Periodismo

Conversación

Siempre me ha extrañado que en las series policíacas de la tele (y lo que no son comedias en la tele son series policíacas) el asesinado nunca sea un periodista. Toda la jauría de detectives del último medio siglo audiovisual se empecina en investigar el asesinato de empresarios, científicos, comerciantes, universitarios, pizzeros, mafiosos, mendigos, presidentes, joyeros, aristócratas, vagabundos, informáticos, adolescentes, empleados de banca, escritores, manicuros, arquitectos, atletas, soplones, policías incluso pero, periodistas, ninguno; columnistas, que  recuerde, menos todavía. No creo que esta ausencia sea fruto de ninguna simpatía por parte de los guionistas o del distinguido público, al menos, en el caso de los columnistas. Lo que ocurre es que los sospechosos por el asesinato de un columnista serían una lista interminable, sin excluir a los que él mismo ha matado de aburrimiento.
En todo caso asesinar periodistas en España deviene un gesto superfluo. Ya están cayendo como moscas. En cuanto al articulismo, en el mejor de los casos, es ya puro vintage, y más habitualmente, un oxidado artefacto retórico más relevante por el lugar que todavía ocupa que por su capacidad productiva. El columnismo siempre ha sido un género menor (adjetivo) del periodismo y no se merece nada más. Cuando Larra se pegó un tiro – para lo cual empleó la excusa de ser abandonado por su amante – era carnaval y en su calle, en el centro de Madrid, la gente, disfrazada y borracha, cantaba y bailaba y reía. El pistoletazo sonó como un petardo en medio del jolgorio, y en realidad no era otra cosa. El columnista cree que pega tiros, pero solo arroja petardos. Hay articulistas que parece que escriben o podrían escribir bien, pero se le tuercen los renglones, y es que perdieron algún dedo al arrojar un petardo que constituyó el instante supremo de su biografía de heroicos meatintas.
A partir de hoy se me ha invitado generosamente, en los diarios La Provincia y La Opinión de Tenerife, a reanudar esta ya baqueteada, estimulante y siempre insatisfactoria conversación con los lectores, con cada uno de ustedes, a los que el periodismo necesita más que nunca, y disculpen por señalar. Quizás he regresado al lugar de donde nunca debí salir. Pero nunca se sabe. Ulises necesitó transitar por media mitología para echar de menos a Ítaca, que nunca le dio nada, salvo la posibilidad de comenzar el camino y la ilusión agotadora del regreso.

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Hola y adiós

El doctor Samuel Johnson se pasó la vida entre libros y legajos y cuando no estuvo en cenas y almuerzos, clubes y tabernas siempre se dedicó a leer y a escribir: ensayos, crítica literaria, ediciones de clásicos, poemas, crónicas parlamentarias, obras teatrales, disquisiciones filológicas y su grandioso Diccionario de la Lengua Inglesa, un trabajo hercúleo que le llevó varios años de fatigas, sacrificios y emputes. En su ancianidad una dama se le acercó para elogiar su amplia y desinteresada dedicación a las letras y Johnson se la quedó mirando un rato para explicarle enseguida: “Señora, no hay nada más repugnante en este mundo que escribir gratis. Yo no hubiera escrito un maldito folio si no fuera por dinero. Escribir por escribir…Vaya asco”.  En la amplia bibliografía del doctor Johnson se encuentra una única novela,  La historia de Rasselas, príncipe de Abisinia, que escribió en quince días para costear el funeral de su madre. Quizás la producción novelística de Johnson hubiera podido ser más amplia, pero madre no hay más que una.
Creo que el doctor Johnson –como solía ocurrir – tenía razón.
A partir de mañana martes el que suscribe comenzará a publicar sus artículos en La Provincia y La Opinión de Tenerife gracias a la amabilidad de Prensa Ibérica, para quien trabajé felizmente en el pasado.  Un pasado en el que nadie podía imaginar los horrores que azotan ahora a la profesión periodística. Los periodistas vivimos descarnadamente, entre el desempleo y el precariado, una paradoja que al doctor Jonson le hubiera encantado: jamás fue tan importante la información en las sociedades humanas – una importancia estratégica en lo político, lo económico y lo cultural – y al mismo tiempo nunca fue tan amenazadoramente confuso el futuro del periodismo. Tan confuso y preocupante – y no puede tratarse de una casualidad – como el futuro de las libertades democráticas. A menudo, en estos momentos, resulta muy arduo distinguir entre una noticia y un esputo propagandístico, entre un hecho y un desecho, entre un acontecimiento y un espectáculo. Pero hay que seguir y, en momentos de aflicción, recordar el viejo chiste: si el periodismo se muere, alguien tendrá que contarlo.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

