Gobierno de Canarias

Juan Carlos Alemán, el secretario general

A los niños se les suele preguntar qué quieren ser de mayores. Suelen responder que futbolistas, o médicos, o cantantes, pero si se lo hubieran preguntado a Juan Carlos Alemán la respuesta hubiera sido ligeramente distinta.
–¿Qué quieres ser cuando seas mayor, pibe?
–¿Yo? Secretario general, yo quiero ser secretario general.
— Vaya. ¿Para ser presidente del Gobierno?
— No, para ser secretario general.
Y lo consiguió. Para Alemán sus secretarias generales eran medallas de reconocimiento al servicio mientras que las oportunidades de desempeñas cargos ejecutivos siempre se le antojaban una trampa. Durante nueve años ocupó la Secretaría General del PSOE de Tenerife y durante una década fue el secretario general del PSC-PSOE. Venía del PCE y de la cultura comunista de la clandestinidad y la predemocracia le quedaron varios rasgos de comportamiento, especialmente, el gusto inmoderado por las conspiraciones y el no fiarse demasiado de cualquiera, empezando por sí mismo. La conspiración era todo: un método para acabar con algo, un método para empezar con algo, un ejercicio de purificación, un punto de vista desinfectante, un examen cotidiano, una vibración de los intestinos casi poética, un cuestionario transformado en una metáfora, una canción de cuna, una selección de verdades, un hervor de mentiras, una manera de pasar la tarde. La Secretaría General siempre la entendió como una posición para alcanzar y mantener equilibrios internos – sin duda imprescindibles — y no como un instrumento de liderazgo para dinamizar al partido a partir de una estrategia política definida: a lo largo del alemanismo el debate interno fue decayendo, la dirección alcanzó una oligarquización preocupante y terminó desdibujándose el proyecto de una socialdemocracia para Canarias. Una vez salvaguardados los equilibrios de intereses y ambiciones de los gerifaltes locales,  Alemán dejaba que los alcaldes hicieran de su capa un sayo, sin excluir burradas, antojos y barrabasadas. Por desgracia ese espacio de socorro mutuo – yo los apoyo como alcaldes y ustedes me apoyan como secretario general – no sirvió de mucho cuando ATI primero y CC después comenzaron a aniquilar alcaldías socialistas empezando por el Norte de Tenerife, cuando Paulino Rivero sustituyó el kruger por la navaja en la boca.
Yo sospecho que Juan Carlos Alemán sufrió más que disfrutó de su largo reinado al frente del socialismo canario. Porque desde ese trono, precisamente, debía irradiar un liderazgo magnético, un hambre inapelable de victoria, un apetito presidencial que sabía perfectamente que no se acoplaban con su personalidad y su modelo burocrático, consensual y charlista de dirección. Su principal preocupación se basó en mantener al partido unido en tiempo de debilidades y desfallecimientos organizativos y cuando parecía casi imposible su regreso al Gobierno autonómico en lo que restaba de milenio. Una política interna profundamente conservadora y siempre obediente al dictado de Madrid. Por supuesto, en su momento apostó por Almunia, no por Borrell, igual que apoyó a José Bono, no a Rodríguez Zapatero. El momento más incómodo de su mandato  fue la apertura a la remota oportunidad de entrar en el Gobierno de Román Rodríguez, al que terminó poniéndole una moción de censura. Alemán contempló con terror la posibilidad de asumir la Consejería de Sanidad.
— ¿Están locos? ¿Yo llevando la Consejería de Sanidad?. Si solo me faltaba eso…
Pero más allá de sus errores, sus dudas y sus alergias, fue un hombre para el que partido lo era efectivamente todo. El partido era su casa, su lenguaje, su memoria, sus amigos, sus anhelos, sus tristezas y alegrías preferidas, su certificado de autenticidad vital. La lealtad al partido era simplemente la lealtad a uno mismo y viceversa. Mi recuerdo central de Alemán me remota a una tarde en un pleno parlamentario, hace muchos años, un pleno parlamentario, para variar, de un atroz aburrimiento. De repente Juan Carlos, desde su escaño, comenzó a dar palmas,  a reír, a hacer extraños signos a otros diputados y a la tribuna de prensa. Me vió y repitió sus gestos. Me encogí de hombros, no le entendía nada. Entonces se medio incorporó en el escaño y dijo muy alto una palabra que pudimos escuchar todos en el salón: Pinochet. Y entendimos: Augusto Pinochet acaba de ser detenido en Londres. Juan Carlos tenía los ojos llenos de lágrimas y se abrazaba porque ahí, en el escaño, no podía abrazar a nadie. Era feliz. Era buena gente. Era nada menos, y a la vez nada más, que el secretario general.


