progresismo

El derecho a la perplejidad

Un airado lector me señala, inteligente y educadamente, que desde hace un tiempo no dejo de zurrarle a las izquierdas: “No podemos asomar el hocico sin que usted se ocupe inmediatamente de apostrofarnos”, me viene a decir en su comentario, que he colgado en el blog de un servidor, donde lo pueden ustedes consultar. Y lo he hecho porque, al menos parcialmente, este lector tiene razón. Debo reconocerlo. Como pese a las más perfumadas leyendas que circulan por ahí no recibo instrucciones sarracenas que expliquen tal comportamiento, debo reflexionar unos minutos para encontrar una explicación. Y la explicación no es particularmente recóndita ni enigmática. Lo hago básicamente por irritación, por malestar, por angustia. Me ocurre – y así le he contado al lector – algo similar a lo que experimentaba el maestro Leonardo Sciascia en sus últimos y amargos años. Yo sé lo que es la derecha y dónde se encuentra, sé que abomino de la derecha y de sus pompas y sus obras, sus mistificaciones y sus cinismos, sus múltiples voces y sus recurrentes máscaras. Lo que no sé es donde está la izquierda. Porque el centro izquierda en el poder (para entendernos: la socialdemocracia) lleva treinta años haciéndose el harakiri y, con ocasión de la crisis que nos agobia material e ideológicamente, está dispuesto a harakirizarnos a todos bajo la promesa solemne de que se trata del mejor tratamiento para cualquier dolor de estómago. Y las izquierdas parlamentarias y extraparlamentarias representan una míriada de opciones pequeñas, diminutas y/o microscópicas sumergidas en la cacofonía, la pereza intelectual, el moralismo vocinglero y, demasiado a menudo, la cainismo más desaforado, satisfecho, cerril.
¡Indignaos!, nos dice Stéphane Hessel, veterano de la Resistencia francesa, y tiene toda la razón en pedirlo si los ciudadanos quieren seguir siéndolo. Indignarse es condición necesaria, una llama donde calentar el espíritu, pero no la condición suficiente. Porque incluso un programa mínimo de izquierdas que pudiera ser suscrito por socialdemócratas, comunistas, ecopacifistas– si tal milagro fuera posible – se encontraría desnudo de metodología política en el escenario político, social y económico vertiginosamente complejo del capitalismo globalizado. Rechazado el mito revolucionario y exangüe la democracia parlamentaria, ¿en qué ingeniería política podría basarse una estrategia progresista a favor de las mayorías, del Estado de Bienestar, del desarrollo sostenible, de una democracia no hipotecada y casi reducida a su caricatura? En estas circunstancias, sinceramente, ¿se le puede afear a alguien ejercer el derecho a la perplejidad?

Publicado el por Alfonso González Jerez en General ¿Qué opinas?