Paulino Rivero

Puro cuento

Durante los últimos ocho años (y muy en particular durante esta legislatura que agoniza) la política de comunicación del Gobierno de Canarias ha sido, en realidad, la política de comunicación de la Presidencia del Gobierno de Canarias. Como demuestran hasta el bostezo hemerotecas y videotecas el objetivo básico de la misma fue una vibrante e inacabable exaltación de la figura del presidente del Gobierno, omnisciente y omnipresente, quien igual improvisaba un análisis de la crisis financiera estadounidense que explicaba la importancia de creer en un Ser Superior creador del cielo y de la tierra. Paulino Rivero estaba presente en todas las reuniones de las RUP, en todas las romerías, en congregaciones de cristianos evangélicos, en congresos de ornitólogos y asambleas de homeópatas, en los partidos del CD Tenerife y la UD Las Palmas, en torneos de bolas y petancas, discurseando cantinflescamente y sin desmayo, repartiendo premios y medallas, ordeñando vacas, cargando espuertas de uvas, arando campos, besando niños y corriendo atléticamente por todos los andurriales archipielágicos. El núcleo inicial del imaginario aliñado en las retortas de Presidencia del Gobierno era un líder cercano, sencillo, inmediato, incansable, un self made man cuyos modestísimos orígenes sociales demostraban sus virtudes de esfuerzo, disciplina, pundonor y afán de superación, volcados ahora generosamente en el bienestar de Canarias. Pero en los últimos cuatro años eso no bastaba. La crisis económica y social se endurecía y cientos de miles de isleños la sufrían en sus carnes y los servicios sociales y asistenciales crujían al borde del colapso. El responsable, por supuesto, era Madrid, es decir, el PP, y Rivero se convirtió así en un progresista que intentaba heroicamente salvar el Estado de Bienestar en un Gobierno con los compañeros del PSOE. El relato se renovó porque, además, tenía una afilada utilidad contra los que discutían a Rivero en CC una nueva candidatura presidencial: eran los representantes de la derecha insularista contra un progresista que defendía una Canarias desde un nacionalismo de izquierdas, equilibrado,  integrador,
Paulino Rivero jamás ha sido un político progresista. Pactó con el PSOE en 2011 – como lo hubiera hecho cualquier dirigente coalicionero — porque era la única fórmula para conservar la Presidencia del Gobierno, de la misma manera que en 2007 pacto con el PP, pese a la abultada mayoría que obtuvieron entonces los socialistas encabezados por Juan Fernando López Aguilar, cuyo éxito no reconoció públicamente jamás. Durante quince años, como secretario general de ATI, su labor consistió en desplazar al PSOE en las alcaldías tinerfeñas y no lo hizo nada mal. Se ha negado a apoyar al candidato presidencial de CC en campaña electoral y ahora solo espera un fracaso de su partido para tener un pretexto e incorporarse a otro, por ejemplo, a Nueva Canarias. Por eso ese cuidadoso relato político – siempre en clave personal, nunca en relación realista y contrastable con su gestión – no es un relato. Es un cuento. Es puro cuento.

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El penúltimo regalo

En el debate sobre el estado de Canarias – no se debate sobre un término jurídico como es nacionalidad, sino sobre la situación de un país – Paulino Rivero decidió regalarse algo: su discurso. Un discurso solitario de serena exaltación a su evidente estatura como estadista. En realidad el presidente del Gobierno autonómico lleva ya tiempo regalándose todas sus intervenciones públicas ante pequeños y grandes auditorios. Allá por donde va se regala a sí mismo por dos razones básicas: no le queda otra cosa ni le queda nadie capaz de regalarle nada. Rivero se regala su asombroso relato (en Canarias, y pese a los recortes presupuestarios impuestos por el PP, su Gobierno ha mantenido el Estado de Bienestar y salvaguardado la cohesión social y territorial del Archipiélago) y se lo acepta a sí mismo con una sonrisa de humildad y satisfacción por el trabajo bien hecho. La realidad  — un desempleo superior al 30% de la población activa, unos servicios sanitarios al borde del colapso, un crecimiento desbordante de la pobreza, la catástrofe de las políticas asistenciales, la parálisis de cualquier reforma político-administrativa, el fracaso de la reforma estatutaria, la sangrante situación de los dependientes, la mediocre renovación del REF, la desertización de la política cultural – no puede manchar este regalo, este legado. Sospecho que los últimos lustros nos han endurecido las legañas porque, de no ser así, nos quedaríamos estupefactos por el espectáculo patético de una huida tan deleznable de la realidad, atravesado de estomagantes ráfagas de suficiencia altanera y hasta de chulería, por quien ha atravesado la peor crisis desde la posguerra saltando de titular victorioso en titular victimista. Porque el Paulinato ha significado también –aunque la resonsabilidad no recaiga únicamente sobre su caudillo — un mezquino empobrecimiento del discurso político y del debate democrático, un desprecio reiterado al diálogo más allá de lo estrictamente protocolario, una devaluación desoladora de la práctica parlamentaria, un experimento de autoritarismo presidencial inédito en esta Comunidad autonómica, una concepción mendaz y garbancera de la responsabilidad política y de las relaciones con la sociedad civil.
Al término del debate parlamentario Rivero afirmó que no descartaba volver al colegio para dar clases como maestro en su hermoso pueblo, El Sauzal. Es su penúltimo regalo, la penúltima pincelada del autorretrato de un hombre modesto, sencillo, sin ambiciones terrenales. Lo cierto es que Paulino Rivero acumula como funcionario (casi toda su vida en excedencia por servicios especiales) treinta y cinco años de antigüedad y puede jubilarse si así lo desea mañana mismo, con el máximo nivel retributivo consolidado, es decir, unos 2.500 euros líquidos mensuales. Cabe desear que lo haga así: los niños son inocentes. Ni siquiera le votaron.

