La política como opio del pueblo

Creo que así titulo Fernando Savater su primer artículo para El Viejo Topo, allá a finales de 1976, cuando, según la ficha policial, era (feliz oxímoron) un “anarquista moderado”. El artículo es una tontería, pero recordé el título al asomarme durante un par de minutos a una de esas espeluznantes tertulias políticas que ahora ocupan un horario privilegiado en las grandes cadenas privadas de televisión. Quedé amorronado hasta medianoche, y al despertar ponían una tertulia sobre fútbol, que formalmente reproducía a todas las anteriores: gritos, descalificaciones, pullas, estupideces, malos y buenos, lecciones y admoniciones. El PP podría ser el Real Madrid, Podemos el FC Barcelona, y el PSOE, bueno, el PSOE, una portería vacía. Ciertamente: la gente –ahora todo el mundo habla de la gente, la expresión ciudadanos ha desaparecido significativamente – ha asumido la política como espectáculo televisivo y, en los casos más activos, como participación en asambleas en las que habitualmente no se discute, sino que se comulga. La política como reacción (por supuesto indignada) ante las heridas que se infringe desde el poder, pero al mismo tiempo como vaga e intensa esperanza de terminar con la política para siempre: se trata de una batalla cotidiana y a la vez grandiosa entre nosotros y ellos, eliminando cualquier espacio compartido en el que desarrollar el conflicto ideológico y simbólico inevitable en cualquier sociedad compleja. Es lo que me dijo con una sonrisa un buen amigo que ahora ha visto reverdecer su confianza y se chuta ese sucedáneo de política en un círculo podemista: “Hombre, en algo tenemos que creer”. Actualmente no es una actitud tan estrafalaria. Muchos ciudadanos (perdón, mucha gente) que anuncia su voto a Podemos admite que no tiene la menor idea de cuál será su programa, sus compromisos y sus candidatos, pero estima que eso resulta más o menos irrelevante. Lo fundamental es protestar con el voto y lo que venga no puede ser peor que lo actual, un grave error, porque siempre –siempre — se puede empeorar, constatación al alcance de cualquiera que haya cumplido cuarenta años. Me recuerdan esa anécdota del gran físico Niels Bohr, que había colocado sobre la puerta de su casa  una herradura, lo que se hacía habitualmente en su país para conjurar los malos espíritus. Un compañero se lo reprochó. “Pero, hombre, eres un gran científico… ¿cómo puedes creer en esas supercherías?”. Bohr se encogió de hombros y le respondió: “Alguien me ha dicho que da resultado aunque uno no lo crea”.
Siempre que se consumen opiáceos, por supuesto, existe por medio un negocio. Como ocurría con ese otro opio que era pura crema, la religión, el negocio es exactamente el mismo: el poder. Pero el poder, y todos sus adoradores, leguleyos y pretendientes, que siempre nos merecieron desconfianza y estimularon el espíritu crítico, ahora es una oportunidad portentosa para la justicia, la paz y la fraternidad. Vamos a soportar una resaca indescriptible (y peligrosa) cuando se acabe la borrachera

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

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