En el XXXVIII Congreso Federal del PSOE no hubo casi nada sorprendente. Para empezar no existió jamás ninguna alternativa política o programática, sino dos grupos que procedían de la misma endogámica oligarquía del partido y que lucharon, empleando a fondo las habituales trapacerías y enjuagues, por el control del poder orgánico en los próximos años. Si al final ganó Pérez Rubalcaba fue – excusada la fruslería inconsistente y afónica que representaba Carme Chacón – porque prometió a dirigentes autonómicos y provinciales que, con él al mando, la dirección federal los protegería del agudo descontento, a veces iracundo, de sus bases y sus cuadros; una promesa que, obviamente, no podía cumplir la exministra, que en esa misma irritación disfrutaba de su caladero de votos. No, en el XXXVIII Congreso Federal no se produjo de un gran debate ni ninguna sorpresa, excepto la actitud de los delegados. Porque resulta pasmoso ver a los delegados de pie, aplaudiendo durante cinco minutos interminables a José Luis Rodríguez Zapatero, quien tuvo la infinita desvergüenza de repetir que se perdieron las elecciones generales porque se vio abocado a impedir, a cualquier precio, la intervención de España por la Unión Europea. Según esta lógica adolescente, si la Unión Europea hubiera intervenido la economía española en el año 2010, el PSOE hubiera conseguido ganar las elecciones pero, claro, menuda irresponsabilidad, compañeros y compañeras. Ditirambos, aplausos, agradecimientos, citas y recuerdos emocionados al secretario general que ha llevado al PSOE a sus más letales derrotas electorales, a la nadería más atroz y capciosa, y que ha desertizado hasta tal punto los recursos políticos e intelectuales del partido que para sucederle solo pudieron presentarse dos de sus ministros. Si en una situación tan agónica como esta los militantes del PSOE son incapaces de exigir responsabilidades, recuperar su propia voz e imponer los cambios con los que se juegan la vida como proyecto político, ¿cuándo lo harán?
Si José Miguel Pérez optó por colocar a Carolina Darias en el comité ejecutivo federal es que se siente lo suficientemente fuerte (es decir, respaldado) para revalidar su mandato como secretario general del PSC. Pero el cabreo, la decepción y hasta el hartazgo que ha acumulado en casi todas las islas poco tienen que ver con los vaivenes congresuales en Sevilla. Le piden que, al menos, sacrifique al muy ruinito Julio Cruz como secretario de Organización, para enfriar los ánimos y templar gaitas desafinadas. No parece que se atreva. Debería enfrentarse a Casimiro Curbelo y, al contrario de lo que le ocurrió a los policías del distrito de Tetuán, Pérez sabe con quien está hablando.