Pablo Iglesias

Yolandizar

Yo ni siquiera voy a discutir que pudiera ser cosa de la edad. No cabe descartarlo. Uno ha visto tantas veces este numerito, esta coreografía que empieza como una fiesta de instituto y termina como holocausto caníbal. Pero a un servidor toda esta gigantesca martingala montada alrededor de Yolanda Díaz (y por la propia Yolanda Díaz) se le antoja un ejercicio plenamente marketinero, es decir, básicamente farsesco. Es una convocatoria –para decirlo en puridad – antipodemita, oportunista y vacua. Llega esta señora y te dice, henchida de emoción: “Quiero ser la primea presidenta del Gobierno de España”. Entiendo que le afecte mucho, por supuesto pero, ¿a mí qué diablos me importa? Supuestamente la emotividad colectiva de este anhelo está enraizado en el significado de quien lo anuncia. ¿Qué significa política e ideológicamente Yolanda Díaz? Una excomunista socialdemocratizada, al igual que la socialdemocracia del PSOE ha optado por el populismo despepitado e irresponsable. Díaz podía militar en el PSOE perfectamente mañana mismo. Subir tres veces el salario mínimo interprofesional está bien – con sus luces y sus sombras — pero no es ningún cambio (o comienzo de cambio) estructural en este país. Lo es más, por ejemplo, acertar en el diseño de una política de becas y que se articulen los programas estatales con las becas de comunidades autónomas y de entes locales. Pero eso no forma parte del negociado de Díaz, por supuesto, y calla, como calla cuando el ingreso mínimo vital solo llega al 27% de los hogares donde se necesita dos años después de su creación. Pero da igual.

Se trata de una operación política tan obvia y compleja como un botijo y que tiene en el PSOE de Pedro Sánchez un cómplice necesario. Una parte sustancial de los socios de Podemos están hartos del verticalismo de Ioane Belarra y sus conmilitones y de la ceñuda  tutela de Pablo Iglesias, que dejó el Gobierno, en un gesto de suprema banalidad, porque lo que le gusta es dictar cátedra jenízara en sus programas televisivos, gruñir en la cadena SER y ejercer de sumo sacerdote sin marcharse las manos con las contradicciones y decepciones de la gestión pública. Esos lujos tienen su precio. Y el mayor precio es haber dejado inerme a su partido declarando a Yolanda Díaz como su sucesora como figura central de Unidas Podemos en el Ejecutivo. Al pequeño y ensoberbecido intelectual que es Iglesias no se le pasó por la cabeza que la ministra de Trabajo tuviera unas ambiciones propias particularmente intensas. Debió fijarse en el rubio de bote, los labios rojo pasión, los trajes de nívea blancura, la sonrisa de mermelada y la vocecita atiplada de la vicepresidenta. Se estaba construyendo un personaje a toda velocidad: principista y negociadora, paciente e inflexible, empática pero prudente.  Para pasarles por encima.

De repente Podemos ha envejecido. Qué impresionante crónica morada la de la última década: desde denunciar la falsedad de la representación en el sistema parlamentario a comprobar atónitos que su coaligado (Izquierda Unida) te levante la que es obtenido con ese discurso deslegitimador. La creciente debilitación de las expectativas electorales de Podemos – y el hartazgo hacia el pablismo – ha alarmado a la izquierda madrileña y periférica: En Común Podem, Más País, Compromís et alii. El PSOE aplaude silenciosamente: su máxima aspiración es que Podemos termine admitiéndose como pieza en Sumar, confederación de partidos y plataformas y clubes yolandizadamente moderados que permita reeditar un Gobierno entre el PSOE y una izquierda reorganizada, más amable, más pactista, más doméstica, con los mismos apoyos de fuerzas independentistas catalanas y vascas. “Hoy empieza todo”, dijo Díaz ayer. Antes la izquierda creía en la Historia y sabía que nunca hay un momento donde empieza todo. Ni siquiera las ambiciones más humildes, sonrientes y descarnadas. 

