Izquierdas

El ilusionismo frentista

Después de una interminable ristra de humillaciones y ninguneos en el último año y medio, Alberto Garzón está dispuesto de nuevo a sentarse con Pablo Iglesias – quien fuera años ha asesor político suyo – para llegar a una confluencia electoral con Podemos para el próximo junio. En Podemos están encantados: es como servirles la cena. Primero se los desayunaron, luego se los almorzaron y ahora se los cenarán, aunque en esta ocasión son las propias viandas las que se ofrecen en holocausto. Podemos quiere zamparse, en definitiva, ese cerca de millón de votos de Izquierda Unida, y don Albertito está más que dispuesto a hacer de camarero para la noche fatal. Porque los dirigentes y militantes de Izquierda Unida  –entre los cuales hay ciudadanos admirables por su compromiso social y su sensibilidad democrática – deben saber que una alianza de esta naturaleza no tiene marcha atrás: lo que empezará como una suerte de coalición electoral acabará precipitándose en  una fusión entre ambas formaciones políticas. La pujanza de Podemos – una organización invertebrada pero con una dirección que ejerce un control omnímodo sobre estrategias y listas –  contrasta con la melancolía estructural de IU, a la que ha hurtado incluso la estratagema de pactar con fuerzas dizque progresistas de ámbito municipal y regional. Claro que IU pactaba con la vieja “pequeña izquierda” y Podemos lo hace con mareas, comunes y demás moderneces de la nueva política, tan cargada de rutinas, gilipolleces, mediterráneos y unicornios como las anteriores.
En el peor de los casos gracias a IU los de Podemos amortiguarán o eliminarán la ligera caída que les auguran las encuestas más serias y en el mejor podrían alcanzar el segundo objetivo verdadero de la confluencia frentista: arrebatar al PSOE la primacía de la izquierda (hablar de hegemonía queda un poco estúpido). Porque, por supuesto, desde el pasado diciembre  Iglesias y su equipo saben que es imposible un gobierno de izquierdas en este país. Aritméticamente imposible y políticamente inviable. El PSOE mejor dispuesto no puede comprometerse en la situación actual con reclamaciones maximalistas de los aliados catalanes de Iglesias, por ejemplo. Y, sobre todo, Podemos no va a servir de pulmón parlamentario a un presidente del Gobierno socialista, porque esa loca decisión iría contra sus intereses estratégicos básicos: cuanto más se recupere el PSOE peores serán las perspectivas de Podemos. De esta manera el segundo combate por la hegemonía de un bloque de izquierdas llega ahora y exige la deglución de lo que queda de IU para intentar el sorprasso a los socialistas y examinar entonces la oportunidad de una alternativa parlamentaria al PP y a Ciudadanos. Está dibujado con escuadra y cartabón. No es nada extraño que Pablo Iglesias esté exultante y tan sobrado que sonríe con su mejor sonrisa fumanchunesca y le diga a los plumillas, como hizo hoy: “Por primera vez veo el miedo en la cara de los periodistas”. Pero todas las advertencias y señales que emiten los líderes de Podemos caen en el campo de azucenas de una admiración sin límites. Si mañana Iglesias declarara que se mea en las madres de todos los comparecientes de una rueda de prensa los podemitas no tardarían en desvelar que no hay mejor remedio contra las arrugas que el orín humano, y que Pablo ha querido decirlo a los cuatro puntos cardinales desafiando a las grandes multinacionales de la cosmética. No lo callarán, no nos moverán.

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Identidad ideológica y batallitas culturales

La grotesca y preocupante detención de los miembros de la compañía Títeres desde Abajo puede abrir paso a una reflexión sobre la batalla cultural que la llamada nueva izquierda – ligada a Podemos y a diversos partidos nacionalistas, pero también a los procesos de mareas y protestas ciudadanas de la última década – parece empecinada en desarrollar en cuanto llega al poder. Ignoro si el espectáculo ofrecido por los titiriteros disparatadamente detenidos e incluido en la programación del ayuntamiento de Madrid forma parte de este combate, aunque cabe imaginar su calidad de colaborador necesario. Sí, ciertamente. Títeres desde Abajo había sido contratado por el ayuntamiento capitalino durante el gobierno de Ana Botella, pero se me antoja harto dudoso que ofreciera las mismas obras. Espero que no se me entienda demasiado mal: la detención incondicional de los titiriteros es un abuso escandaloso y deben ser puestos en libertad cuanto antes. Pero creo que no resulta superfluo meditar sobre la obsesión identitaria de la izquierda en el poder municipal y autonómico, sobre todo, cuando podemos estar en vísperas de su llegada al corazón del poder ejecutivo del Estado. La priorización de batallas culturales en la agenda política que se plantean como justicieros actos de fé.
Algunas de estas obsesiones — en su origen, al menos en parte, muy justificadas y justificables – han cosechado un ridículo espantoso, como el programa de eliminar calles y placas supuestamente ultraderechistas o franquistas del mapa de Madrid. Las prisas sectarias,  una engolada y pavorosa ignorancia y una parcialidad insufrible han terminado con un nuevo escándalo en el equipo de Manuela Carmena (memorable la intervención del concejal del PP Pedro Corral detallando los olvidos, burradas y dislates de la comisión encargada del cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica). Son pasmosas igualmente las fieras acometidas contra la tauromaquia, las mendacidades proferidas por este o aquel obispo, las corbatas y los trajes en las Cortes o las procesiones y festividades religiosas. Los representantes de las nuevas izquierdas dedican horas de declaraciones y tertulias sobre tales asuntos, que en su agenda pública reciben mucho más tiempo y atención que el desempleo, los problemas de la vivienda, la criminalidad o la situación de ancianos y dependientes. No se ofrece tanto el cumplimiento de un programa político – con sus prioridades, acciones y argumentos — como la salud adolescente de una identidad ideológica que se presenta como irreductible frente a otras. Y por supuesto, a la hora de ofrecer productos culturales, pues se ofrecen de izquierda de la buena. Lo malo es que entre la producción cultural de izquierdas está Bertold Brecht, pero también Facu Díaz: la diferencia entre un genio progresista pero complejo y debatible y un chistoso sin gracia al que el  capitalismo intenta eliminar con la invención de la bollería industrial.
En último término es una deslealtad hacia el elector privilegiar tu identidad ideológica sobre tu programa de gobierno. Lo que estás intentando –aparte de darte gustito – es incendiar a tus devotos y al mismo tiempo opacar los incumplimientos, tardanzas y torpezas en superar todos los problemas y conflictos que prometiste solucionar.