 

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Confrontaciones y deslealtades

Durante toda su carrera política Fernando Clavijo se ha cuidado mucho de presentar la imagen de un follonero. Los hechos demuestran más o menos lo contrario: Clavijo detesta la confrontación e intenta siempre trenzar acuerdos y, si es posible, articular consensos. No es el trasunto de un alma bondadosa, sino una técnica de gobierno de estirpe municipal. Por eso se me antoja poco verosímil que el todavía alcalde de La Laguna haya elegido la pelea contra el Ejecutivo regional, y menos aun contra su presidente, como instrumento de campaña electoral. Lo que ocurre se explica, más bien, por las particularidades de esta campaña en el universo coalicionero. Por primera vez en Coalición Canaria el presidente saliente lo es porque perdió la nominación  frente a otro candidato. Y la perdió pese a las feroces presiones en las que se empeñó personalmente con un denuedo oscuro e incansable. Manuel Hermoso aceptó la llegada de Román Rodríguez, que formaba parte de su Gobierno como director del Servicio Canario de Salud; Rodríguez perdió la oportunidad de una segunda candidatura, pero Adán Martín era su consejero de Economía, Hacienda y Comercio; Martín se retiró para no someter a presiones intolerables a CC y jamás se le ofreció nada en un gesto de suprema mezquindad.  La situación actual ha devenido diferente. Paulino Rivero es el presidente del Gobierno y ya ha dejado claro que no piensa participar, ni durante cinco minutos, en la campaña electoral de candidato de su propio partido. Su equipo gubernamental no moverá un dedo – ni en materia informativa – a favor del candidato presidencial de CC. A Rivero apenas le quedan apenas tres meses al frente del Ejecutivo y, por tanto, no tiene ya adversarios políticos, salvo uno, precisamente:  Fernando Clavijo.
Las políticas sociales y asistenciales del Gobierno de Rivero han fulgido entre insignificantes y catastróficas. Suscribir el optimismo lunático de Inés Rojas sobre su gestión es tan razonable como coincidir con la satisfacción de un presidente que llegó al poder con un 10% de desempleo y se marcha con más de un 30% de parados. A Rivero ya todo le da lo mismo, excepto demostrar al aspirante que, hasta el último segundo, está dispuesto a evidenciar que la administración autonómica sigue en sus manos. Por eso incluso  se ha preocupado en mantener a su lado a  Fernando Ríos Rull, al que ha gestionado una comisión de servicios desde su puesto funcionarial de letrado del Consejo Consultivo. El mismo Ríos Rull al que se vió obligado a destituir como comisario para el Desarrollo del Autogobierno a petición de CC. El mismo Ríos Rull que se agota a diario en las redes sociales apostrofando de CC y que está organizando un partido para competir electoralmente con la fuerza política que preside Paulino Rivero. Pues ahí sigue, trabajando humildemente para la Presidencia del Gobierno. Pero eso, claro, no es una deslealtad nauseabunda. Eso es poderío.