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Es brutal

Me ocurre con Patricia Hernández, vicepresidenta y consejera de Empleo y Políticas Sociales del Gobierno autonómico, que cada vez la entiendo menos. No la culpo. Cuando solo era senadora (primero) y diputada (después) de su simpática jerigonza siempre se podía extraer un tono crítico. Uno sabía, siquiera intuitivamente, por donde iba su propósito expresivo: apuntillar la maldad intrínseca de la derecha, fuera sólida, líquida o gaseosa. Ahora, obviamente, no puede criticar al Gobierno del que forma parte, aunque está en perfectas condiciones retóricas para hacerlo.
–Y dice la vicepresidenta y consejera de Empleo y Políticas Sociales que la lista de dependencia en Canarias “es brutal”. ¿No se le ocurre otra cosa, señora consejera?  ¿Y el desempleo? ¿Cómo califica usted un desempleo que sigue sin bajar de un 29% de la población activa? Brutal, verdaderamente brutal, es la impotencia que demuestra usted desde el pináculo de la Vicepresidencia…
Me la imagino sosteniendo un discurso como ese, más o menos. Pero desde el pasado julio no. Desde el pasado julio a Patricia Hernández, en el Gobierno, se la entiende mucho menos, y su voz cabalga angustiada sobre los dubitativos eeeeeeeeeeeehhh… del que no se opone indignada o jacarandosamente, sino que debe gobernar una ingrata realidad. Es muy enojoso. La mayor contribución que hasta la fecha ha aportado la señora Hernández al Ejecutivo es de carácter semántico y consiste en introducir pequeñas dosis cachanchánicas en el discurso público. Por ejemplo, por supuesto, lo de brutal:
— El desempleo desciende muy lentamente en Canarias.
–Es brutal, sigue siendo brutal. Y la calidad no es buena. Me refiero, eeeeeeeeeeeehhh, a la calidad del empleo, que no es buena, es decir, que podría ser mejor y trabajamos porque sea mejor…
–¿Y la vivienda pública?
–Resumidamente: brutal. La situación es brutal, aunque detectamos un cambio de tendencia…
Líbrenme los dioses socialdemócratas de pretender meterme en las complejas sutilezas del buen gobierno, pero, simplemente, y como mera sugerencia, expongo aquí algunas locuciones que estimo que se adaptan a las necesidades de la Vicepresidencia y pueden servir como recursos para una comprensión más cabal de lo que se está haciendo en beneficio de la ciudadanía:
–La política social que desarrollamos está guay, aunque puede mejorarse a tope.
–Mi equipo de técnicos es del copón parriba.
–Nuestros programas asistenciales molan mazo.
–El parque de vivienda pública será de alucine en 2017.
–Soy una vicepresidenta responsable, pero molona.
–La situación de la dependencia en Canarias será flipante o no será.
–Los presupuestos de mi área son siempre insuficientes, pero están debuten.
–Yo sería una secretaria general de lujo, pero que decidan los militantes…
— Dentro de tres años las ayudas a la reinserción social no serán cojonudas, sino lo siguiente.

