PSC-PSOE

El rigor mortis del PSC-PSOE

Hace poco más de un año, a finales de junio de 2012,  José Miguel Pérez fue reelegido secretario general del PSC-PSOE con un exigüo 53,9% de votos favorables. Llevaba por entonces casi dos años en el cargo, después de que, en un congreso extraordinario, obligado por la dimisión de Juan Fernando López Aguilar, disputara la Secretaría General, sin demasiado lucimiento, con el dirigente palmero Manuel Marcos Pérez. Ganó entonces con el 54,28%. Resulta muy llamativo que un secretario general que, hace un año y pico, podría ofrecer a sus compañeros el éxito de entrar por primera vez en el Gobierno autónomo desde 1993 – con él mismo como vicepresidente y consejero de Educación – obtenga todavía menos apoyos que antes. Pero eso forma parte de la paradoja, no de una explicación de la misma.  Pérez es un secretario general demediado porque parte de su partido no quería entrar en el Gobierno con CC pero, sobre todo, porque se ha negado, simplemente, a actuar como secretario general, a impulsar cambios programáticos y organizativos, a dinamizar un partido que en ciertas islas y municipios apenas merece ya ese nombre, a superar heridas internas, a  mantener una actitud dialogante y a construir o renovar consensos. José Miguel Pérez se ha presentado dos veces a la secretaria general del PSC-PSOE como quien se presenta a unas oposiciones: una vez superadas, entiende el asunto por concluido. Representa la mayor cuota de irresponsabilidad política que jamás haya anidado en la cúpula dirigente del socialismo canario.

Es la suya la peor actitud en el peor momento político del PSC-PSOE. La circunstancia de encontrarse en el Ejecutivo regional, con medio centenar de dirigentes y cuadros aposentados en sus respectivas áreas gubernamentales, no debería ser motivo de distracción, aunque el vicepresidente Pérez  se empeña en presentarlo así. El PSC-PSOE ha encogido tanto, ha retrocedido de tal forma en el espacio político, social y electoral de Canarias,  que la continuidad en el Gobierno de Paulino Rivero parece la última trinchera. Por eso mismo es muy improbable que el pacto entre CC y los socialistas se fracture en la Comunidad autonómica, ocurra lo que ocurra en el Cabildo de La Palma, por ejemplo. Los socialistas no tienen donde ir. Serían tan inconvincentes en la oposición como lo son en el Gobierno. Y su situación político-electoral no ha dejado de empeorar, porque los buenos resultados autonómicos de 2007 se han revelado como lo que fueron: un espejismo muy probablemente irrepetible y con una escasísima, si no nula relación con la fortaleza interna y la proyección social del partido. En los comicios de 2007 el PSC obtuvo 322.833 votos, el 34,51%; solo cuatro años después, en 2011, cayó hasta los 190.310 votos, perdiendo casi catorce puntos porcentuales. Lo que demuestra la evolución de sus resultados tanto en las autonómicas como, sobre todo, en las locales, es una ininterrumpida pérdida de apoyos, con la excepción de la sorpresa de la candidatura de Jerónimo Saavedra en Las Palmas de Gran Canaria en 2007. En las autonómicas de 2011 el PSC apenas consiguió el 21% de los votos emitidos en Las Palmas y el 20,24% de los emitidos en Santa Cruz de Tenerife, con caídas aun mayores en los otros dos grandes municipios isleños, La Laguna y Telde. Con un apoyo tan limitado – y que puede bajar aun más – en los municipios más poblados de Canarias es disparatado siquiera imaginar una recuperación del voto socialista. Como fuerza política el PSC ha desaparecido prácticamente en Las Palmas y en Telde mientras que en Santa Cruz y La Laguna se ha diluido en sendos pactos con Coalición Canaria. La actividad política y ciudadana del partido en los cuatro municipios es poco más o menos insignificante y las feroces divisiones internas han dejado exhaustas a las respectivas agrupaciones locales.

