impulsar la movilidad eléctrica, modernizar (sic) la Formación Profesional, reforzar la economía de los cuidados, reducir la brecha digital y mejorar los equipos de alta tecnología sanitaria. El impacto de este pastón en Canarias es hoy por hoy casi inapreciable. Un ejemplo: el Gobierno central aprobó en octubre una consignación de 52,8 millones de euros que se deben invertir en programas para la rehabilitación de viviendas  y edificios públicos y la construcción de viviendas energéticamente eficientes, así como a la rehabilitación residencial en entornos urbanos. Cabe imaginar que los programas ejecutivos aún se están diseñando; mientras tanto las cifras del mamá comunitario llenan los titulares con un triunfalismo ligeramente repugnante. Porque el ciudadano de Las Palmas de Gran Canaria – por poner otro ejemplo– lo que se encuentra en una ciudad patas arriba desde hace años con obras que se eternizan, una desidia convertida en artesanía municipal y pintoresquismos como el socavón en la Avenida Marítima que se rodea con unas mallas y que salga el sol (y el viandante) por donde pueda.  El desempleo supera el 22% de la población activa y la vivienda y los alquileres no han dejado de incrementarse en el municipio en los últimos años. ¿Cuándo se invertirán esos 52,8 millones?   ¿Con qué prioridades y en qué distritos y cómo se conectarán esos proyectos con la planificación de las obras prevista en la capital? Silencio. Una silencio triunfalista, autosatisfecho, impresentable.

Desde un primer momento los fondos del Mecanismo de Recuperación de la UE se entendieron, desde el Gobierno central, como una herramienta política y propagandística, de igual manera que la pandemia se ha tratado como un ejercicio de comunicación.  Nada de un gran acuerdo nacional en las Cortes. Después de un año ni siquiera se ha tramitado como proyecto de ley el decreto ley por el que fue aprobada la regulación de la gestión de los fondos europeos. Todos los grupos parlamentarios (incluidos PP y Vox) votaron a favor del decreto con la condición de que de inmediato se debatiera y aprobara como proyecto legislativo para introducir enmiendas. Pero PSOE y UP han incumplido este compromiso y de facto han bloqueado el debate  desde su mayoría en la Mesa del Congreso de los Diputados: no tolerarán ni cogobernanza real con las autonomías ni entidades técnicas de fiscalización y seguimiento de inversiones y gastos. Las perras son suyas. Aunque las administraciones  públicas revienten de empacho.

 

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Una burocracia del consuelo

Los presupuestos generales de Canarias aprobados anteayer en el Parlamento son menos un instrumento para desarrollar políticas públicas bajo una orientación estratégica que un menú de subvenciones, subsidios, exenciones, socorros y ayudas. A estas alturas del milenio todavía se debe soportar a políticos (como a una diputada curbelista, Melodi Mendoza es su gracia) insistir en que “tres de cada cuatro euros que se invierten son para gasto social”, una afirmación estúpida porque, en primer lugar, mezcla gasto e inversión, y en segundo, porque solo con lo que cuestan las nóminas de los funcionarios y empleados públicos en educación y sanidad te explicas tan portentoso resultado. Porcentualmente el otro departamento más privilegiado desde un punto de vista financiero es la Consejería de Transición Ecológica, pero aunque la mayoría de sus programas son singularmente beneméritos y varios de los mismos tendrán un impacto positivo en la vida cotidiana de los isleños –calidad y vertido de las aguas, tratamiento de las basuras y residuos—lo cierto es que las políticas ecológicas, tal y como observó tempranamente Iván Ilich, no son jamás políticas populares, entre otros motivos, porque apenas generan puestos de trabajo. Nuestra nefanda –aunque pequeñita — contribución a la huella de carbón se reducirá en la próxima década, pero nos va a costar una pasta, y es un gasto que tiende a convertirse en estructural.  

Tal y como recordó la oposición parlamentaria en el debate presupuestario resulta imposible detectar en los presupuestos diseñados por el consejero de Hacienda, Román Rodríguez, y su equipo, una estrategia política ordenada, sistemática y jerarquizada de recuperación económica para la era poscovid. Eso irritó bastante a la mayoría parlamentaria, pero es una obviedad muy escasamente discutible. La situación económica del país es mala –la inmensa mayoría del empleo creado desde marzo es precario y barato — y las previsiones de crecimiento francamente mediocres pero no existe un consenso sobre los motores e instrumentos del crecimiento económico de Canarias, con un turismo bajo continua sospecha infecto-contagiosa. No existe en el seno del propio pacto de Gobierno, no se diga en el ámbito parlamentario. Las cosas empezaron prometedoramente con un Plan de Recuperación, Transformación  y Resilencia – el conocido como Plan Reactiva Canarias – firmado con gran pompa y circunstancia, pero muy pronto el Gobierno de Ángel Víctor Torres dejó de lado cualquier voluntad de diálogo, acuerdo y cumplimiento, aun en la coyuntura más grave vivida por las islas en las últimas décadas. En la práctica el Plan Reactiva Canarias sirvió al presidente para mantener en silencio a la oposición durante muchos meses, engatusada por el sortilegio de una unidad de acción que no existió jamás. Torres no deja de recordarnos que vivimos en una situación excepcional, pero gobierna exactamente igual que cualquier de sus predecesores aun en medio de “la peor pandemia soportada en el último siglo” y “una crisis económica que amenaza con destruir nuestro tejido productivo”.

Las acciones de estímulo a la actividad empresarial han sido modestas y pese a la cháchara de Rodríguez el supuesto keynesianismo del Gobierno ni está ni se le espera. Para ahora mismo el Ejecutivo podría haber emprendido un programa ampliado de obras públicas – viviendas, carreteras, autopistas, muelles, parque urbano – y para pasado mañana solucionar la miserable financiación de las universidades canarias –que recibirán apenas 4,5 de euros más que este año – e impulsado un nuevo sistema de I+D+i. Sin pistas de ninguna de estas iniciativas, ¿cómo se va a modernizar la economía canaria, crear empleo, fortalecer su músculo empresarial hacia organizaciones medianas y grandes y consolidar un mercado archipielágico y no cinco, aumentar la productividad y favorecer la innovación? Es así, y no con ingresos mínimos vitales como se lucha contra la desigualdad, la pobreza y la exclusión social. A mí el equipo de Torres me parece, más que un Gobierno, una lenta y autosatisfecha burocracia del consuelo.

 

 

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