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Prietas las filas

Fernando Ríos Rull esperaba en el antedespacho de su presidente del Gobierno, Paulino Rivero, mientras sostenía una apasionada conversación por su teléfono móvil:
–¿Cómo que hoy tampoco ha dimitido nadie? Chico, esto no puede ser. Me he mojado anunciando una hemorragia de dimisiones y aquí no se mueve ni el tato. ¿Hay alguien que se llame Tato en el Consejo Político? No. Claro que no. Juan Manuel me ha decepcionado. Si…claro… Me dijo que el PNC rompía con Coalición Canaria, pero en el último momento va y me suelta que antes, para hacerlo bien, tenía que releerse todas las novelas de un tal Fernando del Paso…Espero que sea cosa de un par de días… Mientras tanto, hay que buscar algo…Rapidito… Yo me enteré ayer que un concejal de Tuineje no aparece por el ayuntamiento desde hace semanas. Al parecer se trata de una diarrea, pero tú podrías esparcir por ahí que ha dejado Coalición decepcionado por el viraje hacia la derecha y al insularismo…Y yo qué sé cuanto puede durar una diarrea, tú suéltalo… Hay que crear ambiente…propiciar los acontecimientos…un caldo de cultivo…No, de pescado no, de cultivo… Uf, a veces es agotador hablar con la plebe. Te dejo, hasta luego, hasta luego…
Por la puerta había aparecido Paulino Rivero. Al descubrir a Ríos se detuvo. Acompañaba al presidente el viceconsejero de Comunicación, Martín Marrero, que inmediatamente procedió a dibujar un círculo de tiza alrededor de la primera autoridad archipielágica. Rivero arrugó el entrecejo:
–Marrero, ¿estás seguro de que existe un metro de distancia como mínimo entre la línea circular y Nos, el presidente del pueblo?
–Por supuesto, presidente  — contestó el aludido todavía de rodillas, pero con un tono de lealtad inquebrantable.
–Nadie puede aproximarse a menos de un metro. Es una elemental medida de seguridad  — explicó Rivero a un ligeramente perplejo Ríos Rull –. Tú no ignoras la cantidad de intereses malignos que se han coaligado para destruirme: ministros, multinacionales, grandes empresarios cipayos, los servicios secretos israelíes, los cajeros automáticos, los enanos de la Tierra Media…Todos los que no quieren un nacionalismo progresista, ecologista, altermundista… O sea, yo.
–Cada vez que pienso en eso lloro de indignación, presidente… ¿Te pongo de nuevo el cargo a tú disposición?
— Si quiere yo dimito también un ratito – proclamó Marrero con los ojitos aguachentos detrás de las gafas.
–¿Dimitir tú? Se notaría todavía menos que lo de Ríos. ¿Sabes que hay un concejal de Tuineje con diarrea?
–Eeeeeh, sí…Algo he oído…
— Pues que se encargue otro, que si lo haces tú esta tarde  ya se está merendando un cabrito embarrado…

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Dimitir un poquito

“El Gobierno”, salmodió Martín Marrero, portavoz desde el Paleolítico Superior, “mantiene su confianza en don Fernando Ríos Rull como comisionado para el Desarrollo del Autogobierno y Reformas Institucionales”. Pues no. No es el Gobierno quien mantiene una confianzuda confianza en el señor Ríos Rull, sino su presidente, porque, según el Estatuto de Autonomía, es él quien separa, nombra y puede destituir a los cargos del Ejecutivo. Pero qué más da. Se ha perdido hasta el último ápice de vergüenza política y decoro institucional. Por otro lado, ¿cómo no mantener la confianza en un sujeto que en los últimos tres años ha impulsado tan brillantemente el autogobierno y ha sabido implementar las reformas institucionales que disfruta actualmente la comunidad autonómica? Para resumir la situación, en fin, tenemos un comisionado que abandona su partido político entre fabulosas descalificaciones a su estrategia y a su candidato presidencial, y anuncia, en su vertiginoso minuto de gloria, que fundará otra opción política nacionalista que competirá en el mercado electoral con la organización que ahora pone a parir, y cuyo presidente – que al mismo tiempo es jefe del Ejecutivo –confirma en el cargo. Para seguir en el despacho le ha bastado con dimitir un poquito. Más allá de las cuitas y agarradas internas de los coalicioneros este deleznable espectáculo es un síntoma de la degradación política que padece este país.
El mensaje de Paulino Rivero a Clavijo y a la organización tinerfeña de CC deviene inequívoco y abre la veda a otros dimisionarios que no dimitirán ni por casualidad. No creo que el Gobierno regional llegue a convertirse en un equipo de dimisionarios que no dimiten ni chorreándolos con agua hirviendo, pero a buen seguro brotarán otros (y otras) egregios caraduras y desilusionados sobrevenidos. Los suficientes para aparentar, al menos, una división en el seno de CC. Utilizar el Gobierno como ariete para erosionar al partido es una técnica relativamente novedosa y una de las últimas opciones que le restan a Paulino Rivero para seguir jugando al delirante juego de sucederse a sí mismo, para proseguir en el empecinamiento cesarista de no admitir las decisiones de su propio partido. Es difícil aventurar lo que ocurrirá con CC en las próximas elecciones autonómicas, a la que se enfrenta después de muchos años de gestión de la comunidad autonómica, una marca política con evidentes señales de desgaste y un candidato presidencial asaltado por rocambolescos problemas judiciales. Pero lo que está claro es el destino que le espera a cualquier chozo montando precipitadamente por una atrabilaria mesnada de oportunistas y paniagüados inescrupulosos: la nada.

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