Indignados

El sarcófago

Me lo preguntó un joven compañero grancanario, que por primera vez debía cubrir la información parlamentaria, al que encontré mientras me dirigía cojeando al médico.
–Pues sí, me han mandado a cubrir la constitución de la Cámara, colega. ¿Por dónde queda el Parlamento?
Se me encogió el corazón en un ataque de ternura.
–Sigue los furgones de la Policía Nacional. No tiene pérdida.
En las puertas de la asamblea se había concentrado una veintena de indignados. A este paso los indignados se convertirán en una atracción turística más. A ver si la Sociedad de Desarrollo impone que sus encantadoras guaguas de dos pisos, esas caricaturas londinenses que avanzan por las calles santacruceras como encendidos supositorios torturantes, puedan ofrecer a nuestros visitantes imágenes en vivo y en directo de los indignados indignándose entre bocata deliberativo y pincho de tortilla insurreccional y gritando a los guiris encantados: “¡Ustedes no nos representan!”. Los extranjeros podrían fotografiar la Chicharro Revolution y mostrar en Liverpool que Santa Cruz guarda atractivos insólitos además de las tiendas de hindúes, la plaza de Los Patos y un auditorio de Calatrava erigido en un descampado que linda con un parque marítimo y un Mc Donald. Tocaban a dos diputados por indignado o, si se prefiere, a cuatro policías por indignado. Cuando se aproximó el coche oficial del presidente del Gobierno comenzaron a corear eslóganes. Para empezar, un clásico de la era predigital: “¡Paulino (….) trabaja de peón!”.
Insistieron en la cantaleta durante un buen rato. Lo realmente extraordinario reside en que el único que ha trabajado como peón en sus años mozos es, precisamente, el presidente del Gobierno, porque del aspecto de los indignados ahí presentes podía deducirse, con un margen de error minúsculo, que para todos ellos la pala y la carretilla eran entidades tan mitológicas como la democracia parlamentaria. En el interior, mientras tanto, comenzaba a celebrarse una misa corpore insepulto. Todos, salvo lógicamente él mismo, votaban para introducir en un catafalco de púrpura y oro a Antonio Castro Cordobez, que había luchado denodadamente por evitar presidir el Parlamento de Canarias. Don Antonio quería regresar al Gobierno, pero sus herederos, desde que salieron de La Palma, ya no son los respetuosos pibes de antaño, sino ambiciones hechas y derechas. Desde La Palma Guadalupe González Taño proclamó: “Lo hará muy bien”. Fue el último clavo para cerrar el sarcófago.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General 1 comentario

Usted le pide a un movimiento de apenas dos meses de vida que se invente ya un nuevo modelo de participación política

