Jorge Luis Borges

(Otra) utopía de un hombre que está cansado

Declinaba la luz en una tarde de cielo blanquecino y yo caminaba por un barranco. En lugar de bolsas de plástico y latas de conserva, muebles destrozados y rotas lavadoras comidas por el óxido – objetos cotidianos de cualquiera de nuestros bancales, que como nadie ignora nos situaron en la vanguardia del arte conceptual – solo podían distinguirse flores blancas, azules y amarillas. Apenas me sorprendí cuando comenzó a caer una ligerísima llovizna. Apreté el paso. Una pequeña casa de madera de pino, flanqueada por dos magníficas palmeras, se alzaba en un recodo salpicado por retamas. Me acerqué y toqué la puerta, y en medio minuto la abrió un hombre que no parecía de la isla: miraba sin desconfianza, sin curiosidad jocicuda, sin nuestra postiza y temerosa indiferencia. Por un minuto temí haberme perdido. Decidí preguntarle, pero el hombre se adelantó:
–Achi guañoth Mencey reste Bencom.
–¿Cómo dice?
El desconocido respiró aliviado.
–Bienvenido. Disculpe el galimatías. Quería saber de qué época procede. Siempre hacemos esa pregunta en supuesto idioma aborigen para datar a los viajeros del tiempo.
–Caramba. ¿Por qué?
–Los registros históricos son escasos y fragmentarios, pero al parecer en el primer tercio del siglo XXI ganó las elecciones autonómicas una fuerza política llamada Podemos, formaron gobierno y su consejero de Educación impuso el saludo guanche al entrar en las escuelas para crear patria y construir así nuevos valores de emancipación y empoderamiento para el pueblo.
–¿Un consejero? ¿Qué consejero?
–Por los pocos documentos que quedan de esa lejana edad se llamaba el señor Maceta o algo por el estilo.
–¿Y el inglés? ¿Aprendieron inglés?
–Pues no. Después de la experiencia de Podemos, que acabó con varios casos de canibalismo entre los altos cargos del gabinete,  CC gobernó otros veinticinco años…
Mi anfitrión me invitó pasar a la cocina y me preguntó si quería cenar. Fuera había anochecido.
–Tenemos artefactos para reproducir cualquier comida del pasado. ¿Carne fiesta? ¿Escaldón? ¿Costillas con piña?
–No sé. Lo que prefiera usted.
–¿Yo? A mí todo eso me dan ganas de vomitar. Nadie soporta semejante barbarie actualmente. Una vez probé una carne mechada con guasacaca y papas locas y estuve a punto de morir.
Nos resignamos a beber un poco de zumo y mordisquear unas galletas con ligero regusto a mantequilla. El hombre me observaba sin expresión alguna en el rostro.
–No debes preocuparte. Mañana por la mañana estarás en tu casa. Visitas como la tuya ocurren de vez en cuando en este que es el futuro para ti. Puedes preguntar lo que quieras.
–¿En qué situación política está Canarias?
–Esa pregunta es muy de tu tiempo. Pero para mí es una abstracción. Casi nadie recuerda ese nombre. Un vecino próximo, que es muy inteligente, argumenta que Canarias nunca existió. Es una leyenda de origen platónico sostenida por los tour operadores, las agencias de viajes y las orquestas de salsa. Por fortuna nada de eso ha sobrevivido.
–¿Y de qué viven ahora?
–La población decreció mucho. Aquí y en todas partes. Después la mayoría huyó. Entendieron que irse es a menudo la única forma de conservar limpia y potente la memoria de su niñez o su juventud.  Yo cultivo plátanos, escribo mis propias poesías y me aburro a mí mismo con excusas idiotas de renovación. E igual hacen todos.
— Entiendo entonces que cada hombre es su propio Leopoldo Cólogan, su propio Tomás Morales y su propio José Miguel Barragán.
Asintió, aunque no creo que me entendiera. Me acompañó a la puerta. Antes de marcharme hice una última reflexión.
–Al menos ya no existirá el pleito insular y tinerfeños y grancanarios se llevarán bien.
El hombre enrojeció:
–¿Pero qué dice? ¿Llevarnos bien con esos cabrones? ¿Está usted loco? –. Me miró de arriba abajo y musitó –: Utopía sí, pero no se pase…

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

El Nobel a Bob Dylan

Creo que se ha galardonado con el Nobel de Literatura a peores poetas y escritores que Bob Dylan. Calculando generosamente, la mitad de los premiados por la Academia Sueca son actualmente ilegibles, y uno sospecha que las canciones de Dylan – como los maravillosos poemas de un compatriota suyo, Robert Frost – serán escuchadas y leídas por muchas generaciones futuras. La lista de los premiados es bastante decepcionante, pobretona y descompensada. Tres países nórdicos, por ejemplo, acaparan una docena de escritores distinguidos por la millonada del fabricante de dinamita. En una ocasión (1917) los académicos tuvieron el cuajo de premiar simultáneamente a dos escritores daneses que hoy tienen poquísimos lectores en su propio país. En estos fastos figura uno de los peores dramaturgos españoles de todos los tiempos, tres filósofos que jamás practicaron la literatura seriamente, uno de los cuales, Rudolf Eucken, era un tarado irremediable;  un exprimer ministro británico al que le dieron el premio por sus discursos durante la II Guerra Mundial en un acto de caridad a un caballero arruinado; otro dramaturgo español perfectamente prescindible, aunque más astuto y a ratos soportable que su predecesor;  una adusta autora de best sellers sobre campesinos chinos de grandes secretos y  prostitutas chinas de pies diminutos; una poeta chilena esencialmente cursi; un serbocroata enigmático del cual no queda rastro, como si hubiera sido secuestrado por alienígenas en su calidad de insuperable curiosidad zoológica; un australiano asmático en la tráquea y en la prosa; o una austriaca limpia y anodina como un banco recién pintado. Sí, ciertamente se ha reconocido a algunas figuras decisivas en la literatura contemporánea, en la modernidad literaria del siglo XX, pero la mayoría no fueron escayolados por el jurado sueco. Ni James Joyce, ni Marcel Proust, ni Franz Kafka, ni Jorge Luis Borges aparecieron nunca por ahí y maldita falta les hizo a ellos o a nosotros, sus agradecidos y felices lectores.
Recuerdo que una vez premiaron a un amigo en un certamen que no era precisamente prestigioso ni acumulaba una nómina prodigiosa de ganadores, pero que estaba muy bien retribuido. Felicité calurosamente a mi compadre que luego nos invitó a una indescriptible fiesta capaz de reventar cualquier sistema fisiológico. Más o menos es la misma situación. Bob, viejo amigo de toda la vida con el que nunca hablaré, coge las perras y que te lleve el viento con todas sus preguntas y respuestas, que como fiestas nos quedan ya para siempre tus canciones.

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