Añoche soñé que volvia a hacer periodismo en Manderley

El Parlamento de Canarias, más exactamente, su presidente y su mesa, han declarado personas non gratas a los periodistas parlamentarios, y lo han hecho con el silencio cómplice (o la pachorra indiferente) de los distintos portavoces y grupos políticos. Ni la Presidencia ni la Mesa, por supuesto, han emitido ninguna declaración institucional específica en este sentido, aunque observando el bochornoso transcurso de los acontecimientos de los últimos años, sus esfuerzos por entorpecer una y otra vez el trabajo de los profesionales de la información,  su cada vez más abierto desprecio hacia los periodistas, cabe colegir que quizás no fuera por falta de ganas. Los responsables del gobierno parlamentario comparten implícitamente el juicio de Bismark sobre los periodistas: son individuos que, sin excepciones, se han equivocado de vocación. Que se busquen otra y dejen de inmiscuirse en las digestiones plenarias de sus señorías y de reflejar críticamente sus brillantes diálogos de besugos.

Esta semana la humillación hacia los periodistas parlamentarios llegó a un límite insólito. Por primera vez en treinta años se les prohibió entrar en el Parlamento para realizar su trabajo. Con la crisis política originada por la moción de censura en el Cabildo de La Palma como punto único del orden del día, coalicioneros y socialistas habían convocado la mesa del seguimiento del pacto que sostiene al Gobierno de Paulino Rivero. Los representantes de Coalición Canaria y el PSC-PSOE decidieron reunirse en la Cámara por la tarde y ahí se presentaron los periodistas. La mecánica, en estas ocasiones, es muy sencilla. Los periodistas no entran en el Parlamento a huronear entre las cortinas o a buscar revistas porno  bajo los escaños vacíos. Esperan pacientemente a que termine la reunión (lo que puede durar quince minutos o tres horas) y recogen declaraciones de los negociadores. En esta ocasión no fue así. Un ujier les cerró el paso y el agente de la Policía canaria les invitó a salir a la calle. Ante las asombradas protestas el ujier aseguró que un diputado – se ha mencionado el nombre de su señoría Manuel Fajardo, portavoz del grupo parlamentario socialista, quien posteriormente negó que ordenara nada – había prohibido la entrada. Los periodistas debieron esperar en la vía pública. Esa misma noche el PSC-PSOE emitió varios tweets al respeto,  exculpando una y otra vez a Fajardo, que incluso se expresaba “dolido” porque alguien lo creyese capaz de fastidiar a los periodistas, a los que con un recochineo ejemplar mandaba un saludo cariñoso.  Por su parte, el diputado Asier Antona, presidente del grupo parlamentario del PP y su secretario general, aseguraba, en la misma red social, que pediría explicaciones al respecto.

Lo malo es que ni Fajardo, ni Antona, ni ningún diputado, en realidad, pueden ignorar verosímilmente el estúpido acoso que están sufriendo los periodistas que cubren el Parlamento de Canarias en los últimos años: los que coinciden con la presidencia de Antonio Castro Cordobez. Desde impedir a los periodistas (incluidos los gráficos) su estancia en los pasillos hasta prohibir tajantemente que los redactores que obtengan imágenes fotográficas, desde acotar la tribuna de prensa con un ridículo cordón – con lo que pocos pueden asistir a los debates en el mismo salón de plenos – hasta ralentizar hasta la desesperación cualquier información que se solicite, por parte de la prensa, a la Mesa de la Cámara, pasando por apagar – sí, apagar – las luces para que los informadores, simplemente, no puedan trabajar. La meta última deseada por el presidente y la Mesa del Parlamento – no puede extraerse otra conclusión – lleva a que los periodistas queden estabulados, como silenciosos corderos, en la sala de prensa y sigan el desarrollo de los plenos por el circuito cerrado de televisión. Se admite algún balido de espanto si toma la palabra su señoría Manuel Fernández.

