Pensiones

En unas recientes declaraciones Ramón Tamames aplaudía la congelación de las pensiones y, especialmente, la reforma del sistema público, con un argumento central. “Es escandaloso que jubilemos a personas que se encuentran en plenas facultades mentales y físicas para seguir trabajando”. Ah, Tamames, qué conversión ejemplar. Todavía recuerdo el eslogan cariñosamente irónico que los camaradas del PCE le dedicaban a finales de los setenta: “Aquí nadie mame/que viene Tamames”. La sentencia del egregio economista parece cargada de sentido común, pero si se lee con cierto detenimiento es una pequeña monstruosidad apelmazada con una pizca de cinismo. Porque se trata precisamente de eso. De cotizar durante treinta y cinco o cuarenta años y poder disfrutar de la vida cuando los achaques y las enfermedades crónicas aun no te han transformado en un guiñapo. Como parte del Estado de Bienestar, el sistema público de pensiones no está concebido políticamente como las limosnas a repartir en un pudridero humano. Si se invierte la sentencia de Tamames comprenderemos mejor su verdadero alcance social: “Es justo y benemérito que solo se conceda la jubilación a aquellos que, por su lamentable estado físico y mental, no puedan contribuir ni un día más a la productividad del sistema económico”.
No milito entre los que sostienen empecinadamente en que la viabilidad financiera del sistema público de pensiones esté exenta de riesgos en las próximas décadas, pero encuentro repugnantes la legión de profetas a sueldo que anuncian que los cuarentones de hoy estamos condenados a una ancianidad de agua turbia y pan duro. Los voceros de una reforma liquidacionista del sistema público de pensiones (a beneficio de un negocio bancario potencialmente gigantesco) subrayan que el gasto en pensiones se duplicará en cuarenta años, pasando del actual 8% del PIB al 15% del PIB en 2050. Bueno, Italia se gasta casi un 15% de su PIB en pensiones, y pese a la catástrofe gestora del berlusconismo, su sistema público no padece un déficit importante. Si esta sociedad es capaz de superar avatares críticos como el presente, avanzar hacia el pleno empleo y mejorar su productividad, el sistema público de pensiones no sufriría riesgo de colapso, aunque sin duda sería conveniente impulsar reformas, como permitir a los que quisieran jubilarse más tarde o incentivar fiscalmente los sistemas de pensiones privados siguiendo el modelo desarrollado en Suecia en los años noventa. El debate sobre las pensiones, bajo la presión de la crisis económica y los mercados de deuda, está atravesado por el ruido del colmillo afilado que busca tu pasta para convertirte en otro número bancario.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General 1 comentario

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