Es así. Te pegas treinta años currando a destajo en una empresa, una empresa, en realidad, que sería muy distinta si no hubieras entregado hasta el último resuello, y cuando te echan, siempre, invariablemente, hay un tontedelculo que aplaude desde la grada, aplaude con la heroica gallardía de cualquier tontodelculo, y emplea expresiones como vaca sagrada: ya se sabe que a las vacas sagradas las largan sin un céntimo de indemnización mientras las gallinas laicas, complacidas, cacarean moralismos tan limpios como cualquier gallinero. Empiezas en esto deslumbrado por una pasión y terminas roto en la carretera deslumbrado por los focos de un ERE. ¿Y la vida? Bueno, la vida es lo que ha ocurrido mientras mal que bien intentabas contarla a los demás. Es indiferente la hoja de servicios que puedas presentar. El periodismo jamás se conjuga con verbos en pasado. El pasado no existe en el periodismo. El pasado son los aciertos y, sobre todo, los errores que cometiste ayer en la columna, la entrevista, la crónica. Nadie recordará, muchacho, ese maravilloso reportaje, la doma de un adjetivo, las horas interminables cubriendo un incendio forestal, las llamadas de un político supuestamente amistoso para putearte, la puntualidad, la entrega, la triste artesanía de moldear cada mañana una esperanza para ponerse al frente del ordenador o el micrófono. Es irrelevante. Y lo más estúpido es que todos – o al menos los menos estúpidos – lo sabemos, y sin embargo, cuando ocurre nos duele como un hierro al rojo vivo. La pasión, cualquier pasión insólitamente prolongada, es también una forma de malcriadez.
Eres un periodista. Eso significa, como dijo Bismarck con maliciosa lucidez, que eres un hombre que ha elegido equivocadamente su profesión. Eres periodista: la explicación de tu insoportable supervivencia solo se encuentra, como denuncian los más agudos inquisidores, aquellos que han convertido las babas del resentimiento en su tesoro más preciado, en la entrega de tu alma a los poderes más corruptos del mundo, el demonio y la carne. Eres periodista: si no te conceden premios por algo será y si te los conceden será por algo. Eres periodista: nunca cuentas la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, y esa es la prueba cotidiana de tu fracaso y de tu decencia. Eres periodista, Carmelo, y como periodista te tienes bien merecido esto, tanto como el periodismo te merece magníficamente a ti.
3 Respondiendo a Periodista