RUP

Celebraciones batetianas

Uno puede suponer que si el acto institucional de esta semana en el Parlamento de Canarias tuvo como protagonista a Meritxell Batet, presidenta del Congreso de los Diputados, fue por su calidad de tercera autoridad del Estado después del rey y el presidente del gobierno. Pero no deja de resultar ligeramente chocante. Al parecer no somos lo suficientemente autónomos para celebrar sin el concurso de invitados ilustres los cuarenta años de autonomía. Bajo los ringorrangos presidenciales tal vez se nos olvide que hubiera sido más pertinente – sin duda más interesante –invitar a estos fastos a representantes de las asambleas de las regiones ultraperiféricas, tan olvidadas, por cierto, por el actual Ejecutivo regional. Las RUP son el espacio fundacional de una diplomacia canaria posible y, sin embargo, en los últimos años, y muy especialmente desde 2019, se ha arrinconado cualquier intento de ejercer un liderazgo (ciertamente arduo y complejo) entre las regiones ultraperiféricas de la UE. A nuestros presidentes se esfuerzan mucho liderar sus propios partidos y fracasan invariablemente en el liderazgo social; admito que cuesta imaginarlos encabezando un grupo de comunidades  y regiones de otros Estados. En todo caso debería ser un punto irrenunciable de cualquier agenda política canaria más o menos rigurosa en los próximos cuarenta años.

Como en obvio, la señora Batet no tiene mayor idea del desarrollo autonómico de nuestras agonías macaronésicas. La presidenta centró su intervención en denunciar los riesgos de una crispación política que en Canarias, para bien y para mal, no existe. Aquí, como mucho, se masculla entre la irritación y el cansancio, y José Miguel Barragán, por ejemplo, actúa con un nivel de institucionalidad tan responsable y acorbatado con pañuelo a juego que ya le hubiera gustado a don Práxedes Mateo Sagasta. Si alguna fuerza polariza en Canarias con muy disciplinado entusiasmo es el PSOE, cuyos argumentos contra las críticas y propuestas de la oposición se nutren invariablemente de razones y caricaturas ideológicas: la derecha española, la derecha canaria, las derechas unidas, las derechas egoístas, insolidarias, mezquinas, ruines, que ya no volverán. Crispa más su señoría Iñaki Lavandera en diez minutos que los portavoces de CC o del PP en diez meses. Por no existir no siquiera Vox tiene representación (todavía) en la Cámara regional y Podemos está integrado en el Gobierno con una consejería que se ha ocupado en descabalar concienzudamente Noemi Santana. Me pareció realmente hermoso que los diputados podemitas, por cierto, se ausentaran durante el discurso de Batet por lo del escaño que fuera de Alberto Rodríguez, ese escaño que no han ocupado y que se cubre de polvo como la estancia cerrada de una querida  bisabuela muerta, curiosa nostalgia por la que se estuvo a punto de perder la votación sobre la reforma laboral. En el fondo es una excusa como cualquier otra para ahorrarse el tostón de la ceremonia.

 La presidenta Batet también abundó en ese diminuto mito: las indescriptibles ansias de autonomía de los isleños llevaron inevitablemente a negociar el Estatuto aprobado en 1982 y a las elecciones del año siguiente. Es una suerte de hijuela del mito de la Santa Transición, que más o menos reza lo mismo. Pues no. El Estatuto de Autonomía fue el fruto de negociaciones desiguales y completamente opacas entre las élites de los partidos políticos  –fundamentalmente el PSOE, la UCD y Alianza Popular – que conocían perfectamente los límites tolerables para sus direcciones nacionales. El texto estatutario fue aprobado mediante la ley orgánica 10/82. Fue un buen día, sin duda, para el comienzo del autogobierno, la cohesión territorial y la convivencia política democrática en Canarias. Pero en ningún caso  el resultado de una demanda popular. En fin, tampoco el discurso de Batet duró demasiado. Acabó pronto y se fueran a chascar celebratoriamente a un club exclusivo en la más exclusiva zona residencial de Santa Cruz de Tenerife.  

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Guanajadas ministeriales

El ministro de Industria, Energía y Turismo, el señor José Manuel Soria, está pisando ya a los límites del idioma. En España ni Julián Ríos había llegado anteriormente tan lejos. Transformar la guanajada en argumento, la obviedad en explicación y la normalidad en apoteosis triunfalista solo está al alcance de algunos elegidos cuyo talento reluce tanto como sus zapatos ingleses. Hibridar mentiras, fragmentar los datos, descontextualizar las cifras: Soria, además de ser ministro de Industria, debería serlo igualmente de Morfosintaxis. Al final, como ocurre con todo vanguardista, su objetivo último apunta a una destrucción creadora del sentido. Lo que el señor Soria intenta crear es, simplemente, la percepción de que forma parte de un Gobierno magnífico que cumple con sus obligaciones y obtiene resultados positivos mientras el país se hunde en una crisis política, económica y social sin precedentes. Sus últimas declaraciones desde o para Canarias suponen una nueva vuelta de tuerca de este inimitable artista verbal. Soria se pone en pie y asegura que Canarias es la comunidad autonómica española que más dinero recibirá en el marco financiero de la Unión Europea en el periodo 2014-2020 – y que, por cierto, todavía no ha debatido ni aprobado la Eurocámara –. Luego pasa hábilmente a detallar las cifras. Las cifras corresponden, obviamente, a lo que percibirá la Comunidad canaria en diversos programas por su condición de región ultraperiférica, algo a lo que muy difícilmente podrían esperar Murcia, Castilla-La Mancha o Aragón. Pero es que, además, tales cantidades son sensiblemente inferiores a las asignadas en el anterior periodo, en consonancia con el descenso presupuestario que, por primera vez desde la constitución de la UE, se producirá en el próximo sexenio. Un presupuesto general que apenas llega al 1% del PIB de la Unión. El señor Soria pregunta, henchido de orgullo, si el Gobierno de Canarias, CC o el PSOE pueden atribuirse semejante maravilla. Y lo hace sin pestañear, como un marianista aventajado.

En resumen: Canarias recibe fondos de la UE como región ultraperiférica y las restantes comunidades autónomas no, porque no lo son, y el Gobierno regional no ha participado en una negociación donde no pueden participar los gobiernos regionales. Y ambas cosas ilustran el irreprochable trabajo del Gobierno de Rajoy. Sí, exactamente eso es el Soria ministerial: un prodigioso adalid de fruslerías.

 

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