PP

Mesianismo portuario

El presidente de la Autoridad Portuaria de Santa Cruz de Tenerife, Pedro Suárez, es un veterano militante del Partido Popular. En la negociación entre Coalición Canaria y el PP para alcanzar un pacto de gobierno en la Comunidad autonómica, los conservadores recuperaron esa relevante cuota de poder. Ya había estado Suárez trasteando fugazmente por ahí entre 2018 y 2019 y recuerdo muy bien el pasmo que causó su nombramiento por entonces en el ámbito empresarial y portuario, porque, como en el caso de Beatriz Calzada ahora en Las Palmas, carecía de cualquier experiencia previa en un mundo tan complejo, chapoteante y lleno de claroscuros. Suárez es una de esas figuras que siempre han estado brujuleando con éxito en la segunda línea del Partido Popular de Tenerife. Como dijo una vez Gore Vidal refiriéndose a un político sureño, “es de esos tipos a quienes siempre están nombrando algo, y parece que tienen un cargo incluso cuando no lo tienen”. Pues bien, don Pedro, en las primeras declaraciones importantes desde su desembarco en la Autoridad Portuaria, manifestó que habría que recuperar lo del puerto de Fonsalía y comenzar de una vez y tal. Lo dijo seguramente con una espontaneidad admirable, sintetizando tanto los argumentos que los redujo a la nada, pero han empezado a sonar de nuevos las campanas. ¿Cómo, cómo es posible que hayamos abandonado Fonsalía?

El gran puerto de Fonsalía se abandonó por tres motivos: financieros, medioambientales y operativos. El Parlamento se Canarias hace menos de tres años se pronunció a favor de clausurar un proyecto que costaría (inicialmente) unos 220 millones de euros, que afectaría destructivamente a la Zona de Especial Conservación que se extiende desde Teno a la Rasca con 74 especies marinas protegidas, empobreciendo radicalmente la biodiversidad al este de Tenerife, y que es innecesario  para afrontar problemas de conectividad entre la isla capitalina y La Gomera y La Palma. Por todo ello, profusamente debatido, la Cámara decidió pronunciarse en contra del proyecto, aunque el PSOE, sorprendentemente, se abstuvo en la votación: el pressing que realizaron José Miguel Rodríguez Fraga y Pedro Martín, alcaldes de Adeje y Guía de Isora respectivamente, no pudo ir más lejos. CC modificó, ciertamente, su postura tradicional y votó en contra, pero no fue una decisión exclusivamente parlamentaria: el puerto de Fonsalía fue debatido y votado en todos los comités locales de la CC  tinerfeña y, finalmente, en el Consejo Político Insular. Finalmente el proyecto resultó rechazado en esta consulta interna por más del 90% de los votos.

No existe ningún estudio económico digno de tal nombre sobre el milagroso impacto del puerto de Fonsalía en la economía de La Palma y La Gomera. Los problemas de La Palma, sobre los que además cayó un volcán, son de parálisis económica, despoblación  y envejecimiento demográfico, pero sin Fonsalía ya están en proyecto tres resort de lujo en la Isla Bonita, uno de ellos, en Breña Alta, con campo de golf incluido. La Gomera se las ha arreglado magníficamente sin Fonsalía para casi triplicar su PIB en el último cuarto de siglo y mejorar sus carreteras y sus servicios públicos sustancialmente. Respecto al embotellamiento del puerto de Los Cristianos, un problema ciertamente angustioso, la solución está cerca: el puerto de Granadilla, entregado con un retraso grotesco en 2017, y que todavía hoy  no tiene todas sus instalaciones terminadas  ni plenamente operativas. Granadilla podía aliviar casi las dos terceras partes del tráfico de Los Cristianos, además de nuclear y galvanizar una amplia área industrial totalmente desperdiciada en la actualidad. Y quien debe dedicarse a eso precisamente – el impulso y la promoción de Granadilla en el sistema portuario tinerfeño, canario e internacional – no es otro que el propio Pedro Suárez. Ya queda lejos y casposa la suposición según la cual solo las grandes infraestructuras son elementos económica y socialmente estructurantes en una comunidad. También lo son las exigencias de la matriz biofísica de un territorio y la protección integral de su biodiversidad. El puerto de Fonsalía es una solución mesiánica a problemas que no existen o que se pueden resolver sin más hierro ni más cemento ni más tensiones políticas y sociales.   

