Mariano Rajoy

Una cacicada dentro de otra

La única manera de enaltecer a un mentiroso es acumular más mentiras. Es lo que está ocurriendo con un mentiroso culposo e impresentable, José Manuel Soria, exministro de Industria, Turismo y Energía, al que el Gobierno español está a punto de  proponer como uno de los director ejecutivo del Banco Mundial. Tanto el presidente en funciones, Mariano Rajoy, como la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, han presentado este tránsito casi como una oposición administrativa de José Manuel Soria, que se habría presentado como candidato al cargo en su condición de técnico comercial del Estado. Es absolutamente falso este miserable galimatías que Rajoy y Cospedal intentan hacer pasar por una explicación razonable. Soria no se ha presentado sensu estricto a ningún concurso de méritos. El político y empresario grancanario no ocupa su plaza de alto funcionario desde 1995: más de veinte años en los que se ha dedicado a la política en una trayectoria jalonada de escándalos, denuncias, procesos, titulares purulentos, enfrentamientos furibundos, arrogancia cesárea y nombramientos grotescos.  Ciertamente en este proceso de selección “desde tiempo inmemorial” (como ha escrito un eminente apologeta de Soria) son bienquistos los economistas y técnicos comerciales del Estado, pero lo comprobable es que la condición de ex ministro es el criterio de valoración más preponderante. Y el señor Soria dimitió no porque se le haya demostrado un delito concreto, en efecto, sino por mentir una y otra vez a los ciudadanos por las razones de su aparición en los llamados papeles de Panamá.  Desde hace más o menos un año circulaba por los medios políticos y periodísticos que Soria quería abandonar Madrid y desarrollar su carrera en el extranjero. Varios medios de comunicación señalaron, incluso, a los Estados Unidos como próxima residencia profesional del expresidente del PP de Canarias. Esta operación llevaba tiempo negociándose y ultimándose como salida de lujo para Soria, y si se concreta ahora es porque se agotan los tiempos para que el Gobierno español presente a su candidato a director ejecutivo – que comparte con Venezuela y Colombia, por cierto – que debe ser nombrado oficialmente el próximo otoño.
Esta bicoca es, por tanto, una cacicada dentro de otra. Una vieja cacicada, que se hace pasar como método de valoración neutral, y que privilegia a uno u otro cuerpo funcionarial para que sea más fácil repartirse el pastel. Luis de Guindos, firme apoyo de Soria en el gabinete de Rajoy, es asimismo técnico comercial del Estado, como lo es su sobrina Beatriz de Guindos, en la actualidad directora adjunta en el Banco Mundial.Un procedimiento de selección que lleva desarrollándose muchos lustros  y en la que la discreccionalidad que practica el Gobierno resulta legalmente muy cuestionable. Y un candidato que ha dimitido desacreditado por sus incesantes mentiras y al que la prensa internacional comenzaba a poner a parir.  Soria nunca se ha ido. Lo han echado. Demasiada mierda lastrando  las alas del Icaro provinciano.

