PSC-PSOE

Cuidadín

Los dirigentes socialistas canarios se encuentran extrañamente fascinados por una tentación polimorfa: José Manuel Soria. La tentación ya no vive arriba ni El Sauzal: vive en Soria, capital del sueño del bipartidismo en Canarias. El líder del Partido Popular los invita a incorporarse al Gobierno y organizar la masacre de Coalición Canaria en la Comunidad autonómica, en varios cabildos, en bastantes ayuntamientos. Recuerden cómo los coalicioneros nacieron para el mundo, el demonio y la carne fiesta sobre la moción de censura contra Jerónimo Saavedra en 1993 (la mitad del Gobierno censurándose a sí mismo), recuerden como llevan 18 años impidiéndoles el acceso al Gobierno regional, recuerden la burla indescriptible de 1995, el pacto ya negociado e impreso, Augusto Brito esperando a que llegaran a firmarlo, y bastó una llamada de Bravo de Laguna para que todo se fuera al traste y Brito se quedara chupando un palo sentado sobre una calabaza.. Recuerden, en fin, que en su principal granero electoral, Tenerife, ATI y después Coalición han crecido sobre el cadáver municipal del PSOE. Soria se ofrece, en definitiva, como ariete de la venganza y promesa de un cambio radical: modificamos la ley electoral y reducimos a los coalicioneros a una fanfarria menor, esquinera, casi irrelevante. Quebramos para siempre la maldita centralidad de CC en el sistema político-electoral canario: los nacionalistas implosionan y se transforman en siete tribus israelitas vagando por el desierto durante generaciones. El gobierno de Canarias, les viene a decir Soria a los socialistas, en realidad ya se los ha dicho, será a partir de ahora un asunto entre ustedes y yo. Sin panderetas por el medio.
Y los socialistas se relamen de gusto.
Después de la emoción, sin embargo, el PSC-PSOE debería tomarse unos minutos de reflexión sobre el precio. El oneroso precio de investir a un presidente de derechas a diez meses vista de las elecciones generales. La ordalía de mascar y tragarse un programa de acción política ajeno, y a veces contrapuesto, a su oferta electoral. La imposible pedagogía para convencer a su menoscabado electorado de que un Gobierno de José Manuel Soria es la mejor garantía para salvaguardar los servicios públicos. La abstracción de una reforma electoral que no puede aprobarse ninguneando a los representantes de 225.000 canarios y que no impediría a Soria en el futuro gobernar con las tribus que haya falta. En dos años estarían fuera del Gobierno. Susus diputados electos caben ahora en una furgoneta. Dentro de cuatro sus diputados podrían apañarse con un taxi.

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En su laberinto

“Carajos”, dice exasperado Simón Bolívar en la novela de Gabriel García Márquez, “¡Cómo voy a salir de este laberinto!”. Observo las imágenes de Santiago Pérez al anunciar su dimisión como diputado regional y me parece que sale del laberinto con cierta desollada dignidad. No puede menos que insistir en varios énfasis que él sabe perfectamente que no responden, o responden muy parcialmente, a la realidad, como eso de que José Blanco mueve a lo socialistas canarios como soldaditos de plomo, como si Alfonso Guerra hubiera sido manco, o que el PSOE ha renunciado a hacer oposición, como si el PSOE del que era diputado y dirigente no hubiera apoyado críticamente en su día el último Gobierno de Adán Martín. Tenues veladuras, sahumerios de rencor, atisbos de asco, excusas inverosímiles que la inteligencia discursiva convierte en plausibles titulares. Porque lo cierto es que Santiago Pérez abandona la vida política no por una tétrica confabulación de los poderes fácticos, ni por disidencias estratégicas, programáticas o ideológicas insalvables, sino porque perdió irremisiblemente su enésima batalla en el seno del PSC-PSOE.
Durante lustros sobrevivió a múltiples refriegas, a envenenamientos masivos, a los fulgores de navaja albaceteña que han jalonado la intrahistoria de los socialistas tinerfeños. Unas veces ganó (y fue implacable) y otras perdió (pero consiguió sobrevivir con admirable habilidad). Yo aventuro una hipótesis que se antojará disparatada: Santiago Pérez es la penúltima víctima – aunque plenamente responsable de su sacrificio– de Juan Fernando López Aguilar, cuyo ponzoñoso daño al tejido político y humano del PSC-PSOE aun está por evaluar en toda su dimensión. Fue López Aguilar quien destrozó la cultura pluralista característica de los socialistas canarios para mandarse a mudar desvergonzadamente a las primeras de cambio a moquetas más acogedoras y políticamente más rentables. Santiago Pérez, que enlazó su última resurrección con la figura del brevísimo secretario general, se empeñó posteriormente en jugar el papel de albacea de su inexistente legado, pura garrulería extenuante, y ya en el filo de la soledad más absoluta en el partido, se presentó a unas primarias que perdió rotundamente. Y aunque él mismo se haya conducido a esta situación, su dimisión obligada significa un lamentable empobrecimiento político e intelectual del PSC.

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Sobre mojado

Finalmente la autoridad judicial decidió no conceder las medidas cautelares que solicitaban los representantes de las direcciones insular y local del PSC-PSOE suspendidas por decisión del comité ejecutivo regional. A los demandantes les queda el recurso de recurrir a la Audiencia Provincial, pero sus posibilidades parecen exigüas: no existen precedentes de una audiencia que reponga en sus cargos orgánicos a dirigentes o cuadros suspendidos por los órganos de dirección superiores de su partido en aplicación (se trate o no de una acción política y personalmente cuestionable: eso no se substancia en los tribunales) de los estatutos y reglamentos internos de la organización socialista. En realidad esta decisión judicial no afecta a la situación real de los involucrados en la misma: todos y cada uno de ellos ya habían tomado, a tenor de sus declaraciones y contactos, su propio y tortuoso camino.
La opción de Ignacio Viciana era hace semanas abandonar el PSC y lo más probable es que, acompañado de varias docenas de militantes y exmilitantes socialistas, organice su propia plataforma electoral, que pudiera llegar a acuerdos con otras fuerzas de izquierda. Los Verdes ya se les han ofrecido. La nueva aventura equinoccial de Viciana tiene, no obstante, escaso recorrido, porque un producto político tan mediopensionista como el exsecretario general del PSOE tinerfeño solo es concebible y perdurable, precisamente, en el PSOE tinerfeño de la última década. Por lo demás, una travesía por el desierto con grumetes como Pedro Anatael Meneses y ese visionario club de bolas y petancas que presenta como facción tinerfeña de Izquierda Socialista podría destrozarle los nervios al mismísimo Rommel. José Manuel Corrales lo tiene aun más crudo, porque Corrales no dispone de tropa propia con la que montar ningún chiringo ni negociar una incorporación. Con todo, yo confió en la capacidad de renovación del señor Corrales, tan testarudamente acreditada, y no me extrañaría verle reuniendo a todos los laboriosos propietarios de los tiendas de chinos en Santa Cruz y fundando el Partido de la Izquierda del Bazar, para seguir dando ruedas de prensa, emitiendo comunicados y, eventualmente, por supuesto, asumiendo, si le lo piden mucho, la Secretaría General del PIB.
¿Y Santiago Pérez? Ahora mismo –como siempre – está reconstruyendo su memoria histórica para descubrir, estupefacto, que nunca se equivocó ni navajeó por un cargo ni disolvió a nadie. ¿Y Raúl Alonso? En los juzgados. A Alonso lo encontrará usted en los juzgados.

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