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Realismo político y fantasías ideológicas

¿Se puede tachar a la principal fuerza de la oposición –el Partido Popular – de ser un “partido antisistema” y simultáneamente pactar con él la reforma de la ley orgánica de garantía integral de la libertad sexual? Vaya que sí se puede. Lo está haciendo el PSOE tan ricamente. Ayer fue aprobada la reforma en la Comisión de Justicia del Congreso de los Diputados con los votos del PSOE, el PP, Ciudadanos y el PNV y se votará mañana jueves en el pleno. Podemos ha denunciado que los socialistas han volado “el bloque de la investidura”. Quizás lo hayan hecho los socialistas, en efecto, pero Podemos no. Las ministras de Podemos siguen sentadas pachorrudamente en el banco azul. Imagino que se consolarán con “la primera ley de vivienda de la democracia” que entre otras estupideces ideológicas incluye un tope a los alquileres que, en el mejor de los casos, no servirá para nada. Ya existe literatura económica y estudios técnicos que lo dejan perfectamente claro: la limitación del beneficio supone desincentivo casi automático para la oferta. En experimentos similares la oferta de alquiler descendió un 15% en París o San Francisco y cerca de un 10% en Berlín. El acceso a la vivienda es un problema socialmente explosivo en Canarias y, en realidad, en toda España, pero limitar el precio de los alquileres no lo aliviará. Más o menos cualquier persona razonable sabe o intuye una obviedad: lo que debe aumentar la oferta de viviendas en alquiler. El Estado debe construir vivienda pública a gran escala y poner al menos el 50% de las plazas en régimen de alquiler. Con 10.000 viviendas públicas en alquiler en Canarias los precios bajarían con toda seguridad, pero este objetivo implica inevitablemente mejorar las dotaciones públicas (parques, jardines, servicios) de las nuevas zonas. Po favor: que no se diga que en el plazo de un lustro no pueden construirse diez mil viviendas públicas en Canarias porque entonces estamos acabados y el sistema autonómico es inservible frente a una demanda social perentoria y lacerante. Una sociedad madura, con medios financieros y técnicos suficientes y una voluntad política ampliamente consensuada lo puede y lo debe hacer. En los cuatro o cinco años imprescindibles para construir este parque público las medidas deben ser básicamente fiscales: fijar y aumentar la desgravación por alquiler,  aumentar en algunos segmentos de población en mala situación habitacional el ingreso mínimo vital, incentivos para el alquiler de sus viviendas a los propietarios. Todo antes que transformar un mercado tensionado en un mercado deprimido.

Un designio verdaderamente evolucionario – pero ante el cual las izquierdas, más aun todavía que las derechas, parecen sentir auténtica alergia – se basaría en diseñar y consensuar políticas públicas basadas en la evidencia empírica y no en supercherías doctrinarias, antojos ideológicos o simulacros propagandísticos. Por desgracia los actuales gobiernos de España y de Canarias – con excepciones, alguna que otra relevante — jamás están dispuestos a que la puñetera realidad les juegue una mala pasada. A la realidad no se le soluciona: se la sustituye por un relato, un cuento, un chisme. La otra praxis predilecta de nuestros gobernantes progresista es crear leyes que mágicamente resuelven los problemas. Una buena y extensa ley, cargada de artículos y disposiciones, que exija reglamentos farragosos y subsanables, está por encima de todo. La Consejería de Transición Ecológica y Planificación Territorial debió asumir hace años como prioridad la crisis hídrica de Fuerteventura, la insuficiencia de sus desaladoras y la obsolescencia de sus infraestructuras. Prefirió hacer una ley magnífica, compleja, deslumbradora, inacabable. Los majoreros han pasado, pasan y sin duda seguirán pasando sed en este verano que se aproxima a grandes zancadas, pero José Antonio Valbuena tiene su preciosa aunque obesa criatura legislativa. Mira qué ojitos tiene. Es idéntica a su padre.

