La Palma

La marmota bonita

Lees la noticia y parece que está muy bien. Paulino Rivero asiste a la inauguración de un vivero de empresas en Santa Cruz de La Palma – una iniciativa impulsada por la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de la provincia – y anuncia por enésima vez que en 2014 se producirá un “crecimiento significativo” de la economía canaria. Como el crecimiento siempre es significativo – a veces es significativamente insignificante, otras insignificantemente significativo – el presidente puede estar tranquilo y seguir dedicándose a las inauguraciones, las visitas, los discursos y los desayunos, almuerzos y cenas con los sesenta miembros del consejo político nacional de Coalición Canaria. Pero no se trata de eso. En realidad se trata de un dibujo en la arena que desaparecerá en cuanto comience a soplar el viento.
El vivero de empresas en la capital palmera, dedicado a ofrecer espacios y servicios mínimos a emprendedores, es una excelente idea en sí misma. Hasta hace un par de años, La Palma, con un 4,1% de la población del Archipiélago, solo concentraba el 1,6% de las empresas de la región, es decir, por cada cien habitantes están abiertas tres empresas, mientras que la media de las islas son ocho empresas por cada cien habitantes. Lo problemático comienza cuando los emprendedores tengan que emprender algo. La misma entidad que patrocina la iniciativa – la Cámara de Comercio – se encuentra al borde de la ruina. El responsable no es su actual presidente, ni menos aun el anterior, Ignacio González Martín, sino la crisis económica, el hundimiento empresarial y la nueva normativa legal, que limitó la obligación de la cuota cameral a empresas que facturen más de diez millones de euros anualmente. Lo que al parecer no terminan de entender los poderes públicos es que no basta con bendecir las nuevas instalaciones y aportar cuatro euros para que en un vivero de emprendedores puedan germinar proyectos empresariales viables. Esta generosidad es similar a regar un desierto con un vaso de agua. No lo serán mientras no exista una inteligencia cooperativa que libere a La Palma de su condición de isla altamente subvencionada y desde el Cabildo Insular alguien se atreva a sustituir el mecánico reparto de subvenciones y ayudas por el estímulo y la coordinación de una sociedad civil inmovilista que sigue dormitando, en buena parte, a la sombra de una platanera. Porque La Palma continúa instalada, entre vivos y viveros, no en el día, sino en el siglo de la marmota.

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Parricidio frustrado

Cuando Gombrowicz, después de treinta años de exilio, abandonó Argentina para regresar a Europa, un pequeño grupo de admiradores –todos los lectores que tenía en Buenos Aires – lo acompañaron hasta el puerto. En el último momento, cuando el barco ya se alejaba, Gombrowicz se asomó por la borda y les gritó a pleno pulmón: “¡Muchachos, maten a Borges!”. No era un mal consejo. Todos los hijos deben matar simbólicamente a su padre si quieren sobrevivirlo y, en último extremo, si quieren quererlo y aprender de él. Cuando eso no ocurre las consecuencias para padres, hijos y espíritus santos suelen ser desastrosas. José Luis Perestelo no se resolvió nunca a asesinar a Antonio Castro Cordobez, como no lo ha hecho Juan Ramón Hernández. Durante lustros Antonio Castro aplicó siempre la misma taimada metodología: uno y otro se echaban a pelear por la primogenitura, y cuando todo parecía saltar por los aires, el fundador de API aparecía sobre una nube, como un arcángel san Miguel con aire acondicionado incorporado a la espada, les afeaba la conducta e imponía el orden jerárquico y la frágil concordia. Ambos agachaban la cabeza hasta la próxima ocasión. Pero Perestelo ya está harto de bajar la cabeza.  Lo que no supo hacer en el interior de CC lo hará ahora desde fuera desdiciendo treinta años de militancia política. Y su objetivo será tirar desde el viaducto de Los Tilos esa matrioska que representa a Guadalupe González Taño, pero que en su interior acoge a Juan Ramón Hernández, que a su vez contiene a Antonio Castro Cordobez.
El tránsito de Perestelo a Nueva Canarias, al que seguirán un buen puñado de cargos y excargos públicos procedentes de Ican y la fanfarria de Impa, no tiene, por supuesto, ninguna justificación político-ideológica. Perestelo no ha sido jamás un nacionalista de izquierdas. Tampoco un gestor precisamente excepcional, sino un político de aguzada inteligencia y de una simpatía popular a prueba de rones y madrugadas. Su pase a Nueva Canarias es, para los coalicioneros, una noticia bastante más escalofriante que un entendimiento ocasional entre el PSOE y el PP en el Cabildo de La Palma. Un Perestelo candidato al Parlamento y a la corporación insular bajo las siglas de Nueva Canarias contribuiría decididamente a reducir los diputados de CC e incluso a perder su carácter de primera fuerza política en la isla en 2015.  Y todo por no haber matado a tiempo al padre. A un padre que, por supuesto, sigue convencido de su generosa, inocente, merecida eternidad.