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Metáforas inaugurales

No sé por qué se deben rechazar las metáforas que nos ofrece la realidad.  Borges dijo una vez (o muchas) que las mejores metáforas, aquellas que comprendemos y aceptamos como algo íntimo y a la vez compartido, son las obvias: el tiempo y el río,  la vida y el sueño, el cabello de la amada y el oro. Ayer, en el nuevo Congreso de los Diputados,  dominaron dos metáforas. Una de ellas la ofrecía un diputado que, elegido en las listas del PP, se había marchado al grupo mixto, y allá arriba, en lo alto del hemiciclo, procuraba esconderse tras una columna. El tipo se apellida Gómez de la Serna – como el pobre Ramón, gran creador de metáforas deslumbrantes – y está investigado por la Fiscalía por trapichear con su escaño y sus relaciones políticas a favor de empresarios emprendedores por un módico porcentaje. Este falso Gómez de la Serna  — el auténtico, por supuesto, es el inventor de las greguerías – no es otra cosa que las campanillas de leproso del Partido Popular. Llegas al nuevo Congreso, después de haber perdido millones de votos y decenas de escaños, pero con la sonrisa puesta, la decidida voluntad de diálogo, el patriotismo constructivo por sobre todas las cosas,  el desdén por los viscosos egoísmos y personalismos ajenos,  y de repente suenan las campanillas, Gómez de la Serna triscando por los pasillos, saludando a un compañero, moviendo los pies, como un perrillo nervioso en el escaño que usurpa, y ese discurso, el penúltimo antes del naufragio definitivo, el apurado discurso de la dignidad de un ganador derrotado pero fiel a sus principios, en fin, es infectado por un incontrolable olor a podrido que recuerda instantáneamente los últimos años: el reparto de sobres, la trama Gürtel, los tesoreros enchironados, el nepotismo vomitivo, la prostitución de las instituciones, el capitalismo de amiguetes. Gómez de la Serna es el pasado inmediato del que el PP no puede escapar porque, cuanto más corre hacia un futuro oscuro, más ensordecedoras suenan las campanillas.

La otra metáfora, por supuesto, es la de Carolina Bescansa con su bebé. Dejemos al lado las intenciones propagandísticas de la señora Bescansa en aparecer con su bebé en el Congreso de los Diputados.   Yo creo – aunque solo sea una suposición – que el bebe metaforiza al elector más entusiasta de Podemos, pero con la esperanza de simbolizar algún día una amplia mayoría de ciudadanos. Por el momento la criaturita encarna a los que gritaban ayer en las inmediaciones de la Cámara Baja que estos sí nos representan, haciendo gala, por enésima vez, de su satisfecho analfabetismo político: todos y cada uno de los diputados representan al pueblo, a los electores y, en suma, al conjunto de los ciudadanos. A los que se tragan que un acuerdo como el trazado para constituir la Mesa del Congreso de los Diputados podría obviar que el PP fue la fuerza más votada y se indignan mucho porque otros no han consentido el sórdido filibusterismo parlamentario de expulsar a los conservadores del órgano de gobierno de la Cámara o reducir su presencia al mínimo. A los que se creen que la Mesa del Congreso puede impedir que se presenten o aprueben proyectos legislativos. A los que en definitiva están felizmente resignados a que Pablo Iglesias los acune, les suelte unas carantoñas, se enfade mucho, pero mucho, si el PSOE no le hace caso y, al final, te regale la piruleta de una frase inmortal para usar y tirar. Por ejemplo, “por fin la gente ha llegado al Parlamento”. La gente es el y los suyos, por supuesto.
Ayer, efectivamente, comenzó una legislatura con una pluralidad de partidos y fuerzas – las decididas por los electores y por nadie más – más amplia que las anteriores. Pero también inició su carrera parlamentaria un populismo feroz y despepitado, obsesionado con una interminable espectacularización de la acción política,  que no se conocía por la carrera de San Jerónimo desde el lerrouxismo. Un lerrouxismo con coletas o con rastas pero sin leontina. No se puede (por el momento) tener de todo.