 

 

 

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Destripar la democracia desde dentro

Anteayer los lectores de este periódico pudieron descubrir, supongo que estupefactos, cómo mi compañero de página, Francisco Pomares, contaba que la Consejería de Derechos Sociales, dirigida por Noemí Santana, le había amenazado con acciones legales por su análisis sobre los artificios perpetrados en la gestión de la Dependencia a fin de contabilizar más expedientes resueltos. Por supuesto el articulista se había limitado a subrayar lo que a su juicio – y al de muchas entidades sociales, y funcionarios, y profesores universitarios y hasta un servidor – era un trampantojo administrativo puesto en marcha por la directora de Dependencia y Discapacidad del Gobierno autonómico, la señora Marta Arocha, para acortar la interminable lista de solicitudes de reconocimiento de la dependencia. Es realmente asombroso. ¿Se dedica ahora el Gobierno a amenazar a un periodista por sus análisis y opiniones? ¿Es tolerable una coacción –un intento de coacción — de esta naturaleza en nuestro país? Y hablando de país, ¿en qué país creen que vivimos los responsables de la Consejería de Derechos Sociales y desde cuando los servicios jurídicos de un departamento gubernamental actúan como comisarios políticos al servicio de los cargos públicos y de su imagen?

Seguro que comprenden que servidor no está haciendo una defensa de Pomares. Sabe defenderse muy bien a sí mismo con los recursos de cuarenta años en la mecha profesional.  Pero se me antoja que este lance – que no creo que al articulista le haya afectado demasiado –se inserta en una actitud en construcción por parte de las izquierdas que gobiernan en este país. La referencia más brutal  proviene, por supuesto, de esas prodigiosas declaraciones de Pablo Iglesias y Carmen Calvo en la tertulia pagada a precio de oro que les ofrece la SER.  Los exministros Iglesias y Calvo coincidieron en los espacios de debate de las televisiones públicas los periodistas asistentes deberían responder a cuotas electorales. Si por ejemplo un programa de debate o análisis político en TVE cuenta con siete periodistas asistentes, tres deberían ser del PSOE, uno de UP, dos del PP y otro se distribuiría amistosamente entre ERC, Bildu y (cada tres meses) Teruel Existe. Aimar Bretos –excelente profesional por cierto – estuvo a punto de sufrir un ictus. La señora Calvo insistió, desde su apasionada y apergaminada ignorancia de costumbre, que el periodista de un medio público cobra de las arcas públicas y, por tanto, “no está ahí para traer a los de su cuerda que le gusten, pasándose por el forro lo que las urnas acaban de decir”. Ignorar la libertad de expresión, desconocer lo que es una democracia parlamentaria, entender los medios de comunicación públicos como espacios propagandísticos pagados por todos, soñar con una partidización infinita y envolvente de la sociedad civil, convertir la crítica es una mugre sospechosa y la disidencia en una disglosia.

La legitimación última de estas soflamas autoritarias es que las izquierdas deben defenderse de una inmensa mayoría de medios conservadores. Es una idea muy similar de la que se utiliza casi a diario para descalificar a la judicatura española como una fuerza profundamente reaccionaria, copada por magistrados que siguen cantando Montañas nevadas al amanecer aunque se sacaran la plaza en los años noventa o a principios de siglo– como ocurre con la inmensa mayoría de magistrados y fiscales hoy en activo–: léase las reacciones a las condenas judiciales de José Antonio Griñán o Isa Serra, el nombramiento como fiscal general de Estado a Dolores Delgado mes y medio después de abandonar el Ministerio de Justicia,  las campañas de descrédito contra magistrados que se equivocan lamentablemente en las sentencias al no considerar los intereses de clase o la perspectiva de género, la acusación según la cual los jueces «derriban a los representantes de la soberanía popular»

No son ya señales aisladas y tonterías de un par de asirocados, sino un magma que va cuajando como lectura política y propuesta programática y sobre el que surfean casi parejamente socialistas y podemitas. En definitiva, una estrategia política que busca el descrédito de los poderes del Estado y su subordinación al Ejecutivo y la extirpación de cualquier instancia crítica como sospechosa, maligna, torticera, ruin. Los periodistas solo lo son si aplauden a las autoridades, los jueces solo son jueces si fallan a favor de los nuestros o en contra de nuestros enemigos, los únicas fuerzas políticas decentes y respetables son las que respaldan al Gobierno. Es populismo izquierdoso puro y duro como instrumento para blindarse en el poder y narcotizar a la sociedad civil. Las democracias siempre han sido destripadas desde dentro.        

