Podemos

El destino de Podemos

Hace un par de días se publicó un artículo muy interesante sobre la situación en la que se encuentra Podemos bajo el título Regeneración o ruptura y firmado por Emmanuel Rodríguez. Su interés no radica en su brillantez analítica, sino en su capacidad de expresar las contradicciones básicas del proyecto que, por supuesto, el autor no asume y quizás no identifica. Emmanuel Rodríguez  apunta que debe darse por concluido el ensueño podemista de “llegar al poder de un solo golpe” (se refiere, como es obvio, a ganar las próximas elecciones autonómicas y generales) y obtener el poder “para aplicar no se sabe bien qué programa de transformación”. Denuncia el progresivo vacío y la ambigüedad crecientes de las propuestas de Pablo Iglesias y su dirección, su obsesión por la transversalidad socioelectoral, la asunción sin tapujos de su condición de catch-all party hasta el extremo de renegar el eje izquierda-derecha y engalanarse de entorchados patrióticos. Rodríguez insiste en que no se puede desembarcar en el poder sin una organización partidista potente y bien instalada social y territorialmente y parece añorar la firmeza rupturista de la campaña para las elecciones europeas de 2014, la concreción y agresividad de su discurso, la radicalidad de sus propuestas. Debe abandonarse la suposición de una “ventana de oportunidad” abierta por la crisis económica y la fragilización del sistema de partidos y prepararse para una “guerra de posiciones” en el ecosistema cuatripartito que se avizora para los próximos años.

Rodríguez – y quienes comparten este diagnóstico en Podemos, cada vez más numerosos – prefiere no reparar en que su opción no significa otra cosa que Podemos se resigne a un papel minoritario en la política española. Simplemente porque las clases medias urbanas – aunque castigadas y empobrecidas por la crisis – no están dispuestas a apoyar mayoritariamente a proyectos políticos rupturistas que incluyan la apertura procesos constituyentes, la estatatalización de sectores económicos y demás fuegos artificiales que acompañaron a Podemos en el pasado verano. Si Iglesias, Errejón y compañía diluyeron tales ofrendas fue, precisamente, porque con semejante perfil programático jamás superarían los márgenes electorales tradicionales de la izquierda no socialdemócrata en España: ese intervalo que, en condiciones óptimas,  oscila entre el 10 y el 12% de los votos. Podemos se transformaría, en definitiva, en la Izquierda Unida de los lustros venideros, lo que no parece un viaje ni un viraje muy promisorio a la utopía. La construcción (instantánea o demorada) de una hegemonía política, electoral e ideológica es una ilusión – algunos creemos que democráticamente perversa – destinada a estrellarse una y otra vez en una sociedad (y un conjunto de instituciones públicas) tan compleja y pluralmente articulada como la de España. Y también la de Canarias. Y aquí – ni en ningún sitio – se supera esta situación farfullando consignas y eslóganes al estilo insuperable de Noemí Santana, transmutada ahora en entusiasta periquita del proletariado.

 

