Impuestos

Turboidioteces

De repente tanto Ángel Víctor Torres como Román Rodríguez se han puesto a cantar, con la pasión declarativa de las Azúcar Moreno, sobre bajar los impuestos. Por supuesto entre brumosas vaguedades, aunque insistiendo en lo mismo: las bajadas fiscales deben ser puntuales y coyunturales porque debe garantizarse la financiación de los “servicios básicos”.  Eso es exactamente lo que ha propuesto la oposición parlamentaria, en especial Coalición Canaria, recibiendo palos de las heroicas filas de la izquierda cada vez que se les ocurría solicitarlo.  Torres y Rodríguez mimetizan la táctica de Pedro Sánchez, que después de ridiculizar una y otra vez a Núñez Feijóo por proponer una reducción del IVA a los combustibles, adopta la medida como propia.  En realidad lo del presidente y vicepresidente canarios es peor, porque Sánchez bajará el IVA, pero no está previsto que el Gobierno autónomo haga nada parecido. Básicamente se trata de transmitirle al personal –que diría Forges – que están pensando paternalmente en todo. Luego lo que hagan da un poco lo mismo. Es un uso miserable de la declaración política, las mañanitas cantinflescas que nos depara este Gobierno todos los días. Son capaces de convertir la firma de 1.000 y pico miserables contratos laborales en el pasado agosto en una noticia admirable, aunque representa la vigésima parte de los contratos firmados en agosto del año anterior. Y eso a pesar del aumento de turistas y de la ocupación hotelera en las islas. 

A estas alturas el Ejecutivo debería tener ya dispuesto un plan de ajustes fiscal en varias figuras tributarias y también una deflactación que adecue el tramo autonómico del IRPF al crecimiento de la inflación. Obviamente el proyecto de presupuestos generales de la Comunidad autónoma para 2023 debería contar con ambos elementos, pero no se preocupen, no figuran ni figurarán en los mismos. Serán de nuevo unos presupuestos expansivos, como ha advertido el consejero de Hacienda, nada menos que más del 10% de incremento. Por un lado, incrementar el gasto público no es considerado generalmente una decisión eficaz para la inflación, sino todo lo contrario. Si le cuentan a usted que lo está haciendo todo el mundo apunte, simplemente, que no lo están haciendo para combatir la inflación, sino atemorizados por los riesgos de ruptura de la cohesión social. Es una jugada peligrosa que lo fía todo a una debilitación de la tensión inflacionaria en el último trimestre del año o el primero de 2023. Torres y sus compañeros están jugando a la ruleta rusa. Si Alemania entra en recesión y el Reino Unido se estanca mientras se encarece el precio del dinero y el Banco Europeo abandona en otoño la compra de deuda pública española nos vamos a comer esos presupuestos con papas sancochadas si es que quedan en los supermercados. Por el momento Lo mismo hizo con Italia, Grecia y Portugal. Torres cree que la situación es seria, pero no grave. La estrategia económica y fiscal de su gobierno, en cambio, nos conduce a una situación grave, pero no es seria. Nadie es capaz de identificar alguno de esos proyectos-tractores que dinamizaría una economía canaria más moderna y abierta gracias a los fondos Next Generation.

Como nada de esto es suficiente, como este Gobierno es un bebe dopado de ingresos fiscales que flota en su propia complacencia, Torres sugiera que los expresidentes del Gobierno canario cobren un sueldo – ¿por qué no, con unos presupuestos eternamente expansivos? – y José Antonio Valbuena y Blas Trujillo se van a Islandia para ver islas volcánicas. Qué grandes, conquistar tan discretamente la última Thule de la desvergüenza y el poltronismo.

