La Palma

Hosanna, Pestanna

A servidor le parece perfecto que las direcciones del PSOE  — la federal y la canaria – hayan maniobrado lo indecible para que Anselmo Pestana, que no ganó las elecciones para la secretaria general de la organización insular en marzo, revalide ahora su cargo. Allá ellos. Si los socialistas palmeros están dispuestos a tragar este enorme y viscoso sapo es asunto estomacal suyo. Pestana, un político singularmente torpe, progresivamente ensoberbecido y al que quedaría grande un uniforme de boy scout, se dedicó a afiliar  irregularmente a decenas de gentes simpáticas e incluso así solo consiguió empatar con Francisco Paz, alcalde de San Andrés y Sauces. Para la “segunda vuelta” contó con todo el apoyo de Madrid y Las Palmas de Gran Canaria para apretar tuercas, formular promesas, gritar ajijides, sacar a abstencionistas y asqueados de sus casas…y aun así solo ha logrado ganar a Paz por un mezquino puñado de votos.

Obviamente ha debido pagar un alto precio para que la nueva comisión ejecutiva insular saliera adelante. Entre las cuatro (4) vicesecretarias generales está, por supuesto, Francisco Paz, ahora número dos del partido. Como Ángel Víctor Torres no se fía – y hace bien – de la habilidad política de Pestana ha colocado como vicesecretaria general segunda a Alicia Vanoostende, su consejera de Agricultura y Pesca, y como secretario de Organización a Manuel Abrante Brito, discreto y cumplidor diputado regional, con amplia experiencia previa en el ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma. Ha quedado suficientemente claro. Anselmo Pestana, delegado del Gobierno en Canarias, fiel ejecutor y custodio de la vergonzosa gestión de la migración de origen africano que han recibido las islas, debía ser el secretario general del PSOE palmero como sea. Porque Pestana –además – es torrecista leal y cabal y le tienen prometido el número uno en la lista al Parlamento el próximo año. Su destino electoral debería ser el Cabildo, pero según las encuestas la gente lo mastica, pero no lo traga. No es demasiado improbable –por así decirlo — que el alcalde Paz sea presentado a la corporación insular. Aunque está por ver que le volviera a conceder la Presidencia del Cabildo de La Palma al PP.

Por supuesto, Ángel Víctor Torres estuvo presente en la clausura del PSOE de La Palma para repartir sus mantras, lo que hace como las azafatas reparten las chocolatinas en los vuelos de Binter: con prisas, sonrisas mecánicas y agradecimientos dudosamente emocionantes. A saber, que Canarias está mejor, mucho mejor, que en julio 2019, y que si no lo está es por culpa de la pandemia, de la crisis económica que provocó el virus, de la inflación, de la quiebra de Thomas Cook, de los incendios forestales, de las erupciones volcánicas en La Palma, de la guerra en Ucrania. Si todos estos desdichados acontecimientos no se hubieran producido, Canarias sería, actualmente, la Finlandia del Norte de África. Que molesta es la Historia y esa manía suya de que ocurran cosas y más cosas. El presidente del Gobierno dejó lo mejor para el final: el anuncia de más “inversiones millonarias” de la administración del Estado para La Palma. O sobre La Palma. O con La Palma.  O todo a la vez. Uno sospecha que a los alcaldes, concejales y diputados presentes se les torció el gesto con un fisco de nerviosismo. Más millones. A ver cómo le explico a mis vecinos (a mis electores) que lleguen más millones a la isla cuando todavía cientos de palmeros viven en soluciones habitacionales de emergencia. Porque lo que para Torres es combustible retórico (esos millones y millones que anuncia heroicamente desde hace meses) para sus compañeros en La Palma son un lastre, un motivo de más preguntas irritadas, más protestas iracundas, más desconfianza y hartazgo por los miles de damnificados y sus familiares. A veces parece que Torres, simplemente, no sabe lo que hace. Por ejemplo, cuando va a La Palma, cuando piensa en La Palma, cuando improvisa en La Palma.     

