Izquierdas

Los primores de una marca

De repente un chispazo en twitter descubre que las relaciones entre Alternativa Sí se puede y Podemos no son, contra lo que afirma cierta rumorología cafetera, precisamente idílicas. Lo más simpático del asunto es que algunos militantes destacados de Podemos en Tenerife – aun es pronto para hablar de liderazgos – muestran públicamente su desconfianza ante el entusiasmo unitarista de bastantes militantes de Alternativa Sí se puede, cuando debería ser precisamente lo contrario. Me parece bastante pasmoso que desde Podemos se hagan reproches poco o nada velados hacia la participación de militantes de SSP en algunos círculos. Especialmente porque, en la actualidad, y a reserva de lo que ocurra en un futuro inmediato, Podemos es en esta isla, única y exclusivamente, una marca político-electoral, y eso sí, varios centenares de personas discutiendo entusiásticamente en pequeñas asambleas sobre el sexo (o la casta) de los ángeles.
Alternativa Sí se puede, en cambio, lleva desde 2006 patéandose barrios y caseríos en la inmensa mayoría de los municipios tinerfeños y muestra una progresión electoral inequívoca. SSP nació de la confluencia civilizada de pequeños partidos políticos, plataformas cívicas y ciudadanos vinculados a movimientos ecologistas. Su identidad ideológica resulta bastante nítida (un ecosocialismo teñido de nacionalismo), sus procedimientos organizativos funcionan razonablemente bien (un asamblearismo flexible y adaptativo) y en su acción política las críticas a la gestión siempre van acompañadas de propuestas alternativas concretas. Sobre todo SSP ha sabido, muy astutamente, eludir debates político-ideológicos en su seno, presentándose pragmáticamente como una alternativa transversal a la que podrían apoyar distintos sectores sociales: desde los jóvenes, el precariado y los desempleados a las clases medias urbanas hastiadas de una crisis económica que ha extremado las desigualdades sociales en Tenerife, como en el resto de Canarias, ampliando la pobreza, la miseria y la exclusión social. Los dirigentes y concejales de SSP –con alguna vocinglera excepción- no se pasan el día lanzando proclamas, coreando consignas y extasiándose de su bondad espiritual. Recorren barrios, presentan iniciativas, formulan análisis críticos, enmiendan presupuestos, exigen compromisos específicos: hacen, qué horror, política.
En la izquierda canaria siempre se escucha el fervoroso mantra de la unidad como ungüento curativo de todos los males y único recurso para conseguir una alterativa fáctica al status quo. Pero a menudo esa obsesión unitaria, envuelta en un fervor cuasireligioso, lleva a olvidar que los agregados no siempre suman y a veces incluso restan, aun en el caso de conseguir mejores resultados aritméticos. A algunos militantes de Podemos, una fuerza política aun en su infancia, no les vendría mal una dosis de humildad. No basta con vestir una marca de éxito para dictar lecciones de estrategia política. Me recuerdan a los que se ponen un Carolina Herrera y así envueltos se creen autorizados hasta para disertar sobre el último libro de Piketty o la resurrección sexual de María Teresa Campos.

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Aceleración

Muy a finales de los años sesenta un grupo de marxistas – latinoamericanos, aunque debidamente sobornizados – acuñó la expresión “aceleración histórica” para aludir a los cambios políticos que se sucedían velozmente en el continente: desde la revolución cubana hasta el inminente triunfo de la Unión Popular chilena en un continente el que hervían conflictos, esperanzas, luchas e indignaciones. Después pasó lo que pasó: la habitual lección de la historia burlándose de la retórica. Pero como metáfora la aceleración histórica quizás no sea un instrumento inútil. Hay años en los que la Historia permanece tumbada en el sofá devorando pipas como si no hubiera mañana y años en los que se pone los tenis y se lanza a correr por las calles para estupefacción, confusión o terror de los viandantes.
El establishment siempre tiende a creer que, en esos casos, lo mejor es volver al sofá y seguir por la televisión la mejoría ineluctable de las cosas. Por el contrario están los que piensan que los que han levantado a la Historia de su postración han sido ellos porque la Historia no es otra cosa que ellos mismos cuando se han decidido pasar a la acción y que el miedo cambie de bando: una de las expresiones de mayor hediondez moral que puedan elegirse, porque no se inspira en un sentido de justicia, sino que supura un resentimiento nauseabundo. Al lado del sofá están aquellos que, en en un plazo de tiempo relampagueante, están metamorfoseando un modelo social –y al cabo político – que solo obedece a la autorreproducción indefinida de las élites de poder aniquilando derechos, promoviendo activamente la desigualdad y la transferencia de rentas, eludiendo cualquier auténtica reforma de modernización del país, incluso desde un punto de vista genuinamente liberal. Los que se consideran la misma Historia en movimiento, en cambio, confunden y esparcen la confusión entre sus píos deseos y los limites de la realidad, lo que no quiere decir que sus deseos sean necesariamente compartibles y la realidad no reclame urgentes reformas en un país cuyo entramado institucional cruje y se gana a pulso diariamente una creciente deslegitimación social. Jamás se ha visto un bloque de poder tan estúpida y sórdidamente egoísta y unas izquierdas tan engatusadas en asaltar un cielo que no existe. En estas circunstancias – en este metafórico acelerón – los que expresan dudas, reservas, matizaciones o críticas son unos aguafiestas y habrá que resignarse –como siempre – a ser coceados con entusiasmo o desprecio  por unos y por otros. Hace tiempo ya dejó escrito Walter Benjamin que el ángel de la Historia avanzaba de espaldas y aterrorizado e impotente por lo que va dejando atrás.

