pleito insular

A vueltas con el pleitismo (2)

En el Estatuto de Canarias que impulsó Gil Roldán y cuyo desarrollo fulminó el golpe de Estado de julio de 1936 Canarias no contaba exactamente con un Parlamento – aunque tuviera una limitada capacidad legislativa – ni mucho menos con un Gobierno regional. En cambio, gracias a impuestos cedidos y a transferencias de capital y de crédito el Gobierno de Canarias se convirtió en el principal asignador de recursos del país a finales de los años ochenta. A partir de ahí fragüó nuestra clase política y unos gobernantes locales – en su gran mayoría con muy escaso o nulo currículo antifranquista —  cuyo poder e influencia  hubieran envidiado el astuto José Miguel Galván Bello o el mucho más inteligente y relevante Fernando León y Castillo.  A través del nuevo sistema institucional el pleitismo se evidenciaba como una estrategia ya periclitada simplemente porque desaparecía, frente al poder autonómico – que gestionaba nóminas y carreras funcionariales, decidía inversiones, recibía cientos de millones de euros europeos – cualquier posibilidad de mediación a través de terceros. Y al mismo tiempo, como ya se ha señalado, era política y electoralmente imposible que cualquier isloteñismo se hiciera fuerte. Las AIC fueron la demostración no de la fuerza del insularismo, sino de la deliberada necesidad de superarlo, empezando, modestamente, por las sumas aritméticas.
Cuando hablo del universo simbólico del pleitismo – sin pretender incordiar a quien considero uno de los grandes periodistas de las islas – me refiero precisamente a esa larga y no muy estimulante etapa histórica en el que las luchas, roces y reticencias entre los bloques de poder de Gran Canaria y Tenerife constituían un elemento ideológico clave, definitorio y definitivo, con la que se construía socialmente nuestra realidad. El pleito era, poco más o menos, una explicación universal de lo que ocurría, como en otras coyunturas históricas ocurrió con el judaísmo, el comunismo y otras raleas. Y esa hermeneútica pleitista, cómoda y multifuncional, que explica igual un roto que un descosido, está instalándose de nuevo en Gran Canaria. Pondré un ejemplo del pleito utilizado como deus ex machina de la política insular y su historia reciente. Alemán explica que los áticos se percataron que la ansiada hegemonía tinerfeña pasaba por ganar posiciones y así nacieron las AIC y luego CC. A mí, con sinceridad, me asombra mucho este relato sobrevenido, porque Coalición Canaria no fue precisamente un invento del Hermoso Manuel. En su gestación jugaron un papel tan activo como Hermoso o Adán Martín los señores Lorenzo Olarte o José Carlos Mauricio, un exsuarista y un poscomunista, a los que se sumaron, por supuesto, una fuerza como AM y caudillos y reyezuelos locales como Dimas Martín en Lanzarote. No, los áticos no secuestraron la voluntad ni narcotizaron las entendederas de organizaciones que desde varios puntos de referencia político-ideológico convergieron en una chirriante federación entre regionalista y nacionalista que, gracias al sistema electoral y a su implantación en las siete islas, concedía al invento la centralidad en el espacio político canario y auguraba, por tanto, una prolongada estancia en el poder.  Para entender el éxito político-electoral de Coalición Canaria — y no caer en la tentación de describirlo exclusivamente en términos negativos — es más útil emplear aparatos conceptuales politológicos y sociológicos que galimatías pleitistas, aunque llenen el corazón y reconforten viejos prejuicios.

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A vueltas con el pleitismo (1)

El maestro José Alemán ha tenido la amabilidad de comentar algunos artículos que he publicado recientemente en LA PROVINCIA y LA OPINION sobre las supuestas acechanzas del pleitismo sobre la política canaria y aquí, por supuesto, no cabe otra cosa que un debate  que quizás no sería mal pretexto para hablar de otras cosas como los defectos a corregir del diseño institucional autonómico, la urgente necesidad de reformas administrativas, sin excluir la del régimen electoral, o lo perentorio que resulta acuñar nuestros conceptos y perspectivas de análisis para desentrañar lo que ocurre entre siroco y siroco en estas ocho islas. Como suele ocurrir Alemán introduce y relaciona inteligente y hábilmente datos, reflexiones y una visión histórica imprescindible que es marca de casa y que tan patéticamente ausente está en el análisis periodístico que se practica actualmente en Canarias. Me alarma una gentil advertencia suya: que él también creía (porque quería) ver el pleito enterrado en el tardofranquismo y cuarenta años más tarde aquí estamos segregando artículos y titulares al respecto.