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Exenciones Sánchez

Ya que estaba otra vez en La Palma, y visto que los damnificados, familias y amigos, están impacientándose un poco, Pedro Sánchez decidió tomar la palabra y abrir el escanciador de anuncios prodigiosos. Antes el presidente Ángel Víctor Torres había comentado que “esperaba” que las primeras viviendas prefabricadas adquiridas por el Gobierno autonómico puedan entregarse el próximo lunes. Si estará mosqueado Torres que ya no anuncia algo, sino que se limita a precisar que espera que ocurra. Es como si la entrega de las viviendas fuera otro fenómeno geológico ante el cual ni la prodigiosa voluntad de Sebastián Franquis puede hacer nada. Por su mala cabeza el Ejecutivo regional lo va a pasar mal con el asunto de las viviendas. La mayoría de los que han perdido sus casas espera que las autoridades públicas les entreguen otras no solo lo más parecidas posibles en superficie y dotación, sino también gratuitas. Y eso –en el marco legal vigente – es obviamente imposible. La Consejería de Obras Públicas puede ofrecer (y ofrecerá algún día) viviendas permanentes, una vez tenga suelo para construirlas, pero como viviendas de titularidad públicas solo pueden entregarse a través de compra o de alquiler. Un extremo que debería haberse explicado cabalmente a los interesados y no se ha hecho. También es cierto que abundan los que no quieren entenderlo. Quieren una casa, una casa gratis con 100 metros cuadrados como la suya, y ya. El problema es que miles de personas –solidariamente — pueden respaldarlos y transformar una expectativa razonable en una exigencia innegociable.

Volviendo a Sánchez, porque a Sánchez siempre se vuelve, como al lugar del crimen, el estadista que nos ha tocado en suerte trompeteó que las ayudas por vivienda a los afectados no tributarán en el impuesto de la renta de las personas físicas. Y ciertamente no lo harán, pero no por decisión bienaventurada de Sánchez, sino porque la legislación — una legislación lo establece así. ¿Qué tipo de ayuda extraordinaria sería si yo tuviera que tributar fiscalmente por ellas? Primero, estas ayudas están topadas. No vas a recibir 50.000, 60.000 o 100.000 euros para levantar una nueva casa. El máximo es de 30.000 euros pero no tributas por esa pasta si se trata de la construcción o reconstrucción de un inmueble destruido o afectado por una calamidad natural, como rayos, terremotos o volcanes.  Sin embargo, el jefe del Gobierno español lo planteó ayer frente a los medios como si se tratara de una propuesta original, rompedora y singularmente generosa. En ningún momento le tembló la voz ni nada.

Otras medidas y compromisos fueron menos cínicos, aunque a veces se trató de una reorganización de ayudas ya anunciadas. La próxima semana se transferirán los 18 millones para el apoyo del sector agrícola y pesquero –aunque solo en el subsector sector platanero se hayan perdido 80 millones de euros —  así como unos 5 millones para gastos sociales a emplear por el Gobierno autonómico. También se bonificarán las tasas aeroportuarias de La Palma en un 100%  y por gentileza de los bancos te darán una prórroga de seis meses antes de seguir pagando la hipoteca de una casa o el crédito de una huerta que ya no existen. Igual, con suerte, te conceden seis meses más, pero tampoco te fíes demasiado ni del Consejo de Ministros ni de la entidades de crédito si a estas alturas todavía eres capaz de distinguirlas.

Y por el momento no mucho más. Sánchez se sacó de nuevo fotos escuchando atentamente a los técnicos o señalando con el dedo el punto de un amplio mapa desplegado ante él. En la imagen que le inmortaliza por enésima vez  Torres abre los ojos esperando, ya se dijo, que ocurra algo. Julio Pérez, con las manos sobre la mesa, parece más dormido que despierto. No sé si el del fondo es Anselmo Pestana, como no lo sabe casi nadie. Creo que sí porque observa el dedo de Sánchez como un milagro con vida propia. Se equivoca el delegado del Gobierno central en Canarias: el milagro es escuchar a un presidente anunciar que los damnificados no se pagarán impuestos por las cantidades que perciban para compensar la pérdida de sus viviendas por una erupción volcánica. Un milagro, un prodigio de la ocurrencia y una desvergüenza. Pedro Sánchez se parece cada día más a Warren Sánchez.  Si en tu vida eres incapaz de arrepentirte y purgar tus culpas, vótale a Sánchez, y tarde o temprano te arrepentirás. 

