Alfonso González Jerez

Periodista

Es así. Te pegas treinta años currando a destajo en una empresa, una empresa, en realidad, que sería muy distinta si no hubieras entregado hasta el último resuello, y cuando te echan, siempre, invariablemente, hay un tontedelculo que aplaude desde la grada, aplaude con la heroica gallardía de cualquier tontodelculo, y emplea expresiones como vaca sagrada: ya se sabe que a las vacas sagradas las largan sin un céntimo de indemnización mientras las gallinas laicas, complacidas, cacarean moralismos tan limpios como cualquier gallinero.  Empiezas en esto deslumbrado por una pasión y terminas roto en la carretera deslumbrado por los focos de un ERE. ¿Y la vida? Bueno, la vida es lo que ha ocurrido mientras mal que bien intentabas contarla a los demás. Es indiferente la hoja de servicios que puedas presentar. El periodismo jamás se conjuga con verbos en pasado. El pasado no existe en el periodismo. El pasado son los aciertos y, sobre todo, los errores que cometiste ayer en la columna, la entrevista, la crónica. Nadie recordará, muchacho, ese maravilloso reportaje, la doma de un adjetivo, las horas interminables cubriendo un incendio forestal, las llamadas de un político supuestamente amistoso para putearte, la puntualidad, la entrega, la triste artesanía de moldear cada mañana una esperanza para ponerse al frente del ordenador o el micrófono. Es irrelevante. Y lo más estúpido es que todos – o al menos los menos estúpidos – lo sabemos, y sin embargo, cuando ocurre nos duele como un hierro al rojo vivo. La pasión, cualquier pasión insólitamente prolongada, es también una forma de malcriadez.

Eres un periodista. Eso significa, como dijo Bismarck con maliciosa lucidez, que eres un hombre que ha elegido equivocadamente su profesión. Eres periodista: la explicación de tu insoportable supervivencia solo se encuentra, como denuncian los más agudos inquisidores, aquellos que han convertido las babas del resentimiento en su tesoro más preciado, en la entrega de tu alma a los poderes más corruptos del mundo, el demonio y la carne. Eres periodista: si no te conceden premios por algo será y si te los conceden será por algo. Eres periodista: nunca cuentas la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, y esa es la prueba cotidiana de tu fracaso y de tu decencia. Eres periodista, Carmelo, y como periodista te tienes bien merecido esto, tanto como el periodismo te merece magníficamente a ti.

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Bolero

Lo más probable es que El Hierro, antes de fin de año, cuente con menos afiliados del PSC-PSOE que lagartos de Salmor. La dirección federal ha amenazado con la expulsión fulminante, inútilmente. Desde el primer momento, desde CC y el comité ejecutivo regional que encabeza José Miguel Pérez se ha puesto en circulación un chiste grotesco que reza más o menos así: si se expulsa del PSC a los cinco consejeros del Cabildo herreño no podrán apoyar la moción de censura contra Belén Allende. Parece una ocurrencia de Chiquito dela Calzada, por la gloria de su madre. Lo que la normativa establece es que los tránsfugas no podrán presentar o votar mociones de censura, pero Alpidio Armas y sus compañeros no son tránsfugas ni lo serán una vez que su expulsión del PSOE se consume administrativamente. Lo que faltaba en un régimen político en el que los aparatos partidarios mangonean sistemáticamente es que los representantes elegidos por los ciudadanos estuvieran sujetos a acatar hasta el último eructo de sus dirigentes. Para eso, oye, que voten exclusivamente los dirigentes de los grandes partidos y nos ahorramos un montón de papeletas, urnas y policías.