Mi vecina Encarna visita todas las noches el campamento de los activistas del 15-M (conocidos como Democracia Real Ya o, más poéticamente, los indignados) en la plaza de la Candelaria y los fines de semana se planta ahí con una diminuta tienda de campaña. Los primeros días estaba tan exultante que ni me saludaba: claramente yo estaba perdiendo el tren de la Historia mientras ella se había sacado un billete con derecho a sofá frente a la sede de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Santa Cruz de Tenerife. Sin embargo, últimamente, trasmitía cierto melancólico cansancio. La abordé en la tienda del chino de la esquina:
–¿Qué tal la acampada?
— Bien. ¿Qué tal sus gemidos paternalistas?
— No se ponga usted así, que no soy Escolar.
— Pero podría cantar en una escolanía – dijo fulminantemente-. Cada vez se parece usted más a un amigo que tenía mi madre en Barcelona, don Sixto. Habla y escribe para simular que tiene algo que ver con lo que ocurre.
— Bueno. ¿Un café?
Encarna gruño un poco, pero terminó aceptando un café con leche. Reconoció que estaba cansada.
–El otro día – me dijo – lo vi a usted en la plaza.
–Oooh, sí, he pasado por ahí varias veces, para escuchar a los pibes.
–Sí, sí, estaba usted ahí, por supuesto, sin intervenir en ningún momento. ¿Ha leído por fin el libro de Hessel? Tiene fuerza, aunque aquí solo ha servido para que una panda de periodistas ágrafos nos llamen los indignados…
— Está bien, mujer, está bien…
— Podría ser usted un poco puñeteramente menos condescendiente…
— Pero qué quiere que le diga del libro de Hessel…En fin…Es un folletito…
— También es un folleto El manifiesto comunista.
— No compare usted.
— Lo comprendo. Usted prefiere los manifiestos históricos. Los de ahora mismo le dan grima. Lo suyo es la arqueología revolucionaria.
— Es que lo de Hessel no tiene nivel. El libro de Hessel es a los manifiestos políticos lo que Marcial Lafuente Estefanía a la novela contemporánea…
–¿Marcial qué?
–Un autor de novelas del Oeste. Tenía títulos muy bonitos y extremadamente eficaces. El hombre del dólar de plata, por ejemplo…
–Cada día está usted peor y sospecho que no solo por la lumbalgia…Lo ví sonreír en La Candelaria mientras hablaba una compañera…
— No lo recuerdo…Ah, sí… Habían montado un debate sobre el rescate de Grecia y los mercados financieros…En un momento de inspiración la chica dijo “en Grecia, donde nació la democracia, quieren matar la democracia, ya ven ustedes qué democracia”. Me hizo gracia y, ahora que lo pienso, hablaba un poco como un personaje de Lafuente Estefanía, solo frente al mal que se acerca galopando por la llanura…
–El mal ya está aquí. Pare el carro y un respetito… Este movimiento intenta por primera vez…
–¿Qué intentan por primera vez? Nada de eso. Es un movimiento social o cívico o político, como usted quiera, que responde perfectamente a la tipología estudiada por sociólogos y politólogos desde hace treinta años: el igualitarismo, la informalidad, el asamblearismo, una estética ludista, la alergia a la organización no inmediatamente instrumental, manifestaciones y concentraciones como principal instrumentos de protesta, referencias a actores y agentes de la política institucional articuladas sobre antinomias excluyentes del tipo si/no, nosotros/ellos, lo deseable/lo intolerable, voluntad de prescindir de cualquier partidización y de cualquier gradualismo…Lo único novedoso es la utilización de las redes sociales y de Internet en general como metodología de convocatoria y soporte de transmisión informativa. No es una novedad menor, porque aumenta la capacidad de diálogo y…
–¿Qué? ¿Se ha quedado a gusto?
— Más o menos…
–Lo importante es mantener viva la protesta y que la gente se movilice…
— Ya entiendo. Pero lo tienen ustedes crudo…
–Por supuesto. Y con individuos como usted más… He leído alguno de sus artículos estos días y me recuerda usted lo que decía Ortega y Gasset a los seis meses de instaurarse la República: “No es esto, no es esto”…
–Caramba, eso no me lo esperaba. Leyendo a Ortega y Gasset…
–Y no lo he leído. Me parece un filósofo de almanaque. Pero mi madre tenía en casa un libro, España invertebrada, que cuando chica yo creía que era un tratado de zoología, y me leí el prólogo. Yo soy una gran lectora de prólogos…
— A base de prólogos se puede hacer uno una cultura…
— Usted cree que esto no tiene recorrido…
–¿Sabe lo que ocurre? Que las sociedades contemporáneas son bastante más complejas, están bastante más tupidamente articuladas, que las de hace cincuenta años, no digamos que las de principios del siglo XX. Contra lo que dicen los políticos más despepitadamente populistas, la economía de un país en el contexto del capitalismo globalizado no puede compararse a gestionar una economía doméstica. Hasta el momento el movimiento 15-M está funcionando más que como una plataforma de propuestas, más que como un agente político propositivo, como una alianza de veto, que es, precisamente, lo que le permite cobijar en su interior un abanico muy amplio de subjetividades, legitimaciones y creencias. Bajo el lema Somos personas, no somos mercancías caben muchísimas personas y posicionamientos ideológicos: cristianos, socialdemócratas, comunistas de variada especie y condición, liberales radicales, obreros, universitarios mileuristas y semimileuristas, amas de casa a cargo de la abuela, en fin…
