Pequeña saltamontes

En este año de 2013, con la que está cayendo y con los que no caen, en la coyuntura de unos presupuestos públicos angustiosamente restringidos y una programación cultural diezmada, la consejera del Cabildo y presidenta de su organismo autónomo de Museos y Centros, Amaya Conde, no ha tenido otra bizarra ocurrencia de dedicarle una exposición a Confucio que, bajo el epígrafe El camino de la conciencia, incluye un curso abreviado de confucionismo y nada menos que la edición de un libro que uno sospecha que no estará impreso ni en papel cebolla ni en hojas de té.  Confucio, sí, el filósofo chino. Conde la presento la semana pasada y en su discursete afirmó, para satisfacción del Señor del Cielo, que la filosofía confucionista supone “una forma de vivir práctica basada en valores éticos y morales (sic) que no están en desuso, pero que deben ser rescatados y preservados”. ¿Que los valores del confucionismo no están en desuso? Y en todo caso, ¿por qué deben ser preservados? ¿Y quién diablos decide eso? ¿La consejera de turno que se ocupe de los Museos y Centros del Cabildo de Tenerife? ¿Corremos el riesgo de que una futura consejera de Museos y Centros, simpatizante de los valores del zoroastrismo, considere imprescindible organizar exposiciones y conferencias para reivindicar la cosmogonía de Zoroastro, que según la tradición nació con una radiante sonrisa en los labios?
Es imposible entender qué encaje programático tiene esta sapiencial mamarrachada en la estructura de la red de museos y centros de Tenerife. Confucio nada tiene que ver con los objetivos y programas del Museo Arqueológico de Tenerife, el Instituto Canario de Bioantropología, el Museo de Ciencias Naturales, el Museo de la Ciencia y el Cosmos, el Museo de Historia y Antropología o el Centro de Documentación de Canarias y América. Y lo que linda con lo prodigioso es que se encuentren fondos económicos para que los tinerfeños se empapen de la sabiduría de Confucio, pero no para que colabore, siquiera con una cantidad simbólica, con el último volumen de las obras completas de Luis Diego Cuscoy, el padre de la arqueología canaria. La paradoja, la deliciosa paradoja, es que Confucio se ocupó durante toda su vida de articular y difundir una filosofía política del buen gobierno, basada en la sensatez y en el respeto entre gobernantes y gobernados. Que lo hayan escogido para una iniciativa que lo contradice tan grotescamente nos lo hermana un poco, porque, con esta exposición, tanto a Confucio como los tinerfeños nos están vacilando.  Y con nuestros propios impuestos.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

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