Tradicionalmente la fortaleza político-electoral del PSC-PSOE a respondido a dos variables. La primera su antaño sólida implantación municipal; de ese pasado, que se utilizó para proclamar en los años ochenta que el PSC era el único partido capaz de vertebrar Canarias, cual solo quedan restos en Tenerife y La Gomera. Y la segunda, como ocurría en otras comunidades autonómicas, en la capacidad de arrastre de los resultados de las elecciones generales. Si el PSOE iba bien en España, no podía ir mal en Canarias. Pues bien, este segundo motor está seriamente averiado en la actualidad. Y no se puede hablar en puridad de un accidente coyuntural. El PSOE se ha despeñado en una situación crítica. Como señalan  Andrés Ortega y Ángel Pascual Ramsay  (autores del libro ¿Qué nos ha pasado?, Galaxia Gutenberg, 2012),  “bajo el descenso en el apoyo socioelectoral al PSOE hay procesos sociales y políticos que van más allá del descontento con los últimos gobiernos de Rodríguez Zapatero”.  Basta, de nuevo, con acudir a los datos. Desde mediados de los noventa el PSOE ha perdido sustancialmente apoyos en las grandes ciudades, en las clases medias y medias bajas y en los jóvenes de menos de 25 años. Antes de la crisis económica estallara con todo su terrible esplendor el mismo Rodríguez Zapatero fue incapaz de alcanzar la mayoría absoluta y debió buena parte de su éxito gracias a un comportamiento excepcional de los votantes catalanes. En definitiva, y en los últimos quince años, el PSOE ha registrado un proceso de centrifugación de su base electoral que amenaza muy seriamente con evaporar su condición de alternativa política “insoslayable”. El PSOE puede perder su capacidad para impulsar mayorías parlamentarias de centro-izquierda. Sus errores en el diagnóstico de la recesión económica, su respuesta neoliberal a la misma en su último año y medio de gobierno y  la consiguiente desidentificación ideológica, los casos de corrupción, el anquilosamiento del discurso socialdemócrata aquí y en toda Europa, las resistencias suicidas a la renovación del partido desde el rubalcanismo contribuyen a un descrédito extraordinariamente difícil de superar.

Todo esto parece dejar impávido a José Miguel Pérez y a la vieja oligarquía que sigue controlando el PSC-PSOE con el único objetivo de su autorreproducción ilimitada. El secretario general ha servido como un rostro relativamente nuevo para que los juliocruces pudieran seguir manejando el negocio, y el negocio consiste en mantenerse en la poltrona ad aeternum negociando listas y apaños con los aparatos insulares de la organización. Pérez no se ha encaramado en la Secretaria General y en el Gobierno autonómico por ambición política. La ambición política le llevaría a detectar que su partido muestra todos los síntomas de un rigor mortis espeluznante y a actuar en consecuencia, y no a emplear su liderazgo protésico como almohada. No, es mucho peor. Porque José Miguel Pérez no está ahí por ambición, sino por vanidad.

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La silla

Ana Oramas ha comentado, irónicamente, que en Coalición Canaria nadie tiene la silla segura. Pero quizás lo más preocupante sea la silla. El suponer, en fin, que la silla esté ahí, esperando a quien salga vivo entre los que solo quieren servir a la patria para que tome asiento. Existen buenas razones para suponer que la silla se está desdibujando. Uno de las características que han hecho de CC un gran invento político-electoral es que su mera existencia la convertía en el centro del sistema político regional. Esa posición de centralidad es la que ha permitido a los coalicioneros seguir al frente de la Comunidad autonómica tras ganar o no ganar las elecciones. En el segundo caso Paulino Rivero, cuando ganó ampliamente el PSOE, optó por aliarse con el PP; cuando el PP obtuvo mayor respaldo en votos e igualó en escaños a Coalición,  se inclinó de inmediato por aliarse con los socialistas. Por supuesto, la reforma electoral de 1999 perseguía blindar este tripartidismo (imperfecto) en el Archipiélago, y en su interior, como una valiosa perla en la ostra, la muy rentable situación de CC entre dos partidos enfrentados en el ámbito estatal y que muy difícilmente conseguirían llegar a un pacto de gobierno.
Ocurre, sin embargo, que incluso sin modificar los escandalosos topes electorales, parece racionalmente previsible que el mapa político regional sufra convulsiones notables dentro de dos años. Por no hablar del desgaste coalicionero, cabe aguardar una altísima abstención, pero sobre todo es perfectamente imaginable un desmoronamiento brutal del PSC-PSOE que, entre otras variables, prácticamente está desintegrado en Gran Canaria y apenas renquea penosamente en Tenerife. Sus votos pueden quedarse en casa o traspasarse a una amplia coalición de izquierdas, si las izquierdas isleñas ahora extraparlamentarias practican un ejercicio mínimamente inteligente de pragmatismo y oportunidad. Curiosamente CC necesita, para mantener su privilegiada condición, que ninguno de sus dos socios alternativos padezcan una derrota estruendosa que los reduzca, por ejemplo, a una docena de escaños. Porque el pacto con el perdedor se hace aritméticamente imposible y la Presidencia del Gobierno – y el peso en áreas decisivas del Ejecutivo – se esfuma en el aire turbulento del cataclismo. No se trata de quien vaya a sentarse en la silla: eso es casi un asunto interno que apenas interesa a los electores. Es que la silla está a punto de dejar de existir para trasformarse en un taburete y ni quiera es seguro si podrá utilizarse para sentarse o será más útil para ahorcarse de una soga.