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No se puede estar en todo

Mira que era fácil. Se pone uno el terno azul claro, una corbata a rayas, dos tijeretazos del peluquero de La Moncloa y anuncias impuestos  a la banca y a las grandes compañías eléctricas y asunto encaminado. Y le ha funcionado al señor presidente. Basta con este juego de manos ejecutado con la intrépida pachorra de un fullero para conseguir sus objetivos: dejar en una esquina el progresismo de Podemos y del yolandismo porque para progresista él, cohesionar al Gobierno, obtener el placet (“usted se la levantado hoy de izquierdas, le felicito”, reconoció el coñoño de Rufián) del bloque parlamentario que lo ha apoyado, con excepciones y desmayos, en estos tres años. Pedro Sánchez, en una sola intervención, se aseguraba un segundo semestre políticamente descansado y sembraba el espacio del entendimiento para la negociación de los presupuestos generales del Estado para 2023 con los independentistas catalanes y vascos (y con el PNV).

¿Y la crisis inflacionista?

Bueno, uno no puede estar en todo. Por el momento el presidente afirmó que podría obtener con los heroicos impuestos a los demonios bancarios y las brujas eléctricas unos 3.500 millones de euros. La cifra de PIN español en el primes trimestre de 2021 fue de 317.928 millones de euros, lo que sirve para hacerse idea del peso real de una cifra que parece inicialmente tan abultada. En efecto, es una pasta que solo alcanza para sufragar al 100 billetes de trenes de cercanías  y media distancia, para incrementar 100 euros al mes a cerca de un millón de becarios y a poco más. Ah, está la guinda esa, tan delicada, que expresa tanta empatía por el resto del país, del proyecto de miles de viviendas públicas en Madrid, pero es que algo hay que intentar con Isabel Díaz Ayuso – los madrileños están abocados a soportar ambas desgracias simultáneamente-. Y eso es más o menos todo, si exceptuamos un programa escolar para aprender computación, que pasaba por ahí y el presidente lo cogió del pescuezo.

Por supuesto la inflación, con semejantes majaderías, no va a decrecer, pero a Sánchez lo que le preocupa es perder estatura política, no perder poder adquisitivo. En el horizonte próximo quedan coyunturas apasionantes. Los podemitas ya han propuesto subidas tributarias a las grandes cadenas de supermercados. Venga, que esa gente no deja de ganar pasta. Luego – esta mierda lo ha explicado nada menos que una vicepresidente del Gobierno – la administración sufragaría bonos de alimentos y productos de limpieza e higiene para aquellas personas desempleadas o con un sueldo muy modesto: esa clase media trabajadora a la que gusta referirse el presidente en las últimas semanas y por las que se va a dejar la piel. ¿No es ligeramente obsceno que se exprese en esos términos un sujeto que tiene una paga vitalicia garantizada como expresidente del Gobierno? ¿Y las pensiones? Se van a revalorizar según el incremento del IPC? Un incremento del 7% –por ejemplo – supondría aumentar el gasto en unos 10.000 millones de euros en 2023. Si la inflación llegara a los dos dígitos el gasto podría dispararse más y alcanzar entre 12.000 y 13.000 millones de euros el próximo año.  Hasta 10.000 millones más –solo en el capítulo de incremento de las pensiones – de lo hipotéticamente recaudado a la banca y a las compañías eléctricas.

Mimetizando a su hermano mayor, el Gobierno de Canarias no hace absolutamente nada. Tomó unas cuentas medidas menores y circunstanciales hace meses y ahí sigue, parado, feliz e intrauterino. ¿Bajar selectiva y puntualmente los impuestos o las cargas de los autónomos? Nada. ¿Llegar a acuerdos con cabildos y ayuntamientos para abaratar los costes del transporte público?  Nada. ¿Rebajar el tramo autonómico del IRPF? ¿Aumentar preventivamente nuestro stock de petróleo y gas en previsión de un corte de suministro a gran escala en Europa? Nada. ¿Plan de contingencia por si el próximo otoño desaparece el turismo alemán y se ve afectado el turismo británico? Menos todavía. Ángel Víctor Torres reina feliz y benemérito en la Corte de los Milagros.

