Sociedad civil

El New Deal de la utopía neoliberal

Caramba, qué cosas. Eduardo Serra pidiendo elecciones. Para ser más precisos planteando una disyuntiva al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero: o más reformas, oiga, o convoque elecciones. Por supuesto, uno entiende que cualquier ciudadano de este país tiene derecho a pedir que se convoquen elecciones. Pero, Serra. Viene aquí, a Canarias, para presentar un informe, Transforma España, elaborado por la fundación que preside, Everis. He leído el informe: una colección de recetas neoliberales, precisamente las que en parte se están aplicando, expuestas en un lenguaje entre semiempresarial y semipublicitario (oh, la marca España). Serra y sus santos patrones (bancos, grandes cajas de ahorro, conglomerados empresariales españoles) llaman reformas. Y lo son: reformas contrarreformistas: introducir el copago en el sistema sanitario público, es decir, pagar dos veces, aumentar la edad de jubilación si es posible hasta que la biología ayude significativamente a las cuentas de la Seguridad Social, bajar los impuestos, mercantilizar más desaforadamente la investigación universitaria, anular plazas funcionariales, abrogar los convenios colectivos, ligar los salarios a la productividad, pero no demasiado, no sea que por despedir trabajadores y aumentar la producción, a los que se salven del holocausto haya que pagarles mucho más. Por supuesto, se trata de un apresurado y, sin duda, injusto resumen, que ustedes no verán reflejado en el informe en términos tan groseros, pero bajo los afeites cosméticos de un lenguaje edulcoradamente tecnocrático, lo que se aboceta como objetivo en el informe Transforma España es una hermosa utopía neoliberal al que España deberá acceder tras superar viejos prejuicios y convenciones insostenibles, que se identifican astutamente con el pasado: algo así como establecer una línea de continuidad entre los legañosos covachuelistas de Felipe II y los voraces y superfluos funcionarios del Estado de las Autonomías. La modernización de España se confunde, en la utopía neoliberal ya en construcción, con la modernización de Europa siguiendo un modelo de productividad, relaciones laborales y servicios sociales que reclama inspirarse, nunca demasiado explícitamente, en los Estados Unidos, pero que realmente cabría denominar, en expresión del sociólogo Ulrich Beck, como una brasileñización de las estructuras económico-laborales europeas. En el centro conceptual del nuevo terreno de juego, una economía política de la inseguridad, en la que cuanto más se desrrergularizan y flexibilizan las relaciones laborales, más se acentúa la precarización de los puestos de trabajo, el hundimiento del Estado de Bienestar y los servicios públicos, el empobrecimiento de la vejez, la propia crisis financiera y fiscal de las administraciones públicas, entendidas como enemigas per se de las fuerzas del desarrollo económico, y la indefensión de los ciudadanos, entre los cuales, no más de un 50% dispondrán de un puesto de trabajo estable.
Este es el único paraíso viable según el señor Serra y sus socios, que afirman testarudamente hablar en nombre de la sociedad civil. O, al menos, desde la sociedad civil. Está a punto de triunfar – y el informe de Everis es un síntoma — el New Deal del neoliberalismo en el escenario de un capitalismo triunfalmente globalizado al que molestan las convenciones democráticas y democratistas de los Estados, a los que hace tambalear y somete si es necesario a través de la tortura de la deuda pública y privada que él propio sistema financiero internacional estimuló como exigencia ineludible de su extensión y fortalecimiento. Pero este nuevo trato se realiza entre las élites del capitalismo español y el sistema del capitalismo globalizado y excluye, precisamente, cualquier consenso social de carácter democrático. No creo que sea exagerado decir que están ganando y que, probablemente, suyo sea todo el futuro del poder y la gloria. Las estructuras de poder político y las estructuras jurídicas de los agentes estatales están siendo desactivadas y resintonizadas por los intereses del capitalismo financiero globalizado y sus fuerzas y rostros en cada ámbito nacional. Sinceramente, ¿es exagerado hablar de una democracia secuestrada en una situación como la que se vislumbra en un futuro muy próximo? ¿De un sistema democrático reducido a una estrategia de legitimación, a una complaciente caricatura de sí mismo, a una gárrula agencia de publicidad, sin ninguna oportunidad para que sirva de placenta a alternativas reales y cuya principal labor es construir consensos políticos y simbólicos que paralicen y amuermen cualquier iniciativa de cambio? En realidad este asalto a la razón democrática se ha visto facilitado por un sistema de partidos oligarquizados, por patologías de corrupción política cada vez más amplias, por la patrimonialización de lo público, por el desprecio sistemático de los representantes hacia sus representados, por la rendición de la autonomía de la acción política frente a otros poderes en el exterior de las instituciones representativas.