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Podemos un poquito

Lo que está ocurriendo con Podemos en Andalucía amenaza con convertirse en un antecedente que tendrá sucesivas entregas después de las próximas elecciones de mayo en comunidades autonómicas y ayuntamientos. Para decidir el voto de Podemos en la sesión de investidura de Susana Díaz – que no para consensuar o aprobar unos presupuestos generales o integrarse en un gobierno de coalición – la dirección nacional encabezada por Pablo Iglesias ha impuesto a Teresa Rodríguez y a los diputados andaluces un equipo negociador integrado por un alto cargo de la jerarquía podemista (Sergio Pascual, secretario de Organización) y un militante andaluz que no ostenta ningún cargo público u orgánico. Del discurso aflautado del empoderamiento ciudadano a pulverizar cualquier autonomía de Rodríguez y sus compañeros en la primera decisión que debían tomar como partido y grupo parlamentario. Los podemistas andaluces han demostrado disfrutar de menos potestad que sus homólogos del PSOE o de Izquierda Unida. Es francamente difícil imaginar a los socialistas cántabros o a los de IU en Extremadura admitiendo semejante atropello por parte de sus respectivas direcciones federales.  Iglesias y compañía siempre han insistido en que ya no era admisible la vieja política de que santificaba la toma de decisiones relevantes en oscuras reuniones de un puñado de personas. En este sentido su voluntad es tan rotunda e inequívoca que se las han arreglado para que Teresa Rodríguez no esté presente en los despachos en los que se decidirá su voto en la investidura presidencial.
La obsesión por el control vertical de la organización – que se quiso opacar con la renuncia a participar directamente en las elecciones municipales – es comprensible desde un punto de vista operativo, pero destruye ese vibrante imaginario que privilegiaba la autonomía de círculos e individuos para una praxis política ferozmente independiente. Podemos es un partido político (sus máximos dirigentes han querido serlo) y funciona como tal, con sus intereses e incentivos, en el ecosistema político español. Un partido de aliento jacobino, alma centralizadora y vocación de poder. Un partido, por tanto, cuyos máximos dirigentes no pueden dejar operar libremente a sus organizaciones territoriales con el riesgo de desgastar sus opciones y contradecir sus estrategias. El espectáculo pude ser fastuoso en Canarias en los próximos meses, porque aquí Podemos ha terminado por convertirse, en una situación de creciente confusión y desorden, y con una muy modesta participación de militantes y simpatizantes, en el acogedor receptáculo de otras opciones ya instaladas electoralmente (como Sí se Puede) o momificadamente testimoniales (como Canarias por la Izquierda). Ha sido una atropellada confluencia más atenta a las cuotas en los neonatos aparatos de dirección y a las candidaturas electorales que en redefinir análisis críticos y especificar propuestas de reforma y en la que podrá mencionarse el nombre de Podemos en vano hasta el mismo momento en que se consigan cargos públicos. Ni un minuto más.

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El martirologio de Cintora

Recuerdo perfectamente – ocurrió apenas hace tres o cuatro años – cuándo Jesús Angel Cintora fue despedido de la cadena SER. Todo empezó con la sustitución de Augusto Delkader por Javier Pons como consejero delegado de PRISA Radio. Posteriormente desde la cúpula de la empresa se inició una operación para desgajar a un grupo de directivos y periodistas íntimamente vinculados a Alfredo Pérez Rubalcaba y a José Blanco, que culminó con varias recolocaciones y los despidos, entre otros, de Gonzalo Cortizo, jefe de Nacional, y de Jesús Angel Cintora, quien había sido el presentador de los fines de semana y en ese momento lo era en el horario matinal. En esos años, digamos entre 2006 y 2011, la SER alcanzó las mayores cotas de seguidismo gubernamental. Un seguidismo más acrítico, descarnado (y abochornante) que el practicado por la emisora en los años ochenta, por ejemplo. Delante del micrófono Cintora se portaba como un trepidante escudero y, en cuanto en lo que ocurría en las mesas de redacción y en los pasillos, basta con escuchar a los currantes más veteranos de la compañía para pasmarse por sus modales y actitudes con subordinados y becarios. Los años (y el éxito embriagador de las estrellas fugaces) acrecentaron la soberbia y densificaron la mala baba.
Posteriormente Cintora inició un largo peregrinaje como tertuliano en varias emisoras de radio y televisión. No fulgía como un periodista singularmente crítico o que expusiera un análisis más lúcido o articulado que cualquier todólogo de salón. En marzo de 2014 los programadores de Cuatro llegan a una conclusión apetitosa que avala su magnífico olfato para la audiencia: los ciudadanos están muy hartos de las asquerosas trapacerías del poder en una crisis económica y social que parece diseñada para practicar el latrocinio y legitimar el sufrimiento colectivo. Los brillantes resultados de Podemos en las elecciones europeas representan un termómetro inequívoco del agrio malestar ciudadano y, correlativamente, de la resurrección del interés por la política. Se trataba de un amplio target cuya explotación comercial  era muy prometedora y que no podía ni debía dejarse en manos de La Sexta. Se forja entonces una curiosa sinergia entre los dirigentes de Podemos y la poderosa productora Mediaset: los primeros ejercerán como proyecto político emergente y guionistas de facto; la segunda pondrá la difusión y se llevará la publicidad; ambos, en definitiva, compatirán audiencia. El encargado de dirigir el tinglado será Jesús Angel Cintora quien, por supuesto, tratará con mayor atención, cariño y comprensión a los contertulios de Podemos, tal y como cabe esperar de un socio responsable, compartiendo sus argumentarios como los suboficiales comparte en rancho en las maniobras.
Ahora Cintora es despedido de Las Mañanas de Cuatro – todavía le queda un año y pico de contrato con Mediaset – e insólitamente se transforma en un mártir de la libertad de expresión. Es impresionante lo que ocurre en este país. No basta con la ley Mordaza, las sinvergüencerías de la consultoría del ministro de Hacienda o los autos judiciales del magistrado Pablo Ruz sobre la financiación ilegal del PP. No basta con ver de nuevo a Esperanza  Aguirre como candidata prometiendo honradez y transparencia. También hay que encolerizarse porque Cintora haya sido despedido. Me parece demasiado agotador. Hasta la indignación debe ser más selectiva.