Contra lo que ocurre en territorios insulares de otras fuerzas coalicioneras,la AgrupaciónHerreñaIndependiente siempre ha sido alérgica a pactos con el PP o el PSOE. En sus treinta años de historia AHI nunca ha llevado bien lo de compartir el poder institucional, es decir, el Cabildo. En el ecosistema político herreño el cabildo es el gran ayuntamiento dela Islay los tres municipios (antes eran dos), por su modestia presupuestaria, técnica y burocrática, funcionan como oficinas delegadas más o menos parasitarias. Cada vez que ha existido la oportunidad de arrebatarle a AHÍ los ayuntamientos de Valverde y Frontera conservadores y socialistas han corrido a hacerlo, aunque habitualmente han terminado entre gritos y altercados. Ya en los años ochenta consiguieron desbancar a Tomás Padrón durante unos añitos, con tan malos resultados que le garantizaron un montón de mayorías absolutas a los nacionalinsularistas herreños durante las décadas siguientes. Asombra la torpeza de CC al mostrarse incapaz de incorporar a los cabildos deLa Palmay El Hierro a los socialistas. Caerá Belén Allende, pero el pacto regional continuará. Ni para CC ni para la dirección del PSC existe alternativa. Ni contigo ni sin. Esto, más que un pacto, es un bolero. Un bolero poco memorable y digno del hilo musical de un ascensor, pero un bolero.

 

 

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Depiste agónico

Una de las notas características más aterradoras del ambiente es constatar el despiste impotente, apocalíptico y a menudo estúpido de las izquierdas. No se aclaran. La reforma constitucional que a toda mecha frangollan PSOE y PP ha sido la ocasión para que el coro de gemidos, trompetas, aullidos e indignaciones alcanzara una dimensión tan paroxística como irrelevante. Básicamente los argumentos razonables contra la reforma son dos. Primero, el efervescente desprecio de sus muñidores hacia el consenso constitucional, sus propios militantes y la ciudadanía en su conjunto. No es jurídicamente obligatorio que una reforma constitucional sea votada en referendum, pero toda reforma constitucional debe ser diseñada y tramitada bajo la premisa política de un acuerdo constatablemente amplio que no se limite a las dos principales fuerzas parlamentarias de las Cortes: el canovismo, en el siglo XXI, no parece una doctrina aconsejable. Segundo, la reforma es, sustancialmente, muy poca cosa: de la propuesta hasta ahora conocida se deriva que el equilibrio presupuestario sólo será un mandato expreso cuando la economía marche más o menos bien, sobre la vía de un crecimiento aceptable, y el techo del gasto se concretará en una ley orgánica, cuya aprobación demanda mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados.  Habrá que esperar hasta el año 2020 para saber si el Gobierno de turno será capaz de cumplir – y cómo – el compromiso presupuestario y financiero que establezca la ley.

Esta pequeña aunque no insignificante nimiedad (dicha en plata: el Gobierno se compromete a no sobrepasar el gasto público fijado en una ley orgánica votada en las Cortes) no ha sido examinada por las izquierdas, sino directamente presentada como una hecatombe indescriptible. Si se le pregunta a numerosas lumbreras de la protesta callejera y la blogosfera indignada qué ocurre con los 50.000 millones de euros que deben las administraciones públicas a los proveedores de productos y servicios, 15.000 millones de los cuales se adeudan a microempresas y autónomos, se encogen de hombros y gritan ¡Keynes!, como antes se gritaba ¡Tierra y libertad!, y expectoran un pueril revoltillo de insensateces e impertinencias incapaces de incidir, teórica y prácticamente, en el mundo real. Las izquierdas no solo están perdiendo la batalla política, sino también la batalla cultural e ideológica, y mientras, por supuesto, al margen de los juegos de salón de Zapatero y Rajoy, todo amenaza con hundirse en los próximos cinco minutos. 

 

 

 

 

 

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El caso del último socialista

Había sido un agosto casi tranquilo, es decir, que llegué a fin de mes con todas las cuentas bancarias al rojo vivo. A mi despacho de detective privado en El Monturrio no se acercaba ni el suave calor del verano chicharrero. Solo recibí un encargo que me obligó a trasladarme a Madrid: un tipo que quería preguntarle algo al Papa.

–Comprendo que se trata de un encargo inhabitual – me dijo un gordo pegajoso con los ojos irritados y el cuello de la camisa resudado –. Pero necesito la ayuda de un profesional capaz de sortear los sistemas de seguridad y preguntarle directamente a Su Santidad.