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Condena ritual

Como propone irónicamente un amigo, deberíamos repetir como una salve cada cuarto de hora: “el franquismo fue malo”. Y vaya que si lo fue. Una pena que dejáramos escapar vivo a Franco antes de que subiera al Dragon Rapide  — quizás los canarios deberíamos pedir excusas solemnemente por esta fatal negligencia – pero así ocurrieron las cosas. Ya he perdido la cuenta de las veces en las que un grupo parlamentario presenta en las Cortes una moción para que la dictadura franquista sea condenada. Ya es un clásico, como reponer Verano Azul cuando llega la canícula (Franco como un Chanquete abducido por el lado oscuro de la fuerza bruta: qué ideaca para un tweet de Felipe Alcaraz). Ayer alguien lo volvió hacer con la pretensión suplementaria de instituir una festividad oficial de reprobación del franquismo que se celebraría anualmente. No se adelantaron contenidos específicos, pero el Día Contra Franco  (a ser posible siempre un viernes) debería contemplar la abstinencia del lacón con grelos, el rasurado obligatorio de los bigotes pequeños y el sacrificio de una cabra como severo recordatorio del ominoso papel de la Legíón española en el golpe de Estado y la represión posterior.
El PP votó en contra y Unión, Progreso y Democracia se abstuvo y en las redes sociales comenzó a caer una densa lluvia de denuestos y fulminaciones por no condenar al franquismo, cuando lo que habían hecho ambos partidos es no apoyar una moción concreta de condena contra la dictadura de Francisco Franco. Ciertamente el PP no se ha lucido demasiado en este asunto y no lo ha hecho para no irritar a parte de su parroquia: entre un 15% y un 20% de sus electores guardan un buen concepto del franquismo. Pero ya en noviembre de 2002 el PP votó a favor de una moción de condena tajante a la dictadura que la izquierda parlamentaria consideró entonces como “un acontecimiento histórico”. En el fondo la mayoría de estas condenas rituales del franquismo no significan una mirada crítica al pasado, sino una descalificación, a veces explícita, de la actual democracia constitucional, que es caricaturizada como una gigantesca e ignominiosa farsa. A veces creo, sinceramente, que muchos de estos historiadores sobrevenidos suscribirían lo mismo que le dijo un anciano pero siempre provocador José Bergamín a Fernando Savater: “Desengáñate, hace falta otra guerra civil, otra guerra civil en la que ganemos los buenos”.

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La izquierda coalicionable

Equo, esa fundación ecologista transmutada en un partido político, es una entidad un tanto particular. Básicamente Equo es el lícito pero enracimado intento de algunos señores y señoras – y sobre todo del exdirector general de Greenpeace en España, Juan López de Uralde — de unificar las organizaciones y movimientos ecologistas que han brotado como hongos en las Españas desde los años noventa,  y cuya fragmentación y tribalismo siempre han dificultado extraordinariamente su presencia en las instituciones públicas. Su lanzamiento político ha sido más que veloz, fulminante, envuelto en acusaciones de oportunismo fotogénico. Pues bien, Equo está dispuesta a concurrir a las elecciones generales en Canarias con otras fuerzas políticas de izquierda y ecologistas, y tal ofrecimiento ha galvanizado a varias organizaciones isleñas, más recientemente, a Alternativa Sí se puede, cuya asamblea aprobó el pasado fin de semana iniciar contactos para articular una candidatura unificada a las Cortes.

