guanchismo

Guanchismo redivivo

Un joven aunque suficientemente irreflexivo que firma como Dailos Tamanca ha considerado indispensable desenmascarar mi perverso papel de policía cultural en un artículo publicado hace unos días en Diario de Avisos, aclarando, además, que soy un racista de tomo y lomo elitista. Si un guanchista sexagenario me hubiera ajusticiado con los míseros argumentos, la pizpireta arrogancia y las faltas de ortografía de los que hace gala Tamanca mi asombro sería menor. Según este pibe, en fin, el artículo que le produjo tanto escozor (Historia y necrofilia se titulaba la columneja) es “un libelo” y mi propósito al escribirlo no era otro que manipular arteramente al sano pueblo isleño. A mí estas bobadas me parecen irrelevantes; sostener, en cambio, convicciones político-ideológicas como si se trataran de evidencias científicas si se me antoja grave, aunque las practique un chico que confunde aparatos conceptuales, criterios epistemológicos y posiciones morales.
La historia de verdad  no es una consideración personal: comienza cuando una colectividad humana alcanza un cierto grado de complejidad organizacional y los sistemas de escritura y cálculo están incorporados a la gestión de su producción económica y su reproducción social. No supone ningún desprecio considerar que las poblaciones indígenas de Canarias vivían en sociedades prehistóricas, o si se prefiere en un neolítico muy temprano, porque carecían de sistema de escritura, estructuras administrativas, moneda o dinámica comercial. Lo que en cambio deriva hacia una torpeza pueril es la renuncia a pensar históricamente, es decir, seguir empecinados en que el pasado aborigen del Archipiélago, estabulado en una fantasía obsesionada consigo misma,  contiene alguna profunda, insondable clave simbólica que nos explica como pueblo, comunidad o adivinanza (táchese lo que no proceda). A todo este guanchismo ágrafo y desatado – y que, debe insistirse en ello, tiene sus infecundas raíces en el romanticismo decimonónico y en la fascinación por el pasado aborigen del pensamiento colonial europeo – le saca de quicio recordarle que desde los tiempos de los guanches han transcurrido cinco siglos y que los canarios somos gozosamente mestizos: hijos, nietos y tataranietos de portugueses, andaluces, baleares, moriscos, franceses, genoveses, castellanos, irlandeses,  aragoneses y negros y mulatos de los ingenios azucareros. ¿Por qué ese estúpido desprecio por semejante riqueza, por lo que es precisamente el precipitado histórico de nuestra identidad y la originalidad fundacional de este país como territorio de frontera transitado y convertido durante siglos en hogar de  hombres y mujeres procedentes de Europa, África y después América?
Todo lo demás del artículo de este terrible debelador ñacañaca es un conjunto de confusiones y tonterías apresuradas que comete para explicarse a sí mismo cosas que, por lo visto, solo él sabe, como que la Historia no debe consistir en la vida y milagros de grandes personalidades, fijatetú, o que señalar que Gregorio Chil y Naranjo, Fernando León y Castillo o Benito Pérez Galdós (por citar tres nombres) cuestionan que Fernando Guanarteme sea el grancanario más importante de la Historia supone racismo puro y puro. Sinceramente yo creía que la gente joven se había leído, por lo menos, a Fernando Estévez, pero compruebo que siguen dormitando plácidamente sobre una añepa. Con la añepa clavada en el cráneo, para ser más precisos.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito 1 comentario

Historia y necrofilia

No, no estoy de acuerdo. Fernando Guanarteme, Tenesor Semidán,   no ha sido el grancanario más importante de la historia, como ha declarado – recientemente: se trata de una  ocurrencia recurrente – el presidente de la Asociación Cívico Cultural La Solana. Cuando Tenesor Semidán murió la historia de Canarias estaba empezando. Sin negar el papel del último monarca prehispánico de Gran Canaria en la conquista de las islas de realengo, transformar a un reyezuelo de una sociedad preneolítica en el mayor fenómeno de una Historia que comienza, precisamente, con la colonización del archipiélago, supone un sinsentido. Colocarlo en una lista donde figuren Fernando León y Castillo, el doctor Gregorio Chil y Naranjo o Benito Pérez Galdós es, incluso, disparatado. La obsesión por Fernando Guanarteme es una de las consecuencias pintorescas de esa extravagante visión guanchista y romántica, ampliamente compartida y convertida en un fetiche social, según la cual en la sociedad aborigen se encuentran las huellas de nuestra identidad cultural fundamental. Los cinco siglos que han pasado desde la desaparición de esa estructura social y del proceso de aculturación paralelo no cuentan para nada. Según esta particularísima y disparatada concepción, que terminó de cuajar en el siglo XIX,  no ha existido nada de interés relevante entre los guanches y nosotros, cuando lo que ha ocurrido ha sido, precisamente, nuestra Historia. Los que reivindican el pasado preneolítico como clave identitaria no reparan en que se limitan a repetir los prejuicios étnicos y culturales de los europeos  — desde etnógrafos hasta guías turísticos – para cuya curiosidad colonial lo relevante eran los aborígenes, mientras que los canarios actuales carecían de interés. Por eso mismo en nuestro país abundan los museos y museillos arqueológicos y etnográficos, pero es terriblemente difícil conseguir, por ejemplo, una silla del siglo XVI, un traje del siglo XVII o un reloj del siglo XVIII.

No solo me trae sin cuidado que Guanarteme  — al que se trata de estadista, como si hubiera podido tener la más remota idea de lo que es un Estado — esté enterrado en Gran Canaria o en Tenerife, sino que me resulta francamente difícil entender que el asunto pueda interesar a alguien. Me pasa lo mismo que con esas momias que reclama el Cabildo de Tenerife con necrofílico fervor. Al parecer, las momias solo pueden descansar correctamente en suelo tinerfeño; si no es así, corren el riesgo de sufrir tortícolis.  Todavía recuerdo la carita de consternación de Ricardo Melchior en una visita a los madriles, observando, con una furtiva lágrima deslizándose por la mejilla, la momia de un compatriota que bajo una luz amarillenta apretaba los dientes, como reprimiéndose para no indicarle al deudo la puerta del museo. Más dinero y más medios para la investigación arqueológica y etnográfica en Canarias, mayor protección a nuestro patrimonio, racionalización y modernización de los museos en las islas, destrucción de las mitologías, deformidades y falsedades que pesan nuestra dinámica histórica y cultural. Eso es lo interesante. No amar tanto los huesos y respetar más la historia. No confundir la historiografía con la necrofilia.

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