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La malandanza

Durante unos minutos pensé en una ordalía de llamadas telefónicas  para descubrir las palpitantes entrañas de la crisis política de La Palma, pero es que me pasa como a los palmeros. Me aburre mucho. Quizás la expresión crisis sea incompatible con (digamos) la palmeridad. Desde un punto de vista etimológico crisis es, en primer término, separación, distinción, discernimiento, y con sinceridad, es muy difícil distinguir por sus comportamientos a los cargos públicos coalicioneros, socialistas y conservadores. Entre otras acepciones, crisis significa, también, elección, y los dirigentes políticos de los tres partidos mayoritarios no se han caracterizado, precisamente, por establecer un diagnóstico y tomar las decisiones pertinentes. Políticamente, en la isla los diagnósticos sueles ser posteriores a los funerales. La última decisión que se tomó en La Palma fue la elección de la polca de don Domingo Santos Rodríguez para acompañar a la Danza de los Enanos en las fiestas lustrales. Y ocurrió en 1925.
Una demografía relativamente baja, la generosa subvención europea a la producción platanera y las inversiones en obra pública han permitido a La Palma, durante varias décadas, vivir pachorrudamente sin que el futuro, ese molesto moscardón, perturbe la dulce y provechosa modorra de su élite política y económica. Desde hace tiempo todo ha cambiado, y el cambio es, por supuesto, un factor sorprendente primero y después francamente irritante. La isla envejece, las subvenciones plataneras adelgazan y la trasferencias de recursos públicos se agotan en una crisis prolongada y estructural frente a la que no se practica otra estrategia que la resignación, otra táctica que el avestrucismo. Es disparatado y ahora, en lo más crudo de la recesión, las elecciones locales de 2011, y el pacto entre CC y PSOE en la Comunidad autonómica, han quebrado mayorías históricas y reducido a Coalición Canaria – que durante muchos años fue API – a contemplar cómo pierde las dos capitales de la isla y a resignarse a pactar con su detestado adversario histórico, el PSOE, en el Cabildo. Los coalicioneros palmeros han perdido toda iniciativa política y muchos de sus dirigentes creen estar encerrados en un cepo donde morirán de irrelevancia en un par de años. Son las debilidades, miedos y contradicciones de CC las que ceban la expulsión de los consejeros socialistas del gobierno insular. Pero todo esto no es política. La política casi está por estrenar en La Palma. Todo esto es politiquería y se derrama sobre la isla en la peor coyuntura,  en la más desabrida malandanza. Siempre la malandanza. Todo lo acaba la malandanza.

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Eres retama

El joven Asier Antona, bajo el padrinazgo de José Manuel Soria, se ha dedicado durante semanas a reescribir las endechas a la muerte de Guillen Peraza, si se admite un rapto de fantasía y se permite uno imaginar a Antonio Castro con el escudo maltrecho y el asta rota. La Palma se le acaba convirtiendo en retama gracias a un amplio grupo de concejales socialistas que nada quieren saber de Coalición Canaria, si no es su aniquilación por hambre y sed en la oposición. Toda vez que CC ha sido la fuerza más votada en los dos principales municipios de la Isla (la capital administrativa, Santa Cruz, y la capital económica, Los Llanos de Aridane) cabe sospechar que, por eso mismo, la dirección de los coalicioneros tiene una responsabilidad directa en su agónica situación. La decisión de enviar al Congreso de los Diputados a José Luis Perestelo y encargar la presidencia del Cabildo a Guadalupe González Taño se ha revelado como un grotesco error. Perestelo no es precisamente vibrante carne de hemiciclo y González Taño, con toda su capacidad de trabajo y su solvencia técnica, carece de la red de amistades e influencias políticas y personales de su predecesor en el escosistema palmero de CC. Nadie entendió jamás que Castro Cordobez se colocara en la Presidencia del Parlamento (donde solo ha cosechado disgustos) y que un veterano valor del partido, Juan Ramón Hernández, que derrotó a Noelia García hace ocho años, no fuera entendido como un magnífico candidato al Cabildo. Resumidamente: los coalicioneros de La Palma han gestionado fatalmente sus principales recursos y referentes político-electorales.
Nadie entre ellos hizo el más mínimo esfuerzo por mantener unos mínimos canales expeditos con el PSC palmero. Convencidos de su potencia electoral suscribían que un pacto con conservadores o socialistas como socios minoritarios caería como fruta madura en la misma noche electoral. La penúltima y muy menguada esperanza consiste en conservar el Cabildo Insular, en la espera de que la trepanación a la que están sometiendo a Anselmo Pestana – “de ti depende que estemos en el Gobierno autonómico o no”, le han dicho los cirujanos de la dirección regional del PSOE –culmine con éxito. Anselmo Pestana, que compartió la Alcaldía de Santa Cruz de La Palma con CC, se resiste como gato panzarriba, y no pueden siquiera amenazarlo con la expulsión del partido: es senador y los socialistas no pueden permitirse precisamente ahora el lujo de perder un senador. Las endechas no son poesía didáctica, pero dejan claro el triste fin de los osados: “Todo lo acaba la malandanza”.

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