Tarbak Haddi

Tarbak Haddi

El cónsul de Marruecos en Las Palmas de Gran Canaria no se ha dignado a bajar una docena de metros de escalara, y a atravesar cinco o seis metros más de acera, para dirigirse a Tarbak Haddi, una saharaui que mantiene una huelga de hambre que ya amenaza su vida. Ni ha bajado él, ni ha mandado a ningún subordinado para interesarse por la situación. Si la propaganda política marroquí contuviera un ápice de verdad – según esa misma propaganda obscena Tarbark Haddi es una ciudadana del reino de Marruecos, porque el Sáhara no existe – el señor cónsul debería demostrar una mínima diligencia. Pero Tarbark Haddi recibe la misma atención que un perro callejero. Es una estampa vomitiva que ilustra, precisamente, lo que el discurso oficial del Gobierno marroquí insiste en negar: que los servidores de Mohamed VI – autoridades políticas, funcionarios, policías y militares — tratan a los saharauis como bestias que no merecen ni una palabra, ni una mirada, ni un remoto rastro de humanidad y reconocimiento.
La exigencia de Tarbak Haddi, por supuesto, supone un escándalo. Ni siquiera pide la vida de su hijo; solicita que le sea entregada su muerte.  Que le entregan su cadáver, para ser enterrado dignamente, y que una autopsia neutral certifique las razones por las que se apagó su vida. Mohamed Lamine Haidala, apenas veinte años, fue herido en una reyerta entre saharauis y colonos marroquíes. La policía lo detuvo y pasó 48 horas en un calabozo, y de esa macabra ratonera salió directamente a un centro hospitalario, donde murió a causa de una septicemia el pasado mes de febrero. Hasta ahí lo que amablemente han comunicado las autoridades de Rabat. Pero nadie sabe dónde se encuentra el cadáver de Mohamed Lanime Haidala.  Nadie, realmente, es capaz de relatar las circunstancias de sus últimas horas. El dolor por la pérdida de un hijo es un infierno indescriptible, pura llaga viva y supurante que enciende el aire y te quema en cada suspiro, y no acaba jamás. Cuando además ignoras sus últimos momentos y no sabes cómo o quién te lo arrebató para siempre ya no eres apenas un ser humano, sino una máquina de sufrimiento incesante en medio de una oscuridad completa, irredimible. Las persianas del Consulado General de Marruecos en Las Palmas permanecen echadas.
Todo el mundo celebra (y yo el primero) que la pasión política haya regresado a este país y millones de ciudadanos reclamen en las calles y en las urnas honradez, dignidad, buen gobierno, el apuntalamiento de los servicios sociales, transparencia en la gestión, lucha contra el empobrecimiento y la desigualdad. Pero no deberíamos olvidar que la recuperación de la política no es solo una exigencia que incumbe a nuestras vidas cotidianas y a nuestras propias injusticias. Tarbak Haddi sigue esperando y deberíamos hacerla saber que, en su desolación y en su dignidad, no está sola.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?