Pero no es suficiente con eso. También se opta por usurpar el nombre de la sociedad civil. Es que lo quieren todo, absolutamente todo, y si los dejan, y a ver quien no los va a dejar, un poquito más. Así que además de ejercer ferozmente su magnífica, impagable hipoteca sobre los sistemas y subsistemas de la democracia representativa, sobre los agónicos poderes públicos estatales, también se arrogan el derecho de representación de la sociedad civil, esa sociedad civil que, precisamente, se pretende desarticular y reorganizar para ponerla a silenciosa disposición del New Deal neoliberal. Es grotesco contemplar a las élites financieras y empresariales españolas constituirse, a través de una fundación de elevado presupuesto, como representantes de una sociedad civil cuya narcolepsia es imprescindible para la plena e incondicional inserción del país en las nuevas condiciones draconianas del capitalismo global y su inamovible lógica interna. La sociedad civil no cabe en el IBEX 35. La sociedad civil son las universidades, las asociaciones de vecinos, los colegios profesionales, las entidades culturales, deportivas o recreativas, las organizaciones no gubernamentales, los sindicatos grandes y pequeños, no los individuos que han tenido cargos ministeriales con la UCD, el PSOE y el Partido Popular, ni los think tanks que nunca, pero nunca, se los aseguro ustedes, trabajan gratis. Ni económica ni ideológicamente.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General 3 comentarios

La manifestación desierta (por el momento)

¿Por qué no hay aquí manifestaciones para protestar contra una situación social y económica tan dura, áspera y desesperanzada como la que padece Canarias? Esta pregunta debe formularse con el ceño fruncido y ojos decorosamente pasmados. Casi un 30% de la población activa en paro, muchos cientos de canarios agotando mensualmente la prestación por desempleo, el trabajo más precarizado que nunca, la economía prácticamente detenida, los servicios educativos y sanitarios públicos cada vez más degradados. Y nada. Pero, ¿somos menos que en Londres, en París, en Roma, ciudades todas ellas con un paro inferior al de Santa Cruz de Tenerife o Las Palmas de Gran Canaria? ¿Cómo es que consiguieron reunirse decenas de miles de personas para impedir el paso de un tendido eléctrico de alta tensión por Vilaflor y apenas aparecen cuatro gatos maullantes para protestar de las agresiones que sufren los ciudadanos en su vida cotidiana? ¿De verdad es tan misterioso, incomprensible, enigmático? A mí me parece que no. Al arribafirmante, en fin, lo que le extrañaría es, precisamente, lo contrario, aunque muy probablemente, entre finales de este año y finales del próximo, llegaremos a ese exquisito punto de maduración: manifestaciones, alborotos, algaradas. Muchos sociólogos y politólogos han intentado analizar los orígenes del comportamiento de las masas, pero solo un escritor, Elías Canneti, lo ha reconocido con pertinencia en su maravillosamente lúcido Masa y poder: las masas son impredecibles. Ni las revuelas ni las revoluciones se pueden programar, anunciar, preveer. El propio Lenin – que algo tuvo que ver con la Revolución de Octubre de 1917 – reconocía que los bolcheviques casi se habían limitado a recoger el poder “que estaba tirado en la calle”. La tentación del poder político, en la oleada conservadora que asalta a Europa, un conservadurismo destructivo del que participan conservadores, socialdemócratas, democratacristianos y liberales como diligentes guionistas de la banca y de los fondos de inversión internacionales, es que los males de la democracia – y la democracia es todavía un serio impedimento para la reestructuración del capital globalizado y su incondicional desenvolvimiento – no pueden curarse si no es estrangulándola. En una fecha tan lejana como 1975 un egregio sinvergüenza, Samuel Huntington, mostraba su desprecio por esa fórmula según la cual las patologías de la democracia se superan con más democracia. “Algunos de los problemas de gobernabilidad de los Estados Unidos provienen de un exceso de democracia”, comentaba, “y lo que se necesita, más bien, es un mayor grado de moderación en la democracia”. Por supuesto. Hace un par de días, gracias a unos amigos que habían grabado su alegato, escuché a un periodista tinerfeño indignado porque los pérfidos ecologistas estaban utilizando las leyes para detener infraestructuras básicas para el desarrollo del Archipiélago. Es terrible a los extremos a los que puede llegar esta pandilla de nihilistas. No se recatan, ni siquiera, a la hora de exigir que se cumpla la legislación vigente e incluso se permiten el cinismo de acudir a los tribunales. Este periodista es, en su abisal ignorancia, muy huntingtoniano: con un poco menos de democracia, con un Estado de derecho menos generoso y garantista, estas cosas no pasaban. No podrían pasar. Seríamos felices y roeríamos huesos de perdices.
¿Manifestaciones, revueltas, algaradas en Canarias? Nuestro aguante es muy elástico y tiene razones causales no demasiado inextricables. Y entre otras bastan dos razones para explicarlo.