Si uno revisa el programa de Equo encontrará un esmerado intento de evitar la palabra “izquierda” o la expresión “socialismo” en cualquiera de sus puntos. Por supuesto, en sus papeles, Equo insiste en la necesidad de “políticas redistributivas” porque solo a través de las mismas se alcanzará “la equidad y la protección social” propias de una sociedad sostenible. Después viene todo lo demás: desde el rechazo a los cultivos transgénicos y la prohibición de las corridas de toros, pasando por la supresión de los paraísos fiscales, el establecimiento de una tasa a las transacciones financieras y el desarme universal. Con estas propuestas se puede uno pasar entretenido el resto del milenio, efectivamente. Una nota añadida: Equo se ha opuesto rotundamente a cualquier acuerdo electoral con Izquierda Unida; en cambio, curiosamente, está dispuesta a pactar con pequeños partidos y federaciones locales, como Compromís en el País Valenciano. Porque demasiado sabe el señor López de Uralde que solo tiene alguna remota probabilidad de salir elegido diputado por la circunscripción de Madrid mientras puede presumir publicitariamente de contar con aliados y simpatizantes en las comunidades periferias.

No sé para qué diablos necesitan las fuerzas de la izquierda ecosocialista canaria el estímulo de Equo ni pactar un rábano con López de Uralde y sus compinches. Y tampoco sé, sinceramente, si sirve de algo presentar un candidato si el 21 de noviembre cada mochuelo rojo vuelve a su solitario y ensimismado olivo.

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Más izquierdas

Después de los comicios autonómicos y locales, la mayoría de los dirigentes de las izquierdas isleñas han cumplido rigurosamente con su liturgia poselectoral, que se articula en dos ritos. El primero consiste en escarnecer las maldades del sistema electoral, que si bien es un ejercicio coherente y aplaudible en el caso de las elecciones autonómicas y sus malhadados topes, se me antoja bastante grotesco cuando se habla del Cabildo Insular, como lo hizo Ramón Trujillo, quien aseguró que se había birlado a la coalición SXT- Izquierda Unida un consejero al que tenía derecho. Toda vez que el procedimiento para la elección de los consejeros de los cabildos insulares es idéntico al que rige en la elección de los concejales de los ayuntamientos, es decir, se atribuyen en función de los resultados del escrutinio entre los partidos que hayan obtenido al menos el 5% de los votos válidos emitidos, aplicando para la proporcionalidad la fórmula de divisor d’Hont, cabe deducir que Trujillo sostiene su argumentación exclusivamente en argumentos morales. ¿Cómo es posible que nosotros, que somos los buenos, no obtengamos ni ese mísero consejero, que además era yo? Intolerable. Es fruto de una maldad artera y planificada. Al parecer el señor Trujillo no conocía previamente el régimen electoral y se vio sorprendido por su intrínseca villanía en la noche del pasado día 22. Sí, sinceramente, Trujillo, y tantos otros trujillos de las izquierdas en los últimos veinte años, me recuerdan la irritada observación de Max Weber en El político: “Esa manía clerical de utilizar la ética para tener razón…”
El segundo rito consiste en llamar lúcidamente a la unión de las izquierdas en la lucha final. Es un clásico, pero en esta coyuntura, y observando los resultados electorales, existen razones para reformularlo. En un magnífico análisis de los resultados electorales, Daniel Cerdán ha señalado que el voto disconforme con el establhisment partidocrático en Canarias ha llevado a uno de cada tres electores a votar en blanco, a votar nulo o a preferir a opciones políticas sin representación parlamentaria, casi todas de izquierda o centro-izquierda. En todo caso la confluencia de las izquierdas en una sola plataforma político-electoral no puede ser un debate sobre cuotas en las listas o conciábulos ideológicos. Debería empezar pasado mañana. Y no únicamente en las instituciones, sino, sobre todo, en la sociedad civil canaria, cuya fortaleza y autonomía son todavía una hipótesis. Las más importantes fuerzas de las izquierdas canarias tienen que priorizar un trabajo político conjunto y coordinador en el espacio público canario antes que emperretarse en frangollar alianzas electorales tres meses antes de que se abran las urnas.

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