— Ya no me asombra nada. ¿Qué quiere que le pregunte? ¿Si existe Dios?

— ¿Dios? No, no. ¿Cómo le va a usted a preguntarle al Papa si existe Dios? Lo pone usted en un compromiso, hombre. Si existe porque lo hace un misacantano superfluo y si no existe porque lo convierte en un farsante.

— ¿Le pregunto si fue nazi?

— Hombre, si militó en las Juventudes Hitlerianas, lo habría porque no tenía más remedio, ¿no? Y evidentemente lo hizo antes de ser Papa, ¿eh? Es como preguntarle a Mourihno si alguna vez fue portugués. Lo sería de chiquito, ¿no? Y sin tener culpa ninguna. Ni él ni los portugueses.

— Pues usted dirá, porque el personaje no tiene mucho más interés.

— No es usted creyente.

— Ya me cuesta creer en lo que veo. Bolorino Armani, por ejemplo. Pero abreviemos. ¿Qué quiere saber usted?

–Bueno. Pregúntele…pregúntele en qué tintorería le lavan el traje…

–¿Cómo?

–Sí, sí. Pregúntele en qué tintorería. ¿Ve mi cuello? Llevo siempre las camisas sudadas. A las diez de la mañana, en invierno o en verano, tengo la ropa más sudada que Luis Deseda en un videoclip. ¿Dónde consigue ese blanco? ¿Cómo le quitan las manchas de sudor? Necesito saberlo. Solo el Papa me infunde confianza.

–¿Ha probado con Micolor?

–Me he metido en la lavadora con tres payasos y nada.

–Le va a salir una pasta esto.

–Me da lo mismo. Es una cuestión vital para mí, ¿sabe? Soy el jefe de planta de Caballeros en el Corte Inglés.

Tal y como suponía, la visita fue inútil. El Papa se me quedó mirando, atónito.

–Hijo mío, ultima hominis felicitas est in contemplatione veritaris, como afirmó santo Tomás de Aquino…

–¿Y cuál es la verdad?

–Usted, como todos los ateos, se cree Dios… Solo Dios tiene derecho a hacerme a mí preguntas tan explícitas…

–¿De veras? Y si soy ateo, ¿cómo voy a creerme Dios? ¿Solo Díos puede ser ateo?

–Por tu boca habla Satanás. La verdad es esta: jamás repito traje. Tengo 365 en el vestidor y uso uno a diario. Después lo desecho.

–¿Y qué hace con el que usa?

–Lo regalo. Ayer, por ejemplo, se lo regalé a Nacho González…Tenía un almuerzo con periodistas…

Salvo esta insignificancia, nada, pero el penúltimo día del mes sonó el móvil, sonó largamente como un miserere a la hora de la siesta, y después de despertarme y maldecir un rato con la boca pastosa, consecuencia de un almuerzo tardío en Casa Neke, escuché una voz que parecía infinitamente agotada:

–¿Es usted el detective?

— Sí. ¿Quién habla?

–Soy José Miguel Pérez, vicepresidente del Gobierno de Canarias…

–¿Seguro?

Solo escuché el silencio durante un interminable minuto.

–Lo acabo de comprobar. Soy vicepresidente del Gobierno de Canarias. Necesito hablar con usted. Le espero en mi despacho dentro de media hora, si es tan amable…

— Huuum. ¿No prefiere un sitio más discreto?

— ¿Más discreto que mi despacho? No se me ocurre.

Una ducha, una copita de coñac y dos cigarrillos me bastaron para revivir bajo la luz huidiza del atardecer. Pocos minutos más tarde llegué al despacho del señor Pérez. Nadie en la entrada del edificio. Todas las mesas de los funcionarios vacías. Pero, lo que era más sorprendente, ni rastro de secretarías, taquimecas, asesores, jefes de prensa, altos cargos pululando por las cercanías del vicepresidente y consejero de Educación. Nada de nada. José Miguel Pérez me recibió con la sonrisa de un hombre que ha enviudado de sí mismo y me invitó a sentarme.