— Esa es nuestra fuerza, precisamente.
— Sí, claro, y también puede convertirse en síntoma de una debilidad…
— Tiene gracia. Es posible que sea cierto eso, que se trate de un movimiento que responde a pautas y características tradicionales y bien descritas por sus encantadores sociólogos, pero no sé que le pide usted. Esto se montó espontáneamente, sin seguir líderes ni consignas. Usted le pide a un movimiento ciudadano que apenas tiene dos meses de vida que se transforme en unas cuantas semanas en una fuerza coherente, pujante y lúcida capaz de inventarse de inmediato un nuevo modelo de participación política. ¿Quién es el tontolculo idealista? Lo asombroso es lo que se ha conseguido ya y usted lo condena disimuladamente por lo que no se ha conseguido todavía. Es como si usted a un niño le reprochara no tener carnet de conducir.
–¿Y a usted no le cansa oír tonterías en las asambleas?
–Mayores idioteces y miserias morales e intelectuales se escuchan en el Parlamento y ustedes, los periodistas, las sirven como pequeños manjares en sus cucuruchos de papel…
— ¿Ve usted? Ahí hay otro problema. Yo creo que, realmente, está creciendo una crisis de legitimación de la democracia parlamentaria. Todavía es muy germinal y se limita a una creciente desafección verbal de un número creciente de ciudadanos. Es germinal y contradictoria: por un lado crecieron los votantes en varios puntos porcentuales en las elecciones autonómicas y locales de mayo, pero por otro los votos blancos y nulos se triplicaron. Pero frente esa crisis de legitimación inicial, que puede ser reversible, el movimiento del 15-M no puede oponer una legitimación inequívoca y suficiente…
— Si quiere usted que nos presentemos a las elecciones…
— No. Yo lo que creo que deben ustedes buscarse aliados fuera de ustedes mismos. Fuera de las adhesiones errátiles o comprometidas con sus propuestas. Tienen ustedes un antipartidismo muy acendrado que les lleva hasta a enchumbar al pobre de Cayo Lara…
— Le está bien empleado…
— Pero me parece que han confundido ustedes a la sociedad civil entera con un partido político, como un cuerpo infeccionado de partidocracia, y si ustedes no son capaces de llegar a acuerdos con agentes de la sociedad civil, se quedarán encerrados en ustedes mismos. Creáme usted, Encarna: a base de manifestaciones y concentraciones más o menos chillonas no se van a impedir los miles de desahucios que se impondrán en este país en los próximos meses… No tienen ustedes fuerza para imponer revoluciones ni organización, colaboración y connivencias para impulsar una auténtica revuelta. Es curioso, porque cuando se analizan las propuestas de Democracia Real Ya te encuentras un recetario – en su mayoría compartible, en otros puntos discutible, en ciertos aspectos, como el reparto del trabajo, claramente ya fracasados – que nada tienen de revolucionarios. Absolutamente nada. Al menos cabe imaginar una estrategia capitalista que los encontraría perfectamente asumibles. Si me apura usted, Encarna, parece un posicionamiento socialdemócrata ligeramente puesto al día, ligeramente distorsionado y, como es obligatorio, salpimentado ecológicamente. Llamar a esto revolución – incluida esa extraña idolatría que ahora nos ha entrado a todos por el Estado – me parece un poquitín exagerado…
— Eso se llamaba antes un documento de mínimos. La situación está tan jodida, es verdad, que el Estado, el maldito Estado, es una trinchera de resistencia frente a la voracidad de un sistema financiero y económico que lo ha mercantilizado todo. El Estado es la última trinchera, llena de fango, basura, serpientes y excrementos, de los intereses generales. ¿No lo entiende usted? Y encima tenemos la amenaza constante de la propaganda mediática. El 95% de los que nos manifestamos y acampamos estamos en contra del uso de la violencia. Es estúpido y contraproducente. Pero ya lo ve usted: algunos descerebrados la tiran pintura, o zarandean, o persiguen a un diputado por la calle, y al día siguiente los medios ya nos están acusando de intentar un golpe de Estado…
— Ya es violencia pretender que los diputados no puedan entrar o salir de un Parlamento…
Encarna me miró fijamente durante algunos segundos. Luego tomó su mochila, que parecía tan cansada como ella, y se puso de pie con más lentitud de lo habitual:
— Que usted lo pase bien con su ordenador, don Alfonso.

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