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Interinidad

Es tan insoportable. José Miguel Pérez liándose con sus menesterosas metáforas desde el atril de los oradores. José Miguel Pérez quiere a la vez un partido cohesionado y abierto a la sociedad. José Miguel Pérez quiere renovación y responsabilidad. José Miguel Pérez quiere un ejército que luche por difundir fieramente los valores socialistas más vigentes que nunca. Este cúmulo de vaguedades, que hubiera podido suscribir cualquiera de los compromisarios al Congreso del PSC-PSOE del pasado fin de semana, incluso cualquier crucigramista aventajado, tiene su contrapunto en las naderías que, en sus respectivos cónclaves partidistas, regurgitaron José Miguel Barragán o José Manuel Soria. En realidad no significan absolutamente nada. Es el guión de un espectáculo que produce, política e intelectualmente, una irrefrenable vergüenza ajena. Es el miserabilismo político, ideólogico, programático convertido en chafalmejada estilística. La siesta presentada como actividad deportiva. La charlatanería intentado mimetizar al discurso político que ya ni siquiera vive de silogismos marcados, como los naipes de un tahúr, porque ha quedado reducida a una cháchara autorreferencial. Las palabras de José Miguel Pérez – todo el dialecto socialdemócrata español – solo evocan fantasmagorías. El titular – el titular prefabricado, no la idea debatida– es que la presencia del PSC-PSOE en el Ejecutivo regional garantiza que no serán traspasadas las rayas rojas del Estado de Bienestar. Lo que ocurre es que el profesor Pérez sale de su despacho al atardecer, regresa a casa, se guarnece de pijama y bacinilla y se duerme apaciblemente y mientras tanto – pasa desde siempre: consulten a Gonzalo de Berceo —  el mago, bajo la luz de la luna, traslada los mojones y las líneas. Al día siguiente, en el desayuno, Pérez ha notado ciertos cambios en el terreno, en la finca indivisa,  en la común heredad, pero como es un hombre realista, se termina el cafeileche y corre a ponerse los manguitos por pura responsabilidad institucional.

Al final los compromisarios de Tenerife no perdonaron a Pérez, y todo un vicepresidente del Gobierno apenas obtuvo un 53% de los votos. Es asombroso que, en ningún momento, la proliferación de gestoras nuclease ningún debate real en el Congreso Regional del PSC-PSOE. Para recaudar votos el secretario general se optó por el viejo método: ampliar la comisión ejecutiva con un ligero apaño y designar dos vicesecretarios generales, y a tirar tres añitos más. Pero los conflictos del socialismo tinerfeño siguen latiendo. Y barones y villanos comentaban convencidos una certidumbre: hay que saltar del Gobierno el año que viene. Si por entonces el profesor Pérez insiste en dimitir – una estratagema que ya ha carbonizado en Adeje –su renuncia será gratamente aceptada. Los socialistas parecen haber elegido sin elegir del todo a un secretario general interino. Lo será, incluso, aunque acabe su mandato.

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Nadería sin alternativa

José Miguel Pérez será el único candidato a la Secretaría General del PSC- PSOE en el congreso regional que los socialistas celebrarán este fin de semana. Lo curioso es que su personalidad política y su gestión del partido no levantan entusiasmo en ninguna de las organizaciones insulares ni en el seno del grupo parlamentario. Cabe sospechar, incluso, que su candidatura no despierta interés ni en el propio José Miguel Pérez, que parece resignado a su aburrimiento esencial, como otros se resignan a la úlcera o a los golondrinos. José Miguel Pérez ha vencido a sus críticos matándolos de aburrimiento, pero no se trata exclusivamente de su grisura personal, de su apacible y tesonera mediocridad, de su radical incapacidad para ejercer un liderazgo político. Es el PSC el que está muerto de aburrimiento. Está aburrido de sí mismo hasta la catalepsia, y su rigor mortis, como organización política, no cabe achacársele al profesor Pérez, sino que hunde sus raíces en los últimos (y extenuantes) veinte años.