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Algunas propuestas sencillas

La vicepresidenta del Gobierno de Canarias, Patricia Hernández, ha calculado en unos 200.000 los canarios en situación de desempleo que no reciben absolutamente ningún apoyo económico de las administraciones públicas y la cifra coincide poco más o menos con las de instituciones públicas, organizaciones empresariales o fuerzas sindicales. Para cada una de esas 200.000 personas el día comienza con una pregunta elemental: qué va a comer hoy, qué podrá poner hoy en la mesa a sus hijos. Mantener a decenas de miles de personas angustiadas cada día porque deben encontrar cómo llenar el estómago no solo es política y moralmente indigno, es económicamente estúpido y socialmente peligroso. Una parte sustancial – aunque muy probablemente no mayoritaria – de ese ejército de reserva laboral sobrevive, en parte, gracias a apaños y chapuzas que se engloban en la economía sumergida. Canarias tiene ahora y en los próximos años un grave problema: un contingente de entre 200.000 y 225.000 personas que difícilmente obtendrán un empleo en la economía formal, es decir, un nivel de pobreza estructural e insalvable, un gueto donde conviven estadísticamente cincuentones y veinteañeros con unos efectos brutales sobre el consumo, la productividad o la cohesión social. ¿Medidas? Sí, sí las hay, aparte del objetivo fundamental (y complejo) de mejorar la empleabilidad de los afectados a través de la formación ocupacional. Hace un par de años los amigos de la web politikon.es  debatieron sobre estrategias y medidas para redistribuir renta y atacar la pobreza, con una eficacia o rendimiento basadas en la evidencia empírica. He aquí algunas de las señaladas que creo que no resultan ajenas a nuestros problemas.

1. Créditos fiscales. Cualquier persona que esté trabajando recibe un crédito fiscal. En Estados Unidos este programa es llamado Earned Income Tax. El monto del crédito disminuye conforme aumentan los ingresos. La medida estimula el curro, no crea incentivos perversos, el dinero va dirigido a quien más lo necesita, mueve a  la emergencia de actividades en economía sumergida…Y pueden añadirse suplementos crediticios en caso de hijos o ancianos dependientes.
2. Guarderías y educación infantil. Una política social prioritaria. Sí, recuperar y aumentar las inversiones en I+D universitaria es importante, pero a efectos de igualdad de oportunidades y futuro educativo y cultural de los hijos de padres de rentas bajas meter dinero en guarderías y en educación infantil (hasta los 3 años) supone la inversión pública con mejor retorno, por no hablar de la conciliación de la vida laboral y familiar (a favor, sobre todo, de las mujeres).
3. Alargar el año escolar: más horas lectivas anuales. La información disponible evidencia una mejora el rendimiento y las notas de los alumnos de clases medias y trabajadoras.
4. Reforma fiscal: sobre todo eliminar deducciones. Se puede recaudar más dinero más sencillamente sin aumentar tipos impositivos (unos 15.000 millones de euros anuales suplementarios) suprimiendo la mayoría de las deducciones fiscales.
5. Reforma del mercado laboral: implantación del contrato único con indemnización creciente para acabar con la dualidad del mercado laboral, manteniendo el salario mínimo interprofesional y fortaleciendo jurídicamente la negociación colectiva.

Son cinco medidas extremadamente razonables, operativamente sencillas, políticamente capaces de sumar muchos apoyos dentro y fuera de parlamentos y ayuntamientos. Porque en Canarias, quizás, solo quizás, haya que dejar de pensar prioritaria y obsesivamente en grandes inversiones de obra pública — carreteras, carreteras, carreteras — como método infalible para crear (no se diga mantener) puestos de trabajo.