Estas intolerables e intolerantes medidas coercitivas no figuran en ningún reglamento ni protocolo pergeñado por Castro Cordobez y sus compañeros de la Mesa ni mucho menos han sido negociadas con los periodistas. Han sido impuestas desde la arbitrariedad más despendolada, aunque nunca con un mal gesto por parte del presidente, al que le gusta actuar desde un paternalismo estratosférico que se sorprende sinceramente ante las quejas por su grosera prepotencia. Por supuesto que una de las claves de esta situación es la personalidad de Antonio Castro y el sello lacrado que (digámoslo así) ha impuesto al gobierno parlamentario. Castro Cordobez es particularmente celoso del protocolo, la jerarquía y la hipotética grandeur de su cargo.  Más que un diputado (y un político muy activo) del siglo XXI su figura, su estructura mental y su estilo se corresponde al de un senador de la Restauración canovista. Y desde ese punto de vista los periodistas tienen su lugar, por supuesto: una esquina dotada de un televisor para reproducir estenográficamente lo que mascullan, gritan o tartamudean los representantes parlamentarios. Que nadie ose pertubar el sagrado orden de la sede de la soberanía popular. De esta manera, Antonio Castro gobierna la Cámara como el ama de llaves de Rebeca gobernaba la mansión, su mansión, con sus pruritos inescrutables y cambiantes, sus miradas polisémicas y sus ternos oscuros. Y los periodistas deben saber que ni se puede corretear por las escaleras ni visitar las habitaciones cerradas a cal y canto en Mardeley.

Pero, ¿y la actitud del resto de la Mesa del Parlamento? ¿Y los presidentes y portavoces de los grupos?  Ni saben ni contestan, pero en ningún caso parecen excesivamente molestos por la situación. Las obsesiones persecutorias de Castro Cordobez no les perjudican en la coyuntura de mayor mediocridad política, intelectual y oratoria que se ha vivido en la Cámara. Los parlamentos de los años ochenta eran el senado de la República romana comparados con el hedor de la actual miseria que impregna el edificio de la calle Teobaldo Power. El desprecio cómplice hacia la prensa es una manifestación más de la partidización y burocratización de la praxis parlamentaria. Un parlamento al que algún diputado, en un pasado no demasiado lejano, me definió como “una cosa nuestra, de los partidos”. Una cámara entendida como cosa nostra, efectivamente. ¿Cómo conceder credibilidad a propósitos de transparencia y regeneración democrática cuando se obstaculiza a los periodistas informar en el propio parlamento?  ¿La desafección a la democracia representativa se corrige desinfectando de actividad periodística el recinto parlamentario para reducir al mínimo los molestos testigos presenciales? Cada día, en el mismo Parlamento de Canarias, se le está poniendo una zancadilla al derecho a la información y la propia legitimación política del sistema parlamentario.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Me pagan por esto 1 comentario

Todos somos mejores

Todos somos los mejores. Todos disfrutamos de las bendiciones apabullantes de los lectores, los oyentes y los espectadores. Por el amor de dios, pero qué gran trabajo estamos haciendo. Felicidades, compañeros. Compañeros, muchas felicidades. Es el fruto de un esfuerzo que todos los días emprendemos pensando solo en ustedes. En su derecho a estar informados. Ese derecho inapelable a escuchar la verdad no condicionada por intereses ni manipulaciones del poder. Muchas felicidades. Gracias, muchas gracias. Ya tenemos un millón y medio de oyentes. Yo tengo tres millones, incluyendo algunos sordos a los que les gusta tanto nuestra programación que han aprendido a deletrear las ondas. Las palpan en el aire. Nuestras tertulias son las más escuchadas. Nuestro tertulianos saben de todo: en tres minutos descuartizan el golpe de Estado en Egipto, la crisis de la deuda pública, el Bosón de Higgs o la ortodoncia de Cristina Tavío. Pero sin perder la sonrisa, el humor, la ironía. A mí me leen cada periódico 74 personas. Cuando terminan el ejemplar está tan manoseado que se han borrado los titulares, pero nadie conseguirá jamás borrarnos del mapa. Yo tengo menos tertulianos, pero hablan más y han aprendido a gritar como grita el pueblo sus dolorosas verdades. Todo lo que tengo me lo debo a mí mismo. Todo lo que somos se lo debemos a ustedes. Este éxito que es de todos y de ninguno: ¿no es un feliz reflejo especular de ustedes mismos, admirables seguidores?