El problema del PSC-PSOE no es compartir el Gobierno con Coalición Canaria. El problema del PSC es doble. Primero, haber llegado al Ejecutivo regional en la coyuntura de la peor crisis económica y social parecida en las islas desde la posguerra civil, con una brutal caída de las disponibilidades presupuestarias que transforma en humo cualquier veleidad socialdemócrata. Y segundo, la osificación insalvable de su dirigencia. Pasan Juan Carlos Alemán, Juan Fernando López Aguilar o José Miguel Pérez, pero la oligarquía del PSC continúa ahí ahora y siempre, bunkerizada en el control más o menos pasteloso de las organizaciones insulares. Sobre estas élites oligarquizadas, particularmente resistentes en Tenerife, La Palma, La Gomera y Fuerteventura, construyó su liderazgo Alemán; con ellas pacto buhoneramente López Aguilar, sin cuestionarlas jamás desembarcó José Miguel Pérez en la Secretaría General y en la candidatura presidencial en las elecciones de 2011. La renovación organizativa, programática y estratégica del PSC, su recuperación de espacios entre las clases medias y medias bajas urbanas, resulta imposible desde el inmovilismo de élites que se jugarían su supervivencia política personal. José Miguel Pérez no ha intentado ni intentará en el futuro remover mínimamente este panal de rica miel.

Hace unos meses se habló de un sector crítico que podría impulsar a un candidatura alternativa. Pero la opción se ha deshinchado. Demasiada división, demasiados particularismos, demasiadas desconfianzas y reservas mutuas. Todos los esfuerzos de los tibios y demediados disidentes se concentrarán en obtener mayores cuotas de poder en la comisión ejecutiva regional a través del establecimiento de incompatibilidades. Y que José Miguel Pérez siga adelante hasta achicharrarse en un Gobierno asediado por una recesión despiadada. No pasa nada. Pérez no padece ni frío ni calor. Arderá sin lágrimas

 