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Despedida (regresando de Soria)

No hay nada que discutir contra los que afirman  — eso sí, en voz cada vez más bajita – que José Manuel Soria no dimitió por haber cometido un delito. Es cierto: no existe constancia de ninguna actividad delictiva por parte del señor Soria o de sus empresas familiares. Soria ha dimitido porque mintió una y otra vez sobre su participación en mercantiles plenamente legales pero dedicadas a servirse de complejas ingenierías jurídicas y fiscales para eludir el pago de impuestos. Es sorprendente este empecinamiento en que un político solo debe dimitir cuando un juez decida procesarlo. La dimisión política no es el subproducto de la actividad procesal. Se debe dimitir cuando ha resultado obvio que se ha mentido, engañado o simulado. Soria siempre fue un político con escaso apego a ajustar sus declaraciones con una realidad más o menos objetivable. La verdad lo perseguía, pero gracias a sus largas piernas y al uso de la elíptica nunca lo alcanzó. Lo que ocurre es que si viajar en el avión de un gran empresario para ir a pescan salmón es irritante, andar metido en actividades para disminuir la carga tributaria de tu clan ya resulta insoportable para la gente. Soria intentó dimitir como ministro de Industria y Energía y quedarse en el escaño para defender su ultrajada inocencia  — y continuar aforado – pero se le pidió que entregara todo antes de salir a la calle, como le pasa al Sucio en las películas, que tiene que dejar la placa, la pistola y el tabaco sobre la mesa del jefe.
La orden de dimitir igualmente como presidente del PP de Canarias indica que Rajoy ni quiere una soriasis que contamine las listas isleñas para las elecciones generales del próximo junio ni estaba dispuesto a admitir un posorianismo  gestionado por el ministro dimisionario. Por el momento los dirigentes y cuadros del PP canario se han quedado patidifusos. Soria llevaba cerca de diecisiete años como presidente, sumo sacerdote, juez supremo, canon de belleza masculino y grímpola del Partido Popular de Canarias. Desde que José Miguel Bravo de Laguna – que puede ahora frotarse las manos, aunque sea desde la modestia de un consejero de cabildo — dimitió en 1999 por sus malos resultados electorales en la Comunidad autonómica. Los actuales responsables de la dirección regional del PP llevan tantos años como obsequiosos corifeos que ya se han olvidado hasta de conspirar.  Fíjense en el joven aunque suficientemente innecesario Asier Antona, que no puede reprimir enviar un tuit para comunicar al Universo que sustituirá a Soria hasta el próximo congreso del partido, un gesto pueril que no se le hubiera ocurrido en sus tiempos ni a don Alfonso Soriano. El problema de las organizaciones sometidas a hiperliderazgos casi mesiánicos es que cuando sobreviene el desmoche caen en un estado de postración agónica y orfandad despistada. Madrid nos los dio, Madrid nos lo quitó, bendito sea el nombre de Mariano. María Australia Navarro prepara el asalto y esta misma tarde paseará por Triana buscando un nuevo par de zapatos con taconazos que la pongan por encima de tanta mediocridad gris marengo.
–Me estás pisando  –le dirá Antona.
–No, lo que pasa es que eres demasiado bajito – le explicará ella.