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Un regalo caro y superfluo

Si el penúltimo acto electoral de Mariano Rajoy consistirá en visitar a María Teresa Campos (por cuyo programa ya han pasado, por supuesto, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: el Coletas hasta le cantó algo a la guitarra) uno se pregunta por qué no puede ahora mismo, en sus mítines por toda la España una, grande y libre, sacarse de la barba promesas electorales. Promesas electorales que no forman parte del programa electoral del Partido Popular, pero que Rajoy se ha reservado (así lo dicen, como formidable pachorra, sus adláteres en campaña) para estos días de fiesta de la democracia. Aquí dos, dos que se las quitan de las manos: ni los que quieran prolongar su vida laboral después de los 65 años pagarán el IRPF ni lo harán durante un año los que consigan felizmente un puesto de trabajo. Un guiño amoroso al sector electoral que sabe fiel (los ancianos de clases medias y media bajas) y un saludo al que se le resiste (los jóvenes y en particular los titulados universitarios). Las promesas verbales que se perpetran en los mítines y no figuran en los programas, los deliciosos caramelos que se esparcen cabalgando sobre un mitin a teta brisa, tienen además una ventaja: no es necesario adjuntarles un cuadro económico para precisar los costes de la medida. Los costes: algo relativamente sencillo de calcular. Pero el truco consiste, por supuesto, en obviar tan enojoso asunto. Rajoy lo propone y si el presidente lo propone es que nos lo podemos permitir. Claro que el presidente acaba de meter la mano de nuevo en el Fondo de Reserva de la Seguridad Social. Lo lleva haciendo periódicamente desde que comenzó su mandato. Ha sustraído un total de 37.701 millones desde finales de 2012 para abonar las pagas extraordinarias de los jubilados. A este ritmo el fondo se agotará a mediados de 2018.
Sin duda es una ocurrencia genial dejar exentos del IRPF a los que consigan empleo. Lo malo que ocurre con las rebajas tributarias que promete (de nuevo) el PP es que son incompatibles con el mantenimiento del modesto pero no barato Estado de Bienestar español. Como recuerda Ignacio Conde Ruiz existen países con bajos impuestos y reducido Estado de Bienestar y países con alta tributación y Estados de Bienestar amplios. Pero las dos cosas simultáneamente no. La creatividad contable de los escribas de Cristóbal Montoro estableció para los presupuestos generales del Estado de 2015 una subida del 8% en los ingresos por cotizaciones a la Seguridad Social y hasta octubre solo se había incrementado un 0,5%.  Unos 10.000 millones de euros previstos y que no han aparecido por ningún lado. Lo más gracioso, sin embargo, es que más de un 85% de los contratos firmados en los últimos seis meses en España no obligan a los nuevos empleados a presentar la declaración de la renta. Son contratos temporales (por meses, semanas, días) que a menudo no cubren el salario mínimo interprofesional. Rajoy promete regalar algo que muchos cientos de miles de españoles ya tienen: la pobreza suficiente para no abonar el IRPF.

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Otro error del PSOE

1) El terrorismo yihadista es una amenaza real. Que haya que insistir en esta obviedad representa un indicio más de la buena salud de la tibetanización idiota de la sociedad española en general y de la izquierda en particular, pese a padecer a ETA durante cuarenta años y haber sufrido el mayor atentado islamista cometido en Europa hasta el momento. Una cosa es exigir que la lucha contra el terrorismo no termine deslizándose hacia la legitimación de un autoritarismo que socave las libertades civiles, abriendo un estado de excepción sistemático y permanente, y otra emitir sandeces como las que se pudieron escuchar o leer con motivo de la reciente matanza de París: desde que la solución consiste en más democracia y no menos hasta esa extraña tranquilidad de conciencia – solo de conciencia, claro, ni la caja craneana ni las piernas quedan a salvo –que se alcanza al responsabilizar del terrorismo no a los que asesinan con tiros en la nuca o bombas, sino al imperialismo norteamericano o su cómplice, el barrigudo y cínico egoísmo europeo. Ya explicó Arcadi Espada que el énfasis en las causas del terrorismo es directamente proporcional a la distancia entre el lugar de las bombas y el enfático: a mayor distancia de las bombas, mayor insistencia en las causas. En todo caso el combate contra el terrorismo yihadista es arduo y complejo y no puede no notarse.
2) La unidad, por supuesto. Es imprescindible la unidad política, social, cultural frente a la agresión terrorista. No debe ser una reacción militaroide de prietas las filas, sino la plasmación de una verdad elemental: la unidad es pragmática, la unidad es más sólida, la unidad es el mejor cemento para rearfirmar valores y no únicamente avalar estrategias. Se entiende perfectamente que los grandes partidos del país (PP y PSOE) negocien un acuerdo básico que muestre su unidad frente a las amenazas del terrorismo yihadista, como lo hicieron en el pasado con ETA. Lo que yo no entiendo, precisamente, es que los socialistas no hayan negociado ese acuerdo. Solo han suprimido algunos detalles léxicos y modificado algunos giros sintácticos del texto inicial del Gobierno para rubricarlo con la fugaz pompa de focos y televisiones.
3) Si la lucha contra cualquier terrorismo debe basarse en la legalidad estricta el Código Penal  y en especial –aunque la evidencia sea sonrojante – las referencias al terrorismo en el mismo deben constituir un acuerdo previo entre los firmantes. No ha sido así y el inminente Código Penal que aprobará el PP gracias a su mayoría absoluta en las Cortes fragiliza el garantismo judicial, afecta negativamente a derechos básicos e  introduce de contrabando un Derecho penal del enemigo. El PSOE ha actuado al revés: primero me adhiero a una unidad política precocinada por el Gobierno de Rajoy y luego me comprometo a acudir al Tribunal Constitucional para neutralizar los instrumentos operativos con los que se pretende eliminar la amenaza que les ha convocado. Es un nuevo error  estratégico del PSOE que contribuye a su desindentificación política e incluso existen motivos para una sospecha razonable:  Pedro Sánchez no ha aparecido junto a Mariano Rajoy por sentido de la responsabilidad, sino por sentido del share.