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La encrucijada del PSC-PSOE

Larga, muy larga, fue la reunión de los secretarios generales de las organizaciones insulares del PSC-PSOE con la dirección federal el pasado viernes. Larga y accidentada. Mientras los secretarios generales escuchaban las perentorias reflexiones de Gaspar Zarrías (secretario de de Política Autonómica de la ejecutiva federal) y Pedro Hernando ( responsable de Política Municipal) el destino del centenario partido fundado por Pablo Iglesias se jugaba, se había jugado, a unos cientos de metros del restaurante que los convocó en una cena eterna, sin principio ni fin. A primera hora de la mañana, la reflexión silenciosa de algunos secretarios insulares había sido muy clara: “Estos pueden dejar de ser la dirección federal del PSOE en unos días, y si eso ocurre, ¿qué haremos sentados en Madrid?”. Antes del mediodía quedó clara la cosa. Una ojerosa Carme Chacón renunciaba a presentarse a las primarias. El golpe de mano organizado por varios dirigentes territoriales y encabezado por Patxi López, la amenaza de un congreso extraordinario que hubiera supuesto, en la práctica, la defenestración de Rodríguez Zapatero y su comité ejecutivo, aunque fuera al precio de unas elecciones generales anticipadas, había surtido su efecto. La amenaza del congreso extraordinario, arma de destrucción masiva de Alfredo Pérez Rucalcaba y sus secuaces, planteaba una disyuntiva brutal: o se retiraba Chacón o Rodríguez Zapatero era fulminado. Tenían mayoría de voluntades en el Comité Federal para ganar el pulso. Chacón se retiró. Los vacilantes ectoplasmas de Blanco Zarrías y Hernando volvieron a corporizarse como dirigentes. Lo mejor para el PSOE (en Canarias y en las Cortes) es pactar con CC. Oh, entendemos las dificultades. ¿Y la maravillosa oportunidad de deshacerse de los coalicioneros en cabildos y ayuntamientos? Encabezaríamos ocho ayuntamientos, ocho, incluido el de Santa Cruz. ¿Sabes que Cristina Tavío le ha ofrecido la Alcaldía de Santa Cruz a Julio Pérez? Y cogobernaríamos en cuatro ayuntamientos más. Y eso solo en Tenerife. Por supuesto, pero ¿quién está subiendo más en voto municipal en Tenerife o La Palma? ¿Nosotros o el PP? ¿Debemos fortalecer la base electoral del PP en los municipios de Canarias con esos pactos? Por supuesto que no hubo acuerdo. No era ni el momento ni el lugar, ni siquiera el objeto de la convocatoria. Lo que quería practicar Blanco era un poco de pedagogía política. Pedagogía política, hay que joderse. Vete e imparte la lección a tus alcaldes, a tus concejales, a tus agrupaciones locales. La decisión final será tomada el fin de semana y comunicada al comité ejecutivo que el PSC-PSOE celebrará el próximo lunes.
En todo caso, esa reunión entre dirigentes de la cúpula socialista y secretarios insulares, inédita en los anales de las relaciones entre la dirección federal y la organización socialista canaria, denotaba un hecho evidente, y es que José Miguel Pérez, secretario general de PSC, carece ahora mismo de cualquier autoridad más allá de Gran Canaria. Porque el mayor hundimiento del PSC-PSOE en el Archipiélago se produjo en Gran Canaria precisamente: de los 149.183 votos que se obtuvieron en 2007 al Parlamento (y siete diputados) se ha caído a 79.525 votos (y cuatro diputados) el pasado día 22. Más de 16 puntos porcentuales. En Tenerife, en cambio, aunque el desgaste electoral fue pronunciado, no llegó a la sima grancanaria: los 126.422 votos de 2007 se redujeron a 78.812, del 32,21% al 20,24%. Los socialistas tinerfeños debieron enfrentarse a una escisión importante, la protagonizada por SxT, que en los comicios a ayuntamientos y Cabildo Insular se aliaron con Izquierda Unida y Los Verdes. Y no contaban ni con el control ni los supuestos réditos del Cabildo y del ayuntamiento de la capital, como ocurría con los compañeros grancanarios. El desastre sin paliativos del PSC en Gran Canaria aguijonea aun más el hambre de autonomía de los socialistas tinerfeños. A sus ojos, un secretario general como José Miguel Pérez, derrotado fulminantemente en su propia circunscripción, nada tiene que decir sobre la política de alianzas en Tenerife.
Ocurrió así que, desde la misma noche electoral, recorrió el PSC de Tenerife una paradójica estampida de euforia. Hemos perdido, pero tenemos mucho que ganar. Aurelino Abreu, senador y presidente de la gestora del PSC de Tenerife, había avanzado ya su particular estratagema para desbancar a Ricardo Melchior y a CC del Cabildo Insular: si los nacionalistas no obtenían mayoría absoluta, convertiría a Antonio Alarcó en presidente, a cambio, como es obvio, de una amplia participación socialista en el gobierno insular. Alarcó nunca dijo que no, sino todo lo contrario. Los resultados electorales avalaban su enconado anhelo y sonreía y felicitaba a todo el mundo en la madrugada del domingo, sin excluir a Julio Pérez, quien inicialmente veía un pacto con el PP como la mejor opción de los socialistas chicharreros. Las alarmas de la dirección de CC comenzaron a activarse y en la mañana del lunes, muy a primera hora, se cruzaron llamadas telefónicas con Ferraz y alrededores. A partir de entonces los socialistas tinerfeños y palmeros (los más interesados en la expulsión de CC a los infiernos) se mostraron más cautos, pero no cambiaron sustancialmente de postura. Se sucedieron reuniones, conciábulos, ánimos y reproches, advertencias y chismes, llamadas telefónicas. En todo este activo y discreto guirigay ha jugado un papel especialmente relevante Francisco Hernández Spínola, curioso superviviente de secretarios generales (lo ha sido de Juan Carlos Alemán, de López Aguilar y ahora de José Miguel Pérez) y de sí mismo.