Soria fue construyendo durante años su escultura broncínea de genio del mal, pero esa una exageración. Al menos parcialmente. Maldad ocupacional, toda, pero nunca fue ningún genio. José Manuel Soria jamás tuvo otro objetivo programático que escalar por la pirámide alimenticia del ecosistema político español. Jamás se le ha escuchado una interpretación social, económica o cultural sobre Canarias ni ha expuesto un modelo de desarrollo y cohesión para el archipiélago. Todo lo que había pensado sobre este pequeño país cabía en sus tarjetas de visita y aun sobraba espacio. Canarias era, simplemente, un mapa de relaciones de poder. Madrid otro, más complejo y resbaladizo. Personalmente alérgico tanto al análisis como a la planificación el señor Soria era un político que se justificaba única y exclusivamente en términos de poder: se le votaba porque era poderoso – o simulaba bien serlo – y era poderoso porque se le votaba. No había nada más. Soria, en definitiva, vendía autoridad. Es lo que hizo al comienzo de su carrera política, cuando obtuvo la Alcaldía de Las Palmas de Gran Canaria con mayoría absoluta allá por 1995. Después de lustros de gobiernos de coalición, débiles, fragmentados y caóticos, Soria supo espectacularizar con tres o cuatro medidas su compromiso de mandar de una vez en la capital. Esa fue, en realidad, su experiencia decisiva. Con el transcurso de los años aprendió muchas triquiñuelas, pero la lección más formativa fue la municipal. Había que mandar, la gente quería que se mandara, él mandaría, ordenaría, controlaría y sería el único autor de su imagen pública. Esforzarse por encontrar otra cosa en sus múltiples responsabilidades es inútil. Soria no dejó ninguna huella estratégica, organizativa o administrativa en el Ayuntamiento de Las Palmas, ni en el Cabildo de Gran Canaria, estaciones intermedias para alcanzar el cenit de la gloria. Por el contrario evidenció trazas de un gestor de chichinabo absolutamente indiferente a las demandas de modernización de administraciones anquilosadas. Tampoco brilló con particular competencia en la Consejería de Economía y Hacienda del Gobierno regional,  que abandonó para presentarse distanciado de su socio (Coalición Canaria) año y medio antes de las elecciones autonómicas. Las jugadas tácticas de Soria resultaban perfectamente predecibles. Para mantener el orden – y la jerarquía — en el PP de Canarias le bastaba con disponer del aval inequívoco de Génova: no era necesaria mayor efusión de inteligencia y astucia. Su única máxima consistía en que los elegidos por su gracia le debieran su ascenso y bienestar. Y que no lo olvidaran.
Por su puesto, nada de esto era comentable. Soria siempre despreció a los medios de comunicación. Como muchos de sus colegas. Pero el ex ministro no lo disimulaba demasiado. Los medios eran tolerables si ordenaban gramaticalmente sus virtudes, sus triunfos, sus anuncios y sus silencios. Si osaban diferenciarse de un escriba egipcio los periodistas se convertían no en críticos, ni en adversarios, sino en enemigos, y la memoria de Soria, tan deficiente para los vaivenes de las empresas familiares, era impecable para cualquier minúsculo desaire, incluso en página par. Insinuó delitos de los competidores electorales, practicó el enchufismo con la elegancia de alto ejecutivo de empresa bananera, humilló a periodistas y declaró la guerra a empresas editoras. Soria no era más que una descarnada ambición de poder para alcanzar más poder. Intelectualmente anodino, periodísticamente fascinante, democráticamente peligroso. Al final la mentira, su principal instrumento retórico, abrió un agujero negro tan intenso, tan oscuro, tan voraz que se lo tragó.

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Un regalo caro y superfluo

Si el penúltimo acto electoral de Mariano Rajoy consistirá en visitar a María Teresa Campos (por cuyo programa ya han pasado, por supuesto, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: el Coletas hasta le cantó algo a la guitarra) uno se pregunta por qué no puede ahora mismo, en sus mítines por toda la España una, grande y libre, sacarse de la barba promesas electorales. Promesas electorales que no forman parte del programa electoral del Partido Popular, pero que Rajoy se ha reservado (así lo dicen, como formidable pachorra, sus adláteres en campaña) para estos días de fiesta de la democracia. Aquí dos, dos que se las quitan de las manos: ni los que quieran prolongar su vida laboral después de los 65 años pagarán el IRPF ni lo harán durante un año los que consigan felizmente un puesto de trabajo. Un guiño amoroso al sector electoral que sabe fiel (los ancianos de clases medias y media bajas) y un saludo al que se le resiste (los jóvenes y en particular los titulados universitarios). Las promesas verbales que se perpetran en los mítines y no figuran en los programas, los deliciosos caramelos que se esparcen cabalgando sobre un mitin a teta brisa, tienen además una ventaja: no es necesario adjuntarles un cuadro económico para precisar los costes de la medida. Los costes: algo relativamente sencillo de calcular. Pero el truco consiste, por supuesto, en obviar tan enojoso asunto. Rajoy lo propone y si el presidente lo propone es que nos lo podemos permitir. Claro que el presidente acaba de meter la mano de nuevo en el Fondo de Reserva de la Seguridad Social. Lo lleva haciendo periódicamente desde que comenzó su mandato. Ha sustraído un total de 37.701 millones desde finales de 2012 para abonar las pagas extraordinarias de los jubilados. A este ritmo el fondo se agotará a mediados de 2018.
Sin duda es una ocurrencia genial dejar exentos del IRPF a los que consigan empleo. Lo malo que ocurre con las rebajas tributarias que promete (de nuevo) el PP es que son incompatibles con el mantenimiento del modesto pero no barato Estado de Bienestar español. Como recuerda Ignacio Conde Ruiz existen países con bajos impuestos y reducido Estado de Bienestar y países con alta tributación y Estados de Bienestar amplios. Pero las dos cosas simultáneamente no. La creatividad contable de los escribas de Cristóbal Montoro estableció para los presupuestos generales del Estado de 2015 una subida del 8% en los ingresos por cotizaciones a la Seguridad Social y hasta octubre solo se había incrementado un 0,5%.  Unos 10.000 millones de euros previstos y que no han aparecido por ningún lado. Lo más gracioso, sin embargo, es que más de un 85% de los contratos firmados en los últimos seis meses en España no obligan a los nuevos empleados a presentar la declaración de la renta. Son contratos temporales (por meses, semanas, días) que a menudo no cubren el salario mínimo interprofesional. Rajoy promete regalar algo que muchos cientos de miles de españoles ya tienen: la pobreza suficiente para no abonar el IRPF.