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El bipartidismo se hunde por la izquierda

Sí, se ha acabado con el bipartidismo. Sobre todo para la izquierda. Para la derecha el declive del bipartidismo – que siempre fue imperfecto–  ha sido bastante más soportable que para la izquierda, que es por donde se hunde el sistema de dos grandes partidos copando el 80% de los votos. Por supuesto, no era turnismo canovista, como insisten en repetir Iglesias y sus feligreses. El sistema político-electoral de la Restauración no era democrático. El turnismo, en definitiva, consistía en un apaño, en una ficción, en un teatrillo  –como lo llamó Galdós – en el que el sufragio universal masculino no se aprueba hasta 1890 y es comprado y vendido como una sortija, un porrón o una huerta.  Pero a los coletistas les da igual. Sus metáforas y símiles no tienen que competir con la realidad. Con los resultados electorales del pasado domingo – si alguien me los puede argumentar como un éxito de las izquierdas se lo agradecería mucho —  lo más probable es que se disuelvan las Cámaras el próximo febrero  o que gobierne el Partido Popular en minoría.
Pedro Sánchez debe estar sufriendo unas presiones indescriptibles –dentro y fuera del país — para que deje gobernar al PP o cometa el suicidio de una gran coalición entre conservadores y socialdemócratas. Pero lo realmente determinante, en una posible alternativa de izquierdas, es la posición de Podemos, e Iglesias ha dejado muy claro, desde la misma noche electoral, por donde pasa su estrategia. Para el secretario general de Podemos el PSOE tiene que comprometerse inmediatamente en la convocatoria de un referéndum en Cataluña y en un proceso de reformas constitucionales. Y si complicado es lo primero lo segundo resulta imposible. Según el título X de la Constitución los proyectos de reforma deben ser aprobados por una mayoría de tres quintos del Congreso de los Diputados y del Senado. Para debatir y aprobar una nueva constitución es imprescindible una mayoría de dos tercios en ambas cámaras. El PP dispone de más de un tercio de los diputados y de mayoría absoluta en el Senado. Sin los conservadores liderados (todavía) por Rajoy es imposible iniciar siquiera una reforma constitucional, no se diga abrir un proceso constituyente. No parecen muy dispuestos a hacerlo. Sobre todo si son desplazados del poder.
Se me antoja realmente improbable que el doctor Pablo Iglesias, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense, ignore tan obvias circunstancias. Pero seguirá insistiendo al respecto, ya lo verán. Iglesias y los suyos podrían exigir derogaciones legislativas, establecimiento de programas de inversión, modificaciones presupuestarias. Pero no. Pedirán, precisamente, lo imposible, para obstaculizar cualquier pacto de izquierdas, y acusar de inmediato al PSOE de no querer un pacto de izquierdas. Si los socialistas apoyan activa o pasivamente a Rajoy, estupendo; si se va de nuevo elecciones, aun mejor, porque los dirigentes de Podemos están convencidos de que los socialistas se hundirán todavía más y el coletismo se convertirá por fin en la primera fuerza de la izquierda española.