Hernández Spínola ha jugado a dos bandas. Por un lado, ha sido uno de los negociadores del PSC frente a CC para constituir un pacto de gobierno; por otro, no ha dejado de comprender, comprender muy intensamente, a sus compañeros tinerfeños proclives a un pacto con el PP, y hasta la noche del pasado jueves, en una de tantas reuniones extenuantes, afirmó que era abiertamente partidario del acuerdo con los conservadores en todos los ámbitos. Los peor pensados señalan que Hernández Spínola prefiere cerrar un pacto con el PP porque lo convertiría, casi inmediatamente, en vicepresidente del Gobierno, con José Miguel Pérez como presidente del Parlamento o, incluso, como mero presidente del grupo parlamentario socialista. Y una vez en esa posición, ¿por qué no soñar en la secretaria general del PSC el año que viene? Los menos malévolos, en cambio, remarcan que Hernández Spínola procura mantener todas las opciones abiertas al servicio de lo que mejor convenga al PSC-PSOE, pero éstos últimos están en minoría. Todos esperan de la dirección federal un pronunciamiento muy similar a este: a) El mejor pacto en el Gobierno autonómico es con Coalición Canaria; b) Es necesario pactar igualmente en los Cabildos de Tenerife y La Palma y en Santa Cruz de Tenerife y Santa Cruz de La Palma para no estimular un acercamiento entre coalicioneros y conservadores; c) En el resto de las corporaciones, libertad ilimitada. No es del todo previsible lo que ocurrirá a partir de entonces. Entre otras razones, porque el PSC está bastante insatisfechos con las propuestas de Coalición: los nacionalistas, excepto en el Ejecutivo regional y en el ayuntamiento de Santa Cruz, no ceden las suficientes áreas de poder para calmar el apetito socialista. En realidad, y como principio, CC se ha comprometido a cogobiernos encabezados, en cada corporación, por la lista más votada. Y al PSC le arde particularmente la espina del Cabildo de Gran Canaria: la inactividad de CC a la hora de articular una mayoría capaz de asestarle a Bravo de Laguna una moción de censura para ser sustituido por un tripartido integrado por el PSOE, Nueva Canarias y CC. La actividad servil de Ignacio González, líder del CCN, para brindar a Bravo su consejero para cerrar una mayoría absoluta a irritado profundamente a la dirección de CC y a los socialistas grancanarios.
La crítica encrucijada del socialismo canario deja patente, con singular intensidad, su muy limitada identidad como proyecto político autónomo. El PSC pinta muy poco en el concierto del socialismo español. Solo hay que constatar cuántos militantes socialistas canarios ocupan secretarías de Estado, subsecretarias o direcciones generales. De la misma manera en que Juan Fernando López Aguilar fue un candidato presidencial impuesto desde Ferraz, para disgusto del propio interesado y asombro de la vieja guardia del socialismo isleño, la estrategia de los pactos y acuerdos políticos de 2011 se decide bajo la verticalista autoridad de la dirección federal. ¿Sería concebible que Zarrías y Hernando convocaran a una cena en Madrid a los secretarios generales del socialismo andaluz? ¿Lo toleraría José Antonio Griñán? El PSC-PSOE paga ahora amargamente un conjunto de errores, inercias, negligencias y autismos políticos y electorales que se remontan, realmente, a los tiempos en los que Jerónimo Saavedra (el mismo Saavedra que ahora, impúdicamente, se ha lanzado sobre la Autoridad Portuaria de Las Palmas para no verse sin sueldo y coche oficial) decidió no ejercer más como secretario general, salvo a efectos estrictamente personales, y dedicarse a sus ministerios en los últimos gobiernos de Felipe González.
Si finalmente José Manuel Soria cierra un pacto con el PSOE transformará su éxito electoral en un triunfo político cargado de inteligencia, astucia y sangre fría. Porque no solo logrará la Presidencia del Gobierno de Canarias, sino que someterá a sus dos adversarios políticos a un cúmulo de desgastes y tensiones difícilmente soportables sin graves consecuencias a corto y medio plazo. Su estrategia política en los últimos siete meses (la salida del Gobierno autonómico, su elección como candidatos de Bravo de Laguna y Juan José Cardona, su oferta a los socialistas) se ha revelado tan eficaz que, incluso si solo consigue en parte sus objetivos, es decir, si logra mayorías entre el PSOE y el PP en cabildos y ayuntamientos importantes, habrá conseguido mayores réditos políticos y propagandísticos que los cosechados por el PSC-PSOE con los 26 diputados alcanzados en 2007. Tanto los coalicioneros como los socialistas se empecinan en obviar esta evidencia. Ya decían algunos teólogos, hace varios siglos, que lo que más le conviene a Belcebú es que nadie crea que existe.

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