Alemán cita como último gran aullido del pleitismo (tinerfeñista, porque curiosamente jamás se suele mencionar el pleitismo grancanarista) la manifestación contra la creación del distrito universitario de Las Palmas de Gran Canaria. A mí en su momento, y aunque era un pibito, esa manifa me avergonzó mucho y me asqueó bastante: una expresión obscenamente jaleada de paletismo ramplón y patrimonialista. Lo peor de todo es que ese hediondo patrioterismo isloteñista ahogaba algunas muy razonables reservas sobre la conveniencia (académica, organizativa, financiera) de no duplicar exactamente facultades, escuelas y departamentos. Creo que Alemán tiene razón, pero el fracaso de la campaña contra la Universidad de Las Palmas demuestra, precisamente, que el pleitismo, como mecanismo de regulación de relaciones de poder en Canarias, estaba ya en agonía. Coincido con Alemán en que, por supuesto, ese pleitismo expresó históricamente el combate de crasos intereses entre la oligarquía santacrucera y su homóloga en Las Palmas. Pero no podía sobrevivir fuera de su ámbito político e institucional de origen. A esta comunidad autonómica le convendría, sin duda, una reparación a fondo, pero tiene algunas virtudes. Acabar con la patología pleitista es una de ellas, porque un Gobierno autonómico no puede desenvolverse sin atender – mejor o peor– a los intereses empresariales de ambas islas capitalinas. Y obviamente los males que indica Alemán (presiones sobre medios de comunicación, financiación de campañas electorales, amiguismos malolientes entre dirigentes políticos y empresariales) han existido o existen en la crónica autonómica pero el pleitismo como estrategia política carece de virtualidad.  Y repito, es consecuencia, entre otros factores, de la autonomía política que trajo un Gobierno resignado a un ejercicio más o menos honesto de equilibrio y atención bidireccional. Si no se hubiera destruido la II República y el Estatuto de Gil Roldán se hubiera aprobado en las Cortes, por ejemplo, un pleitismo de baja intensidad hubiera podido sobrevivir durante décadas en ese cuenco institucional.

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El fantasma del pleitismo (y 2)

En ese universo simbólico periclitado que presupone el pleitismo – según leo en Alemán y en otros compañeros grancanarios – Tenerife ha conseguido un control punto menos que perfecto de la administración autonómica y mantiene sojuzgadas al resto de las islas, especialmente, por supuesto, a Gran Canaria. Cuando se señala a Tenerife se habla, en realidad, de la Agrupación Tinerfeña de Independientes, la malvada ATI, que con la máscara de CC sigue al frente de una incesante conspiración política, empresarial, mediática y electoral para mantener su mero y mixto imperio en Canarias, una ATI que continúa imaginándose como un montón de alcaldes posfranquistas y empresarios rentistas que se reúnen todavía en guachinches con paredes de oro y techos de lapislázuli y practican ritos macabros e intercambian licencias e inversiones bajo la dirección del Gran Maestre de la logia, Manuel Hermoso. Esta tan divertida como manoseada leyenda,  perfectamente adaptable a cualquier pereza mental, llega al extremo de ignorar cómo funciona CC, cuyos liderazgos son básicamente insulares, siendo el del presidente del Gobierno el más mediatizado, participado y delicado y dependiente de todos, siempre a punto de acabar como víctima propiciatoria de una agobiante demanda de equilibrios entre lealtades e intereses partidistas y territoriales. Un presidente del Gobierno – y así ha sido el caso de los cinco jefes de Gobierno coalicioneros – que ni siquiera decide en puridad  el nombre de la gran mayoría de sus consejeros y directores generales. Los designan y envían al Ejecutivo los menceyes insulares y sus respectivas mesnadas.  Mucho más grave que un pleitismo que no existe es que Coalición Canaria haya trasladado a la dinámica de las instituciones públicas sus características o, mejor, sus delirios e inepcias organizativas, porque siguen sin entender que Canarias quizás deba construirse desde cada isla, pero que la mera suma y conciliación de los intereses de las islas jamás terminarán de construir una comunidad autónoma viable.
El pleitismo no fue un motor de progreso para Canarias, no estimuló sanas o insanas competencias entre las élites de poder grancanarias y tinerfeñas: consistió en una estrategia política y  una ideología terruñera para defender y/o legitimar sus propios intereses. “La ideología dominante es la ideología de la clase dominante”, apuntó el viejo Marx, y tinerfeños y grancanarios de clase media y trabajadora terminaron suscribiendo durante muchos años que el enemigo estaba en la isla de enfrente. Quizás los tinerfeños un poquito más, porque lo hicieron peor. Pero  nuestros problemas más acuciantes no son los vestigios arqueológicos del pleito insular en las que (no lo dudo) de vez en cuando tropieza con ganas la pezuña de alguno de nuestros próceres.  Las tropezas, carencias, debilidades y contradicciones de la economía tinerfeña son las mismas que las de la economía grancanaria.  Los problemas son nuestro mal diseño institucional, las debilidades de nuestro modelo de crecimiento económico, un desempleo estructural destructivo, la pauperización creciente, el tamaño y la productividad de nuestras empresas, el encaje en una gobalización económica imparable e inestable, nuestra mediocridad formativa, una inacabada cohesión territorial. Y, por supuesto, unas élites políticas y económicas que se resisten al cambio y siguen apostando por tisanas, parches y tiritas.