Tenemos los mejores profesionales para la radio más audaz. Y nosotros también. Y nosotros, por supuesto. Nuestra televisión es la más vista en Chiguergue superando en un 25%  a nuestros más inmediatos competidores. Lo siento, amigos. Gracias, Tenerife. Felicidades, pero nosotros te superamos en el tramo matinal de la programación en El Bailadero, cuaduplicando tu audiencia de lunes a viernes, pero respetamos profundamente tu pútrido esfuerzo cotidiano, compañero, siempre un crack. Nuestro profundo amor por esta isla y nuestro compromiso por su futuro y el de toda Canarias está haciendo recompensado por ustedes todos los días. Nuestras emisiones son grabadas y nos llegan rumores de que se venden en las gasolineras junto a los éxitos de Camela. Cada vez somos más en esta gran familia. Que tiemblen los poderosos porque nadie los callará la boca. Yo no miento jamás. Nosotros tampoco. Ni nosotros. ¿Les hemos hablado de nuestras tertulias? Tenemos los mejores tertulianos: los que demuestran cotidianamente que comparten con ustedes la desinformación y los prejuicios. Somos los mejores. Nosotros también. Y nosotros, no lo olviden. Gracias a todos. Gracias para siempre. Venga, di tú algo también. Anda, pero qué exagerado.

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Acontecimientos

En sus textos teóricos Arcadi Espada ha diferenciado siempre entre acontecimiento y hecho en el ámbito del periodismo como agente destructor de lo real. Porque el periodismo ni reproduce la realidad ni la construye: la destruye para articular los pedazos y hacerla supuestamente comprensible. Así entendido, la destrucción de lo real puede ser planteada como una destrucción del hecho a manos del acontecimiento. “Esta destrucción”, comenta Espada, “es una de las características más desmoralizadoras del periodismo contemporáneo, el núcleo mismo de su crisis”.  El maestro lo ejemplifica con un caso que conoció bien y al que dedicó uno de sus textos más lúcidos: el Raval. El acontecimiento mediático más importante del verano de 1997 fue el descubrimiento de una red de pederastia en ese deprimido, mortificado barrio barcelonés. Ese fue el acontecimiento; el hecho fue que la red no existía ni había existido nunca.

Los acontecimientos mediáticos sustituyen a los hechos. El pasado temporal de viento y lluvia que azotó a la mayoría de las islas, por ejemplo, fue un acontecimiento en toda regla. Desde luego, el temporal existió y causó perjuicios obvios, pero solo fue un temporal de 48 horas, no el ensayo del Día del Juicio Final que cabría deducir de titulares agoreros, interminables horas de emisión, infinitas entrevistas insulsas, adjetivos colosalistas, colegios y universidades cerrados a cal y canto y decenas de videos y fotos falsas circulando estremecedoramente por gofioesfera. El temporal es, en todo caso, un ejemplo menor, pero que sirve igualmente para entender que el público juega un papel fundamental para que un acontecimiento mediático consiga madurar. Alguien tiene que seguirlo, asentir, estremecerse con el acontecimiento y, a fin y al cabo, pagar por él.

Los acontecimientos han terminado por colonizar casi completamente el territorio de los hechos. Los hechos terminan por ser molestos, y no solo por razones de control político o ideológico, como sostienen los más ingenuos. Los acontecimientos, entre otras características, son periodísticamente más baratos que los hechos, se trate de corrupción política, desahucios, procesos y sentencias judiciales, desnutrición infantil o acuerdos políticos para poner a Canarias – un soberbio acontecimiento – por encima d etodo.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?