 

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Un volcán que cambiará La Palma y moverá a Canarias

Un volcán en erupción / PEXELS

No es muy fácil adivinar cómo era exactamente Lanzarote a principios de 1730. El 1 de septiembre de ese año la tierra se abrió en Timanfaya. Fue una erupción que duró seis años. Seis años de terremotos, explosiones, mantos de lava y llovizna de ceniza. El amanecer olía a azufre. Seis pueblos quedaron aplastados y la agricultura insular –básicamente cerealera — quedó casi devastada. Como suele ocurrir en las erupciones canarias, no se registraron muertos, salvo los que pudieran haber fallecido de hambre o desnutrición en esa generación y la siguiente. La isla, por supuesto, no fue abandonada. Los conejeros se aferraron a ella. Era y es su hogar. Para los que llevaban un siglo ahí y para los recién llegados. Es lo que ocurre con todas las Canarias y no terminan de entender muchos continentales. No son islas con peligro volcánico, sino islas volcánicas. No se sobrevive a pesar de los volcanes: son los volcanes los que han creado Canarias y nos han dado un país que –otro punto poco comprendido más allá del mar– no ha sido nunca precisamente una arcadia.  Un país hermoso pero duro. Magnífico pero desdeñoso. Una belleza de bordes inhóspitos. Un paraíso que ha conocido el hambre y la sed. La mitología de raíz grecorromana se ha empecinado en describirnos durante 2.500 años como una tierra de prodigios y privilegios y la última fábrica de mitologización ha sido el turismo. Se trata de una mitología pobre, instrumental y ligada más estrictamente a lo climatológico, lo paisajístico y lo inhabitual.  Los seis años que casi destruyen Lanzarote en el siglo XVIII crearon las condiciones para un parque que visitan decenas de miles de turistas anualmente – el Parque Nacional de Timanfaya – para entre otras muchas cosas comer pollos asados gracias al calor que todavía conserva el subsuelo. La mitología del pasado inventaba un relato para dar un significado a la vida cotidiana, la del presente ofrece experiencias supuestamente insustituibles pero existe una conexión débil y fragmentaria entre ambas. El volcán como entidad destructiva y símbolo diabólico y como curiosidad turística con aplicaciones culinarias.

Curiosamente los isleños nunca han tenido una relación simbólica especialmente intensa con los volcanes y el proceso de rápida urbanización demográfica que han vivido en el último medio siglo – Gran Canaria y Tenerife ya son casi islas-ciudades salpicadas de parques naturales, parajes protegidos y espacios rurales de alta ocupación humana– casi los han borrado de la memoria colectiva. No forman parte central en ningún imaginario cultural. En el pasado aborigen, por supuesto, los volcanes tenían un significado en clave animista: eran depositarios del mal. Para los guanches Guayota  –el demonio –habitaba en las entrañas del Teide y se le preparaban rituales y ofrendas para calmarlo en cuanto se intensificaban las humaredas o temblaba la tierra (la última erupción en Tenerife se registró en 1909). El demonio, en todo caso, no era el volcán, sino su terrible inquilino, que es quien periódicamente causaba el terror  y la conmoción.