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12+1 de octubre

Hace ya bastantes años Xavier Rubert de Ventós, en su libro El laberinto de la Hispanidad, señalaba que quizás cinco siglos fueran suficientes para acabar con los mitos y mitologemas positivos y negativos engendrados por lo ocurrido en 1492: la leyenda negra del descubrimiento y colonización de América como un acto caracterizado exclusivamente por su brutalidad infame en la explotación y exterminio de los pueblos indígenas del continente, y la visión idealizada de una gesta admirable por parte de conquistadores heroicos, la abnegación de los misioneros, la expansión de valores morales claramente superiores y de aspiración universal.  Pues bien: medio milenio parece que todavía no es bastante. Quizás porque muchos continúen identificando la fiesta del 12 de octubre con la dictadura franquista – es prodigioso que esta gente sigan hablando del franquismo como una acogotante realidad política e ideológica cuarenta años después de la muerte del Franquísimo – o porque la primera celebración oficial del acontecimiento,  se celebró en 1892 dirigido por Cánovas del Castillo y con Rubén Darío de invitado excepcional , acabó contaminando todos los discursos y actos de un ridículo paternalismo colonial al que solo quedaban Cuba y Filipinas para seguir soñando a España como una potencia internacional.
Mucho más viejuno y legañoso que festejar la comunidad hispanoamericana – una comunión de historia, idioma y corrientes y tradiciones artísticas que se entrecruzan y fecundan en todas direcciones – es la comodidad vulgar y tontorrona de estas nuevas izquierdas y estos viejos independentistas para inventarse enemigos y objetos de burla y desprecio a la medida de sus ignorancias, sus apetencias o su aprovechamiento publicitario (*) Dudo mucho que un individuo como Pablo Iglesias  –que conoce bastante bien muchas realidades latinoamericanas – ignore que deslegitimar la celebración del 12 de octubre por las masacres entre los pueblo indígenas resulta de una puerilidad realmente idiota y sin duda idiotizando. Porque ya nadie celebra un acto de conquista, un modelo de explotación colonial o la destrucción de culturas locales, sino que se intenta recordar un encuentro que, despoblado de descubrimientos y genocidios,  “nos ayude a pasar a comprendernos, unos a otros, como artífices del último y dramático reconocimiento entre culturas que acabó de cerrar nuestro mundo” como expone brillantemente Xavier Rubert de Ventós en su admirable obra. Comprender. Esa gran asignatura políticamente tan devaluada. Tal vez habrá que esperar otros cinco siglos más.

(*) Un ejemplo acabado — aunque en absoluto original — de estupidez energuménica es esa reciente afirmación del coordinador de Izquierda Unida Canaria, Ramón Trujillo, para el cual los conquistadores españoles «fueron los nazis del siglo XVI», una aseveración que demuestra que conoce tan poco la historia dl siglo XVI como la del siglo XX.

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Tomar nota

Que dice el Timonel de la Dulce Sonrisa que Podemos “tomará nota” de los dirigentes regionales del PSOE que apoyen o respalden una eventual abstención de los socialista en el segundo intento de investidura de Mariano Rajoy.  Aunque Pablo Iglesias no fue mucho más concreto, probablemente, no necesitaba serlo. Está a punto de comenzar  — si Rajoy logra ser investido finalmente – la labor de oposición a la oposición que los dirigentes de Podemos creen necesaria para que culmine la pulverización del PSOE. Lo más gracioso es que la amenaza poco velada de Iglesias, que se refería implícitamente a los gobiernos autonómicos y locales en los que Podemos permite que gestionen los socialistas, es una contradicción muy estúpida, porque si Podemos da la espalda a los socialistas, en dichos ayuntamientos y comunidades autonómicas pasaría a gobernar el Partido Popular. Es decir, que Pablo Iglesias, para castigar a los malignos barones socialistas por permitir gobernar al PP, está dispuesto a aumentar el poder territorial del PP.
Por el momento, nadie en el PSOE ha anunciado que tomará nota de la actitud de Podemos en el Congreso de los Diputados ni ha amenazado (por ejemplo) con retirar el apoyo de los concejales socialistas en los ayuntamientos de Madrid o Barcelona, donde son imprescindibles para mantener las mayorías que sustentan, respectivamente, a los gobiernos de Manuela Carmena – su plataforma obtuvo el año pasado solo 20 de los 57 concejales — y Ada Colau – logró apenas 11 de 41 ediles en disputa. Y no lo ha hecho – por no mencionar el sentido común – porque nadie toma notas en el Congreso de los Diputados para basar las políticas de alianza en las corporaciones locales y las comunidades autonómicas. Apuesto que el señor Iglesias tampoco. Pero necesita interpretar el papel de fiscal extraordinario de la izquierda patria para repartir por enésima vez los carnets de decencia e indecencia política.
Lo que realmente es indecente es afirmar con ruin desparpajo que numerosos diputados socialistas – por no mencionar a dirigentes regionales y cargos orgánicos – conspiran activamente para que el PP se mantenga en el Gobierno. ¿Qué saldrían ganando en semejante operación? ¿Entrarían todos antes de fin de año en el consejo de administración de Endesa?  El PP ha ganado las elecciones por segunda vez consecutiva y unos nuevos comicios, muy probablemente, ampliarían esa ventaja. Es imposible construir una mayoría alternativa sólida y verosímil. Rajoy y los suyos no disponen de mayoría absoluta y no podrán gobernar como antes. Un líder verdaderamente preocupado por deshacer las contrarreformas de la brutal derecha española y suavizar el trance que nos depara Bruselas estaría ya negociando una estrategia parlamentaria común con el PSOE y otras fuerzas de izquierdas. No amenazando. No tomando nota. No pensando únicamente en su coleta.

