Manuel González Méndez

Ni raza como mi raza

La presidenta del Parlamento de Canarias, Carolina Darias, ha blandido un informe encargado a la Real Academia de Bellas Artes de San Miguel Arcángel  — si, existe algo así – para desactivar la babieca polémica alrededor de los lienzos que adornan las paredes del salón de plenos de la cámara regional. Si el lector no ha seguido esta estupidez puede sintetizarse así: algunas de sus señorías, de epidermis nacionalista, es decir, ideológicamente atópica, se muestran incómodas porque las pinturas representan escenas de la conquista de Canarias por los castellanos. He escuchado a algún mendrugo proclamar que ningún pueblo celebra con pinturas, en la sede de la soberanía política, la victoria de quienes los esclavizaron. Claro que el diputado en cuestión es lo suficientemente idiota como para olvidar que sin contacto entre castellanos, andaluces, levantinos, aragoneses, catalanes, florentinos, franceses, genoveses, portugueses y moriscos, contactos entre sí y con aborígenes isleños jamás hubiera alcanzado el escaño, simplemente, porque su señoría no habría existido.  Es un extraño racismo implícito el que supone que somos descendientes de una raza noble y espléndida que fue sojuzgada, pero cuya aniquilación, misteriosamente, no impidió que siga viviendo en nuestros pechos y todo eso. Pues no: somos un país mestizo y una tierra de aluvión cultural y en los primeros siglos estos peñascos constituían una tierra de frontera donde venían a parar lo mejor y lo peor de cada casa.
Lo extraordinario, sin embargo, es el propio informe de la Real Academia de Bellas Artes, que afirma portentosamente que los lienzos de Manuel González Méndez “representan un momento histórico” y “aluden al diálogo y al entendimiento entre los pueblos”. Por supuesto, los cuadros no representan ningún momento histórico. Ninguna pintura –si merece ese nombre –lo hace. En el caso de González Méndez sus lienzos únicamente proyectan el imaginario que existía a finales del siglo XIX sobre los aborígenes y su relación con los conquistadores peninsulares. El imaginario que construyó el romanticismo isleño de las escuálidas burguesías locales sobre el pasado aborigen y que por desgracia, consiguió una amplia popularización y en buena parte se mantiene todavía vivo, y que entre otros investigó y describió espléndidamente el desaparecido Fernando Estevez. Este guanche pintado es un invento, como todos los guanches, con una doble ancla en el concepto russoniano del buen salvaje y en un raciología ágrafa y entusiasta: no hay tierra como ni tierra ni raza como mi raza. El informe de la Real Academia es tan tontorrón e inmotivado como la indignación de Lorenzo Olarte o Mario Cabrera. Están mascando sus propios prejuicios, su propia ignorancia, sus propias fantasías, y en realidad se reflejan como en un espejo en unas pinturas mediocres. Les debe sobrar mucho tiempo.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?