Cumbre Vieja

Y La Palma sin pensar

El Cabildo de La Palma, con el respaldo de las tres fuerzas representadas en la corporación (CC, PSOE y PP) ha aprobado la declaración de interés insular para un proyecto de resort en Breña Alta, con campo de golf y 1.400 camas – unas 900 para un hotel de cinco estrellas y el resto villas de lujo y apartamentos de postín desde las cuales disfrutar de la sorimba besando el césped.  Yo entiendo los argumentos de los que apoyan el proyecto enérgicamente. Es cierto que La Palma es la isla mantenida por el resto del archipiélago. Es cierto que su PIB está atascado y su población envejece con más velocidad que la  media canaria. No debe uno dejarse engañar con ese zoquete y mendicante plan de empleo que el Gobierno de Canarias puso en marcha el año pasado y que contribuyó a maquillar el paro, que ha vuelto a crecer en los primeros meses de 2023. Un plan clamorosamente clientelar y que ha distorsionado el mercado laboral de la isla. La Palma de deslizaba por un dorado y pachorrudo declive desde finales del pasado siglo hasta que estalló el volcán en la dorsal de Cumbre Vieja. No hubo muertos, pero ha sido un golpe económico muy sensible. Se perdieron cientos de viviendas, albercas y cuartos de aperos, la lava cubrió 370 hectáreas de cultivos, entre ellas 280 de plataneras, 68 de viñas y 27,4 de aguacateros. Otras 72 hectáreas de plataneras se perdieron al quedar aisladas por las coladas. En marzo de 2022 el presidente Ángel Víctor Torres anunció una ayuda directa de 30.000 euros a los que habían perdido su vivienda habitual. Han tardado un año, un larguísimo año, en empezar a pagarlas. Por supuesto que se han producido más gastos. Solo faltaría. La Palma se transformó durante meses en un photocall  por el que desfilaron desde el presidente del Gobierno español hasta ministros, secretarios de Estado, directores generales y diputadetes para ensayar la más dolorida y comprometida de sus sonrisas. Por supuesto, ni un céntimo por las fincas agrícolas perdidas, y a cambio, la promesa de una flamante finca comunitaria, un koljós platanero que tardaría una década, como mínimo, en alcanzar la plena explotación. Han  sido lentos, han sido desidiosos, han sido casi inconcebiblemente mezquinos. La urgencia de la situación y el espacio afectado requerían una acción administrativa resolutiva: una oficina consorcial  integrada por Gobierno canario, cabildos y ayuntamientos pero de naturaleza técnica y tal vez con un comisionado para la reconstrucción de La Palma a la cabeza que se sentara en el Consejo de Gobierno. Una mesa de diálogo estable con las organizaciones de damnificados. Una agenda de modificaciones legislativas y reglamentarias en el Parlamento regional. Pero Torres y compañía no se atrevieron a perturbar los equilibrios del protagonismo político en juego, repartido entre el PSOE y el Partido Popular.

Sobre todo no se ha avanzado un ápice en repensar inteligente y participativamente el desarrollo estratégico de La Palma para intentar transformar una dolorosa y empobrecedora desgracia natural en una oportunidad (difícil pero factible) de cambio y modernización económica y social. En esta coyuntura crítica deviene imprescindible someter a una reconsideración el proyecto de resort de lujo en Breña Alta, cuyos orígenes se remontan a 2016, y no únicamente desde un punto de vista ecológico o medioambiental. También, por ejemplo, desde la externalidad negativa que un macrocentro turístico en el municipio de Breña Alta puede suponer para la recuperación del sur y suroeste de la isla. Un poco de orden. Un poco de más cabeza y un mucho menos de ese oportunismo que clama por las “plazas turísticas perdidas”, como si fuera lo mismo, territorial, social y medioambientalmente, crear 1.400 plazas en La Pavona que recuperar 300 en Tazacorte: una suerte de mágica y bienaventurada compensación. En La Palma malherida por el fuego y la lava la política no ha sido un instrumento de reconstrucción, sino una lluvia de ceniza estúpida y ruin que oscurece el futuro.

