Media hora

Le pregunté a un amigo que sabe de estas cosas cuando tardaría en llegar un misil con carga nuclear desde la frontera rusa a Gran Canaria o Tenerife. “Bueno”, tosió un poco, “un misil balístico intercontinental tardaría una media hora en llegar, quizás incluso algún minuto menos”. Media hora. ¿Qué se puede hacer en media hora? Meterse por última vez en la playa con los ojos cerrados y solo abrirlos por unos segundos en la profundidad del mar. Leer un soneto de John Done, o dos o tres cuentos de Manganelli, o un recetario de cocina francesa. Jugar un rato con tus hijas. Reír con los amigos tomando la penúltima. Escribirte – ahora sí – por última vez. Pedir disculpas con el laconismo y la sobriedad debidas. Terminar de barnizar esta jodida puerta. Borrar con una sonrisa todos los artículos escritos durante los últimos diez años. Pasear al perro y que por fin no te preocupes si mea en los parterres. Despedirte de tus libros que no es otra cosa, quizás, que despedirte de tí mismo.

Mi amigo, no obstante, intentó tranquilizarme paradójicamente. “Ningún misil balístico con carga atómica apunta hacia Canarias”. ¿Y lo más cerca? “Ciertamente es un problema. Lo más cerca puede ser la base de Rota, en Cádiz, lo que no nos afectaría directamente pero, claro, hay que contar con la extensión de la radioactividad y de las nubes de ceniza”. Pongo cara de asco y el colega continúa. “En el caso de un verdadero intercambio de misiles con cargas atómicas”, insiste ligeramente azorado, como si le obligara a ser un aguafiestas, “la radioactividad tardaría algunos días en llegar a las islas, pero lo haría, como lo haría por el resto del planeta, con consecuencias sanitarias muy graves y para las que, obviamente, no estamos preparados médica y asistencialmente, no podemos estarlo…” Ya más tranquilo, como si hubiera superado una ligera fiebre, mi amigo me responde de manera mucho más elocuente y concreta.

Lo alarmante es que se minimicen los efectos de una guerra nuclear, lo que están haciendo muchos en la segunda y tercera fila del poder político en Europa y Estados Unidos. Suponer que por estar lejos del escenario de una conflagración nuclear, aunque fuera una guerra limitada que solo utilizara armas atómicas tácticas, apenas nos afectaría, deviene un error asombroso. El efecto en la economía mundial de una única bombaatómica  sería de una brutalidad desoladora: caída de las bolsas, pánico en los mercados, ruinas bancarias, grandes estructuras  empresariales implosionando, cadenas de distribución rotas tal vez por mucho tiempo y una larga lista de consecuencias, entre ellas, las dificultades para conseguir alimentos, medicinas y agua potable.  Una sociedad como la canaria, estructuralmente dependiente del exterior –combustible, alimentos, medicinas – sufriría con mucha intensidad una situación completamente inédita y sin un horizonte claro para superar una coyuntura tan atroz. Para un territorio mal desarrollado económicamente  —esa es la puñetera realidad y no los pajaritos preñados que sobrevuelan la tonsura de Ángel Víctor Torres – esa solitaria bomba atómica que estallaría en las cercanías de Kiev –por ejemplo — supone la propia supervivencia de Canarias, su viabilidad económica y social. Los supervivientes de las primeras semanas o meses no tendrían otra opción racional que dejar sus islas, y eso en el caso de que no se suspendiera –algo sumamente improbable — la libre circulación de ciudadanos. Un misil con carga nuclear que cayera en Triana o en la calle del Castillo sería, en resumen, lo que ocurre ahora mismo, pero en una escala y con una rapidez extraordinaria. No sé qué es peor: que te fulmine una ola de fuego o que lleguemos mucho antes de lo previsto al no-futuro que hace tiempo –seamos sinceros — todos esperamos.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General ¿Qué opinas?

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