El Teide es, precisamente el único volcán en todo el archipiélago que se ha sido profusamente simbolizado, hasta convertirse muy rápidamente en símbolo de todo el país, a veces, casi en una sinécdoque de Tenerife y de Canarias entera. Pero su imagen no es la de una entidad amenazadora, sino más bien la de un Padre poderoso, sabio, sereno, grave pero benevolente, alto pero atento a la súplica. La madre sería, obviamente, la Virgen de Candelaria, más sensible, accesible y capaz de interceder por todos sus hijos. Pero en los restantes territorios insulares no ha cuajado un simbolismo de semejante peso. Solo el Teide, por ejemplo,  ha recibido atención poética y por lo general ha sido espeluznante. “En vano tus enojos vomitan rayos; en vano, ardientes,/das a los cuatro puntos, agostadoras, tus oriflamas;/ las yeguas de tu furia buscan, en vano, por las vertientes,/lanzando por los belfos relinchos—llamas”. Dan ganas de pegarle a Tomás Morales por estos versos que supuestamente describen (o algo así) una erupción en el Teide que jamás existió. El mejor poema escrito al gran volcán tinerfeño –dormido, no extinguido, como indicaban en el pasado los geólogos casi poéticamente —  sigue siendo, tanto tiempo después, el soneto del Vizconde de Buen Paso (1677-1762), que es un diálogo entre presente y pasado, entre la vejez y la juventud, ente la fragilidad y la fuerza. “¡Oh cuán distinto, hermoso Teide helado,/ te veo y ví/, me ves ahora y viste!/Cubierto en risa estás, cuando yo triste,/y cuando estaba alegre, tú abrasado./ Tú mudas galas como el tiempo airado/mi pecho a las mudanzas se resiste,/yo me voy, tú te quedas, y consiste/tu estrella en esto y en crueldad ni hado./¡Dichoso tú, pues mudas por instantes/los afectos! ¡Oh, quién hacer pudiera/que fuéramos en eso semejantes!”. Para el poeta el Teide, en todo caso, es veleidoso, nunca un asesino, y puede ser peligroso y aun destructivo, pero jamás traicionero. Es más o menos la consideración que merecen los volcanes a los canarios: enemigos íntimos que a lo largo de cinco siglos solo rara vez han amenazado nuestra existencia. El paisaje volcánico de las islas – cuyos mejores intérpretes han sido un pintor y escultor, César Manrique, y un arqueólogo, Luis Diego Cuscoy — no ha sido tampoco codificado por una mirada plenamente identitaria. El vulcanismo  ha sido una circunstancia adaptable, no un triste destino o un arabesco en el alma insular.

El volcán que hace dos semanas nació en un costado de Cumbre Vieja, no obstante, es distinto, porque distinto es el contexto demográfico, económico, social y político de la isla. La Palma tiene ahora una densidad de 167 habitantes por kilómetro cuadrados, y la mayor parte del Valle de Aridane supera ese porcentaje. Es una isla que se ha quedado rezagada en el desarrollo turístico del resto de sus compañeras por un conjunto dispar de factores y que está hundida en el estancamiento económico hace más de un cuarto de siglo. A veces se escuchan diatribas burlescas sobre el escaso sentido emprendedor de los palmeros, pero lo suerte es que la diáspora migratoria por toda la América hispánica está llena de palmeros fundando ciudades y construyendo fortunas, lo que continuó hasta muy recientemente: más de un tercio de los canarios que emigraron a Venezuela en los años cuarenta, cincuenta y sesenta eran palmeros. Más que capacidad de empuje y trabajo pesa lo suyo lo que es el patrón vital de muchos emigrantes: hacer dinero, regresar e invertirlo en la agricultura, especialmente el plátano, que tenía una alta rentabilidad, una rentabilidad que no ha dejado de disminuir desde los años noventa, por la competencia de la banana latinoamericana, el fin de la reserva peninsular y el adelgazamiento de las subvenciones europeas (debilitamiento presupuestario de la PAC) mientras la estructura de costes no ha dejado de crecer. El envejecimiento de los agricultores y la fragmentación de los cultivos (salvo, parcialmente, el plátano) en pequeñas explotaciones, ese pacífico minifundio de cada uno en su casa y la subvención en la de todos siembran dudas sobre la viabilidad social y económica de la agricultura en La Palma desde hace lustros.