1. La deficiente articulación de la sociedad civil canaria. En los últimos treinta años la articulación de la sociedad civil ha avanzado, pero insuficiente y desigualmente. Están mucho más y mejor organizados los empresarios que unos sindicatos cada vez más anquilosados y desprestigiados (la élite empresarial pueden alquilar prestigios, los sindicatos deben ganárselo y no lo están haciendo). Los grandes partidos políticos que los colegios profesionales. Los lobbys de presión – a veces monoplaza – que los estudiantes universitarios. Los receptores de subvenciones y ayudas que los pequeños empresarios, los emprendedores y los autónomos. Cuando culmina la llamada transición política la sociedad civil canaria, sus posibilidades de desarrollo autónomo, es abducida por el poder económico que adquieren rápidamente gobierno autonómico, cabildos y ayuntamientos. Una sociedad débilmente urbana, que apenas veinticinco años antes era todavía una sociedad básicamente rural, encuentra en las administraciones públicas, y en una amplia clase política de nueva planta, mecanismos de asignación de recursos económicos y laborales bien cebados fiscalmente (y con generosos fondos comunitarios durante lustros) y cada vez extendidos y potentes. Si en España (frente a lo que ocurre en Alemania, Suecia, incluso el Reino Unidos) la clase política tiene un lugar excepcional en el espacio público, en Canarias la situación llega al paroxismo: no hay problema que no se traslade inmediatamente al ámbito de la decisión política, no hay político que no brinde continuamente soluciones punto menos que instantáneas a problemas de todo orden, se gastan ríos de tinta para recoger su ocurrencia más mema y deleznable, las tertulias radiofónicas están infectadas de políticos diariamente. Es impresionante. Y configura un dispositivo de desactivación crítica y desmovilización ciudadana muy considerable, sobre todo si se considera que son más de 130.000 los funcionarios en Canarias, entre empleados públicos de la administración del Estado, administración autonómica, administraciones insulares y municipales y profesores y personal no docentes de las Universidades. Más de un 16% sobre la población activa, una de las tasas más altas de España (en Cataluña, por ejemplo, apenas llega al 9%). Si a estos se suman las empresas y autónomos cuyo único o principal sustento deriva de sus relaciones contractuales con las administraciones autonómicas y locales son más de medio millón de canarios (ellos y sus familias) los que viven gracias a las administraciones públicas. Y esa circunstancia es un obstáculo evidente para cualquier activismo político, cívico, participativo. Para cualquier fermento asociativo, entre otros efectos. La actitud de los segmentos profesionales, sociales o vecinales organizados raramente es abiertamente crítica, ni siquiera propositiva. Es básicamente desconfiada pero expectante, rara vez propositiva y generalmente conformista.
2. La debilidad del espacio público canario. El espacio público democrático no es una realidad natural, como los tabaibales o las playas de arena negra. Es una construcción social y simbólica que deriva de unas condiciones históricas, materiales y económicas concretas. El espacio público, tal y como es conocido y emblematizado comúnmente, es un producto de las sociedades burguesas. Canarias jamás ha sido una sociedad prototípicamente burguesa. Como ocurrió en España jamás se produjeron revoluciones burguesas, jamás la muy particular burguesía isleña, por lo general fuertemente vinculada a las actividades agroexportadoras, fue una burguesía contestataria, debeladora e ilustrada, jamás diseñaron un proyecto de país, jamás defendieron las libertades (les bastaron las fiscales y comerciales) que en otros ámbitos definieron su identidad como clase social. Salvo sectores reducidos de la pequeña burguesía establecida en las pequeñas y destartaladas capitales isleñas nunca se preocuparon por semejantes naderías. Y esa situación se prolongó, mal que bien, hasta la conclusión, por pura consunción biológica, de la dictadura franquista. En Canarias los poderes (políticos y económicos) no están acostumbrados al debate, sino a la imposición amable o brutal, no son proclives al consenso, sino al mercadeo, no apuestan tradicionalmente por el diálogo razonable y razonado desde convicciones genuinamente democráticas, sino por la publicidad positiva o negativa. Y los administrados solo cuentan con un arma devaluada, su voto cuatrianual, porque la misma desarticulación social anteriormente mencionada impide o dificulta la apertura de espacios públicos no colonizados por los discursos del poder o por los silencios sesteantes, y cuando consigue algún éxito (las suficientes firmas para avalar una iniciativa legislativa popular, por ejemplo) suele ser cercenado sin contemplaciones. No debe confundirse, y en contexto como el descrito menos que en cualquier otro, la opinión pública con la opinión publicada en Canarias. La opinión pública, en Canarias, sigue siendo una hipótesis discutible.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General 3 comentarios