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Mencey crepuscular

Vaya. Ahora se descubre que la reforma del tramo autonómico del IRPF voceada por Paulino Rivero no es para que los ricos paguen más, sino para que casi todo el mundo pague un fisquito menos. Ya ni me queda resuello para preguntarme si con esta perpetua tomadura de pelo estamos pagando algún crimen abominable que cometimos en una reencarnación anterior. Me niego que esta imbecilidad siempre indemne me produzca vergüenza ajena; que se avergüence quien corresponda. Porque lo afirmado ahora es justamente lo contrario a lo aseverado por el presidente del Gobierno hace apenas 48 horas. Al parecer (y a reserva de que a Rivero se le ocurra otra tarde otra campanuda patujada, no sé, que queden fiscalmente eximidos los canarios dedicados a los vuelos astronáuticos) aquellos ciudadanos que perciban rentas salariales superiores a los 100.000 euros anuales pagarán lo mismo, y los restantes, abonarán menos a la Hacienda canaria. Los isleños que cobran salarios superiores a los 100.000 euros anuales son muy poquitos, un  centenar acaso de animales mitológicos desconocidos por el vulgo, entre los que se cuentan, por cierto, los felices ocupantes de poltronas incrustadas en empresas públicas del Gobierno autonómico y de algunos cabildos. Por tanto los ingresos de la administración autonómica no van a aumentar, sino a disminuir apreciablemente con la reforma tributaria anunciada en el blog presidencial, y lo harán en un año en el que – según el señor Rivero – Canarias recibirá unos 150 millones de euros menos en los presupuestos generales del Estado para conseguir el endiablado objetivo del déficit presupuestario.
Visto el rigor intelectual y técnico que nos ha ofrecido el mandato de Paulino Rivero – y del cual sus ocurrencias fiscales son solo un ejemplo – uno se echa a temblar por el contenido de los dos decretos aprobados ayer para regular la consulta sobre las prospecciones en busca de hidrocarburos en las aguas próximas a Lanzarote y Fuerteventura. Ambos textos serán inmediatamente escrutados por el Gobierno de Mariano Rajoy y sus servicios jurídicos aprovecharán cualquier distracción, estupidez o demasía que encuentren para impugnar la consulta en los tribunales. Me imagino que al mencey crepuscular este extremo le importa poco. La consulta es un instrumento muy rentable políticamente. Cualquier invocación a las urnas recibe de inmediato un apoyo sacramental bajo un curioso apotegma: en el caso de que sostengas que votar no es siempre el mejor método para resolver un conflicto eres un fascista. Si finalmente resulta paralizada desde Madrid la decisión será un nuevo motivo para encender el discurso del agravio y del maltrato. Con una consulta popular se gana siempre. Salvo que finalmente se celebre y se pierda. Pero no esa la hipótesis que maneja el presidente del Gobierno. Está muy bien informado y aquí, para su suerte, no hay complejidades fiscales por medio.

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