Carmelo Ramírez

El escándalo Mestisay

Hay algo patético en imaginar a Carmelo El Chico pidiendo las facturas de todas las áreas del Cabildo de Gran Canaria a favor de la productora de Olga Cerpa y Mestisay. En realidad lo más infortunado es el propio Carmelo Ramírez, cuyo curro siempre ha consistido en limpiar la basura de sus señoritos, y que lleva ininterrumpidamente desde 1979 ocupando cargos públicos: alcalde de Santa Lucía de Tirajana, diputado del Parlamento de Canarias, vicepresidente y consejero del Cabildo de Gran Canaria. Hace tiempo, sin embargo, alcanzó su nivel de incompetencia, y ahora es consejero de Cooperación Institucional y Solidaridad Institucional (nada menos) en el  Cabildo grancanario, lo que le deje bastante tiempo libre para cumplir con sus funciones en la gestión de residuos morales y blanqueamiento político. Ramírez, por ejemplo, blasona de su compromiso con el pueblo saharaui y lleva a gala que Santa Lucía fue el primer ayuntamiento de España que se hermanó con otros municipios del Sahara ocupado. Cuando Pedro Sánchez, a espaldas de la opinión pública, de las Cortes y de su propio gobierno decidió abandonar la posición tradicional española y apoyar la marroquinización del Sáhara,  el encargado de explicar que aquí no ha pasado nada y que Nueva Canarias sigue siendo lo más saharaui del mundo fue, por supuesto, Carmelo Ramírez. Que su partido siguiera apoyando indesmayablemente al PSOE en Madrid y en Canarias era lo de menos. Agitaron a Ramírez como la conciencia solidaria con los  saharauis para distraer, como quien agita un pañuelito, sobre la obvia decisión de seguir con los glúteos canaristas en el poder y en la mayoría del poder.

Cuando un político profesional se presta a eso – a utilizar lo más noble de su legado para opacar el cinismo supurante de su partido – ya tiene la senda despejada para muchas otras cosas. Incluso para intentar presentar a uno de los grandes grupos musicales de Canarias, autor de una excepcional obra desplegada durante décadas de amor incansable por nuestra herencia cultural y proyectada en una veintena de producciones discográficas en unos muertos de hambre que se dedican a asaltar las administraciones públicas para succionar pasta.  La extraordinaria desvergüenza que hay que reunir para atacar de este modo a Mestisay habla de una catadura moral difícil de encontrar incluso en el muladar político que sufrimos a diario. Ya los miembros del grupo han respondido puntualmente al supuesto trato de favor que han recibido desde las administraciones públicas y que, de hacer caso a los juegos de manos de Ramírez, les debiera haber convertido en millonarios. Cualquiera puede leerlo en la prensa en los últimos días. Cualquiera puede atestiguar que lo proferido por el consejero Ramírez, de profesión sus cooperaciones y solidaridades, tiene todo el sabor de una bajeza que no debería permitirse un cargo público con una mínimo respeto personal e institucional hacia la corporación a la que sirve.

El origen de esta diatriba ruin e injustificable, emitida con esa expresión de perpetuo dolor gastrointestinal que adorna el rostro patriota del señor Ramírez,  no es lo que ha cobrado Mestisay del Cabildo y de los ayuntamientos isleños en los últimos cinco, diez o veinte años, sino el posicionamiento político de los músicos contra el proyecto – ya desgraciadamente en ejecución – del Salto de Chira, una chifladura megalomaniaca, dañina y tecnológicamente anacrónica que amenaza el barranco de Arguineguín. Ese atrevimiento no podía quedar impune y como Antonio Morales es un genio napoleónico lo único que se le ocurre es quitarle conciertos y afirmar a continuación que se les ha pagado muchísimo dinero. Pronto nos enteraremos de que estos músicos beben ron importado, solo comen caviar gomero y disponen de agua caliente en sus casas. Es un escándalo y menos mal que contamos con Carmelo Ramírez para ponerse de puntillas y desenmarcararlos.       

