Caridad

Hace poco – hace una eternidad – la caridad era un asunto personal. Costó mucho esfuerzo, un esfuerzo histórico trufado de luchas políticas, sindicales e intelectuales, reducir la caridad a un gesto respetable y materializar, en cambio, los principios de justicia, equidad e igualdad de oportunidades en una legislación, un conjunto de instituciones, una red de políticas públicas: sanidad, educación, servicios asistenciales, prestaciones por desempleo, pensiones de jubilación. No eran la prueba de una sociedad perfecta ni funcionaban en absoluto impecablemente ni deberían haber bastado, no. Pero tampoco respondían a una enternecedora pulsión de caridad y amor al prójimo. Se trataba de un compromiso que implicaba –o debería implicar – a toda la sociedad y que estaba indisolublemente unido a una concepción de la democracia –a una cultura democrática – que no se agotaba en las urnas electorales. Ahora vuelve la caridad y la caridad no ha perdido nada del esplendor de su hediondez moral. Conserva intacta su hipocresía congénita, su taimado cálculo promocional, su grotesca y a la par petulante insuficiencia.

Y así todo se llena de nauseabundos maratones y convocatorias extraordinarias para la recogida de toneladas de comida, ropa vieja, juguetes aceptablemente destartalados. Y tienen que escucharse las voces estremecidas por el milagro de los montones de latas de sardina que se multiplican y los paquetes de fideos que cubren media plaza y los juguetes mal reparados que revientan cajas de cartón y cae un atroz diluvio de elogios dulzarrones sobre la solidaridad de los isleños en fiestas tan señaladas. Es falso. Confundir la caridad con la solidaridad  es un síntoma de analfabetismo político y social.  Es sintomático que en las homilías que nos ofrecen, exultantes e inmisericordes, locutores y periodistas toda la atención – toda la incesante babosería encomiástica, por no hablar de los bombos mutuos —  la ocupen casi monográficamente aquellos que se desprenden de un bote de espárragos, sin mencionar apenas a los que se los comerán. La caridad siempre se ofrece descontextualizada. Hace poco leí que varias murgas, sin duda llevadas por su buen corazón, habían marchado a cantar a algunos indigentes en las puertas mismas de sus chabolas. Ya no hay duda: vuelven los años cincuenta. A ver cuando rebrotan la tuberculosis, el tifus o el vómito negro y podemos empezar las cuestaciones, que esa gente lo va a pasar mal, muy mal, y necesitará toda la ayuda de este noble y oligofrénico pueblo.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

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