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Volcanes, periodismo y futuro

Las primeras horas de transmisión de la erupción volcánica en La Palma por la Televisión Canaria fueron terribles, pero pronto se activaron las jerarquías, la disciplina, la profesionalidad y el pundonor y la cadena autonómica comenzó a ofrecer la mejor cobertura del cataclismo, la mejor versión de sí misma. Y lo sigue haciendo. Ahora mismo es imbatible y me parece improbable que nadie la descabalgue en el futuro. Y aunque por supuesto se han producido errores, despistes y torpezas sus redactores y técnicos han conseguido informar desde la consternación, pero generalmente también desde el respeto. Lamentablemente no solo los magazines rosáceos y las estrellitas madrileñas han mostrado un concepto diarreico del periodismo. Yo sospecho que es la poca costumbre. De repente pasa algo (y se da permiso a que pase) y ya no sabemos cómo portarnos. Como si un trueno hubiera desordenado la siesta obligándonos a mirar por la ventana. Vaya, por primera vez – creen muchos pibitos – pasa algo allá afuera. Y salen a la calle buscando amor, como la malcasada de la canción de José Luis Perales. Un periodista, por supuesto, no sale a buscar un amor, sino una noticia. Prohibido enamorarse de ella. Sobre todo prohibido enamorarse de uno mismo a través de ella. Como norma general, cuanto menos hable un periodista de sí mismo y de sus emociones al cubrir una noticia (por ejemplo, una erupción volcánica) con más atención hay que seguirlo.

Cabe esperar que los medios muestren un interés similar en la reconstrucción de la zona devastada cuando termine la erupción. La experiencia de la opinión pública proyecta nerviosismo, insatisfacción, cansancio. ¿Qué más puede ocurrir? Desde un punto de vista vulcanológico no puede saberse con precisión. Desde un punto de vista económico un destrozo por valor (probablemente) de cientos de millones de euros. Pero los disgustos y convulsiones continuarán. Las élites políticas (y por supuesto los medios) se han negado por aquí a aceptar una obviedad: muchas cosas acabaron en 2008. Cuando llegó la pandemia un montón de ruinas, desajustes y fracasos no se habían superado del todo. El globalismo se ha hundido. Para salir del impacto económico de la pandemia la Unión Europea ha decidido endeudarse fiándolo todo a una recuperación rápida para volver aún más rápidamente a  medidas de contención del gasto. España puede seguir pagando pensiones y servicios públicos porque el Banco Central Europeo adquiere hasta el último céntimo de deuda pública que emite. Las dificultades de Canarias para diversificar su economía con un 20% de desempleo son amplias y complejas, pero no debe olvidarse que el turismo de masas está amenazado por la crisis económica, por las restricciones energéticas que impondrán las políticas contra el cambio climático, por nuevos brotes epidémicos en el futuro. La diversificación económica, en un horizonte de veinte años, no es la opción más inteligente. Es la opción para sobrevivir.

El futuro inmediato no va a ser fácil ni indoloro y me temo que varias generaciones no vivirán mejor que nosotros sino, probablemente, peor. Especialmente si no se desarrollan las reformas que deben emprenderse y que no son únicamente las que impone la UE. Y para eso debe haber un acuerdo básico sobre el proyecto de país, un proyecto consensuado de reformas y liberalización económica, de potenciación de los servicios sociales pero sobre todo de una gran inversión pública en educación y formación profesional, un proyecto de aliento canarista desde una perspectiva federal de España y la UE. Si no se admite la situación real, si no despega ese consenso de proyecto básico regional o nacional, los volcanes podrán carbonizarnos casas y haciendas, pero no serán nuestro peor problema.

 

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