Sí, es cierto que el plátano representa el 50% del PIB de La Palma. Pero también lo es que La Palma soporta el PIB per cápita menor de Canarias después de El Hierro (18.700 euros anuales) en 2018.  En 2021 cerrará probablemente con menos de 18.000. euros anuales. La debacle económica se cierne sobre La Palma, efectivamente, pero es una amenaza a punto de caer (como la lava ardiendo) sobre un sistema económico anémico y que ya tenía un horizonte cada año más incierto. Algunas ausencias y abandonos son realmente sorprendentes. La Palma podría ser la reserva en frutas y hortalizas de Canarias y haberse dotado de una modesta pero productiva industria agroalimentaria. Nada de eso ha ocurrido. Y no ha ocurrido –habrá que decirlo – porque las administraciones públicas (Gobierno autónomo, Cabildo Insular, ayuntamientos) no han recibido ninguna presión  por parte de la élite local ni de la sociedad palmera en su conjunto para trazar una estrategia de crecimiento consensuada y definida, que no pasaba necesariamente por excluir el turismo, pero que podría haberse centrado en una agricultura de excelencia y una agroindustria de calidad. La Palma recibió su máximo de turistas en 2017, con 293.900 visitantes (peninsulares y extranjeros). Al año siguiente cayó el número y en 2019 se descendió hasta los 257.852 turistas. La evolución es poco alentadora; la oferta turística –pese a las bellezas y atractivos naturales de la isla — tampoco parece irresistible gracias a las más bien desganadas campañas de promoción.

Ayer la lava en su avance fundía la conducción principal de agua que suministraba a Las Hoyas, El Remo, Puerto Naos y La Bombilla y dejaba sin una gota a sus habitantes y a más de 600 hectáreas de plataneras: tal vez la mejor fruta de la isla. La platanera es un cultivo que exige mucha agua: con treinta grados de temperatura ambiente no puedes dejar de regar más de quince o veinte días sin que sobrevengan daños graves. El consumo anual promedio es de 11.430 metros cúbicos por hectárea, con ligeras diferencias entre zonas algo más cálidas y zonas algo más frías. Si esas 600 hectáreas de plátanos quedan arrasadas o muy maltrechas se sumarán a las más de 200 irremediablemente perdidas. En total, por el momento, más de 700 hectáreas han quedado cubiertas de lava para siempre; los científicos más optimistas hablar de que serán carbonizadas más de un millar, es decir, más de un millón de metros cuadrados. La puñetera realidad es que si la mitad de la producción platanera desaparece La Palma entra en un shock económico del que no podrá recuperarse ni en semanas, ni en meses, ni siquiera en pocos años. San Miguel de La Palma está destinada a convertirse, por tanto, en un problema estructural desde un punto de vista económico, presupuestario y administrativo para la comunidad autónoma. En lugar de un banco habrá que rescatar una isla de 708 kilómetros cuadrados y casi 85.000 habitantes (apenas 1.000 habitantes más, por cierto, que en 2010) y con una superficie cubierta por lava que no podrá ser reutilizada agrícolamente durante siglos. No se trata de una pedanía, una ciudad o comarca, sino un universo isla con sus complejidades, sus fuerzas y sus fracturas, sus posibilidades y sus limitaciones, sus ritos y sus hábitos, sus equilibrios y sus obsesiones. ¿Cómo se recupera una isla? No, no se trata de ponerle un lacito a 100 millones de euros y dejarlos en la puerta del Cabildo. ¿Cómo evitar que se convierta en un hospicio al aire libre? ¿Cómo interesar a los ciudadanos en la reconstrucción imprescindible de su pequeña tierra distribuyendo apoyos y sacrificios, ilusiones y resignaciones?

Por eso mismo esta catástrofe eruptiva – que reduce la explosión del Teneguía en 1971 a poco más que fuegos de artificio – es y será también un acontecimiento con consecuencias políticas en La Palma y en Canarias, y esa no es su menor novedad. Si el Gobierno autónomo de Ángel Víctor Torres (y la sombra protectora de Pedro Sánchez y sus ministras) no consigue resolver la situación con obvia empatía y cierta solvencia  — lo que no pasa únicamente por viviendas para todos los damnificados, sino por un esfuerzo lúcido y generoso para que no se hunda económicamente la isla — las críticas serán demoledoras y el impacto en las resultados de las elecciones autonómicas de mayo de 2023 muy negativo. Si Torres y su equipo consiguen hacerlo medianamente bien – lo que no se podrá apreciar antes de un año — su liderazgo resultará extraordinariamente reforzado: habrá mantenido unas Canarias unidas y solidarias y encontrado una vía factible para la recuperación palmera. Mientras tanto se sigue trabajando para que no corra peligro ninguna vida y los desalojados sean tratados dignamente. Todas las islas son La Palma, según han acuñado en sus discursos los políticos en los últimos quince días. Más bien es al revés: La Palma es ahora todas las islas, como si esos 700 kilómetros cuadrados fueran todo lo que nos quedara, y hay que defenderlos como nuestra última frontera, como nuestro último hogar, con la fiereza del amor, con la testaruda determinación de la vida abriéndose paso, con toda generosidad e inteligencia.     

