Isaac de Vega

Doce escritores isleños

Mi querido amigo Eduardo García Rojas ha pedido a un montón de escritores, profesores y periodistas isleños un listado de autores y libros canarios para un reportaje que publicará este fin de semana en su blog El escobillón  — de lectura obligatoria siempre – con ocasión del Día del Libro. Como me suele ocurrir, me lié y le mandé una docena de autores. Obviamente Eduardo no ha pedido a sus corresponsales una evaluación crítica, sino una relación de preferencias. Al final le mandé cinco libros de mi predilección. Pero esta es la lista completa: libros, autores y  razones.
1)  “Poesía”, de Juan Bautista Poggio y Monteverde
a) Porque te permite respirar después de la asfixiante pedantería de Cairasco.
b) Por una elegante contención expresiva impropia de un isleño.
c) Porque inauguró brillantemente la cortísima nómina de sonetistas apreciables (y no ripiosos) en Canarias
2) “Historia de Canarias” y “Epistolario” de José Viera y Clavijo.
a) Porque Viera y Clavijo sigue siendo uno de los mejores prosistas –quizás el mejor — que hemos tenido. Es uno de los poquísimos escritores canarios que tiene una relación pacífica, normal, limpia y placentera con el idioma.
b) Por su inteligencia narrativa.
c) Porque su curiosidad hacia lo universal se complementaba admirablemente por la atención a las singularidades de su pequeño país atlántico, sin conflictos, sin complejos, sin paparruchas.
3) “Cartas diferentes”, de Cristóbal del Hoyo y Solórzano, Vizconde de Buen Paso.
Por su descaro, por su libertad, por su gracia expresiva, por haber intentado ser un gran escritor con fiereza más que por haberlo conseguido con plenitud.
4) “Yo, a mi cuerpo”, de Domingo Rivero
Sí, simplemente, por ese soneto.
5)  “Poesía”  y  “Smoking room”, de Alonso Quesada
Porque supo ver en verso y prosa lo que es Canarias y como hiere este paradisíaco matadero.  Sobre todo al final, cuando su vida ya no tenía arreglo. Por supuesto, Canarias tampoco.
6) “Crimen” y “Ensayos” de Agustín Espinosa
a) Porque fue un surrealista, un surrealista profesoral, pero surrealista.
b) Porque abrió espacios expresivos e interpretativos a los que nadie volvió a asomarse nunca.
7) “Dársena con despertadores”«La esperanza me mantiene»,  de Pedro García Cabrera
a) Por una poesía que me gusta incluso (a veces) cuando es mala
b) Por una capacidad de oído y una intuición verbal excepcionales.
8)”Debates sobre el teatro europeo contemporáneo”, “Introducción a la novela inglesa actual”“Entrada y salida de viajeros” e “Isla y literatura”, de Domingo Pérez Minik
a) Porque fue un crítico literario que ejerció su propio criterio en la periferia de la periferia de los centros culturales y editoriales de su época.
b) Por la felicidad por leer y escribir que se le nota en cada página.
c) Porque sobrevivió al fascismo sin marchitarse, sin amargura, sin resentimiento.
d) Por su curiosidad incesante y su compromiso vitalista y sus ganas de dejarlo todo claro de una maldita vez, pero sin alzar la voz jamás.
e) Por un estilo que no comenzó a ser suyo hasta que dejó que se le destartalara la sintaxis.
9) “Fábulas de octubre”, “Salutaciones”, Del amor”, “Casa común”, “Dinde”, “Más que el mar”, de Luis Feria
a) Porque es un poeta excepcional que nadie puede explicar – es maravilloso – ateniéndose  al horizonte, a la insularidad, al mar o al resto de los estúpidos artilugios hermenéuticos.
b) Porque cada palabra parece recién nacida en sus poemas.
c) Porque expresó como nadie la maravilla de la niñez y su caída horrorosa en la vida y el amor y la soledad.
d) Porque nos detestó como es debido.
10) “A la sombra del mar”, “El náufrago sale”, “Desnudo en Punta Brava”, de Manuel Padorno
a) Porque inventó la luz de las islas en su poesía.
b) Porque vivía en las palabras palpando esa luz, ciego de pura lucidez.
c) Porque sabía ver las palabras antes de escucharlas.
11) “Teoría de una experiencia”, de Eugenio Padorno.
Porque es la suya una de las experiencias poéticas más reflexivas, lúcidas y luminosas sobre la soledad.
12) “Fetasa”, de Isaac de Vega.
Por su carga extrañamente perturbadora, su sentido del riesgo, su desprecio por el realismo chato y costumbrista del momento, su capacidad para desplazar significados con un mínimo de pericia verbal, y todo esto apurando hasta la fiebre el puro instinto literario, sin terminar de entender lo que estaba escribiendo.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito 1 comentario

Fetasa vive

 En una entrevista en sus últimos años, en los que vivió y durmió en la calle, Antonio Bermejo, el fetasiano menor lo dijo confusa, pero acertadamente: “Si Isaac hubiera tenido la gracia del lenguaje…hubiera sido un gran escritor”. La gracia del lenguaje. Bermejo tenía razón y, al mismo tiempo, estaba confundido. A Isaac de Vega no le interesaba crear un lenguaje hermoso, sino desnudo. Era más demencialmente modesto: no quería construir un estilo, sino un universo. Y lo consiguió. Ahora ha muerto, a los 94 años, después de sobrevivir a todos sus compañeros, culminada hace tiempo toda su obra, dueño y señor de todas sus palabras. Pero Fetasa vive.
El fetasianismo – esa broma trascendental – es al mismo tiempo una experiencia, una vía de exploración de la realidad y una ética literaria. Cuando su novela central fue redescubierta, en los años setenta, todos sus entusiastas hermeneutas coincidieron en la excepcionalidad de un texto absolutamente ajeno a lo que se estilaba en la literatura española contemporánea, y lo dejaron ahí, como el resto de la obra de Isaac de Vega, colgando asombrosamente de sí mismo: ya eran otras las inspiraciones, sanciones y estímulos de las nuevas generaciones isleñas de escritores y escribidores. Lo señalaron, admirativamente, como una bomba de relojería que había estallado sin víctimas, sin reparar que entre las víctimas estaban ellos mismos. La conclusión – o el punto de partida – de Fetasa, su ontología cabalmente delirante, es que este asunto invivible, la propia vida, no podía ser comprendido y expresado de otra forma que arrojándose al vacío porque todos los suelos – las convicciones políticas e ideológicas, las convenciones narrativas, los prejuicios o antojos estéticos o religiosos – no eran sino trampas por sobre las que andar grotescamente de puntillas. “Nunca empiezas el camino”, escribió el maestro, “sino que te encuentras de nuevo andando”. El rostro de lo más profundo asciende vertiginosamente de un barranco en Ijuana y en un instante que dura nada la conciencia, un animal atroz y acorralado,   entiende, vive y muere en la unidad imposible de todas las cosas. Por supuesto que un escritor así será siempre un solitario exiliado y hará de su exilio una humilde ética de la resistencia y de su soledad un atento ejercicio de solidaridad con todas las almas. Bermejo se equivocaba, como todos nosotros, porque Isaac de Vega fue y será un gran escritor: una vez leído y releído nada vuelve a ser como antes y su universo, la más rica e intensa alegoría isleña, solo puede ser compartido, nunca vulnerado por cualquier titubeante explicación.

 

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