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El prisma de la abstención

Como suele ocurrir la abstención no ha merecido una particular atención en los primeros análisis de los resultados de las elecciones autonómicas andaluzas. Pero un 36,06% de los andaluces con derecho a voto decidieron quedarse en sus casas. Más de 2.260.000 personas. Si en la mayoría de los comentarios esta abstención se orilla, por supuesto, es porque ninguna de las fuerzas políticas contendientes queda precisamente embellecida porque cientos de miles de ciudadanos de Andalucía les dieran la espalda. Decidieron no premiar ni castigar a nadie. Ahora la abstención – que apenas ha bajado un 1,6% respecto a 2012 — se escucha menos que nunca porque los nuevos partidos (leáse Podemos y Ciudadanos) ya participan en el juego y reclaman victoriosamente sus resultados con argumentarios que mimetizan los de las fuerzas del establishment. Pero que en esta coyuntura agónica,  en una situación económica y social exasperada, en un territorio estragado por un desempleo espeluznante, una pobreza creciente y una corrupción que atesta los juzgados,  más de dos millones y cuarto de personas decidan no participar en las elecciones, no activar su principal método de participación política, resulta un fracaso en toda regla. Lo es especialmente en el caso de Podemos, cuyo mensaje central llama, precisamente, a la participación política, al empoderamiento de los ciudadanos para participar activa, crítica e indelegablemente en los asuntos públicos. El magnífico resultado de Podemos (quince diputados) se debe sobre todo a la fagocitación del voto de Izquierda Unida ymuy poco a la activación de antiguos abstencionistas, de la misma manera que el éxito de Ciudadanos – Podemos consiguió menos del doble de sus votos después de un año de incandescente protagonismo mediático – se ha alimentado muy mayoritariamente de la caída del PP.
El entusiasmo socialista incluye olvidar que en las elecciones generales el PSOE suele obtener, desde los años noventa, entre siete y ocho puntos porcentuales menos que los que cosecha en Andalucía. La confianza del PP en su capacidad de resistencia en la mayoría de las capitales de provincia consiste en distraerse de que sus gobiernos municipales ofrecen una alta volatilidad (en estas autonómicas el PSOE los ha superado en Sevilla y Podemos en su plaza fuerte de Cádiz) después de más de una década de mayorías absolutas. La dignidad que pregona IU demuestra su incapacidad de entender que Podemos no significa una fortalecimiento de la izquierda y el germen de una unidad popular, sino el competidor que los desintegra. La abstención demuestra los límites de la transformación del mapa político andaluz y español, que son los límites (también) del sistema democrático representativo. Y quien no le entienda está incapacitado para hacer política, no se diga para llegar al poder y gestionarlo democráticamente.