 

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Crónica parlamentaria. Embadurnados de palmeridad.

Si el primer día de pleno se consagró a una manifestación masiva de solidaridad con La Palma amenazada y golpeado por el volcán la segunda, inevitablemente, tendió a la exageración. Se ha atribuido a muchos aquello de que en la Historia lo que primero es tragedia luego se convierte en farsa; en la dinámica parlamentaria pasa habitualmente que lo que fue una declaración solemne termina siendo un chiste o una insensatez. Gracias al consejero de Transición Económica —  José Antonio Valbuena, ese adulto que lleva camisas de monje budista fuera de los pantalones – se consiguió lo segundo. Pero antes ocurrieron algunas cosas.

Yo he visto cosas que no creeríais. He visto atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhaüser y una vez vislumbré a José Miguel Barragán en pantalones cortos y cholas de las que salían diez dedos gordos como diez hijos predilectos. Y juro que en la legislatura pasada la actual consejera de Derechos Sociales, Noemí Santana, insistía en que el problema para atender las ayudas sociales, en particular la Prestación Canaria de Inserción, no era cuestión del personal administrativo, sino de la capacidad de gestión y compromiso social. Su antecesora, Cristina Valido, no sabía gestionar. Santana, por supuesto,  ha sufrido un cruel ataque de amnesia y no recuerda nada de eso. El hecho es que Poli Suárez, activo diputado del PP que defiende día y noche la sensibilidad social de su partido, pidió una comparecencia de Santana para hablar de la pobreza infantil (rampante en Canarias en los dos últimos años) y todo el mundo, empezando por la consejera, se lo agradeció mucho. Santana se esforzó en defender su gestión y presentó algunas mejoras indiscutibles, pero casi abrumadoramente insuficientes. Después de las cachanchanadas habituales de los diputados curbelistas (el boss de la ASG debería ser un poquito más exigente) Carmen Hernández se mostró muy crítica con el reparto de alimentos porque, al parecer, los que tienen hambre deben mostrar la suficiente paciencia democrática para aguardar a que el Gobierno les conceda una ayuda o les facilite a encontrar un empleo digno. Fue particularmente interesante su consideración según la cual “no se puede defender en la oposición lo contrario a lo que se hizo en el Gobierno, debería estar prohibido”. Porque Poli Suárez “es militante de un partido conservador” mientras ella “milita en un partido progresista que apoya a la gente”. Suárez, sosegadamente, le recordó a Hernández que su partido, Nueva Canarias, había apoyado en las Cortes los dos últimos proyectos presupuestarios de Mariano Rajoy “y el malvado PP”. La señora Hernández se quedó ligeramente descolocada en su escaño. También recordó al PSOE que había gobernado con CC, pero lo hizo casi con cansancio.  Por cierto, poco después intervino en el pleno la señora Astrid Pérez, toda una figura del Partido Popular, que gobierna el ayuntamiento de Arrecife gracias al apoyo del PSOE, mientras los conservadores posibilitaron la investidura de Dolores Corujo como presidenta del Cabildo de Lanzarote. A ver si algún día hay suerte y los progresistas de alta cuna y de baja cama abandonan sus cuentos de hadas, dragones y mazmorras. La señora Corujo, por cierto, también es diputada, pero como Patricia Hernández, prefiere no hacer nada en la Cámara para no deslucir el trabajo de sus compañeros.