 

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Candidata palcolor

Como casi todo el mundo estoy pegado a una pantalla para seguir los resultados de las elecciones presidenciales en Brasil. Cuando escribió esto ya ha sido escrutado más del 60% y sigue ganando Bolsonaro. Empiezo a escuchar los gritos y el crujir de dientes de las izquierdas. Si Lula da Silva consigue ganar finalmente será por un margen muy estrecho. Puede pasar casi cualquier cosa, pero decido no repartir natillas entre los progres, ejército horrorizado del que todavía formo parte. ¿Cómo es posible que un tipo con Bolsonaro – una ultraderecha que abomina de la democracia representativa y de los valores constitucionales de la República — tenga tanta fuerza en las urnas? Un secreto explicativo: la izquierda petista ha estado enfangada en una corrupción oceánica. Son muchas docenas de cargos y excargos públicos del PT sometidos a procesos judiciales a nivel local, estatal y federal. La decadencia político-electoral del PT – burocratismo, oportunismo, corrupción – ha llevado al propio Lula a tomar distancia, antes incluso de ser excarcelado, con su antigua organización política. Obviamente puede y debe contar con ella (y viceversa) pero el expresidente ha intentado construir una mayoría que sobrepase y, hasta cierto punto, camufle al PT. Porque sí, es cierto. Lula da Silva resulta todavía inmensamente popular entre millones de brasileños. Pero también (y desde hace tiempo) es entendido por otros tantos como una esperanza frustrada. Sería terrible que un sujeto como Bolsonaro continuara gobernando una potencia como Brasil, con todo el impacto de la influencia de su vocación reaccionaria y guerracivilista en Latinoamérica. Pero la izquierda brasileña –como la latinoamericana – tiene una responsabilidad directa y evidente en este estropicio y en la amenaza que representa el bolsonarismo para todo el subcontinente.

Aquí todavía somos más modestos. Con algo hay que distraerse mientras se sigue cayendo el mundo me encuentro con la Como casi todo el mundo estoy pegado a una pantalla para seguir los resultados de las elecciones presidenciales en Brasil. Cuando escribió esto ya ha sido escrutado más del 60% y sigue ganando Bolsonaro. Empiezo a escuchar los gritos y el crujir de dientes de las izquierdas. Si Lula da Silva consigue ganar finalmente será por un margen muy estrecho. Puede pasar casi cualquier cosa, pero decido no repartir natillas entre los progres, ejército horrorizado del que todavía formo parte. ¿Cómo es posible que un tipo con Bolsonaro – una ultraderecha que abomina de la democracia representativa y de los valores constitucionales de la República — tenga tanta fuerza en las urnas? Un secreto explicativo: la izquierda petista ha estado enfangada en una corrupción oceánica. Son muchas docenas de cargos y excargos públicos del PT sometidos a procesos judiciales a nivel local, estatal y federal. La decadencia político-electoral del PT – burocratismo, oportunismo, corrupción – ha llevado al propio Lula a tomar distancia, antes incluso de ser excarcelado, con su antigua organización política. Obviamente puede y debe contar con ella (y viceversa) pero el expresidente ha intentado construir una mayoría que sobrepase y, hasta cierto punto, camufle al PT. Porque sí, es cierto. Lula da Silva resulta todavía inmensamente popular entre millones de brasileños. Pero también (y desde hace tiempo) es entendido por otros tantos como una esperanza frustrada. Sería terrible que un sujeto como Bolsonaro continuara gobernando una potencia como Brasil, con todo el impacto de la influencia de su vocación reaccionaria y guerracivilista en Latinoamérica. Pero la izquierda brasileña –como la latinoamericana – tiene una responsabilidad directa y evidente en este estropicio y en la amenaza que representa el bolsonarismo para todo el subcontinente.

Aquí todavía somos más modestos. Como con algo hay que distraerse mientras se sigue cayendo el mundo me encuentro con la decisión del PP – perdón: de Manuel Domínguez – de colocar como cabeza de lista al Parlamento por Tenerife a Rebeca Paniagua. Leo por ahí que lo hace para contrarrestar el efecto Ana Oramas o algo por el estilo y empiezo a alarmarme por Rebeca, que es una buena periodista – como todos los buenos periodistas ha hecho lo que le han dejado en los distintos medios en los que se ha desenvuelto– y mejor persona. Me imagino que decir que alguien debiera advertirle a Domínguez que se equivoca es perfectamente inútil.  Es un error porque supone básicamente una  falta de respeto a sus compañeros con una rentabilidad ciertamente inapreciable. Luz Reverón, una de las mejores diputadas de la Cámara regional, no se merece esta afrenta. ¿Quién les ha garantizado a los líderes políticos recentales que los periodistas y presentadores de televisión son candidatos potentes capaces de arrastrar votos? Para que ocurra tal milagro debe reunir, al menos, dos condiciones. Primero que sea extraordinariamente conocidos y no simplemente reconocibles.  El nivel mínimo es de Matías Prats. Segundo que su perfil profesional se haya caracterizado por la crítica, la polémica, el escándalo, una parcialidad incurable, cierto griterío cataclismático. Por supuesto tal actitud no define a Rebeca Paniagua, como no definía en absoluto a Vidina Espino, a la que Ciudadanos no solo puso en la lista al Parlamento por Gran Canaria, sino que designó nada menos que como candidata presidencial. ¿Qué audiencia tenía el programa que llevaba Espino en la casi extinta Antena 3 canaria? ¿Y Paniagua en la televisión autonómica? En vez de inventar nadas nadeantes Domínguez debería explicar lo que quiere hacer con Canarias en los próximos cuatro años además de bajar muchos, muchísimos o todos los impuestos. Lo que haría, por ejemplo, como la renta canaria, la reforma de la administración pública o la Formación Profesional.  