 

Publicado el por Alfonso González Jerez en General ¿Qué opinas?

Dejen de bacilarnos de una vez

Está ocurriendo algo de excepcional gravedad y los responsables –y sus compinches — se han conjurado para que lo que ha sucedido sea invisible, ininteligible, insignificante. Un partido que en las elecciones autonómicas de 2019 obtuvo unos 80.000 votos y cuatro diputados (por cierto, 13.000 votos menos que cuatro años antes), uno de los partidos que sostienen al Gobierno de Canarias y cuyo líder y fundador es el vicepresidente y consejero de Hacienda del Ejecutivo, ha sido declarado extinguido por una sentencia judicial firme. Y la sentencia condenatoria deriva de la asombrosa comisión de una ilegalidad: no haber presentado las cuentas (gastos e ingresos) de dicha organización política durante los últimos cuatro años. Desde que le fue notificada su desaparición del registro de partidos del Ministerio del Interior ha pasado más de un año y en ese plazo los dirigentes de Nueva Canarias tuvieron incluso el cuajo de celebrar su congreso. ¿Financiaron total o parcialmente su feliz guatatiboa congresual con la asignación económica que recibía (y recibe) su grupo parlamentario? Es una de las tantas preguntas que derivan de una situación política y judicial estrambótica pero cuyos únicos responsables son los que han manejado a su antojo, desde 2005, la maquinaria de Nueva Canarias: Román Rodríguez y un puñado de incondicionales abonados desde el primer momento a su grotesco bonapartismo.

Las explicaciones de este desafuero no son convenientes: son inexcusables en un régimen democrático. Y antes de solicitar explicaciones incluso debe señalarse una demanda tajante al propio Rodríguez: haga usted el favor de dejar de bacilarnos de una vez y abandone su extraordinaria petulancia. No es usted un archiduque austrohúngaro (mírese al espejo en caso de duda) sino un cargo público en una democracia parlamentaria y debe rendir cuentas de su liderazgo partidista en no en menor medida que de su gestión gubernamental. Su partido no tiene un “problema administrativo”. No puede tenerlo, ¿sabe usted?, porque su partido no existe. A ver si me entiende: si usted falleciera inesperadamente – espero que no ocurra en mucho tiempo – no podría usted tener un año más tarde problemas con su bigote. Y Nueva Canarias no existe porque ha sido usted soberanamente irresponsable, caóticamente imprudente, grotescamente tarambana. Su deber de transparencia es para con todos los ciudadanos canarios, pero resulta especialmente delicado para con los miles de militantes y para todos los cargos públicos de Nueva Canarias en ayuntamientos, cabildos y Gobierno autonómico. Uno ya no tiene ni fuerzas  ni paciencia para pedir gollerías al establishment político que padecemos como una ardiente penitencia, pero probablemente no sea excesivo requerirle al señor Rodríguez un fisco –al menos un fisco — de respeto y de vergüenza.

Y algo similar ocurre –desde luego –con el presidente del Gobierno canario. Ángel Víctor Torres no puede responder que eso de la extinción de NC es un problema interno de Nueva Canarias que desde Nueva Canarias le han asegurado que resolverán satisfactoriamente y tiro porque me toca. Nueva Canarias – habrá que repetirlo – no existe y no puede garantizarle nada. ¿Quién le ha garantizado algo por tanto? ¿El mismo Román Rodríguez? ¿Carmelo Ramírez? ¿Un pastor afiliado que practica las cabañuelas y que le ha anunciado que lloverán explicaciones? En un país más o menos civilizado, ¿cuánto dura en la poltrona un vicepresidente o un consejero de Hacienda si se constata que no lleva ningún control fiscalizable sobre la gestión económica de su partido? ¿Tres días, una semana, un mes? Esta amable gente, ¿cuánto tiempo confiará en su margen discrecional para tratarnos como oligofrénicos?

 

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito 2 comentarios