La diputado Valido tampoco debió esforzarse (aunque lo hizo) en señalar lo obvio. La Consejería de Derechos Sociales pudo contar con cien trabajadores más en 2020 y otro centenar se incorporará antes del próximo diciembre. La exconsejera valoró mucho el aumento de perras y de personal, que había llevado a una triunfal aseveración de Santana: 8.500 PCI reconocidas en 2021 frente a las 6.000 de 2019.  Valido matizó, sin embargo, que los 6.000 de 2019 se explicaban por la mejoría de la situación económica y la creación de empleo. “En el año 2018 se aprobaron 11.599 PCI y en 2017 13.525, con muchos menos recurso y personal que la actual Consejería”, puntualizó. También molió a palos el nonato catálogo de servicios y prestaciones de la Ley de Servicios Sociales de mayo de 2019, que dos años después de tomar posesión Santana y su equipo no han sabido sacar adelante, grajeándose, además, la crítica o el abierto rechazo de nmerosas entidades del sector, como el Colegio de Trabajadores Sociales. Dos años. Dos años sin Renta de Ciudadanía ni catálogo de servicios para desarrollar cabalmente una ley para el que el Gobierno autónomo no presupuestó un céntimo ni para 2020 ni para 2021.

Igualmente dos años largos lleva de denodada lucha contra sí misma el proyecto de ley de Transición Ecológica que algún día (supuestamente) llevará la firma de José Antonio Valbuena y entrará en la Cámara. Para dar alguna buena noticia, el señor Valbuena sí adelantó que sus técnicos están trabajando en el “tercer y último borrador de acuerdo” con el Gobierno central para que la comunidad autonómica asuma las competencias en materia de costas. Tampoco puso plazos el consejero, no fuera que se excitase demasiado algún diputado. Lo peor o lo mejor (con Valbuena nunca se sabe) llegó cuando el consejero respondió a una pregunta sobre la información que, como responsable de Transición Ecológica, tuviera en su poder en relación con la erupción volcánica en La Palma. Por lo que dijo, el señor Valbuena no tenía mayor conocimiento de la cosa, pero no quiso defraudar, así que prometió una “solución humana” para la reconstrucción urbana y social de La Palma. Descartada la intervención alienígena, el consejero se lanzó a un encendido discurso todopoderoso, telúrico, invencible. “No habrá límites en reglamentos ni en las leyes para la reconstrucción de La Palma, solo lo que sea técnicamente imposible”. Después de  anunciar el incumplimiento de la legalidad vigente por parte de un Gobierno, el suyo y el nuestro, si fuera necesario, Valbuena dijo algo que su propio discurso estaba adelantando “la solución para que la isla se recupere se hará con más corazón que cabeza”. Y a los grupos parlamentarios no les pareció mal. Incluso se oyeron algunos aplausos. Valbuena es un tecnócrata con cierta astucia y muchas ganas de supervivencia que sabe barloventear emociones y estremecimientos sentimentales. Es decir, un individuo bastante peligroso en una tesitura tan delicada como esta. La Palma no necesita de una sentimentalidad bravucona que pueda producir luego una honda, amarga e irreparable frustración. Necesita precisamente más cabeza que nunca para conseguir objetivos pragmáticos, coherentes y duraderos. Necesita políticos responsables y pertinentes y no sujetos lengüilargos que le prometan incumplir las leyes para recuperar ferozmente una arcádica felicidad perdida. Porque las leyes, junto a la voluntad política y al concierto de agentes e inteligencias de todos los sectores, son las que puede sanar la herida de fuego que atormenta a la isla.

El pleno concluyó con una idea original: el Gobierno debería emprender de inmediato un Plan de Reconstrucción de La Palma. Pero, ¿no había uno ya que están fraguándose, precisamente, en el seno de esa Comisión Mixta Canarias-Estado? Al parecer no es suficiente. O no está clara la cosa. Debería formar parte de una nueva gobernanza que el presidente Torres se hubiera reunido con los presidentes o  portavoces de los grupos parlamentarios para transmitirles toda la información y las expectativas razonables para los próximos días, semanas y meses. Es lo que ocurre en situaciones especialmente críticas (como la actual) porque contribuye a no duplicar esfuerzos, eludir la coincidencia  en las propuestas o evitar preguntas que se vuelven anacrónicas en muy poco tiempo. Es más: la Cámara debería haber ya constituido una comisión sobre la crisis, integrada por los presidentes y portavoces del grupo, con una función esencialmente informativa y solo secundariamente deliberativa. Pero algunos –quizás demasiados – se sienten cómodos entre las patas del lento elefante parlamentario.    