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Igual, pero distinto

Durante lustros imaginé que dejaba de criticar a los Gobiernos porque me nombraban presidente en la sombra o, en su defecto, escritor de discursos del director de la televisión autonómica, pero ni siquiera he conseguido lo segundo en la coyuntura histórica de menor exigencia lectoescritora que ha registrado Canarias. Recuerdo que hace no mucho un erudito e insomne chirisgabís, actualmente diputado, expresó irónicamente lo poco que me faltaba para cobrar del presupuesto público. Se equivocó, por supuesto. La principal característica que comparten todos los profetas es que se equivocan siempre, porque su objetivo no es acertar, sino destruir. Los que solo han leído novelas se equivocan más, naturalmente. También era posible, en fin, que un día los gobiernos fueran diligentemente inofensivos, pero esa fantasía, como la que me conmovía en mi juventud, un mundo sin banderas tremolantes ni patrias infectas donde jamás faltaran maestros, médicos ni fontaneros, no llegará nunca. Ya empieza a estar muy claro que, como dijo el poeta, envejecer y morir no son las dimensiones del teatro, sino el único argumento de la obra.  Y suele acabar mal.
De repente un feliz golpe del destino me ha sustraído maravillosamente de esa crasa, abominable, cansina obligación de fiscalizar las torpezas, boberías y maldades hipotéticas del Gobierno de Canarias, a lo que me he dedicado mayoritariamente en los papeles durante el último cuarto de siglo. No negaré que, como columnista, esta circunstancia es bastante perturbadora.  Te quedas como huérfano tembloroso a la orilla de un camino desconocido, mirando al cielo donde ya no brillan como estrellas luminosas nombramientos, discursos parlamentarios, decisiones políticas, la galaxia atorrante de páginas enteras del Boletín Oficial de Canarias, los agujeros negros de las promesas electorales. Garrapateas entre ansias y añoranzas como el escritor que se ha retirado del tabaco y ya no puede dibujar el adjetivo preciso con el humo acre del pitillo. Con lo fácil que resultaba rellenar el folio con la penúltima huevonada de un viceconsejero descerebrado, es más, con lo que prometen los viceconsejeros en esta legislatura…En fin. Se trata de practicar otra mirada sin ocultar el estrabismo, de andar con otro ritmo sin crear una coreografía, de escuchar otras voces y atender otros ámbitos pero, ustedes lo saben o intuyen bien, los articulistas en ningún caso sirven para anunciar el desayuno. Forman parte del mismo. Somos nuestro propio producto precipitado en este montoncito de palabras y aunque cambien algunos ingredientes el sabor – no se engañen  ni pretexten ilusiones — será el mismo.  Un sabor parecido  al que desprende ese diminuto cuento de Hemingway:  «Vendo zapatos de bebé, sin usar»

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Un formidable y mísero caos

El comité de expertos encargado por el propio Gobierno autonómico de estudiar la reforma de la administración pública y proponer medidas al respecto ha descrito, en uno de sus informes, la aterradora situación de los servicios sociales en esta Comunidad. Es realmente curioso. Los trabajos de este equipo, coordinado por José Luis Rivero Ceballos, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de La Laguna, son muy escasamente conocidos, pese a llevar más de año y medio de actividad. Sin embargo, esta despiadada evaluación de los servicios sociales de la Comunidad autonómica ha llegado a los medios de comunicación. Tal vez el comité se haya hartado ligeramente de la indiferencia del señor Rivero y su entorno. El informe no tiene desperdicio y supone la constatación de uno de los fracasos políticos y sociales más clamorosos de los últimos treinta años, lo suficientemente grave para cuestionar razonadamente la razón de ser de las instituciones autonómicas.
El documento incluso pone en duda la existencia de un sistema de servicios sociales en Canarias. Desde un punto de vista organizativo y operativo tal sistema no deja de constituir una entelequia más o menos pinturera. Los comisionados son incapaces de detectar coordinación administrativa, objetivos concretos, mensurables y debidamente fiscalizados ni una definición suficiente del marco competencial y de gestión de las administraciones implicadas, Ejecutivo regional, cabildos insulares y ayuntamientos. La excusa de la prolongada crisis económica y los feroces recortes presupuestarios no sirve para ocultar la desvergonzada exhibición de ineptitud, negligencia e ineficacia de la burocracia autonómica, sus cuadros técnicos y, al fin y a la postre, sus responsables políticos, que han sesteado ininterrumpidamente mientras se hundía un suflé impresentable. Por no existir no existe siquiera, debidamente definida, una cartera de servicios sociales en Canarias, mientras ayuntamientos, cabildos y la Consejería de turno, en una rebatiña mentecata, superponían en unos casos, duplicaban en otros y cortocircuteaban en varias ocasiones programas, acciones y subvenciones. El desastre económico y la sangría presupuestaria, simplemente, han dejado más en evidencia aún este formidable y mísero caos que alimenta la hipótesis de que en Canarias el escuálido Estado de Bienestar tiene unos efectos redistributivos aun inferiores a la mediocre media española. Me preguntarán ustedes por Inés Rojas y sus cuates, pero les ruego que no lo hagan, porque tendría que gastarme lo que no tengo contratando un abogado.

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