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Una decisión correcta

A algunos sectores de participantes y simpatizantes de la plataforma Ahora Madrid no les ha gustado absolutamente nada que la nueva alcaldesa, Manuela Carmena, haya decidido que Guillermo Zapata terminase su etapa como concejal de Cultura 24 horas después de haber sido nombrado. Zapata continuará en el equipo de gobierno como responsable del distrito de Fuencarral, pero sin competencias delegadas. Los disconformes se han irritado mucho por lo que consideran una concesión cobarde y mezquina a un complot de la derecha, la oligarquía empresarial,  los grandes poderes mediáticos y quizás los gnomos de Zurich, el Club Bilderberg y la CIA. Sin embargo Carmena ha actuado magníficamente y el comportamiento de Zapata ha sido irreprochable: tras presentar disculpas (incluso personalmente) a quien podría sentirse ofendidos por sus tuits ha razonado que su destitución  tiene sentido “para evitar que esta polémica termine afectando a la gestión del gobierno municipal”. Ambos han dado un ejemplo admirable de inteligencia política, sentido común y sensibilidad cívica.
Ocurre que entre los participantes y simpatizantes de la plataforma político-electoral que ha llevado a Carmena a la Alcaldía de Madrid pueden distinguirse, grosso modo, dos grandes grupos. Los primeros, mayoritarios,  se han trazado como objetivo un gobierno municipal eficiencia y eficaz, honesto y honrado, transparente y porfiado, que maximice los recursos financieros y técnicos disponibles para implementar políticas sociales y asistenciales en el ámbito competencial municipal. Los segundos, en cambio, priorizan las victorias en Madrid, Barcelona y otras capitales de provincia como un instrumento político: es el primer paso hacia una victoria en las elecciones generales y, eventualmente, hacia un cambio de régimen político en España. Algo así como esas municipales de 1931 que terminaron con los estertores de la dictadura primoriverista y prologaron la llegada de la II República. En general son gente – por decirlo brevemente – muy bruta,  hipnotizada por sus propios sortilegios verbales, que prefieren ignorar que Carmena y Colau han llegado al problemático cielo del poder municipal por consenso (es decir, gracias al apoyo que en la investidura de ambas alcaldesas han ofrecido otras fuerzas políticas) y no por el asalto de una mayoría electoral abrumadora. Es la izquierda, en definitiva, que casi siempre ha impedido que la izquierda gobierne en este país y cuya repulsiva e impostada superioridad moral causa repugnancia a cualquier ciudadano con dos dedos de frente y un ápice de sentido político honorable. En buena hora Manuela Carmena y Guillermo Zapata les han dado (también a ellos) un elegante y comedido correctivo. Y les escuece. Les escuece mucho. Pobrecitos.

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El destino de Podemos

Hace un par de días se publicó un artículo muy interesante sobre la situación en la que se encuentra Podemos bajo el título Regeneración o ruptura y firmado por Emmanuel Rodríguez. Su interés no radica en su brillantez analítica, sino en su capacidad de expresar las contradicciones básicas del proyecto que, por supuesto, el autor no asume y quizás no identifica. Emmanuel Rodríguez  apunta que debe darse por concluido el ensueño podemista de “llegar al poder de un solo golpe” (se refiere, como es obvio, a ganar las próximas elecciones autonómicas y generales) y obtener el poder “para aplicar no se sabe bien qué programa de transformación”. Denuncia el progresivo vacío y la ambigüedad crecientes de las propuestas de Pablo Iglesias y su dirección, su obsesión por la transversalidad socioelectoral, la asunción sin tapujos de su condición de catch-all party hasta el extremo de renegar el eje izquierda-derecha y engalanarse de entorchados patrióticos. Rodríguez insiste en que no se puede desembarcar en el poder sin una organización partidista potente y bien instalada social y territorialmente y parece añorar la firmeza rupturista de la campaña para las elecciones europeas de 2014, la concreción y agresividad de su discurso, la radicalidad de sus propuestas. Debe abandonarse la suposición de una “ventana de oportunidad” abierta por la crisis económica y la fragilización del sistema de partidos y prepararse para una “guerra de posiciones” en el ecosistema cuatripartito que se avizora para los próximos años.

Rodríguez – y quienes comparten este diagnóstico en Podemos, cada vez más numerosos – prefiere no reparar en que su opción no significa otra cosa que Podemos se resigne a un papel minoritario en la política española. Simplemente porque las clases medias urbanas – aunque castigadas y empobrecidas por la crisis – no están dispuestas a apoyar mayoritariamente a proyectos políticos rupturistas que incluyan la apertura procesos constituyentes, la estatatalización de sectores económicos y demás fuegos artificiales que acompañaron a Podemos en el pasado verano. Si Iglesias, Errejón y compañía diluyeron tales ofrendas fue, precisamente, porque con semejante perfil programático jamás superarían los márgenes electorales tradicionales de la izquierda no socialdemócrata en España: ese intervalo que, en condiciones óptimas,  oscila entre el 10 y el 12% de los votos. Podemos se transformaría, en definitiva, en la Izquierda Unida de los lustros venideros, lo que no parece un viaje ni un viraje muy promisorio a la utopía. La construcción (instantánea o demorada) de una hegemonía política, electoral e ideológica es una ilusión – algunos creemos que democráticamente perversa – destinada a estrellarse una y otra vez en una sociedad (y un conjunto de instituciones públicas) tan compleja y pluralmente articulada como la de España. Y también la de Canarias. Y aquí – ni en ningún sitio – se supera esta situación farfullando consignas y eslóganes al estilo insuperable de Noemí Santana, transmutada ahora en entusiasta periquita del proletariado.

 

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