 

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Cruz de navajas

El único dirigente del PP no madrileño que ha apoyado explícitamente a Pablo Casado es Manuel Domínguez, alcalde de Los Realejos y presidente del Partido Popular de Canarias. Feijoo y Moreno Bonilla han sufrido sendos ataques de afonía, “Con Pablo Casado hasta La Moncloa”, ha dicho el bueno de Domínguez en un momento de vertiginosa lucidez. Lo que ocurre es que es muy disciplinado. Si nombraran a José Luis Moreno presidente del PP, incluso si nombraran a Monchito, ahí estaría Domínguez jaleando.

Los herederos han aniquilado la finca. Pedro Sánchez hizo algo parecido, pero al conseguir el poder gracias a una moción de censura y a la alianza con UP y las fuerzas independentistas, el PSOE pudo pagar el aborto de su transmutación en un aparato sanchistizado que ya ni cruje ni muge. Este PSOE es fuerte porque gobierna. Cuando pierda el poder implosionará. En el poder siempre puedes castigar, siempre puedes premiar, siempre puedes aniquilar o tolerar. Sin encaramarse en el Gobierno Sánchez quizás hubiera desaparecido ya dejando el PSOE como un camposanto. En la oposición, en cambio, todas las guerras abiertas son de supervivencia. Uno suele tener el poder estatutario y el control de la organización; el otro, los votos o el control de una administración pública. Lo peor del choque navajero entre Pablo Casado y Díaz Ayuso es que no cabe descartar que las acusaciones de ambas partes tengan una sólida base real. Casado hacía fotocopias en la FAES mientras convertía los masters universitarios en una rama de la literatura fantástica: un chico empático y entusiasta con las luces de un Ford Fiesta. Días Ayuso le llevaba la cuenta de twitter al perro de Esperanza Aguirre: era un encanto astuto y efervescente. Solo cabe felicitar al PP por sus métodos y procesos para la selección de sus élites. Y a Vox por este regalo que se le viene encima.

Lo prodigioso, en términos de estrategia de comunicación política, es que la presidenta de la Comunidad de Madrid haya admitido ayer – rápidamente y sin mayores precisiones – que su hermano cobró una comisión por un contrato de material sanitario por valor de 1.250.000 euros que Díaz Ayuso adjudicó por el procedimiento de urgencia en la fase más letal de la pandemia. El empresario beneficiado es amigo de los hermanos Díaz Ayuso desde la adolescencia. La presidenta sigue adelante en su perorata y salta de inmediato al asunto de la contratación de una agencia de detective para investigarla. Es realmente arriesgado lo que hace la aclamada señora: admisión con boquita pequeña y acto seguido cañonazo sobre la línea de flotación de Casado. Son viejos pero todavía eficaces trucos de tahúr. Todo hiede a sordidez, a falsedad y manipulación entre casadistas y ayusistas, pero es más que dudoso que ninguno de los dirigentes gane la pelea. Si les quedara un ápice de intuición política y algo de patriotismo de partido deberían admitir una tercera vía, que podría y hasta debería ser Núñez Feijoo, cuya autoridad política y territorial no cuestiona nadie.