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Tocar el cielo

Asistí a uno de los últimos mítines de campaña de Podemos en Santa Cruz de Tenerife. En realidad quien se empeñó en asistir al mismo fue mi entrañable piedra renal. Otros pasean a sus perros por los parques y plazas, yo, en cambio, paseo a mi piedra, que es mucho más indomable y autónoma y canalla que cualquier chucho. Caía un sol de justicia implacable, un sol Victoria Rosell,  y mientras me despatarraba en un banco la piedra susurró:
–¿No lo escuchas? Son los del mitin. El mitin de Podemos. Vamos a acercarnos, están a dos pasos.
–De eso nada. Me he leído las tesis doctorales de Pablo Iglesias y de Iñigo Errejón y ví la entrevista que le hicieron a Jorge Verstrynge en La Tuerka. Ya tengo bastante.
La piedra sonrió y sufrí un retortijón, así que acepté sus órdenes. Allá abajo, en efecto, habían montado varios templetes blancos adornados con globitos morados. Se habían dispuesto apenas medio centenar de sillas, una inequívoca evidencia de escasa confianza en el poder de convocatoria del partido. Supuestamente, y para demostrar lo diferentes que eran de los demás, el mitin incluía como actividades complementarias talleres de juegos y chorradas varias a las que nadie prestaba atención. Cuando llegamos terminaba su intervención Juan Carlos Monedero. El genio del chaleco es, sobre el escenario, un cruce electrizante entre James Dean y Estrellita Castro. Como cualquier estrella del cabaret sabe que la condición previa para gustar al público es gustarse a sí mismo y Monedero se gusta con locura, y ni siquiera intenta disimularlo. Antes había consultado la wikipedia y confirmado con sus compañeros canarios que introducir palabros como guanches y caciques sería un éxito, y así lo hizo. Fue aplaudido, pero no precisamente hasta el frenesí. Tomó asiento y se pasó el resto del mitin intentando localizar cualquier cámara entre el público y sonriendo cuando la encontraba. La siguiente oradora, Mery Pitta, estuvo mejor.
–¡Esos políticos enriquecidos y corruptos, esos políticos vestidos de Armani, que nos han robado el trabajo, que nos han robado nuestras casas, que nos han robado el futuro de nuestros hijos, que nos han robado la sanidad y la educación públicas, que nos han robado la ilusión de vivir, que nos quieren robar todo, todo, todo, y a los que, compañeros y compañeras, tenemos que echar, tenemos que echarlos para siempre, tenemos que quemarlos en las hogueras de San Juan…!
La piedra estaba exultante y me preguntó mi opinión. Le dije que, modestamente, no conocía a ningún político canario que se vistiera en Armani y que el PP se me antojaba más ignífugo que lo que sospechaba la señora Pitta que, de todas maneras, se refería a cualquier partido que no fuera el suyo. Un día antes, en La Laguna, había contemplado un mitin del Partido Comunista del Pueblo Canario, con dos únicos militantes como oradores y público simultáneamente, y ambos empleaban la misma retórica, las mismas maldiciones, las mismas profecías, y en un momento concreto uno de los pibitos gritó:
–¡Y no hagan caso a los de Podemos, que repiten lo mismo que nosotros, pero no se lo creen!
Y tenía razón en su triste soledad marxistal-leninista despoblada de megáfonos y escaños y sonrisas.

Cerró el acto Alberto el Largo, que es de Ofra, como lo era Ángel Llanos. De vez en cuando Ofra castiga al resto de Santa Cruz – y a Canarias – con una saña incomprensible. Alberto el Largo sonrió y proclamó:
–¡Vamos a ganar! ¡Lo vemos, los sentimos, lo sabemos!
Setenta diputados y un millón de votos menos. Lo que se dice un pequeño margen de error. Y no obstante – hasta la piedra está de acuerdo – Alberto seguirá siendo un icono durante algún tiempo. Es lo más cerca que llegará a estar Podemos de tocar el cielo.

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