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La última oportunidad perdida

El pasado martes Mariano Rajoy le espetó a Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados, poco más o menos, que no le molestara con zarandajas sobre la reforma de la Constitución, que hay que ser serios y tal. Que en una situación como la que vive en este país su máximo responsable político, el presidente del Gobierno español,  exija seriedad a la oposición es hilarante. Nada de reformas constitucionales, por lo tanto, y no moleste usted, joven, que estamos muy ocupados. Debe reconocerse que la oferta para una reforma consensuada del secretario general del PSOE era un poquitín abstracta aunque llegaba con los buenos deseos federalizantes bajo el malherido sobaco socialdemócrata. Una reforma constitucional no puede ni debe reducirse a la postura postiza y reactiva frente a un problema político concreto y complejo, como es ahora Cataluña, donde el soberanismo ha traspasado, muy probablemente, la línea de cualquier solución de mutuo acuerdo para la continuidad catalana en el Estado español. Una reforma constitucional debe plantear el rediseño de las instituciones públicas y de las relaciones políticas, financieras y fiscales entre el Gobierno central y las comunidades autonómicas, entre otros graves y complejos asuntos. El PP no quiere oír hablar de este proceso y al PSOE se le supone voluntad, pero evita como el fuego mayores precisiones. Por ultimo, una reforma constitucional como la que le urge al país no puede negociarse y aprobarse en el lapso de un año escaso, que lo que resta de legislatura, sin contar con unas elecciones autonómicas y locales a la vuelta de la esquina. Los dos partidos hegemónicos de la política española han perdido una oportunidad excepcional para actuar como instrumentos políticos capaces de una reforma inteligente y solvente del establishment.  Han obviado los incentivos estratégicos para emprenderla a fin de apurar todas las ventajas del status quo desde un cortoplacismo suicida. Y lo van a pagar política y electoralmente.
Conservadores y socialistas ni siquiera han conseguido trenzar un compromiso de transparencia sobre los viajes y desplazamientos de diputados y senadores con dinero público después del flatulento escándalo de José Antonio Monago. Lo que han decidido es que los grupos parlamentarios se convertirán en custodios y fiscalizadores de los billetes de avión, tren o trineo siberiano que consuman sus señorías. Los ciudadanos no podrán acceder a la información al respecto directamente, como ocurre con los votantes británicos o alemanes. El PP y el PSOE trabajan activamente para profundizar la crisis de legitimidad política de un Estado cuyo entramado institucional se muestra cada vez más ineficaz, más ineficiente, más ocupado prioritariamente en su propia autorreproducción

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