Dudo mucho que lo hagan, sin embargo: se les obligará a un suicidio ritual en un caso o a embridar sus ambiciones en el otro. Están infectados de una ambición arrasadora y viven instalados como en un hotel de lujo en ese madrileñismo autista que actúa como si lo que ocurre fuera de la villa y Corte no existiera. Recuerdo que una vez conocí fugazmente a Días Ayuso (todo el mundo la llamaba Isa) en una convención, una interparlamentaria o algo así del PP celebrada en Madrid donde terminé arrastrado por un colega periodista. Todos los señores iban de chaqueta y corbata, con diminutos motorolas en los cinturones, y todas las señoras llevaban traje sastre, menos ella, ya reconocida pupila de Esperanza Aguirre. El encanto de Díaz Ayuso consiste en una gestualidad terrenal, en un descaro simpático y hedónico, en la naturalidad de una mentirosa que sabes que está mintiendo y ella sabe que lo sabes y sonríe con majeza e ironía. Estaba a punto de empezar la reunión y entonces le comentó a varias personas: “Esto es un rollo, vamos a tomarnos un vermú”. Y salieron a escape. Todavía le escuché una frase a bordo de una risa cascabelera: “El que regrese primero paga”. Lo suyo es cosa de familia. 

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Gárgaras de orina

La situación en el PP ha llegado a tal degradación que escuchas a Mariano Rajoy y parece que haya hecho a primera hora de la mañana gárgaras de orina para enfrentarse a la rueda de prensa. Si existiera alguna duda de la imperiosa necesidad de que desaparezca de la vida política basta con el cúmulo de insensatas mamarrachadas que regurgitó en la mañana de ayer sería suficiente. A partir de cierto momento en cinismo no es una trinchera, sino una pocilga. Ya no hay nada tras lo que esconderse y Rajoy, en esa espantosa comparecencia, intentaba todavía esconderse tras bultos imaginarios. El PP no son docena y media de condenados por sentencia judicial, pongo por ejemplo de excusa fantasmagórica. ¿Quizás estima el presidente que hasta el 51% de los militantes de su partido no hayan sido procesados y condenados no puede empezar a reconocerse cierto problema en lontananza? Y la sentencia no es firme, como si la hubiera emitido un juzgado de primera instancia y no la Audiencia Nacional. Y no hay ningún ministro afectado, aunque casi todos los ministros del primer gobierno del Partido Popular estén procesados o investigados judicialmente. Y eso es más o menos todo, porque, obviamente, Rajoy no se va a centrar en que el PP ha sido condenado como partícipe a título lucrativo de la trama de corrupción de Gürtel. Es decir, que la organización política que lidera se benefició financieramente de las trapisondas de los políticos corruptos. Un paréntesis: el PP es muy caro. Y no exclusivamente por las razones que convierten en organizaciones onerosas a los grandes partidos de gobierno de Europa. El PP también es caro porque abona salarios, complementos y gratificaciones asombrosas a su cúpula directiva. En el año 2011 Rajoy era el presidente del grupo parlamentario del PP en el Congreso de los Diputados. Entre pitos y flautas cobraba unos 5.000 euros netos mensuales: un magnífico salario.  En ese mismo 2011 el PP le abonó 200.000 euros por su sacrificada labor de presidente del Partido Popular. De hecho, y según sus declaraciones de la renta, el presidente Rajoy recibió alrededor de un millón de euros en el plazo de sus nueve primeros años al frente del partido, al margen de los sueldos públicos que devengara. Su patrimonio aumentó un 43,7% entre 2003 y 2007. Muchos otros dirigentes, la mayoría procedentes del aznarato, cobraron sobresueldos y complementos altísimos. Escalar en la jerarquía del PP tenía un aliciente automático: podrías cobrar mucha pasta. Y sin salir (o entrar) en el despacho. Un curioso sistema de incentivos cuyos creadores eran directamente sus beneficiarios y que exigía unas finanzas bien saneadas. Las que tutelaba Luis Bárcenas, del quien pese a sus problemas judiciales, nadie sospechó jamás nada, y menos que nadie, Rajoy, que después de su caída en desgracia ejerció de coach a través del wasap.
El PP no puede aguantar más tiempo y España no puede aguantar más con el PP vaciando sus intestinos en los despachos y los decretos. El día anterior a la sentencia consiguió que se aprobara su proyecto de presupuestos generales para 2018, con el que Rajoy pensaba tirar hasta la primavera de 2020 o, al menos, hasta inmediatamente después de celebrados los comicios autonómicos y locales del próximo año. Ya le será imposible. Con su miserable escapismo, con su desdeñoso y ausente encanallamiento, Rajoy y sus colaboradores van a conseguir implosionar al partido y arrastrarlo a la irrelevancia electoral en medio de la peor crisis política, institucional y territorial que vive España en los últimos cuarenta años. Esta camarilla solo entiende la democracia si legitima su poder y solo siente la patria cuando palpan sus carteras.

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