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Volcanes, periodismo y futuro

Las primeras horas de transmisión de la erupción volcánica en La Palma por la Televisión Canaria fueron terribles, pero pronto se activaron las jerarquías, la disciplina, la profesionalidad y el pundonor y la cadena autonómica comenzó a ofrecer la mejor cobertura del cataclismo, la mejor versión de sí misma. Y lo sigue haciendo. Ahora mismo es imbatible y me parece improbable que nadie la descabalgue en el futuro. Y aunque por supuesto se han producido errores, despistes y torpezas sus redactores y técnicos han conseguido informar desde la consternación, pero generalmente también desde el respeto. Lamentablemente no solo los magazines rosáceos y las estrellitas madrileñas han mostrado un concepto diarreico del periodismo. Yo sospecho que es la poca costumbre. De repente pasa algo (y se da permiso a que pase) y ya no sabemos cómo portarnos. Como si un trueno hubiera desordenado la siesta obligándonos a mirar por la ventana. Vaya, por primera vez – creen muchos pibitos – pasa algo allá afuera. Y salen a la calle buscando amor, como la malcasada de la canción de José Luis Perales. Un periodista, por supuesto, no sale a buscar un amor, sino una noticia. Prohibido enamorarse de ella. Sobre todo prohibido enamorarse de uno mismo a través de ella. Como norma general, cuanto menos hable un periodista de sí mismo y de sus emociones al cubrir una noticia (por ejemplo, una erupción volcánica) con más atención hay que seguirlo.

Cabe esperar que los medios muestren un interés similar en la reconstrucción de la zona devastada cuando termine la erupción. La experiencia de la opinión pública proyecta nerviosismo, insatisfacción, cansancio. ¿Qué más puede ocurrir? Desde un punto de vista vulcanológico no puede saberse con precisión. Desde un punto de vista económico un destrozo por valor (probablemente) de cientos de millones de euros. Pero los disgustos y convulsiones continuarán. Las élites políticas (y por supuesto los medios) se han negado por aquí a aceptar una obviedad: muchas cosas acabaron en 2008. Cuando llegó la pandemia un montón de ruinas, desajustes y fracasos no se habían superado del todo. El globalismo se ha hundido. Para salir del impacto económico de la pandemia la Unión Europea ha decidido endeudarse fiándolo todo a una recuperación rápida para volver aún más rápidamente a  medidas de contención del gasto. España puede seguir pagando pensiones y servicios públicos porque el Banco Central Europeo adquiere hasta el último céntimo de deuda pública que emite. Las dificultades de Canarias para diversificar su economía con un 20% de desempleo son amplias y complejas, pero no debe olvidarse que el turismo de masas está amenazado por la crisis económica, por las restricciones energéticas que impondrán las políticas contra el cambio climático, por nuevos brotes epidémicos en el futuro. La diversificación económica, en un horizonte de veinte años, no es la opción más inteligente. Es la opción para sobrevivir.

El futuro inmediato no va a ser fácil ni indoloro y me temo que varias generaciones no vivirán mejor que nosotros sino, probablemente, peor. Especialmente si no se desarrollan las reformas que deben emprenderse y que no son únicamente las que impone la UE. Y para eso debe haber un acuerdo básico sobre el proyecto de país, un proyecto consensuado de reformas y liberalización económica, de potenciación de los servicios sociales pero sobre todo de una gran inversión pública en educación y formación profesional, un proyecto de aliento canarista desde una perspectiva federal de España y la UE. Si no se admite la situación real, si no despega ese consenso de proyecto básico regional o nacional, los volcanes podrán carbonizarnos casas y haciendas, pero no serán nuestro peor problema.

 

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