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Candidatura

Fernando Ríos Rull entró en la sede de Podemos tocando una versión de L’Estaca con unas chácaras a las que ponía mucho sentimiento. El ensordecedor ruido interrumpió una reunión del núcleo duro del Consejo Ciudadano que contempló horrorizado la actuación del excomisionado de Desarrollo de Sí Mismo del Gobierno de Canarias. Ríos Rull acabó, se inclinó respetuosamente frente a su involuntario público y saludó:

–Compañeras, compañeros…Vengo a presentar mi candidatura al Parlamento de Canarias pero, sobre todo, a aportar mi grano de arena como ciudadano y jurisconsulto a este histórico proyecto democrático, plural y progresista…

–Usted está loco –le cortó Mery Pita -. ¿Quién le ha metido semejante idea en la cabeza?

–No hubiera dado este meditado paso sin la insistente invitación del Círculo de Egregios Acabados de Adeje…Aquí tengo las firmas…

–Pero usted…usted… Usted es casta. ¿Me entiende? Casta.

–No se apresure. Detrás de mí quizás vengan otros. ¿O no les interesaría ustedes contar con, no sé, un expresidente del Gobierno de Canarias? Valoren qué aportación de canareidad supondía eso.

–¿No se estará refiriendo a Paulino? – preguntó, estrábico por la estupefacción, Joaquín Sagaseta.

–Igual habla de Román –murmuró Domingo Garí –. Es entrismo. Menuda desfachatez venir de otro partido y pretender al instante ocupar cargos públicos u orgánicos en…Eeeeh…No, no…Quería decir que es usted…

— Casta –apuntó Sagaseta con un gesto involuntario de terror que le llevó a palpar el retrato de Hugo Chávez que llevaba en el bolsillo de la camisa –.  Lo que quiere decir el compañero es que usted es casta.

— El régimen está acabado — proclamó Garí, enfebrecido-. He aquí que las ratas huyen del barco. Ya tenemos la mayoría absoluta en el bolsillo. Que tiemblen los cipayos del colonialismo español.

— Domingo, te pido respetuosamente moderación – exigió Pita.

–¿Más moderación? Pero si llevo diez años callado en Sí se Puede. Creí que esto sería distinto. Agoñe yacoran iñatzahaña macoña met que no me estaré más tiempo en silencio.

–Yo también intenté aprender alemán para leer directamente a Marx, pero no hubo forma –confesó Sagaseta–. Usted, Ríos, forma parte de la superestructura política de dominación del capital postnacional.

–Eso, eso – resumió Meri Pita –. Usted forma parte del Régimen.

–¿Yo? Pero si he dimitido.  ¿Y usted? Yo, al menos, no he recibido una Medalla de Oro del Gobierno de Canarias, y eso que, desde mi humilde punto de vista, me la merezco plenamente.

–Oye, chica, ¿tú has recibido una Medalla de Oro de este Gobierno corrupto y miserable? – preguntó Garí, escandalizado.

–No, yo…Estooo…No. Yo la recogí, solamente la recogí como presidenta de la Junta de Personal de la Administración de Justicia…

–Pero la recibiste, ¿no? ¿Cómo pudiste ensuciarte las manos? Yo ni siquiera toleré que me calificaran cum laudem la tesis doctoral. Esto es grave. Exijo una reunión urgente del Consejo Ciudadano de Podemos Canarias.

–Hay que revisar el código ético…

–Y las fotos que estén colgadas en Internet…

–Oigan –protestó Ríos Rull. ¿Dónde van?  ¿Y mi candidatura? ¿Qué pasa con mi candidatura?

 

 

 

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