izquierda española

Eternamente Yolanda

“Cuando te ví sabía que era cierto/este temor de hallarme descubierto,/tú me desnudas con siete razones/me abres el pecho siempre que me colmas”. El primer tuit, el más madrugador, se lo leía uno de los vividores de La Laguna, un nota sin oficio ni identidad profesional que lleva más una década viviendo de las arcas municipales. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, visitaba una movida congresual o conferencial de Comisiones Obreras, y era recibida con vítores y aplausos enfervorizados. El nota apuntaba en su tuit: “¿Estoy llorando por ver esto? Sí, estoy llorando”. Es obvio que tiene la lágrima fácil este prenda. Pero más obviamente todavía el tuit es un pequeño posicionamiento, un madrugador saludo de acatamiento a las nuevas circunstancias y a la creciente sombra de la lideresa más o menos posmarxiana. Cuando finalmente Yolanda Díaz sea proclamada la nueva luz de la izquierda redimida por su portentoso liderazgo, en todas partes, en Canarias también, miles de cachorros y talluditos  cantarán la canción de Pablo Milanés, proclamarán eternamente Yolanda y se ofrecerán como adalides y representantes locales de la nueva franquicia. El vividor no hacía más que adelantarse porque todavía conserva algunos reflejos.

“Si me fallaras no voy a morirme/ si he de morir quiero que sea contigo/mi soledad se siente acompañada/por eso a veces sé que necesito (tu mano/tu mano/eternamente tu mano)”. La irresistible ascensión de Díaz al frente de una estructura política rizomática y acumulativa, una plataforma de análisis y ofertas supuestamente coincidentes, no es una buena noticia para la izquierda. Porque no es una estrategia que parta de una fortaleza, sino un deambular inseguro desde la debilidad, desde la angustiosa convicción, ampliamente compartida por dirigentes y cargos públicos y refrendada por las encuestas, de que Unidas Podemos – ya una confluencia entre IU y Podemos con el sumatorio de partiditos, grupúsculos y movimientos regionales y locales – vive un indiscutible declive. Yolanda Díaz es la penúltima argamasa para evitar la disolución en una prolongada agonía político-electoral, en la irrelevancia, en un rapidísimo olvido. Y la ministra se lo currado aprovechando cada minuto desde enero de 2020, cuando llegó al Consejo de Ministros, pero ha intensificado sus esfuerzos a partir de la salida de Pablo Iglesias del Gobierno. Lo hace muy bien y cuenta con excelentes materiales para construir una imagen atractiva, una combinación entre retórica rogelia y gestión moderada, entre firmeza en las convicciones y dulzura galaica, entre una profesional de orígenes relativamente modestos y una señora que se viste y maquilla y relaciona magníficamente. Díaz no causa rechazos como los que producía el señor Iglesias con su prepotencia chulesca y su expresión de extreñimiento vengativo. A la izquierda promesas progresistas, como derogar esa infame reforma laboral que después explica que no se puede derogar; a la derecha más centrada el rostro amable y la palabra suave y cantarina de alguien que no quiere imponer nada, sino negociarlo todo, y que se viste de un blanco inmaculado. ¿Cómo va a acercarse a la suciedad alguien que viste de blanco?

Todo lo demás es, por supuesto, humo y tramoya y la seguridad de que los votantes padecen distintos grados de oligofrenia. Es como eso de estar “en fase de escucha” para construir “un proyecto de país”. Hace apenas dos años se presentó en UP a las elecciones. Dos años, no doce. ¿No tenían ustedes un proyecto de país en 2019? ¿No escuchaban ustedes entonces a la gente? ¿No lo han hecho en los últimos 25 meses? Pero los hay que comprarán este revenido sopicaldo, sin contar con los que, como el vividor lagunero, se dejarán la piel para vivir sin trabajar. De un himno de amor la canción de Milanés suena aquí la caricatura de un requiem apenas postergado: “Si alguna vez me siento derrotado/renuncio a ver el sol cada mañana/ rezando el credo que me han enseñado/miro a tu cara y digo en la ventana/Yolanda Yolanda/ eternamente Yolanda”.  

Publicado el por Alfonso González Jerez en General ¿Qué opinas?

Lucha de clases

A finales de los años setenta un grupo de estudiantes universitarios se manifestaban en las puertas de un salón en el que estaba programada una conferencia de la filósofa Agnes Heller. Llevaban una pancarta que agitaban entre pitidos: “Mejor un final horroroso que un horror sin fin”.  Cuando la profesora Heller llegó no pudo evitar leer la pancarta y se dirigió a los pibes. Con cierta timidez le contaron que les habían recortado las becas y varios de ellos se habían visto obligados a trabajar para pagarse la manduca o el alquiler de sus modestas habitaciones. Agnes Heller, que había sobrevivido de milagro al exterminio judío de los nazis y que no conoció una ducha y un desayuno calientes hasta bien cumplidos los veinte años, les explicó: “Trabajar y estudiar al mismo tiempo es duro, pero exageran ustedes un poco: no es un horror sin fin”. Y entró sonriente en el aula. Los estudiantes se quedaron un poco decepcionados, sinceramente.

Algunos afirman que la lucha de clases ha resucitado en España. Supuestamente la lucha de clases había sufrido un proceso de hibernación – congelada por el modesto Estado de Bienestar y el crédito bancario —  pero ahora se reactiva furibundamente. Tengo mis dudas. La lucha de clases –así le ocurre a cualquier concepto teórico – no es como una merluza que se pueda congelar o descongelar a placer. Una definición conceptual y operativa de clase resulta bastante más complicada que hace medio siglo. Los desempleados, por ejemplo, no son una clase y, como es obvio, no tienen conciencia de tal. La resurrección de la lucha de clases como espantajo simbólico más que como producto de un análisis político y sociológico forma parte de la ofuscación –entre colérica y esperanzada – de una parte sustancial de la izquierda del país. Aquellos que hablan de tomar el Congreso de los Diputados. Muy bien: entras en la Cámara Baja, transitas a oscuras por sus pasillos y llegas al hemiciclo, donde una pequeña multitud de manifestantes rompe a aplaudir entre lágrimas y sonrisas. ¿Y después? ¿Votación entre monarquía y república?  ¿Estatalización de la banca y los medios de producción? ¿Abolición de la deuda pública? ¿Pedir unas pizzas?  ¿Aplaudir al motorista cuando llegue con la peperoni por haber burlado a 500 policías y a una división acorazada? Sí, se trata de una paparruchada de tuiteros insomnes,  pero esta fantasía es, literalmente, el sueño pueril de un golpe de Estado. Cuando oigo a Cayo Lara proclamar que las manifestaciones y concentraciones de protesta deben transformarse – gracias a un mágico voluntarismo pseudorevolucionario – en instancias directas de poder político me quedo estupefacto. Pensar, o simular pensar, que la política de un país puede dirigirse y coordinarse desde las manifestaciones callejeras es solo un síntoma de la confusión, el oportunismo y la imbecilidad que hoy se enseñorean en amplios sectores de la izquierda española.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?