–Seré breve. Necesito conocer un dato y necesito confirmarlo por alguien ajeno a mi entorno.

–Perdón. ¿Qué entorno?

–De eso se trata. Tengo una sospecha que no me permite solucionar, por su carácter artero y desasosegante, los graves problemas que acucian a la educación pública en Canarias…

–Pues sí que es grave, sí… ¿Y de qué se trata?

Pérez se inclinó hacia mí y bajó el volumen de su voz aun más…

–Quiero saber si todavía existe el PSC-PSOE…

Alcé la vista, súbitamente agotado.

–¿Por qué no le pregunta a sus compañeros en el próximo comité ejecutivo?

— Le parecerá a usted sencillo. No lo es. Les pregunto y se ríen. Pero después pactan con el PP y se vuelven súbitamente sordos. Y tengo que expulsaros. Pero no se van, los que no se van, y los que se van, no vuelven. El otro día le pregunté a Julio Cruz, “Julio, ¿pero tú eres socialista, no?”, ¿y sabe lo que me dijo?

— No. No soy gomero.

–“Socialista sí, pero no te creas que para subir hay que bajar”. ¿Usted lo entiende? Hay curbelistas, fuentescurbelistas, alpidistas, marcosistas pero, ¿y socialistas? Hasta Paco Spínola se me desmayó el otro día en Candelaria. Dice que fue un sofoco, pero yo sé que entró en trance y musitó: “He visto la luz”.

Durante 48 horas investigué esforzadamente. Recibí soplos, intercepté llamadas telefónicas, realicé varios seguimientos, mantuve discretas entrevistas. Regresé al deshabitado despacho de Pérez. Levantó la vista. Le estreché la mano.

— Es la primera vez que saludo a un partido político-le dije.

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Ceremonia

La izquierda, los sindicatos, los indignados – Hessel, por cierto, no lo está tanto como para no abrazar a Pepe Blanco – piden un referendum para votar la reforma constitucional que socialistas y conservadores aprobarán groseramente en quince días. El argumento más especioso contra esta reivindicación es que pondría aun más quejicosos, quizás beligerantes, a los mercados.  A los mercados lo que parece molestarles, cada vez más, es cualquier expresión democrática: les ocurre más o menos lo mismo que a los grandes partidos oligarquizados del establisment político español. Y les corre lo mismo a los grandes partidos porque son, a la vez, grandes empresas y onerosos productos que necesitan financiación y apoyos empresariales para seguir gobernando o alcanzar el poder. Pedir un referendum para pronunciarse sobre un cambio constitucional es la mínima expresión de democracia concebible en una democracia parlamentaria. Pero uno le sugeriría a la izquierda política y social que atempere su indignación o su entusiasmo. Dudo mucho que de socialistas y conservadores perdieran la consulta popular. Ha calado hasta el tuétano esa indescriptible estupidez que compara las complejas finanzas de un Estado contemporáneo con la economía doméstica de los contribuyentes. “¿No está usted a favor de no gastar más de lo que se tiene?”, pregunta oligofrénicamente Mariano Rajoy en las pantallas de televisión. La multitud asiente, asiente rotundamente. Claro que sí. Mamones, manirrotos, arrebatacapas, derrochadores, golfos, idiotas. Y así sale un referemdum con un 70% de votos positivos. Lo que hay.

Por lo demás la reforma constitucional, en términos de incidencia real en la política económica y fiscal del país, será casi insignificante. En la Constitución española no se establecerá un “techo de déficit” anual, sino un máximo déficit estructural y la obligación de disponer de una ley orgánica que puede tener y tendrá, a buen seguro, un carácter bastante flexible, como la tiene la previsión aprobada en los noventa en la Constitución alemana.  La explicitud de un nivel máximo de déficit público ya está draconianamente servido en los tratados europeos (ese canonizado 3%) que obligan a todos y cada uno de los socios de la UE. Es desesperante, es patético, es una ceremonia de cinismo político, degradación democrática y estupidez colectiva centrar en este asunto el debate sobre nuestra catástrofe económica, y no en el crecimiento, la productividad, el desempleo o la educación.

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