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El fantasma del pleitismo (1)

Uno de los problemas – o las diversiones – que deberían ocupar en estos tiempo es la obsolescencia de nuestros queridos aparatos conceptuales para entender y narrar la realidad. Creo que sigue siendo epistemológicamente válido definir un concepto como un término dotado de un aval científico. De la ocurrencia a la idea media el mismo espacio insalvable que entre el concepto y el término.  En las islas tenemos déficit de teoría y exceso de terminología. Viejos y degradados aparatos conceptuales procedentes de varias tradiciones y corrientes políticas, sociológicas e ideológicas siguen prestando un servicio cada vez menos útil, menos higiénico, más perezoso. En Canarias, por supuesto, tenemos nuestras propias tradiciones conceptuales, cada vez más apergaminadas, ciertamente, pero en algunos casos todavía persistentes. Quizás la más frecuentada (aun) sea el pleito insular.
Uno de nuestros escasísismos periodistas imprescindibles, Pepe Alemán, ha escrito recientemente un largo artículo en el que reivindica el uso – y hasta cabe sospechar que el abuso – del pleitismo como concepto capaz de definir todavía la realidad de las relaciones de poder en Canarias. Creo que el maestro se equivoca, pero su error ilumina las obsesiones e inercias mentales de otros muchos. Hay querencias difíciles de superar y cuando una explicación ha resultado más o menos válida o provechosa durante décadas cuesta abandonarla. Recientemente se ha publicado el mejor manual de economía canaria que jamás haya visto la luz, Economía de Canarias. Dinámica, estructuras y retos, una obra colectiva coordinada por David Padrón Marrero y José  Ángel Rodríguez Martín, y en sus 700 páginas no se encontrará un argumento técnico, un conjunto estadístico ni un análisis sectorial que justifique hablar de pleitismo como instrumento de combate político-empresarial en el siglo XXI. Y es que no puede haberlo.
El pleitismo solo puede entenderse en los marcos políticos, jurídicos y económicos que se fueron sucediendo en el Archipiélago desde finales del siglo XVIII y que se caracterizaron precisamente por la ausencia o la hipotecada debilidad del poder representativo, por caudillismos políticos o empresariales sustituyendo a una sociedad civil organizada, por unas fuerzas económicas cuyos intereses se limitaban a los nichos de sus territorios insulares. Con la llegada de la democracia parlamentaria, la incorporación a la UE, la puesta en marcha de la comunidad autonómica y el propio desarrollo económico regional el pleitismo ha visto agotados sus espacios de viabilidad. Es ridículo suponer, incluso como ejercicio imaginativo, que cualquier fuerza política, incluida CC, actúe como representante pleitista de una isla sobre otra. Simplemente no sobrevivirían: ni se lo tolerarían sus electores, ni las élites empresariales, ni la aristocracia funcionarial.  Eso no significa que no pueda practicarse el ventajismo puntual, el abuso esquinado, el patrioterismo de campanario. Pero el pleitismo no. El pleitismo es un modelo de acción política que ya agotó su ciclo histórico porque perdió sus raíces sociales y deviene incompatible con la construcción de cualquier país viable, incluso con el simulacro de cualquier país viable.

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